La creación de un nuevo ser humano artificial hoy cuenta con un componente estrictamente económico. Al menos si observamos el valor de las acciones de Nvidia en los últimos años, cuyos chips son vitales para el desarrollo de la inteligencia artificial (IA).

Karl Marx alguna vez dijo que, en la producción social de su existencia, los hombres contraen relaciones independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas materiales. Y al cambiar dicha base económica, tiende a transformarse la superestructura.

Si se toma esto, se puede entender que al cambiar las formas de producción pueden cambiar aspectos a todo nivel en la estructura social y política. Si tomamos como primera revolución el neolítico y sus organizaciones políticas, el segundo estado de superación tecnológica fue la máquina a vapor y la revolución capitalista industrial. La irrupción de la inteligencia artificial plantea un escenario completamente diferente donde se nos plantean múltiples interrogantes.

Si observamos desde el plano histórico, la fuerza motora de las fuerzas productivas eran primordialmente las fuerzas biológicas, que podían venir de bestias o de hombres (en su mayoría esclavos). En esas sociedades preindustriales, mientras más brazos con tracción a sangre y músculo, mayor era la capacidad de producción.

La física newtoniana y su sistematización del mundo posibilitaron la aparición de la máquina a vapor. Mediante mecanismos, el ser humano vio potenciada la fuerza de sus brazos, pudo alcanzar velocidades inimaginadas y la dependencia del desarrollo se apoyaba en los bienes de capital fijo que permitían desarrollar la potencia de las naciones.

El transhumanismo cognitivo

La aparición de la IA no es más que un nuevo paso en la revolución tecnológica, uno de distinto orden. Mientras que en la revolución industrial pasamos de crear herramientas para ser manejadas con las manos o nuestros pies, en la revolución con la IA comenzamos a crear herramientas para el pensamiento.

Se podrá decir que desde la aparición de la informática y los distintos programas informáticos esta revolución se inició. Pero los sistemas previos a la emergencia de la IA dependían de la acción humana constante, como un mecanismo propio del siglo XIX impulsado por una manivela. Hoy, en vez de una manivela impulsada por humanos, los procesos alimentados por datos permiten la computación autónoma y procesos de automatización y aprendizaje automático.

Y en ese tránsito la IA no reemplaza al intelecto humano, sino que lo expande, lo eleva y lo acelera. Es el concepto de “exoesqueleto mental”.

Muchos de los programas o funcionalidades que utilizamos diariamente utilizan lo que se denominan redes neuronales artificiales (RNA), que son una tecnología inspirada en el funcionamiento del cerebro humano que emula el funcionamiento de las neuronas. Cada neurona o nodo trabaja junto con otras para reconocer patrones, aprender de ejemplos o tomar decisiones. Estas no se encuentran programadas con reglas fijas, sino que se entrenan con datos y mejoran la experiencia, tal como haría un niño cuando aprende.

Estas aplicaciones se encuentran en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Nos asisten en qué vamos a comer, en dónde, qué vamos a ver, qué nos podría interesar, qué ruta deberíamos tomar en función del tiempo y el tráfico, y básicamente en todo aspecto de nuestra vida.

Una idea-fuerza, diseñada en la fusión humano-máquina, puede ser probada, ajustada, difundida y replicada en millones de dispositivos, pantallas y decisiones en cuestión de segundos a la velocidad de la luz.

Si el verdadero poder es el poder de las ideas cuando logran objetivarse, una idea no es verdadera, sino eficaz, y en eso va su potencia histórica. En el mundo pre-IA, una idea podía tomar mucho tiempo en objetivarse, pero hoy asistimos a una aceleración exponencial del tiempo. La IA acelera dramáticamente el ciclo entre pensamiento y realización.

Una idea-fuerza, diseñada en la fusión humano-máquina, puede ser probada, ajustada, difundida y replicada en millones de dispositivos, pantallas y decisiones en cuestión de segundos a la velocidad de la luz. Lo que antes necesitaba un cuerpo orgánico de intelectuales, artistas, organizaciones culturales, políticas, medios de comunicación, hoy fluye por las redes neuronales artificiales.

Esto no implica que la IA tenga (al menos por ahora) conciencia o voluntad: lo que tiene es potencia de elaboración y potencia en el seteo de la propagación. Y en esta era de la hiperconectividad, es la forma más pura de poder. No por casualidad los movimientos políticos, las empresas e incluso los intereses y deseos personales son mediados cada vez más por ideas distribuidas algorítmicamente.

El tablero global

Todo este desarrollo tecnológico se enmarca en el contexto de un conflicto geopolítico global de proporciones bíblicas. El fin del orden geopolítico unipolar marcado por Estados Unidos y la emergencia de China como gran potencia en el escenario internacional hace que la reconfiguración del orden genere conflictos de todo tipo.

Desde la guerra en Ucrania hasta la Franja de Gaza, Siria, Yemen, Irán, Artsaj y Nagorno Karabaj (en la frontera entre Azerbaiyán y Armenia), la frontera entre India y Pakistán, las tensiones en todo el Extremo Oriente, la guerra civil sudanesa y la aparición del movimiento soberanista en África Central. Todo este rosario de conflictos bélicos actuales habla de un cambio de época, de una reconfiguración en todo el globo. Esto sin tomar en cuenta la guerra cultural, la guerra comercial y todo este contexto que pone en entredicho instituciones nacidas pos Segunda Guerra Mundial, como la misma Organización de las Naciones Unidas, o la hegemonía del dólar.

La competencia de las dos grandes potencias hegemónicas y la reconfiguración del orden mundial hacen que la guerra comercial en la que se enfrentan tenga bastantes puntos de contacto con la carrera tecnológica que hoy estamos experimentando.

El crecimiento de China se explica en gran medida por la intervención estadounidense cuando el secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, decidió que China pasaría a ser el productor de los bienes manufacturados que los estadounidenses (y el mundo) consumen. Esto hizo que China comenzara a desarrollar industria, infraestructura, pero además tecnología que le permitiría, a la postre, lograr el desarrollo tecnológico con el que cuenta hoy.

Para la generación que creció con una Alemania unificada y un gobierno global de Estados Unidos, ver una carrera tecnológica como la que se ve hoy es un hecho novedoso. Principalmente porque las carreras tecnológicas entre potencias generan un montón de beneficios ad hoc, pero también, como contraparte, nos muestran que se liberan las capacidades más salvajes, incluso de destrucción del planeta.

Para China, la automatización de todos los medios de producción es vital porque enfrenta ciertos desafíos demográficos producto de un envejecimiento poblacional, así como una clase media acomodada que disfruta de ser la generación de la gran potencia mundial.

¿Y ahora?

Hegel decía que el Espíritu se reconoce a sí mismo en su obra. Tal vez hoy el ser humano se reconozca a través de la inteligencia que ha creado. Pero también corre el riesgo de ser arrastrado por ella. Porque si una idea-fuerza puede allanar voluntades, una idea-fuerza con motor artificial puede hacerlo a una escala inimaginable. El problema radica en si yo como individuo puedo ser consciente, o si directamente ya fui allanado y no lo soy.

La carrera tecnológica por el desarrollo de la inteligencia artificial no es una carrera puramente científica: es una carrera por el poder.

Marcelo Núñez es contador y analista en Comunicación Publicitaria.