Sea por su color, forma, o porque la suerte las colocó junto a otras que se pudrieron, más de tres toneladas de frutas y verduras se pierden por día en el Mercado Modelo. Un grupo de voluntarios comenzó el año pasado, a contra marcha, con una incómoda —y necesaria— labor: rescatar aquellos alimentos, que a pesar de estar en buen estado, no son comercializados —y por ende son descartados—, para repartirlos entre organizaciones que lo necesitan. “Somos una forma de organización de algo que ya lo hacía y lo que pretendemos es utilizar el encuentro como fuerza para ayudar a otras organizaciones”, resume Marcel Birnfeld, uno de sus fundadores, en diálogo con la diaria.

Todo empezó como una idea para desarrollar en el marco de una materia de la Facultad de Ciencias Sociales. “Marcelo tenía un emprendimiento de cocina y compraba los ingredientes en el Mercado, donde vio que mucha de la fruta y verdura que estaba para la venta, luego se tiraba. Nos contó esto y nos pusimos a pensar en darle una vuelta, y fue mediante una materia que se llama Formulación de Proyectos que lo bajamos a tierra y vimos la viabilidad que tenía”, contó Birnfeld, que integra la red junto con Marcelo Sus y Yamandú Plada.

Además de ellos tres, la red está conformada por un equipo fijo de otras cuatro personas y por unos diez voluntarios que se acercan cada semana. Lunes, miércoles y viernes son los días de encuentro en el Mercado Modelo, donde la jornada se divide en dos: desde las 8.00 y hasta las 9.30 se realiza el recorrido y la recolección de lo descartado por el Mercado, y a partir de entonces y hasta el mediodía, la clasificación y armado de los canastos para su distribución en el estacionamiento Madre Selva.

La idea, que cumple un año en setiembre, tuvo firmes apoyos: “El Mercado Modelo siempre nos brindó el espacio y una mano en la presentación a los comerciantes”, y después fueron llegando los voluntarios —principalmente vecinos del barrio— y las organizaciones que reciben los productos a cambio de una pequeña contribución que solventa los gastos de transporte y objetos de funcionamiento, como guantes y cajones.

También cuentan con la ayuda del Fondo para Emprendimientos Solidarios, que les permitió poner la operativa en marcha y proyectarse a horizontes más lejanos. A corto plazo, buscan techar la parte del estacionamiento donde clasifican para mejorar la infraestructura y las condiciones de trabajo, y además conseguir autonomía en el transporte para no depender de fletes.

El intercambio con más de 70 refugios, Centros de Atención a la Infancia y la Familia (CAIF), clubes de niños, centros juveniles, deportivos, organizaciones vinculadas a parroquias, barriales, obras sociales y algunos liceos y escuelas que reciben semanalmente tres canastas de frutas y verduras es “cada vez más fluido”, lo que viene produciendo un crecimiento en el vínculo y una visión más clara de los puentes para fortalecerlo. “Es muy difícil contar que estás clasificando fruta y verdura que en realidad fue descartada pero que está en buen estado y que estás buscando distribuirla, pero de alguna manera fue bien recibido y nos alegramos de eso”.

Desde las organizaciones que las reciben, entienden que “ha sido y es un aporte invalorable a la alimentación de los gurises, porque una de las mayores dificultades es conseguir alimentos frescos”, sostiene, en un video documental del proyecto, Julio González, coordinador general de la ONG Proyecto Gurises. Natalia, cocinera de la Agrupación Obrera La Casilla, que alimenta a casi 80 niños de dos y tres años y 30 jóvenes, definió la red como un ejemplo del voluntariado: “No es sólo esperar de otros, sino que todos podemos ir haciendo algo”.

Las canastas que se reparten todas las semanas en los barrios de Casavalle, Villa Española, Teja, Capurro, Cerro, Ciudad Vieja, Centro, Palermo, Cordón, Tres Cruces, Aguada y Goes tienen lechugas, acelgas, espinacas, zanahorias, peras, repollos, mandarinas, zapallitos, manzanas y otras verduras “de olla”. En verano, hay mayor cantidad de fruta: ciruelas, duraznos, frutillas y hasta bananas.

En el futuro, la red pretende desarrollar talleres de cocina saludable —junto con la cocinera de una de las organizaciones— y talleres para niños acerca del no desperdicio de alimentos. Por otro lado, exploran las posibilidades de llegar a más fuentes de desecho, como otras plantas de producción (hasta ahora trabajan con dos, de manzanas y zanahorias), y también al campo, que “es donde más se desperdicia”, afirmó Birnfeld.

Pero la intención no se acaba ahí. “De la tonelada que juntamos por jornada, hay una parte que no podemos distribuir, que llamamos la ‘clase B’, que apuntamos a usar en un futuro con la creación de una planta de procesamiento que elabore alimentos, como deshidratados, ensaladas, salsas y tartas, entre otros, para repartir también entre las organizaciones”, contó el estudiante de Ciencias Sociales.

Por otro lado, ellos también tienen su propio desecho, pero en Madre Selva no hay desperdicio: “Hay 20% que tenemos que tirar porque realmente no está apto para el consumo, pero entendemos que también es útil”, contó Birnfeld, sobre los planes de compostaje que se manejan entre los voluntarios de Redalco.