“Cuando el gran señor pasa, el campesino sabio hace una gran reverencia y silenciosamente se echa un pedo”. Este antiguo proverbio etíope inaugura, a modo de epígrafe, Los dominados y el arte de la resistencia, un libro imprescindible de James Scott que nos ayuda a entender cómo los sectores subalternos experimentan y responden a la dominación.
Una inquietud de este tipo le da origen a este texto: ¿cómo experimentan la dominación quienes están habituados a ejercerla? Me refiero a los policías, actores a quienes solemos asociar al comando, pero que, en tanto habitantes de una institución fundamentalmente jerárquica, también sufren en carne propia el peso de la dominación. Pues, como dice otro proverbio de inspiración aristotélica que circula por el mundo policial, “para saber mandar hay que aprender a obedecer”. Y en la policía la obediencia se aprende a la fuerza.
En este texto los invito a recorrer el universo policial a través de las relaciones sociales que le dan forma. Relaciones marcadas por modelos de mando y obediencia, pero que a la vez son desafiadas por resistencias, por insubordinaciones, por rebeldías que también constituyen el tejido social policial. En última instancia, veremos que la policía es mucho más que una orden y su acatamiento.
Taco y visera
A lo largo de sus trayectorias laborales, los policías construyen relaciones a partir de un sistema posicional de clasificaciones: la “escala de ascenso”. Esta escala jerárquica comprende diez grados que transcurren de menor a mayor, desde agente a comisario general. Conforme a las reglas de esta escala, un sargento no interactuará con un agente de la misma manera que con un comisario.
La forma más pura de esta relación jerárquica policial se produce cuando los superiores mandan y los subordinados obedecen. Los policías uruguayos la denominan “taco y visera”. La fórmula evoca el doble movimiento con el que un subordinado responde ante la orden de un superior: golpeando su talón (el taco) contra el piso, juntando las dos botas, y llevando la mano recta hacia la visera de su gorra.
Aunque definimos al “taco y visera” como una relación, muchos policías prefieren caracterizarlo como una filosofía. Eso es interesante, pues una filosofía encarna un modo de ver el mundo. En la policía, esta cosmovisión jerárquica –como la llama el antropólogo Tomás Bover– ordena verticalmente a policías y civiles, en términos de superioridad e inferioridad.
El “taco y visera” tiene un carácter determinista: la orden es la causa de la acción. El acto del subalterno no es más que un producto de la decisión de un superior, y desobedecer una orden conlleva sanciones. La sanción –experiencia ineludible del policía subalterno– se imprime sobre las subjetividades de quienes ingresan a la institución policial en clave pedagógica durante su entrenamiento, y se consagran como práctica habitual durante su carrera profesional.
Así es como los policías estructuran sus carreras cumpliendo y dando órdenes, escalando como pueden en una institución diseñada para alpinistas.
El arte de la desobediencia policial
Dicho esto, enfoquémonos ahora en las contracaras de esta relación. Gambetas que los policías utilizan (voluntaria o involuntariamente) para eludir las reglas de la jerarquía. Son imperfecciones del “taco y visera”, fisuras, puntos de fuga. Algunas de ellas se cuecen con astucia y a escondidas, otras porque no queda alternativa, y otras por convicción.
Se trata de cuatro tipologías policiales que escapan de los modelos institucionales preestablecidos. En primer lugar, conoceremos a los “sacaculos”, los “parras” y los “blanditos”, todas categorías malditas del mundo policial. Por último, la de los “compañeros”, hija del proceso de sindicalización policial que lleva casi dos décadas en Uruguay.
Sacaculos: el “yo” antes que el “nosotros”
En la policía son habituales las sanciones colectivas causadas por una falta individual. Sin embargo, ocasionalmente, asumir la responsabilidad por una falta puede salvar al grupo de una sanción. Declararse culpable permite al superior identificar al autor tanto de un paso dado a contratiempo en un desfile como de un abuso de autoridad cometido contra un detenido. El superior puede, entonces, individualizar la falta y sancionar al autor dejando a sus compañeros ilesos. En este sentido, el policía que le pone el pecho a las balas y asume su error suele ganarse el respeto de sus camaradas. Por el contrario, evitar asumir la responsabilidad ante una falta propia es juzgado con recelo. Los policías que obran de esta manera son llamados “sacaculo”.
El sacaculo es un individualista, juega por fuera del colectivo. Busca atajos para salirse con la suya y evadir responsabilidades. Sacarle el culo a la responsabilidad implica buscar el beneficio propio a costa de perjudicar a otro compañero o atentar contra el colectivo. Son actitudes que vulneran uno de los valores morales más preciados en la policía: la solidaridad.
Blanditos: policías rotos
La policía está llena de funcionarios que no aguantan más: están hartos del rigor, la humillación, las sanciones, el hostigamiento, las condiciones laborales inhumanas, los horarios rotativos y las represalias por quejarse o ejercer derechos sindicales. Muchos colapsan bajo el estrés y el burnout, incapaces de soportar lo que convierte al policial en un trabajo de mierda. Estos policías que se van rompiendo, cuyos cuerpos y mentes les ponen un límite a la subordinación y al acatamiento irrestricto de órdenes, son considerados “blanditos”.
El blandito es un policía que no se banca la dureza de la institución. Una dureza que puede expresarse, por ejemplo, en tácticas extenuantes de formación, o bien en caminos burocráticos insoportables de resistir para una agente que intenta denunciar a su superior por acoso sexual. Son policías cuyos cuerpos y mentes no soportan el rigor de la actividad policial, y por eso resultan estigmatizados.
Al igual que los sacaculo, los blanditos resisten la orden. Pero a diferencia de ellos, que eluden la orden deliberadamente, los blanditos lo hacen de forma involuntaria.
El parra: emblema de la estética antipolicial
Examinemos ahora al “parra”, una de mis categorías policiales favoritas. El parra tampoco se acomoda a las obligaciones del modelo policial y, al igual que los otros dos, también lo desafía individualmente. Es un funcionario desorganizado, chapucero, desprolijo. Así me lo describió un subcomisario connoisseur de las tipologías policiales: “El parra es el desprolijo. No desprolijo de que tiene la camisa un poco arrugada, no, no, ¡el parra tiene pedazos de tuco en la camisa! ¡Desprolijo desprolijo! ¿Ta? Todo el pelo así enmarañado, la barba crecida, un poquito de caspa no, ¡Caspa así! [Se toca los hombros y simula con las manos un espiral descendente mientras yo me descostillo de risa]. Está desprolijo, sucio, es descuidado, lo ves durmiendo en los ómnibus, lo ves... bueno, todo lo desprolijo que te podés imaginar con respecto al servicio”.
Este policía desencaja de las expectativas que la institución posa sobre él, desacomodado de la conducta propia de un policía. Burlado por sus compañeros y despreciado por sus superiores, desafía silenciosamente las prescripciones que recaen sobre su posición de subordinación. Como tal, habita inadecuadamente su lugar en el mundo policial.
Compañeros: rebeldes en grupo
Sacaculos, blanditos y parras son modalidades de resistencia individual. Se despliegan a espaldas del colectivo policial, a contrapelo de la corriente. Existe, sin embargo, una modalidad de resistencia que, a diferencia de las anteriores, es colectiva y pública. La despliegan los sindicatos policiales y se encarna en la representación de los policías como “compañeros”.
Desde las huelgas policiales de 1987 y 1992, los policías subalternos uruguayos vienen reclamando públicamente por sus derechos laborales. Una de las bases de esta lucha es pensarse de modo horizontal. Es decir, sin desconocer las diferencias jerárquicas de grado, cuando se tratan entre sí como sindicalistas, los policías sindicalizados prefieren pensarse como compañeros unidos en una lucha común. En el sindicalismo policial importa más la condición policial que la diferencia de grado. Esta representación igualitarista y colectivista ha ganado suficiente peso dentro de la Policía Nacional, al punto tal que un 50% de los uniformados pertenece a un sindicato policial.
Desde su posición subordinada en la escala jerárquica (la amplísima mayoría de dirigentes y delegados sindicales son policías subalternos), los policías sindicalizados han encontrado una fórmula efectiva para torcerle el brazo al “taco y visera”. Hace varios años vengo investigando el sindicalismo policial, y he observado diversas situaciones en las que subalternos sindicalizados desafían con éxito a policías de grado superior revistiéndose bajo el manto de sindicalistas.
En una ocasión, presencié cómo un grupo de dirigentes sindicales enfrentó al jefe de una de las unidades más jerárquicas de la policía, exigiendo una disculpa formal por el maltrato de uno de sus subordinados hacia un delegado sindical. Durante la reunión, los sindicalistas interrumpieron al jefe, lo contradijeron, levantaron la voz y hasta se burlaron de él. Sin embargo, el jefe mantuvo la compostura y emitió las disculpas solicitadas sin dudarlo. “Yo no quiero problemas”, repitió más de una vez. Un escenario de este tipo, en el que un superior jerárquico tolera este trato de parte de un grupo de policías subalternos, hubiera sido impensable en la Policía Nacional de hace pocos años.
Esta modalidad de resistencia desafía colectivamente la jerarquía policial y reconfigura las dinámicas internas de poder, mostrando que el “taco y visera” es un ideal que se quiebra cuando choca con las realidades del mundo policial.
¿Qué policía queremos?
La policía es una institución jerárquica y vertical. Este es un mantra que resuena en la Policía Nacional. Se enseña en espacios de formación, circula entre oficinas, se escribe en normativas y se repite una y otra vez cuando un superior le emite una orden a un subordinado. Y es cierto que lo es… pero no menos cierto es que la policía es mucho más que eso.
En este artículo conocimos otros modos de ser policía que escapan a esa representación oficial. Por supuesto, abundan los contextos donde todo descansa sobre una orden. Pensemos en situaciones en las que la integridad física de los policías está en juego, o en operativos de seguridad, allanamientos o investigaciones donde el éxito depende estrictamente del cumplimiento de órdenes. En esos escenarios, parras, sacaculos, blanditos o compañeros trabajan cumpliendo órdenes, conscientes de la importancia crucial de otra categoría policial: la “disciplina operativa”.
Sin embargo, sabemos que los policías dedican sólo una pequeña parte de su tiempo a actuaciones operativas. En los quehaceres cotidianos de la vida laboral policial florecen otros modos de ser policía, encarnados por las tipologías que describí en este texto.
Eso nos invita a recordar algo muy importante en lo que algunos venimos insistiendo hace bastante tiempo: dentro de la policía conviven muchas más policías de las que solemos imaginar. La idealización de una institución hiperjerarquizada –esa que la administración saliente celebró y alcahueteó con intensidad variable durante los últimos años, y que ciertos sectores de izquierda miran con repugnancia– es apenas una representación, una más entre tantas, que encuentra límites dentro de la propia institución. Hay muchas otras formas de imaginar qué policía queremos y podemos construir. A veces, sin embargo, da la sensación de que en Uruguay esa discusión siempre está por darse, pero nunca se da.
En una transición de gobierno en la que parecen adivinarse unas cuantas continuidades con la administración saliente, las autoridades entrantes harían bien en no perder de vista los asuntos que exigen rupturas. La lista es extensa, pero sin dudas el autoritarismo policial es uno de ellos. Después de todo, una policía autoritaria consigo misma es, inevitablemente, una policía autoritaria con la sociedad.1
Federico del Castillo es antropólogo.
- Este texto es una versión sintetizada de Del Castillo, F. (2024). “Saca-culos”, “blanditos”, “parras” y “compañeros”: contracaras de las relaciones jerárquicas en la Policía Nacional de Uruguay. Delito y Sociedad, (58), e0123.