La militancia para reclamar acciones que frenen el calentamiento global ganó en los últimos tiempos una fuerte impronta generacional, a partir de las acciones de muchos activistas adolescentes y jóvenes alrededor del mundo, entre ellos Greta Thunberg, quien a sus 16 años se construye como una de las referentes de esta lucha.

Para Flavia Broffoni, integrante de la edición argentina de Extinction Rebellion, un movimiento vinculado con Fridays for Future (que tiene como referente a Thunberg), la crisis que estamos atravesando es doble: climática y ecológica. Considera que aunque las chances son escasas, se puede incidir “para modificar la respuesta de los ecosistemas ante los desequilibrios generados, antes de llegar a un punto de no retorno, en el que los ecosistemas empiecen a comportarse de forma imprevisible”. Señala que para que el cambio climático se mantenga dentro de los límites en los cuales la respuesta de los ecosistemas es previsible, debemos mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 grados con respecto a niveles preindustriales.

Con foco en este objetivo, en 2015 más de 170 países integrantes de la Organización de las Naciones Unidas se comprometieron en el Acuerdo de París a adoptar medidas para la reducción paulatina de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y así disminuir el calentamiento global y mantenerlo por debajo de dos grados. Otro objetivo al que se comprometieron decenas de países es el de lograr para 2050 la neutralidad de carbono. “Ir a la carbononeutralidad implica que no haya ni una tonelada más de dióxido de carbono emitido a la atmósfera en ninguna parte del mundo”, lo que se podría lograr a través de medidas de absorción, con reforestación y otras estrategias que compensen las emisiones.

Pero, a pesar de los compromisos asumidos, si no se toman medidas “el escenario es de un aumento de la temperatura global de cuatro grados, con proyección a que dos de esos grados aumenten en la próxima década”, afirma Broffoni, y agrega que “estamos en un punto de no retorno”; en este momento de la historia “es difícil retrotraer procesos que ya se desencadenaron”. Algunos de los efectos a los que puede llevar el calentamiento global son “fenómenos climáticos extremos, fundamentalmente asociados a una desregulación hídrica, lo que podría implicar precipitaciones excesivas y sequías”. Las zonas costeras se pueden ver afectadas por el aumento del nivel del mar, que trae consigo la propagación de enfermedades en los territorios. Para alterar esta realidad, según Broffoni, hay que cambiar el modelo energético y agroindustrial que sostiene gran parte de la economía global, y la regional en particular.

Foto del artículo 'Nuestra América Verde, una iniciativa regional para transformar la economía y reducir el calentamiento global'

La transformación de la matriz energética apunta a dejar de extraer petróleo, y el cambio de la matriz agroindustrial interpela, entre otros, a uno de los sectores primordiales de nuestras economías: la ganadería. “El problema con respecto a las emisiones de GEI no son las vacas, no es el metano que libera la vaca, es toda la logística asociada a la producción ganadera, que va mucho más allá de los gases que producen las vacas”. La producción de soja en América Latina destinada a alimentar ganado chino también está en el foco de atención. “La ventana de oportunidad para cambiar esta realidad es de menos de diez años”, afirma Broffoni desde Argentina.

Alternativas colectivas

Ante este panorama crítico, emergen algunas iniciativas colectivas que intentan promover el debate y construir propuestas. Tal es el caso de Nuestra América Verde (Nave), que según su director, el chileno Rodrigo Echecopar (ex presidente de uno de los partidos integrantes del Frente Amplio chileno, Revolución Democrática), surge ante “la preocupación de que no se está respondiendo con la urgencia necesaria a la emergencia climática”.

Nave es una iniciativa apoyada por la Fundación Saberes Colectivos y la Red de Innovación Política de América Latina, y su intención es presentar un plan de transformación económica y social para “descarbonizar nuestras sociedades, mientras avanzamos hacia mayores grados de igualdad y a la ampliación de derechos sociales”. Incluye compromisos regionales en diversas áreas, como energía, transporte, ciudades, agricultura, conservación y aforestación, y también proyectos conjuntos de inversión en investigación y desarrollo, economía verde y financiamiento de carácter redistributivo. Los objetivos de esta iniciativa consisten en crear “una red de elaboración y colaboración entre liderazgos políticos y sociales comprometidos con una agenda progresista para enfrentar la emergencia climática”. Quieren dar la discusión, con una agenda ambiciosa para lograr “la tan necesaria transición ecológica”.

“América Latina es uno de los continentes más expuestos a la emergencia climática”, explica Echecopar. “Más de 50% de la población vive en países con alta vulnerabilidad a la emergencia climática y más de 50% del PBI está vinculado a actividades que son vulnerables a la emergencia climática”.

“Una transición justa”

Existe una preocupación entre sectores progresistas de la región por estos fenómenos, y este proyecto busca consolidarse a través de la articulación entre referentes de distintos países. Plantean hacer “una transición justa”, y por eso el impulso para una “transformación verde” debe venir necesariamente de una coordinación regional.

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Tienen la idea de presentar una hoja de ruta de coordinación y articulación latinoamericana para “transformar la economía de cara a 2030”. Ya se sumaron a este plan integrantes de los parlamentos de Brasil, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, México y Colombia, y están previstas algunas acciones para lograr que Uruguay se sume próximamente.

Para Pedro Glatz, director de contenidos de Nave, “se busca que liderazgos políticos y movimientos de América Latina y el Caribe adhieran a una agenda estratégica que involucre medidas para generar una transición hacia un modelo productivo” que se ajuste a las condiciones establecidas en “los acuerdos internacionales, entre ellos el de París”.

La realidad del cambio climático implica esfuerzos de mitigación que logren generar una región carbono neutral de acá a 2050. “Lo relevante es cómo queremos hacer esto: queremos hacerlo de manera mancomunada, entendiendo que los límites de la soberanía nacional han hecho difícil la coordinación para la urgencia climática que hoy en día tenemos”, explica.

Glatz destaca que además de estar unidos por la cercanía geográfica, el foco está puesto en que la región adopte la idea de justicia climática. “Las convenciones internacionales de cambio climático establecen principios de responsabilidad diferenciados pero comunes, según los cuales todos somos responsables de la crisis ecológica y climática”, afirma. Pero algunos estados son más responsables que otros, y eso tiene que ver con la concentración de la industria y la riqueza. “Por una cuestión de justicia climática, creemos que es relevante que llevemos una agenda conjunta de exigencia para los países desarrollados que permita acompañar este proceso de transición”, agrega.

Áreas comunes

Identificadas las áreas estratégicas que hoy en día inciden más en el deterioro ambiental y en particular en la emisión de GEI, es preciso transformarlas tomando en cuenta que gran parte de la población de América Latina vive de estas industrias, como es el caso de la explotación de hidrocarburos y la producción ganadera. Además de la emisión de GEI que genera la industria bovina, el fomento del modelo agroexportador, el monocultivo, el alto uso de agroquímicos y pesticidas han generado una intervención artificial fuerte, que ha agravado la situación incluso más.

Glatz considera que para disminuir el impacto ambiental, el desafío inicial es promover otro tipo de dietas para quienes habitamos esta región. “Tiene que ver con proporcionar otro tipo de dietas, saludables y nutritivas, que generen bajas en la emisión de GEI”.

También hay que pensar, y no es un tema menor, en cómo habitamos el territorio. “Nuestra región es la que tiene mayor tasa de urbanización del mundo; los desafíos en vivienda y planificación urbana en nuestro continente son brutales”, afirma. Para esto es necesario pensar en “ciudades más compactas, con una densificación ordenada y planificada, con un importante aporte de construcción de nuevas viviendas sociales que permita solventar el déficit habitacional, que es cercano a los 50 millones de plazas en la región”.

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Otro elemento clave es el acondicionamiento y reacondicionamiento térmico de otro tanto de millones de viviendas a lo largo del continente. “La eficiencia energética que requerimos para disminuir la carga sólo se va a lograr si reacondicionamos los domicilios en los que las personas viven”, dice Glatz.

“Queremos poner sobre la mesa la necesidad de cuestionar las nociones tradicionales de propiedad industrial e intelectual en materia de tecnología que es requerida hoy en día para hacer una transición y para que las personas puedan sobrevivir a la crisis climática”, manifiesta. En ese sentido, su colectivo propone una regulación continental que se haga cargo de esto.

Para mantener el calentamiento global por debajo del umbral de 1,5 grados se necesita una transformación profunda, inmediata y sin precedentes de nuestra sociedad. “Nuestra región enfrenta la emergencia climática global, uno de los desafíos más importantes de nuestra generación”, explica Echecopar, y agrega que para eso “tenemos que cambiar radicalmente nuestro modelo de producción y patrón de consumo”.

“La región necesita urgentemente una visión de una América Latina con cero emisiones netas. El alcance de esta meta tiene que alcanzarse mediante un camino de justicia social, impulsando iniciativas que amplíen derechos sociales, que generen una presión redistributiva y que promuevan empleos buenos y sustentables”, afirma. El esfuerzo está puesto en elaborar una narrativa regional que enfrente la emergencia climática a través de un plan de transformación económica y social que aborde desafíos nacionales y regionales para que América Latina disminuya la emisión de GEI antes de 2030, sin que esto perjudique a los sectores más vulnerables.

Evitar la extinción

Extinction Rebellion es un movimiento que tiene filiales en todo el mundo, en más de 60 países. Sus integrantes se definen como “rebeldes contra la extinción”, personas que deciden “resistir masivamente frente a un sistema que atenta contra la existencia”.

En octubre de 2018, en Londres, un grupo de científicos y activistas se reunieron para hacer la Declaración de Rebelión. La base de la filosofía de Extinction Rebellion es “la desobediencia civil no violenta”. Afirman que “cuando los gobiernos y las leyes van en contra de la vida y la salud de miles de millones de personas y seres la desobediencia civil se transforma en un derecho y una obligación”.

Son un movimiento político no partidario, que considera que las acciones individuales, aunque necesarias, no son suficientes para lograr el cambio sistémico para evitar el colapso. Ejecutan acciones de desobediencia civil de alta visibilidad para incrementar la conciencia de la población y presionar a los gobiernos. “Lamentamos los inconvenientes que esto pueda causar. Estamos intentando detener el colapso sistémico”, dicen. Su objetivo es movilizar a 3,5% de la población global.