Los Grupos de Acción Unificadora (GAU) fueron una organización política singular con nombre en plural, que actuó de 1967 a 1985. Su principal dirigente fue Héctor Rodríguez (de cuyo nacimiento se cumplirá un siglo el 14 de agosto de este año), una figura muy relevante en los procesos de construcción del movimiento sindical y del Frente Amplio (FA). Los GAU se ubicaron en el área de la “izquierda independiente” de raíz marxista, con definiciones y prácticas atípicas en aquellos tiempos y también en estos. En 1971 decidieron trabajar electoralmente por el conjunto del FA, sin presentar candidatos propios. Al año siguiente, formaron parte de La Corriente, un agrupamiento frenteamplista que incluyó también al Movimiento de Independientes 26 de Marzo (hijo legal del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) y a figuras provenientes de los lemas tradicionales, como Zelmar Michelini, Enrique Erro y Alba Roballo. La Corriente estaba, sin duda, en el centro del frenteamplismo “radical” de aquel momento, pero los GAU, con altos niveles de formación, pensamiento político refinado y un estilo de actuación eficiente y austero, poco tenían que ver con los estereotipos pasados o actuales de la “izquierda radical”. Duramente golpeados por el proceso autoritario, se reorganizaron en el marco de la salida de la dictadura, fueron fundadores en 1984 de la Izquierda Democrática Independiente (IDI) y al año siguiente se autodisolvieron en ella. Sobre la trayectoria de los GAU disponíamos de algunos trabajos de investigación histórica y de documentos producidos desde el terrorismo de Estado. A ellos se suma ahora el libro Los GAU. Una historia del pasado reciente (1967- 1985). Vivencias y recuerdos, editado por Banda Oriental y que será presentado el lunes a las 19.00 en La Huella de Seregni por Graciela Borelli, Gerardo Caetano, Javier Miranda y Fernando Pereira. Los autores, Martín Ponce de León y Enrique Rubio, conversaron con la diaria sobre parte de los contenidos de la obra, que se refieren al pasado pero a la vez interpelan al presente y el futuro del FA.
Demoraron mucho en editar este libro. Uno se puede preguntar por qué ahora, pero también por qué no antes.
Martín Ponce (MP): Creo que, por un lado, conservamos una impronta muy fuerte de no divulgar información porque nacimos en un régimen autoritario. Además, en dictadura se destruyeron o se perdieron muchos documentos. De nuestro mensuario Lucha Popular, por ejemplo, se editaron unos 40 ejemplares durante casi cuatro años, y recuperamos sólo 19.
Enrique Rubio (ER): Por otra parte, es una historia pesada. Todas las personas que hemos entrevistado se sienten muy satisfechas de haber participado en aquella pequeña patriada, pero hubo episodios muy dolorosos, y a la vez la historia de los GAU se compone de diversas historias vividas desde muy distintos ángulos, no sólo en el proceso fundacional (que reunió a sindicalistas encabezados por Héctor Rodríguez; al Movimiento de Acción Popular del Uruguay, originado por estudiantes gremialistas, y a independientes vinculados con el diario Época, en especial Pedro Seré) sino también después. Llegamos a ser alrededor de un millar de militantes encuadrados, y a partir del golpe de Estado hubo presencia en la resistencia a la dictadura, en las cárceles y en el exilio.
Conjugar todo eso era complejo, y no podía ser abordado sin un sentido muy importante de la sensibilidad, y también, en cierta forma, de la objetividad. No es la historia de otros investigada, sino una autohistoria, en la que ni queríamos ni podíamos hacer ciencia. No es historia con mayúscula, sino memoria, y nuestra memoria, no la de todos los que participaron.
Esos criterios acerca de lo colectivo y su diversidad son una opción. Se ha practicado otra forma de relato acerca de las organizaciones de izquierda, muy centrado en qué hicieron y dijeron los principales dirigentes.
MP: Es que la jerarquización de lo colectivo, del equipo militante, fue una característica muy fuerte de los GAU. Por supuesto, hubo también un liderazgo indiscutido de Héctor [Rodríguez], y aunque él nunca tuvo un cargo o título especial dentro de la dirección, era un referente absoluto por peso, densidad y trayectoria, mucho más allá de nuestra organización.
El nombre “Grupos” en plural, como en una red, no era lo más frecuente.
ER: Eso fue una opción deliberada, discutida y fundamentada. Se vinculó con el propósito de realizar tareas bien distintas a las que se adjudicaban los sectores de izquierda tradicional; rechazábamos décadas de multiplicación, esterilidad y confrontaciones internas, de dispersión y sectarismo. Héctor tuvo un papel clave en la unificación del movimiento sindical y luego del Frente Amplio, y entre ambos procesos auspició la generación de un motorcito que alimentara las otras dos cosas.
MP: Las dos grandes tareas de unificación apuntaban a formar un frente y un partido. No quisimos llamarnos partido –eso habría empezado a cosificar lo que era una herramienta para construir algo mayor– y ni siquiera movimiento, aunque nos dimos una estructura que podía corresponder a esos nombres.
ER: Esa definición de nuestras tareas estuvo muy presente en la opción por no presentar candidatos en las elecciones de 1971.
Eso suena rarísimo hoy, cuando la política parece terminar inevitablemente en marcar votos...
MP: Estábamos plenamente convencidos de la importancia de lo electoral, pero pensábamos que ya había demasiadas listas en la izquierda. Repartíamos todas las listas del FA y propusimos que hicieran lo mismo todos los sectores, un criterio que se arraigó y que se mantiene en los comités de base. Por supuesto, esta línea de consolidar al FA como herramienta le encantó a Seregni y a otros independientes, y nos permitió un trabajo muy cómodo con ellos. En la misma línea, defendimos una concepción de los comités de base que prevaleció, pero que no era la única propuesta.
ER: Era –y es– una concepción del FA como patrimonio común, al que las personas se pueden incorporar simplemente como frenteamplistas, con un entramado de organización propio y colectivo. De ahí surge lo del FA como “coalición y movimiento”, que tenía un potencial enorme, como se demostró.
MP: En los trabajos para el libro encontramos un material que pensábamos que se había perdido [entregado el viernes al FA]. Los GAU producíamos en computadora regularmente un listado de la actividad de los comités de base en Montevideo, y apareció uno de fines de 1971, antes de las elecciones, en el que figuran más de 250, por todas las zonas del departamento, cada uno con sus reuniones semanales de la mesa y el plenario del comité. El volumen de gente participando que eso implica es un indicador de ese potencial.
ER: Otra expresión de ese acento en el desarrollo colectivo fue la obsesión de Seregni por crear una escuela de formación para la gestión de gobierno. Nunca se hizo y pienso que hemos pagado un precio muy importante en la ejecución de políticas públicas por la deficiencia específica en la capacitación para gestionar.
MP: Y no sólo en la de gestionar. También por las carencias del desarrollo colectivo en la elaboración de criterios colectivos para relacionarnos, desde cargos de gobierno, con el conjunto de la sociedad y con la fuerza política.
Algo de eso hubo durante la primera experiencia de participación de frenteamplistas en el gobierno, a la salida de la dictadura.
MP: La Agrupación de Administración Descentralizada. Sí, y está poco incorporado en la historia del FA que esa fue nuestra primera tarea de gobierno. En la primera presidencia de Sanguinetti hubo integrantes frenteamplistas en los directorios del Banco República, AFE, Antel, el Instituto de Colonización, el Banco de Seguros y ANCAP. Eso se aceptó después de una larguísima discusión, y en la misma decisión se estableció (después de consultas a la Corte Electoral para no violar prohibiciones constitucionales) el funcionamiento de esos compañeros en la agrupación, a la que podían asistir representantes de todos los sectores. Todas las semanas se discutían en forma colectiva las situaciones en cada organismo y las posiciones que correspondía defender.
Tramos
Vamos a repasar brevemente la trayectoria de los GAU por períodos.
MP: Hay una primera etapa previa a la fundación del FA, de participación en las luchas populares de 1968 a 1970, años de “pachecato” [desde que Jorge Pacheco Areco asumió la presidencia de la República por el fallecimiento de Óscar Gestido]. Acumulamos experiencia, militancia, equipos y energía antes de sumarnos al llamamiento de octubre que convocó al FA, algo totalmente identificado con las tareas que nos habíamos propuesto.
ER: Fue un período de tensiones sociales muy fuertes que nos aglutinaron y diferenciaron. La cuestión central era cómo se enfrentaba el autoritarismo creciente, que a su vez se debía a una orientación política reaccionaria a partir de la crisis económica. Teníamos la convicción de que unificando las luchas sociales y políticas era posible quebrar ese ascenso, que continuó en forma gradual, porque incluso el proceso del golpe de Estado es gradual y hay un creciente endurecimiento posterior.
MP: En 1968 se quiebran las reglas tradicionales de juego en Uruguay, con la congelación de salarios, el asesinato de estudiantes y la militarización de trabajadores en conflicto. En 1968 y 1969 fueron militarizados más de 50.000 trabajadores, por varios meses en todos los casos.
ER: Eso tuvo mucho que ver con el proceso de radicalización política en la sociedad. Implicaba una fractura cultural muy grande de los criterios de convivencia, y la reacción popular facilitó, entre otras cosas, la convergencia política en el FA.
MP: También tuvo que ver con el involucramiento creciente de los oficiales en la vida política. “Sabemos ir de a poco”, nos decían, y el avance terminaba siendo muy rápido con el paso de los meses. A la vez, fue un aprendizaje en gran escala, para los trabajadores, sobre el vínculo entre la organización y la capacidad de resistencia.
Luego vino el breve pero intenso período desde la fundación del FA hasta el golpe de Estado.
MP: Que a su vez tuvo tres partes. Primero, la implantación y el crecimiento del FA hasta las elecciones, que ya mencionamos. Después de las elecciones hay unos pocos meses en los que es clave la convocatoria de Seregni a una Asamblea Nacional de Comités de Base, que galvaniza para seguir adelante. Finalmente, en abril de 1972 cambia todo. Los tupamaros logran una nueva fuga de presos y lanzan el 14 de abril una ofensiva contra el Escuadrón de la Muerte, que venía en una escalada de crímenes. El Parlamento declara el estado de guerra interna y se desarrolla un nivel de confrontación que el país no conocía. Empieza a tener una prevalencia enorme la defensa de los derechos humanos. Las Fuerzas Armadas declaran la derrota del Movimiento de Liberación Nacional a fines de ese año, en el que pasaron al frente los viejos sectores golpistas. En febrero del 73 los militares impiden un cambio de ministro de Defensa Nacional decidido por el presidente Juan María Bordaberry, y esto es el emergente de un proceso que culmina el 27 de junio con la disolución del Parlamento.
ER: Quiero señalar que si alguien no se engañó con el gradualismo golpista desde el 9 de febrero hasta el 27 de junio, fue Seregni. La izquierda se dividió entre una visión que planteaba ante todo el conflicto civil-militar, y otro sobre “la contradicción principal”, como se decía entonces, entre oligarquía y pueblo, con expectativas sobre un presunto progresismo dentro de las Fuerzas Armadas. Seregni era nítido en la claridad que tenía sobre la situación, aunque debía representar a un conjunto de posiciones diversas. Finalmente –y en esto estamos convencidos de que Héctor desempeñó un papel importante–, Seregni asumió que defender a Bordaberry era imposible y defendió públicamente una vía de salida institucional, con la renuncia de Bordaberry y la asunción de Jorge Sapelli, que daba garantías democráticas.
MP: En ese período, los GAU vamos consolidando una vinculación política que estaba lejísimos de lo previsible. Nuestra propuesta de repartir todas las listas del FA fue apoyada por sectores que venían de los partidos tradicionales, con los que luego nos sentimos peleando en el mismo tono por los derechos humanos. Ese es el origen de lo que se llamó La Corriente, y en eso estábamos en junio del 73, cuando todo cambió otra vez. Tuvimos una fuerte participación en la huelga general, como la habíamos tenido en la decisión de tomar esa medida ante un golpe de Estado y en las previsiones correspondientes. Luego fuimos los primeros procesados por “asociación subversiva” debido a nuestra actividad política, sin ser acusados de ninguna otra cosa.
Comienzan para ustedes años de sucesivos golpes represivos, de 1973 a 1977.
MP: Hubo un proceso del endurecimiento de la dictadura hasta el 78. Al comienzo mantuvimos cierta continuidad en áreas que seguían operando sin un control total dictatorial, y la expresión más notoria fueron las elecciones universitarias de setiembre de 1973. Luego nos acusaron por el estallido de una bomba en la Facultad de Ingeniería, que causó la muerte de Marcos Caridad, un compañero de los GAU. Es un episodio que nunca se investigó a fondo, en el que la dictadura señaló a nuestra organización como responsable antes de que se identificara el cuerpo de Marcos. Decidimos que no íbamos a aceptar que se nos caracterizara así, y nos quedamos en nuestras casas. A Héctor le dieron todo el tiempo del mundo para que pasara a la clandestinidad o se fuera; lo detuvieron tres días después, y a mí meses después. En ese período detuvieron también a Quijano, Julio Castro y Juan Carlos Onetti, entre otros, y a la mayoría nos fueron trasladando al Cilindro, que funcionaba como una cárcel abierta con guardia mínima. Salíamos a comprar bizcochos, hablábamos por teléfono. El juez militar me interrogó sólo sobre política, y al final me dijo: “Ponce, usted va a pasar unos días en el Cilindro y después se va para su casa”. Pero después los mandos militares decidieron un endurecimiento, y 25 de nosotros fuimos procesados por asociación subversiva, con penas de 6 a 18 años.
Los compañeros que siguieron libres fueron reorganizándose en sucesivas etapas y aumentó la cantidad de exiliados, primero en Buenos Aires y, a medida que la situación allí se iba endureciendo, en lugares más lejanos, aunque siempre hubo un grupo que se quedó en la capital argentina, ayudando a los que se iban de Uruguay y manejando información, mientras que en nuestro país se intentaba mantener viva la resistencia y se adoptaban, como decía un compañero, criterios “draconianos” de seguridad, a tal punto que los que estábamos presos pensábamos que sólo quedaba gente suelta. A fines del 77 comenzó el golpe más duro, un poco por casualidad. Le encontraron una cédula uruguaya a un montonero argentino y allanaron el domicilio de la dueña de la cédula, que no tenía nada que ver con nosotros pero el hermano sí. Empezó una operación represiva con cientos de detenciones y torturas salvajes en el Fusna, y hubo unos 30 procesados en Uruguay, básicamente en noviembre. Al mes siguiente golpearon en Buenos Aires, donde capturaron a los principales militantes de los GAU allá y a otros por el mero hecho de tener vínculos con nosotros. Eso llevó a 19 desapariciones que hasta hoy no han sido resueltas. Sólo hay testimonios de gente que vio a integrantes de los GAU en centros de detención clandestina argentinos, y hubo tres niños nacidos en cautiverio que han sido recuperados.
Luego el centro de gravedad de nuestra actividad política estuvo en el exilio, con campañas de denuncia y solidaridad, y en la representación de la central sindical y el FA en el exterior. Ya en la apertura, los que fuimos saliendo de la cárcel y otros nos incorporamos a las actividades por el No de 1980 y el voto en blanco en las internas de 1982, y al funcionamiento clandestino de dirigentes del FA.
A la salida de la dictadura los GAU se insertan en la política electoral frenteamplista de una manera distinta a la de 1971, dentro de la IDI, que presenta sus listas. ¿Esto cambió debido a una evaluación de la experiencia anterior?
MP: No, lo del 71 fue lo que consideramos mejor para el FA en aquella coyuntura. En La Corriente había figuras con apoyo masivo y de brillo parlamentario, y muy probablemente habríamos llegado juntos a las elecciones previstas para 1976. En la IDI tratamos una vez más de encontrar formas de aglutinar y de unificar.
ER: Fue la reedición, en una época distinta y con actores en gran parte muy distintos, de la experiencia de La Corriente. Como esta había resultado muy exitosa, quisimos recrear algo parecido. Sin embargo, el espectro era muy amplio y, en una reflexión posterior, quizá la aceleración que quisimos darle al proceso de unificación fue demasiado fuerte.
En todo caso, y en relación con las tareas que se habían planteado los GAU, hubo logros muy distintos en la formación del frente y en la del partido.
MP: La formulación del partido y de las tareas “de vanguardia” que habíamos manejado correspondían a aquel momento histórico, pero uno siente que actualmente falta algo, una estructura militante con más exigencias, para tareas mucho más sólidas de formación, información y organización. Una concepción de la política en la que lo que importa son las ideas, las metas y los equipos militantes, que diluye los personalismos. No es que no exista, pero su desarrollo no guarda relación con las dimensiones que ha tomado el FA.
ER: Es una manera de ver la cultura política, sus posibilidades de desarrollo y su interacción con la sociedad a partir de proyectos colectivos que se llevan adelante. Han cambiado las formas de vinculación y de interacción comunicacional, pero persiste la necesidad de ese tipo de acción colectiva, con fidelidad en el compromiso y cooperación. Los liderazgos se edifican a partir de eso y si no son tan vulnerables como la propia vida de quienes los llevan adelante.