Este fin de semana tendrá lugar el Encuentro Nacional sobre Feminismos que fue largamente preparado por las mujeres militantes feministas del Frente Amplio. Enhorabuena a esta iniciativa y su despliegue reflexivo. ¡Cuánta falta nos hace!

¿Cuánto hay de “amor no correspondido”, como señaló certeramente Ana Laura Di Giorgi en su libro, entre feminismo e izquierda? Recuerdo la imagen de Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo del brazo e imagino sus discusiones: ¿era importante conquistar el voto de la mujer aun cuando este voto no fuera concedido a los obreros? ¿Cuán importante era la lucha contra la desigualdad de género en el marco de la lucha de clases? Esta pregunta atormentó a las izquierdas y las cegó durante muchos años a la especificidad de las luchas contra la desigualdad de género. Sin embargo, como mostró la historia, el voto universal masculino se consagró mucho antes que el voto femenino. Y las mujeres debieron conquistar el derecho a su participación política con sangre, sudor y lágrimas. En pleno siglo XXI la representación femenina en parlamentos y gabinetes en América Latina (y en el mundo en general) no supera el 30%.

Las mujeres del Frente Amplio conquistaron la paridad en las listas hace pocos años. Y aún siguen teniendo una representación desproporcionadamente baja. Las reacciones del senador de Cabildo Abierto Guillermo Domenech al proyecto de paridad presentado por Gloria Rodríguez del Partido Nacional, presentándola como un ejemplo de “fascismo”, muestran lo dura que es esta lucha en el elenco del resto de los partidos. Que el Frente Amplio se declarara “antipatriarcal y antirracista” no es apenas una concesión de sus líderes, sino que fue el resultado de la movilización de sus militantes feministas. Y la ley que despenaliza el aborto fue conquistada en plenarios y congresos, aun a pesar de muchas resistencias.

Feminismo e izquierda comparten una raíz común: la lucha por la igualdad. La igualdad económica, la igualdad política, la igualdad legal. Pero esta igualdad no “vendrá sola”: se necesita teoría, se necesita práctica, se necesita política en el más amplio de los sentidos. Feminismo e izquierda comparten una idea de la transformación radical del mundo en que vivimos. Porque la estructura social de este mundo está basada en la desigualdad de clases y en la desigualdad de género. Sin pobreza no habría riqueza. Y sin trabajo no remunerado el capitalismo colapsaría.

Feminismo e izquierda comparten una raíz común: la lucha por la igualdad. La igualdad económica, la igualdad política, la igualdad legal. Pero esta igualdad no “vendrá sola”.

En estos días, lo que realmente une al feminismo y a la izquierda es la peripecia de sus frustraciones, de sus represiones y de sus desautorizaciones. Los embates contra la ley de violencia de género a propósito de la discusión sobre tenencia compartida alimentan la idea de que las mujeres hacen “denuncias falsas” y el proyecto rápidamente se aprestó a sancionarlas. La reforma de la seguridad social trata a hombres y mujeres por igual, aun a sabiendas de que las mujeres tienen una historia laboral discontinua y truncada y ganan proporcionalmente menos que los hombres. La violencia contra el lenguaje inclusivo y la “ideología de género” han dado un marco discursivo común a los grupos antiderechos. Para ellos, las feministas y la izquierda generan liderazgos negativos, divisivos y atentan contra el orden, la patria y la familia. Así que aun cuando no quisiéramos estar juntos, lo estamos. Lo estamos a los ojos de la derecha y de la embestida de la regresión conservadora en que vivimos.

También por eso el feminismo respira y conspira junto a las “izquierdas” en medio de gramáticas del hacer y el decir, tan distintas que todos los días tenemos un debate. Las feministas no queremos sólo “un cuarto propio”: queremos cambiar el mundo.

Constanza Moreira es politóloga y fue senadora del Frente Amplio.