Un bebé palestino herido en brazos de su hermano mayor.

Una joven israelí secuestrada por el Hamas con su cola ensangrentada y el talón de Aquiles cortado para no huir.

Un barrio familiar en Gaza hecho polvo por los bombardeos.

Un terrorista del Hamas llama a sus padres para contarle orgulloso que asesinó a diez personas en una comunidad agrícola socialista en Israel.

Una madre pide que devuelvan a sus dos hijas secuestradas o que la lleven a ella a Gaza.

Un estudiante de una universidad estadounidense saca un póster con el rostro de uno de los 240 secuestrados.

La ONU solicita un cese al fuego de Israel.

Irán asume la presidencia de un foro de derechos humanos de la ONU.

Familias palestinas con los brazos en alto huyen a pie a la zona sur de Gaza.

Un ministro israelí sugiere que sería mejor para los palestinos irse a otros países.

Un posteo de una asociación feminista uruguaya dice que Israel masacra a un pueblo, por odio y con fines económicos, patriarcales y capitalistas.

Una esvástica nazi pintada en la puerta de una casa judía en Buenos Aires.

Un salón de escuela en Gaza usado como depósito de cohetes por el Hamas.

Un médico sueco pide recursos urgentes para que no se sigan muriendo personas en un hospital en Gaza.

Una agencia de prensa confirma que la foto de una supuesta niña palestina rescatada tras un bombardeo fue sacada en Siria hace varios años.

Un posteo sin pruebas acusa a varios fotógrafos de conocidos medios de ser cómplices del atentado terrorista del Hamas.

Una respuesta a una noticia en Instagram dice que Hitler no terminó bien su tarea.

Una cobertura noticiosa en tiempo real, mezclada con datos falsos, fotos manipuladas y declaraciones violentas aturde las redes sociales. La imposibilidad de detenernos a pensar si son verdad o sobre el daño que causamos con nuestros comentarios. Quizá para algunos las imágenes enumeradas sean las de un conflicto mundial más entre opresores y oprimidos, entre buenos y malos. Para mí son una pesadilla que me atormenta diariamente desde el 7 de octubre, cuando ocurrió la masacre perpetrada por el grupo terrorista Hamas en colonias agrícolas socialistas, en una fiesta de jóvenes por la paz y en ciudades del sur de Israel.

Antes de seguir, quiero mostrarles mis costuras: soy periodista e intento rechequear las fuentes y versiones antes de escribir; soy judía laica, tradicionalista pero no religiosa y soy sionista. Es decir, estoy a favor de que exista Israel. Por las dudas, aclaro que el sionismo no es una ideología extremista, ni es estar a favor del gobierno de turno de Israel, ni tiene como propósito cometer un genocidio. En 75 años, Israel nunca tuvo un plan sistemático para exterminar al pueblo palestino, como se volvió a escuchar en los últimos tiempos.

Y soy humanista, feminista y pacifista. Creo que la guerra no soluciona nada. Ninguna muerte puede ser considerada un daño colateral. Después del 7 de octubre, mi sueño pacifista se hizo añicos y, desde mi escritorio en Montevideo, no me atrevo a esbozar estrategias para solucionar este complejo conflicto.

El 7 de octubre de 2023, el Hamas puso en marcha un plan perfecto: aniquilar a 1.200 personas en el sur de Israel de la forma más cruenta jamás vista en los últimos tiempos; secuestrar a 240, entre ellos varios niños, y seguir lanzando cientos de cohetes hacia territorio israelí desde zonas de Gaza densamente pobladas, incluyendo escuelas y hospitales.

Al Hamas le salió redondo su plan: era obvio que el gobierno israelí no se iba a quedar de brazos cruzados. Israel declaró la guerra y comenzó una ofensiva militar para liberar a todos los rehenes y terminar con ese grupo terrorista. Desde que comenzó este conflicto fueron asesinados más de 11.000 palestinos, más de la mitad de ellos niños, según el Ministerio de Sanidad Palestino.

El Hamas no es un grupo revolucionario de liberación que quiere la autonomía de un Estado palestino. Es un grupo terrorista sanguinario que tiene como objetivo exterminar a Israel del mapa y a los judíos del mundo (además de a la comunidad LGTIB+ o a quienes piensan diferente a ellos); que utiliza los fondos internacionales para construir kilómetros de túneles para esconder sus municiones y no para proteger a los civiles de los ataques, y cuyos líderes millonarios están en Qatar diciéndole al mundo que no se arrepienten en lo más mínimo de haber violado en hordas a jóvenes israelíes y afirman que lo volverían a hacer. A partir de 2006, Gaza es una región autónoma palestina gobernada por este grupo. Desde hace 15 años no se celebran elecciones allí.

Hamas atacó al pueblo israelí en su período de mayor división interna, causada por las políticas del gobierno de Benjamin Netanyahu y sus aliados de ultraderecha que actualmente tienen una desaprobación de más del 70% de los israelíes. Un gobierno que en los últimos años intentó reducir los derechos y las libertades de los propios israelíes, y que apoyó la instalación de 500.000 colonos judíos en Cisjordania. Un primer ministro acusado de corrupción que no ha demostrado la intención de llegar a un acuerdo con los palestinos, como sí la tuvieron muchos de sus antecesores como Shimón Peres, Ehud Barak o Isaac Rabin.

Hamas golpeó a su vecino en su peor momento, hizo una carnicería atroz y logró pasar de victimario a víctima de Israel. Lo que ocurrió el 7 de octubre fue un plan perfecto para socavar cualquier intento de paz, generar más violencia y potenciar una ola mundial de antisionismo y antisemitismo, que fue avalada –quizá sin intención– por quienes dividen el mundo entre buenos y malos; progresistas y conservadores; oprimidos y opresores.

Lo que ocurrió el 7.10 fue un plan perfecto para socavar cualquier intento de paz, generar más violencia y potenciar una ola mundial de antisionismo y antisemitismo.

Los invito a hacer un juego en esta simplificación. Según estas dicotomías, tienen que elegir en qué casillero ubicarían a estas personas o grupos:

¿A las madres que fueron obligadas a ver la decapitación de sus hijos?

¿Y a los padres que no tienen forma de escapar de una zona de bombardeo?

¿Y a quienes creen que la violencia es justificable para alcanzar sus objetivos?

¿Y a los soldados que cumplen un servicio militar obligatorio?

¿Y a algunos grupos feministas que no condenan las violaciones de ciertas mujeres?

¿Y a quienes contextualizan e, incluso, cuestionan la veracidad de un atentado terrorista?

¿Y a quienes marchan por las calles celebrando masacres?

¿Y a un mandatario corrupto?

¿Y a una dictadura?

¿Y a los pueblos que quieren vivir en paz?

Desde el 7 de octubre, día de la peor matanza de judíos después del Holocausto, demasiadas personas y colectivos, incluidas varias agrupaciones humanistas de izquierda, entraron rápidamente en la lógica de elegir un bando en un conflicto que ni siquiera los más estudiosos comprenden. Y no sólo tomaron partido, sino que tomaron las redes y las calles con una convicción absoluta: la fuerza sionista judía colonialista opresora apoyada por Estados Unidos quiere exterminar al pueblo palestino. Entre tanto, no pidieron la liberación de los rehenes capturados en Israel. No dieron su punto de vista sobre tantas otras guerras que ocurren en el mundo, como la de Siria, donde murieron más de 500.000 personas en diez años, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. Se olvidaron de tomar posición sobre los grupos terroristas Hamas, Hezbolá y Yihad Islámica, que creen que sus muertos son mártires. Se les escapó hablar del apoyo económico e ideológico que reciben de la teocracia iraní, que –entre otros detalles– admite el asesinato de homosexuales y detiene a mujeres por llevar mal el velo. Apoyaron la causa de una “Palestina libre” de Israel, pero no libre del Hamas. Prefirieron hacer como que no veían las expresiones sin tapujos de antisionismo y antisemitismo, que incluso ocurren en Uruguay, donde a algunos niños judíos les dijeron en sus escuelas “JJ” (judío jabón) o, por llevar símbolos religiosos, les gritaron “vuélvanse a su país” (¿a cuál exactamente?).

Me gustaría rescatar esta frase del escritor Marcelo Birmajer, quien dice en entrevista con la revista Seúl que “no puede haber dudas entre las personas que hoy decimos que los hombres somos todos iguales, que las mujeres y los hombres son iguales, que los adultos tienen derecho a cualquier tipo de asociación sexual entre ellos libremente consentida, que estamos incondicionalmente a favor de la libertad de expresión, que estamos incondicionalmente por la libertad de circulación, que no adoramos ídolos, que la única forma de elegir autoridades es por medio de las mayorías pero que a la vez respetamos reglas para las minorías”.

Tengo rotas mis raíces. Tengo miedo. En tiempos de posverdad, en los que el algoritmo refuerza nuestra propia mirada, en los que nos abrazamos a medias verdades o falsedades para fortalecer nuestras tribus morales y nuestros sesgos, incluso hiriendo o generando odio, hago un llamado a la búsqueda de información confiable, a intentar acercarnos a la verdad, al pensamiento crítico, a la complejidad, al intercambio, a no simplificar el mundo entre opresores y oprimidos, entre buenos y malos. Hago un llamado a pensar entre nos/otros. Que haya paz.

Elisa Lieber es periodista uruguaya.