El Comando Sur de Estados Unidos es parte del Ministerio de Defensa de ese país y su nombre técnico es “comando combatiente unificado”, pero tiene objetivos y tareas que van mucho más allá de lo estrictamente militar. Las autoridades estadounidenses dividen la superficie del planeta en seis “áreas de responsabilidad”, y para cada una de ellas hay un comando encargado de defender los intereses estratégicos de la potencia norteamericana en un sentido muy amplio.

La generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur desde octubre de 2021 y de visita en Uruguay esta semana, tiene clara su misión. Aquí se refirió sobre todo a las posibilidades de asistencia a las Fuerzas Armadas uruguayas para la ampliación y modernización de sus recursos, y a la eventual cooperación contra el crimen organizado, pero en una entrevista realizada hace pocos meses se explayó bastante más.

En aquella ocasión la generala dijo que, dentro del “área de responsabilidad” del Comando Sur, Estados Unidos afronta el problema central de que sus “adversarios y competidores estratégicos”, en particular China pero también Rusia e incluso Irán, avancen hacia posiciones más favorables para el acceso a enormes recursos naturales, e incluso en el despliegue de instalaciones de uso civil que pueden servir también para fines militares. Esto, en su interpretación, se debe a que los gobiernos regionales tienen importantes problemas económicos y sociales que los vuelven ávidos del apoyo ofrecido por esos países y especialmente por China, en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

Para frenar y revertir tales avances, sostuvo Richardson, es preciso que Estados Unidos emplee sus “instrumentos nacionales de poder” en un operativo de saturación coordinado y coherente, y esos instrumentos son diplomáticos, informativos, militares y económicos. Ella los reúne con la sigla DIME, que forma el nombre de la humilde moneda de diez centésimos de dólar, y subraya que los recursos volcados por su país en esta “área de responsabilidad” deben ser mucho más que unos centavos.

La franqueza de la generala señala las actuales pujas en escala mundial, y debería ser un insumo para debatir colectivamente, sin las urgencias cortoplacistas de la campaña electoral, qué le conviene hacer a Uruguay en este marco. Hay problemas complejos y grandes riesgos, pero parece sensato descartar la idea de alinearnos con el menguante poder estadounidense de modo voluntario y sumiso.

Lamentablemente, esto es lo que ha hecho el actual gobierno uruguayo en varias ocasiones, desde el apoyo en 2020 a la candidatura para la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo propuesta por Donald Trump hasta las recientes abstenciones, en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, cuando se aprobó una declaración que reclamaba el cese del fuego en Gaza.

Con esas actitudes Uruguay no ganó nada de importancia, estratégicamente ni a corto plazo, y en cambio creó tensiones con países con los que sería muy conveniente afianzar vínculos, para no navegar tan solos en aguas infestadas de tiburones.