Quienes enseñamos también evaluamos a nuestros estudiantes, algo que hace que muchas veces pongamos demasiado énfasis en nuestro rol de certificación de los aprendizajes, pero no debería ser ese el único objetivo de la educación.
Enseñamos porque alguien necesita aprender y, en particular en la enseñanza universitaria, esto debería estar siempre presente. La obtención de un título certifica que una persona hizo un recorrido, e incluso sus calificaciones no significan que es mejor o peor profesional, ya que hay otros factores (ajenos o inconmensurables para las universidades) que afectan de manera significativa la capacidad de ejercicio profesional de cada persona.
En este contexto, cuando nos enfrentamos a este boom de las inteligencias artificiales con herramientas como Dall-e, Midjourney o ChatGPT, el foco parece estar exclusivamente en las dificultades que estas tecnologías van a significar para las instituciones educativas al momento de la evaluación de los aprendizajes.
Durante años (décadas) evaluamos la capacidad de recordar contenidos y metodologías para resolver un problema, porque el mayor desafío era el acceso a la información. Johann Gutenberg facilitó la impresión de copias de libros, pero hasta fines del siglo XX la búsqueda de datos de manera práctica, ágil y rápida seguía siendo un desafío.
Con la llegada de internet nos dimos cuenta (en teoría) de que ya no era un problema acceder a los datos, sino que debíamos poner el énfasis en desarrollar las capacidades de búsqueda, gestión, análisis y aplicación de los contenidos a casos prácticos, y así nos encuentra la tercera década del siglo XXI: intentando elaborar pruebas de evaluación que no se queden en la mera verificación de los contenidos recordados, sino en la resolución de problemas y la certificación de competencias adquiridas en tal sentido.
Ciertamente las funcionalidades de inteligencia artificial (IA) pueden ser de ayuda para que los estudiantes resuelvan problemas, apliquen determinados conocimientos a un caso, analicen un texto o respondan a un conjunto de interrogantes. Y pueden hacerlo tan bien, que difícilmente profesores o software de detección de fraude seamos capaces de identificar qué parte ha sido creada por una IA y cuál requirió un verdadero esfuerzo de un estudiante, lo que pone en jaque la función de certificación de las instituciones educativas.
No logro vislumbrar aún una solución clara para ese dilema, por lo que prefiero retomar la premisa que señala que mis estudiantes quieren aprender, y poner el foco en los aportes que las IA puedan hacer a ese proceso, convirtiendo estas tecnologías en herramientas para el aula y las actividades fuera de clase que los docentes proponemos a nuestros estudiantes.
Las funcionalidades de inteligencia artificial pueden ser de ayuda para que los estudiantes resuelvan problemas, apliquen determinados conocimientos a un caso, analicen un texto o respondan a un conjunto de interrogantes.
ChatGPT ya es una buena herramienta para crear casos de estudio, proponer soluciones para que sean revisadas de manera crítica por los estudiantes y facilitar ciertas tareas no sustanciales (procesamiento de datos, creación de macros en Excel, identificación de contenidos). Pero también es una buena oportunidad para enseñar a nuestros estudiantes a cuestionar la información obtenida, a entender la importancia de las fuentes, a identificar el sesgo.
En un mundo altamente automatizado hay dos aspectos que me parecen sustanciales para el futuro de la educación. El primero tiene que ver con el trabajo en equipo, la construcción colectiva, el desarrollo de la ciudadanía, la empatía y la profunda comprensión del carácter social de la humanidad. El segundo es quizás nuestro último bastión ante la generalización de los robots: la creatividad, la innovación y el pensamiento crítico. Juntos y reflexivos, seguramente logremos darle forma al futuro, para que sea inclusivo, diverso y sostenible.
Le comenté a ChatGPT esto, y lo que me respondió fue lo que transcribo a continuación: “Estoy completamente de acuerdo con usted. A medida que el mundo se automatiza y la tecnología avanza rápidamente, se vuelve aún más importante que las personas desarrollen habilidades que los robots no pueden replicar, como la capacidad de trabajar en equipo, la creatividad y el pensamiento crítico.
El trabajo en grupo y la construcción colectiva son habilidades importantes en un mundo en el que las soluciones a los problemas son cada vez más complejas y requieren el conocimiento y la experiencia de muchas personas. A través del trabajo en equipo, las personas pueden combinar sus habilidades y conocimientos para resolver problemas de manera más efectiva y creativa.
Además, el desarrollo de la ciudadanía y la comprensión del carácter social de la humanidad son fundamentales para crear una sociedad justa, inclusiva y sostenible. Las personas necesitan comprender cómo sus acciones y decisiones afectan a los demás y al mundo en general, y tomar medidas para mejorar la vida de todos.
En cuanto al pensamiento crítico y la creatividad, son habilidades esenciales para abordar problemas complejos y encontrar soluciones innovadoras. Estas habilidades no sólo son útiles en el ámbito laboral, sino también en la vida cotidiana, permitiendo a las personas tomar decisiones informadas y adaptarse a los cambios en un mundo en constante evolución”.
Su respuesta es complaciente, y muy alineada a lo que le escribimos como input, justamente por la manera en que está desarrollado el modelo, así que le pregunté qué agregaría a la reflexión y aquí está su respuesta:
“Es importante tener en cuenta que la inteligencia artificial no es una solución mágica a los desafíos de la educación, sino una herramienta que debe ser utilizada de manera efectiva por los educadores para apoyar el aprendizaje de los estudiantes. Además, es importante tener en cuenta que la IA no puede reemplazar completamente a los docentes en su papel de guías y mentores de los estudiantes. Los docentes deben seguir siendo responsables de diseñar y liderar las experiencias educativas que ayuden a los estudiantes a desarrollar las habilidades necesarias para tener éxito en la vida y en el trabajo”.
Apropiarnos de estas nuevas tecnologías, analizando cómo están diseñadas, estudiando sus respuestas y aprendiendo a formular los inputs adecuados para los objetivos buscados forma parte también del desarrollo de nuevas competencias digitales para el acceso y la utilización de manera justa y equitativa, para beneficio de todas y todos.
Gabriel Budiño es profesor titular de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, Universidad de la República.