En los últimos años, la lucha contra el narcotráfico ha sido uno de los mayores desafíos para los gobiernos de América Latina y del mundo. Tal como afirmó el futuro ministro del Interior, Carlos Negro, esta guerra está perdida. Las cifras lo demuestran: a pesar de los esfuerzos y recursos invertidos, el narcotráfico sigue creciendo, con más adictos, más superficies cultivadas de coca, y un crimen organizado que se ha vuelto más fuerte y supranacional. Los planes emblemáticos como el Plan Colombia y el Plan Mérida, que buscaban erradicar el narcotráfico desde sus raíces, han demostrado ser insuficientes. Ante este panorama, es urgente replantear la estrategia y centrarse en medidas más efectivas y realistas.

El fracaso de las estrategias tradicionales

El Plan Colombia, implementado a principios de los años 2000, y el Plan Mérida, lanzado en 2008, fueron diseñados para combatir el narcotráfico mediante la erradicación de cultivos ilícitos, la interdicción de drogas y el fortalecimiento de las instituciones de seguridad. Sin embargo, a pesar de los logros parciales, estos planes no han logrado detener el flujo de drogas ni debilitar significativamente a las organizaciones criminales. Por el contrario, el narcotráfico ha evolucionado, adaptándose a las medidas represivas y expandiendo su influencia a nivel global.

Hoy en día, el poder del narcotráfico trasciende largamente la capacidad de los países para combatirlo de forma aislada. Las organizaciones criminales operan en redes transnacionales, aprovechando las debilidades institucionales y la corrupción en múltiples países. Además, han diversificado sus actividades, involucrándose en el tráfico de armas, la trata de personas y el lavado de dinero, lo que les ha permitido acumular un poder económico y político sin precedentes.

Un nuevo enfoque: controlar la violencia y las adicciones a nivel doméstico

Ante la magnitud del problema, es evidente que se necesita un cambio de estrategia. En primer lugar, los esfuerzos deben centrarse en controlar la violencia y la expansión de las adicciones a nivel doméstico. Esto implica fortalecer las fuerzas policiales y aplicar inteligencia criminal con soporte tecnológico de última generación. La lucha contra el crimen organizado y el narcomenudeo debe ser una prioridad, ya que son estas actividades las que generan mayor violencia e inseguridad en las comunidades.

La tecnología juega un papel clave en este nuevo enfoque. Herramientas como el análisis de datos y la inteligencia artificial pueden ayudar a identificar y desmantelar redes criminales de manera más efectiva. Además, es fundamental mejorar la coordinación entre las diferentes agencias de seguridad y garantizar que cuenten con los recursos necesarios para llevar a cabo su labor.

En los últimos años, la lucha contra el narcotráfico ha sido uno de los mayores desafíos para los gobiernos. Tal como afirmó el futuro ministro del Interior, Carlos Negro, esta guerra está perdida. Las cifras lo demuestran.

Un acuerdo nacional contra el crimen organizado

En segundo lugar, es necesario avanzar en un acuerdo nacional que convierta la lucha contra el crimen organizado en una política de Estado. Esto implica involucrar a todos los sectores de la sociedad, desde el gobierno, los partidos de oposición, hasta la sociedad civil, en un esfuerzo coordinado y sostenido en el tiempo. La participación de los municipios y las comunidades locales es especialmente importante, ya que son ellos quienes conocen de primera mano los problemas y desafíos específicos de cada ámbito local.

Este acuerdo nacional debe incluir medidas para combatir la corrupción, que es uno de los principales factores que permiten el crecimiento del crimen organizado. La corrupción no sólo debilita las instituciones, sino que también socava la confianza de la ciudadanía en el Estado. Por lo tanto, es esencial implementar mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, tanto en el sector público como en el privado.

Cooperación internacional: un desafío global

Finalmente, es fundamental continuar trabajando de manera coordinada con otros países para combatir la macroexportación de cocaína. América Latina sigue siendo el principal productor de cocaína a nivel mundial, y gran parte de esta droga se exporta a Europa y otros mercados a través de puertos y rutas marítimas. Para abordar este problema, es necesario fortalecer la cooperación internacional, compartir inteligencia y recursos, y adoptar medidas conjuntas para interceptar los cargamentos de droga antes de que salgan de la región.

Sin embargo, esta cooperación no debe limitarse a la interdicción de drogas. También es importante abordar las causas subyacentes del narcotráfico, como la pobreza, la falta de oportunidades y la debilidad institucional. Los países consumidores, especialmente en Europa y Estados Unidos, deben asumir su responsabilidad en este problema y trabajar junto con los países productores para encontrar soluciones integrales.

Este nuevo enfoque no será fácil de implementar, pero es la única manera de enfrentar un problema que afecta a toda la sociedad. El narcotráfico es un desafío global que requiere soluciones globales, y sólo mediante un esfuerzo conjunto y coordinado podremos esperar lograr resultados significativos. La tarea es urgente, y el tiempo corre en contra.

Gabriel Vidart es sociólogo. Entre otros cargos, a nivel nacional e internacional, fue director adjunto del proyecto Combate a la Pobreza en América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1984-1986), y fundador y secretario ejecutivo del Plan CAIF, Uruguay (1988-1990).