Hay una primera definición clara: Uruguay avanza hacia una nueva institucionalidad en materia de ciencia, tecnología e innovación. Y se están tomando decisiones importantes en esa materia en la Torre Ejecutiva. La primera: en los próximos días estará pronta la reglamentación de la ley, promulgada a finales de 2016, que creó el Sistema de Transformación Productiva y Competitividad, que a su vez creó dos secretarías: la de Ciencia y Tecnología, que depende directamente de la Presidencia, y la de Transformación Productiva y Competitividad, bajo la órbita de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP).

En paralelo, se han llevado a cabo conversaciones entre representantes de la academia y jerarcas del gobierno para designar al titular de la Secretaría de Ciencia y Tecnología, pero todavía no hay humo blanco. Según pudo saber la diaria, hace tres semanas el presidente Tabaré Vázquez le ofreció dicho cargo al decano de Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Juan Cristina, un nombre que generaba amplios consensos entre la comunidad científica. Sin embargo, Cristina, que justamente dejará el decanato a partir de 2018, rechazó el ofrecimiento y así se lo hizo saber hace unas horas a las autoridades de Presidencia de la República.

En las negociaciones participan la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, y el prosecretario de la Presidencia, Juan Andrés Roballo, que por estas horas analizan otros posibles candidatos para esta responsabilidad, en diálogo con las autoridades de la Academia Nacional de Ciencias.

Vale la pena repasar cómo se dio este proceso. Vázquez llegó al gobierno con ganas de proponer dos grandes reformas, para las cuales creaba dos nuevos sistemas: el Sistema Nacional de Cuidados y el Sistema Nacional de Competitividad. El 5 de marzo del primer año de su segundo mandato, el Ejecutivo presentó su proyecto de ley para el Sistema de Competitividad. Allí se establecían los lineamientos para las políticas e instituciones de ciencia, tecnología e innovación, lo que generó resistencias tanto en la Universidad de la República como en la comunidad científica, en parte por supeditar estas tres áreas a la competencia empresarial y en parte porque el Ministerio de Educación y Cultura no estaba incluido en el Gabinete que llevaría las riendas de ese proceso.

Abril de 2015 no había llegado a su fin cuando el físico Rodolfo Gambini, presidente entonces de la Academia Nacional de Ciencias, el presidente del Consejo Nacional de Investigación, Ciencia y Tecnología (Conicyt), Eduardo Migliaro y Roberto Markarian, rector de la Udelar, se reunieron con el presidente Vázquez y documentaron sus discrepancias con el proyecto de ley. Finalmente, Vázquez decidió conformar una comisión asesora de Innovación, Ciencia y Tecnología para pensar una nueva institucionalidad y las competencias de los diferentes organismos del Estado en esas áreas. Las idas y venidas dieron resultado: a pocas horas de las navidades de 2016, se promulgó la ley y la ciencia uruguaya tiene desde entonces una nueva institucionalidad. Pero sin presupuesto ni autoridades designadas, el futuro sigue siendo incierto.

Desde la academia

Rafael Radi, presidente de la Academia de Ciencias del Uruguay y primer científico uruguayo en entrar a la Academia de Ciencias de los Estados Unidos por sus investigaciones sobre el metabolismo celular, es claro: “Plata sin institucionalidad no sirve. Institucionalidad sin plata, tampoco”. Radi lleva años en estos temas. De hecho formó parte de quienes suscribieron un acuerdo con los cuatro candidatos a la presidencia en 2014, Pablo Mieres, Pedro Bordaberry, Luis Lacalle Pou y Tabaré Vázquez. “La idea era potenciar la institucionalidad y la dirección del aparato científico tecnológico, porque el Gabinete Interministerial de Innovación había quedado desbordado. Era un gabinete que se reunía cada tanto y en el que un cambio reglamentario menor mínimo te llevaba un año, porque requería la firma de cada uno de los ministros. Entonces propusimos generar una estructura más potente que implicaba o un Ministerio de Ciencia y Tecnología, o una secretaría presidencial. El gobierno optó por la segunda opción”.

Aunque Radi prefiere no hablar de nombres, sí opina sobre el perfil ideal: “La ciencia tiene que estar representada en la Secretaría, el secretario tiene que ser un científico que además tenga una mirada abierta, interdisciplinar y con experiencia en sistemas científicos de otros países. En la búsqueda de ese científico estamos, y en las próximas semanas creo que va a haber luz verde”.

Más allá de la voluntad y de las personas que cubran los cargos, también se necesitan rubros: “Según tenemos entendido, dentro de la Rendición de Cuentas se va a pedir presupuesto para empezar a funcionar y tratar de cumplir el acuerdo que se había firmado de incrementar el presupuesto en investigación y desarrollo, que hoy es de 0,33% del Producto Interno Bruto (PIB), para llegar a 1%”. Claro que es difícil engañar a un científico con números, y Radi ya lo sabe: “No se va a llegar al 1% porque ese incremento era para el quinquenio y ya consumimos dos años y medio. Pero más importante que el número final es la señal del cambio cualitativo y, aunque el incremento sea menor o marginal, es lo que tendría que empezar a funcionar a partir del 1º de enero de 2018”.

Ciencia y política

Al menos en lo que a la conformación de la institucionalidad de la ciencia se refiere, los científicos han sido tenidos en cuenta por el sistema político. Para Radi, tienen que acercarse al mundo de la política por dos razones: “Por un lado, para proveer asesoramiento en forma permanente en un mundo complejo que va muy rápido. Entonces debe producirse un diálogo necesario entre dos sectores de la sociedad; el del liderazgo político y de toma de decisiones, y el otro que provee información calificada y visión prospectiva y capacidad de resolución de temas agudos, como son los temas de salud, ambientales, energéticos. Por otra parte, muchas veces el discurso político de la relevancia de la ciencia y de la innovación después no va de la mano de acciones concretas de apoyo para que esas actividades realmente avancen. Entonces ahí tenés trancazos desde los puntos de vista de los diseños institucionales o desde el punto de vista presupuestal. Aparece como una dislocación entre un discurso pro ciencia, pro educación, pro innovación, y la realidad que enfrentan los científicos todos los días, que es incómoda”. ¿Qué tan incómoda? “No es que sea un desastre, pero se trata de una incomodidad que se ha prolongado demasiado en el tiempo, sobre todo en un país que creció mucho en su PIB pero muy poco de eso se volcó a un reforzamiento de la financiación de la investigación. Por esas dos razones tiene que haber un acercamiento de la ciencia a la política y de la política a la ciencia, cada una manteniendo su espacio de acción”.

La comunidad científica tiene fama de ser un poco cerrada, por lo que uno puede pensar que la culpa del no entendimiento entre la política y la academia pueda ser compartida. Radi reconoce que un poco de culpa tienen los científicos. Pero argumenta que “hacer ciencia de calidad, como escribir un buen libro o como hacer cualquier obra de arte de calidad, exige un nivel de concentración muy alto y entonces, a veces la propia naturaleza de esa creación, ya sea de conocimiento o de arte, de alguna forma te encapsula”. También apunta a la otra parte: “Muchas veces, ves personajes políticos que se pasan hablando todo el día y uno se pregunta: si hablan todo el día, ¿cuándo es que piensan, cuándo es que crean cosas nuevas? A veces en las antípodas de eso está el científico, como puede estar el escritor, el filósofo o el artista. La propia naturaleza de lo que hacés te genera una retracción, pero tiene que haber una porción del sistema científico que genere esa interfaz”.

Esa interfaz de la que habla Radi, ese diálogo entre política y ciencia, determinará hacia dónde van la investigación y el desarrollo del país en los próximos años. La incorporación de la ciencia a la cadena productiva no sólo suma valor, sino que se ha demostrado que contribuye a una mayor equidad del ingreso. Aparentemente, aunque con lentitud, la ciencia en Uruguay no necesita marchar para marchar.