El día que cayó preso, Federico González Canavesi no imaginó todo lo que el rap le iba a dar de ahí en más. El hip-hop lo encontró a los 14 años y su vínculo con la música creció con él en forma de párrafos sueltos en cuadernolas o colaboraciones con grupos de la vuelta. La privación de libertad no le cortó el flow. Al contrario, lo llevó a componer su primera canción entera, “de principio a fin”, como cuenta él. La escribió entre 2008 y 2009, en los momentos que pudo, arriba de un techo. En sus hombros cargaba un bagaje muy distinto al que tenía cuando oyó los primeros beats.
Hoy, a los 32 años, Federico empieza a transitar sus primeros pasos en la escena musical nacional, donde es conocido bajo el álter ego Kung-Fú OmBijam. Este año fue excepcional: en agosto lanzó su primer disco, Desahogo cultural, y hace dos semanas participó en el Montevideo Rock.
En el medio, se dedica a tejer proyectos y sueños que exceden los límites de cualquier reja. Uno de ellos era participar en los talleres de rap que llevan adelante los integrantes del proyecto socioeducativo en cárceles Nada Crece a la Sombra. No como un participante más, sino como tallerista. La tarea no era fácil, porque Federico tenía que conseguir los permisos correspondientes para salir de la Unidad 6 Punta de Rieles, donde se encuentra actualmente. Un trabajo de meses del equipo de Nada Crece a la Sombra logró finalmente que el artista emergente pudiera salir para participar en las reuniones semanales del grupo, amparado por el artículo 120 de la normativa interna del Instituto Nacional de Rehabilitación que permite a las personas privadas de libertad salidas laborales o socioeducativas. Estas salidas son con custodia policial y duran menos tiempo que las transitorias, aunque lo suficiente para crear y planificar.
Federico tuvo su primera experiencia en los talleres de rap el viernes 23 de noviembre en la Unidad 4 Santiago Vázquez (ex Comcar). Pudo ir porque le concedieron una salida intracarcelaria. Ese día, el rapero fue el primero en llegar. El cielo estaba encapotado y, por momentos, llovía. El panorama afuera era gris. Cuando empezaron los talleres, adentro, hubo un poco más de luz.
Seguir por esa ruta, llegar a la cima
El módulo 8 es uno de los más violentos de la Unidad 4. El primer taller de Federico es con ocho personas recluidas allí. Generalmente estas instancias se hacen al aire libre, pero, como el clima no acompaña, se va a hacer en un salón del Polo Industrial. Es un cuarto chico –no entran más de 20 personas– pero prolijo: el piso está pintado de verde, las paredes son blancas, el techo es de madera y una ventana amplia que da al patio también sirve de lámpara.
Los talleristas de Nada Crece a la Sombra disponen los pupitres en forma de semicírculo para ganar espacio y para que todos puedan verse las caras. Después pasan a la parte técnica: sacan cables, desenredan, enchufan, encienden. Al final, todos quedan frente a una computadora, un parlante y dos fotocopias con la letra de una canción.
El taller de rap en el módulo 8 del ex Comcar empezó en marzo de este año. Desde ese entonces, los participantes aprendieron de rimas, ritmo y poesía. “Quiero seguir por esa ruta, llegar a la cima / rimas astutas para mi gente, adrenalina”, son los primeros versos de la canción en la que trabajan ahora. Cartucho, Indio, Bebe y Cheto cantan algunas partes en solitario y sus compañeros se suman para entonar todos juntos el estribillo. Lo repiten varias veces. En el medio, se escuchan. Intercambian opiniones. Ven cómo pueden mejorar. Vuelven a cantar. Sonríen. Hacen chistes. Tararean. Les convence. Graban una vez más.
Federico escucha y acompaña el ritmo con la cabeza. “Estos espacios están buenos porque seguís en estos tejidos pero zafás un rato”, reflexiona el rapero entre prueba y prueba. Este año, 150 personas privadas de libertad pasaron por este espacio en el módulo 8. “No estoy contento de venir a una cárcel pero estoy contento de hacer esto con ustedes”, agrega.
Después le piden que tire piques. ¿Cómo manejarse para poder rapear en contexto de encierro? La base, dice Kung-Fú, es poder conseguir instrumentales. Si tenés acceso a internet, te metés en Youtube. Si no, le pedís a algún funcionario. Una vez que tenés eso, podés pasar al contenido. “Capaz que querés hacer un tema que hable de tu vida. Bueno, agarrás y empezás a escribir. No tenés que escribirlo en rima. Vos escribí. Después lees lo que escribiste y decís ‘pa, esto es lo que quiero hacer, esto es lo que quiero transmitir’. Y ahí sí, lo llevás al plano rap y empezás a buscar rimas”, dice. Federico insiste en que, en el rap, la práctica es fundamental: “Es como jugar al fútbol: si no te entrenás, no mejorás”.
A Cartucho se le da bien rapear. Parece que se dedicara a eso desde hace tiempo, pero descubrió que le gustaba cuando pisó el taller por primera vez. “Me gusta el rap, me gustan los talleres y me gusta el tipo de gente que me está rodeando y que me está enseñando. Estoy aprendiendo cosas”, cuenta a la diaria. “Hacer las letras me pone a pensar en muchas cosas, que a veces quiero hacer pero no puedo, a lo que trabajo en el módulo 3. Me gusta porque siento que puedo transmitir un mensaje si me lo pongo en mente”, reflexiona. Cartucho está privado de libertad desde hace cuatro años y dos meses. Todavía le queda un año y medio, pero siente que a través de la música puede decirles a su mamá y a su esposa que quiere “hacer las cosas bien” cuando salga y “no volver” a donde está ahora.
“No quiero que me señalen como un anormal / No soy un animal, tengo estilo propio, soy original”. La música sigue y, a esta altura, ya están casi todos de pie. Lo que más le gusta a Indio del taller es que “por un momento”, lo “saca de la cárcel”. “Me voy del sistema carcelario y eso me inspira. Me da ganas de seguir escribiendo y escribiendo”, dice a la diaria. Indio está encerrado desde hace diez años y cuenta que escribe sobre lo que pasa en la cárcel, lo que extraña de la calle y lo que haría si estuviera afuera. Le quedan apenas nueve meses. Ya tiene claro qué es lo primero que va a hacer una vez que atraviese la puerta de salida del ex Comcar: “Tener algo que nunca tuve: una familia”.
El invitado estrella es el encargado de cerrar el taller y, para eso, le proponen que interprete dos canciones de su disco. Se para, agarra el micrófono y levanta aplausos. Suenan especialmente fuertes cuando, durante el estribillo de “Falla el sistema”, rapea: “Las cárceles son focos de violencia”.
Rico, pobre o vagabundo
La dinámica del taller en el módulo 10 es distinta porque el grupo es más numeroso (participan 21 personas) y además empezó a mediados de año, por lo que acá el flow viaja un poco más lento. Los integrantes de Nada Crece a la Sombra cuentan todos los trámites que tuvieron que hacer para que Federico esté sentado ahí y luego dejan que hable él.
“Nos hacen entender que estamos limitados y no es verdad”, dice el rapero mientras señala las rejas que rodean el salón. “Los límites los ponés vos”, agrega, e insiste en que “la música es una forma de salir del sistema”. A la hora de hablar sobre el proceso creativo, el rapero cuenta que lo primero que lo conectó a la música fue un lápiz y un papel. También dice que su disco lo grabó en tres salidas de la cárcel. “Le gané las salidas al sistema”, acota, con orgullo.
Las fotocopias se despliegan y aparece la canción en la que están trabajando. Habla del pasado y de cómo este atraviesa el presente, cada dos por tres, para interpelarlos. Los talleristas empiezan a cantar porque los demás están algo dispersos, aunque unen sus voces en el estribillo, que comienza: “Si sos rico, pobre o vagabundo / todos tenemos un pasado en este mundo”.
Para que sea más fácil el ensayo, los participantes se dividen en grupos. Cada uno es responsable de cantar una estrofa. Kung-Fú pasa por todos los equipos y les hace sugerencias. Hacen varias pruebas. Cuesta.
A Jorgito y a Ángel les tocó la estrofa que inaugura la canción: “El pensamiento me provoca / y hasta a veces la mente me sofoca / como si fuera un demente / aunque todavía creo estar coherente”. Ángel la tiene que repasar aparte un par de veces porque la lectura le cuesta un poco más que a sus compañeros de grupo. Tanto él como Jorgito decidieron participar en el taller para entretenerse, aprender y salir un poco de la rosca. “Lo que pasa es que, en un entorno de estar trancado, venir a un taller que te da la oportunidad de aprender otras cosas, de no estar siempre en una tumba, está bueno. Aprendemos cosas para el bien de nosotros y tenemos la posibilidad de hablar con alguien”, considera Ángel.
Los gurises siguen ensayando. Jorgito está privado de libertad hace cinco años y tres meses y le queda un año. Cuando salga, su plan es “trabajar, salir adelante y no volver más”. Ángel todavía tiene tres o cuatro años más. Entró a la Unidad 4 hace dos y medio. Él prefiere no planear “hasta que salga de la puerta para afuera”. Todos se ordenan y vuelven a ensayar una vez más. Finalmente sale entera.
Lucho por las trans
Ya había parado de llover y el cielo empezaba a abrirse cuando llegamos a las puertas del módulo 4 para buscar a las participantes del tercer y último taller de la jornada. En este módulo se encuentran las mujeres trans. Cuando estuvieron todas, diez en total, nos trasladamos al salón de eventos del complejo penitenciario, ubicado como arriba de una colinita.
Al igual que en el 8, los talleres de rap con las mujeres del módulo 4 empezaron en marzo. Desde entonces, las participantes han escrito al menos cuatro canciones.
“Y acá estamos, privados de libertad, rompiendo barreras”, concluye Federico después de un nuevo repaso sobre su vida. Las mujeres se sorprenden cuando se enteran de que él también está preso. Le hacen preguntas, intercambian opiniones, hablan sobre sus experiencias. Una vez que entran en confianza, se ponen de pie y exponen una de sus creaciones.
“Yo soy María Paz y soy fina / Lucho por las trans / Me gusta la buena cocina”. Apenas es necesario la fotocopia; se la saben de memoria. Después de cantarla una vez, se disponen en dos filas paralelas, mirándose de frente, y empiezan a hacer una representación dramática de la canción. Vicky actúa de María Paz. Camina entre las dos filas con las manos en la cintura, el mentón hacia arriba, la actitud de chica fina. Las demás hacen los coros y la alientan mientras la miran pasear su elegancia.
Además de ser la protagonista de la obra, Vicky es la autora de la mayoría de las letras. Durante el taller, todas le cuentan a Federico que ella escribió una historia que involucra a cuatro personajes y que cada uno tiene una canción. María Paz es una concheta que tiene plata, ropa de marca y lucha por los derechos de las mujeres trans. Eso dice la letra.
A Vicky le hace bien ir a los talleres de rap porque se siente “totalmente desconectada de la realidad carcelaria”, cuenta a la diaria. Al lado suyo, Gabi hace hincapié en la importancia de ese espacio para consolidar el grupo. “Es un lugar donde nos podemos despejar, donde compartimos lo que nos pasa, donde socializamos con compañeros nuevos que a veces vienen”, explica. “Nos sentimos re bien, somos un grupo y a mí me encanta lo que hemos hecho en este poco tiempo, el tema de las historias de ficción, las reales, las canciones. Me parece que esto es un gran adelanto”.
Las chicas aseguran que es la primera vez que cuentan con un espacio así dentro de la cárcel. “Yo hace 15 años que estoy yendo y viniendo a la cárcel, a veces por un año y a veces por poco tiempo, y este el primer espacio con el que rompieron el tabú, con el que dejamos de ser el último rincón del tarro. Gracias al equipo de Nada Crece a la Sombra, que viene los lunes, miércoles y viernes desde marzo. Para nosotras es muchísimo”, dice Vicky, y se pone las manos en el pecho. “Yo también quiero agradecer, porque es la segunda vez que estoy privada de libertad y antes no había nada de esto acá. Es un espacio que nos saca de la realidad y nos hace bien emocionalmente”, complementa Luciana.
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