Qué serios los cuerdos, normales. / Qué pocos los locos del mundo. “Locura”(*)

Cuando Amanda Della Ventura despertó la mañana siguiente a un domingo de elecciones nacionales, se encontró convertida en senadora electa. El teléfono se le fue atestando de mensajes, llamadas entrantes atendidas y perdidas, y su nombre empezó a ser repetido ante micrófonos, cámaras, en pantallas de computadoras y teléfonos, e impreso en negro sobre blanco como nunca llegó a imaginarlo posible, sobre todo porque en su departamento era candidata a la diputación y fue respaldada por sólo 750 votos. Ella no aspiraba a mucho más que a ayudar al triunfo del Frente Amplio y, además, a la posibilidad de que la Vertiente Artiguista, su sector, lograra una banca en la cámara alta. “Fue sorpresivo. Trabajábamos para tratar de que Enrique Rubio –también floridense– accediera al Senado. Nos parecía que la Vertiente tenía que volver al Parlamento. Pero en realidad nunca pensamos que fuéramos a sacar dos senadores”, admitió a la diaria.

Della Ventura, que en Florida para todos es Amandita, tiene 64 años y es edila departamental desde 1990. Tenía en aquel entonces la costumbre de esperar los domingos y devorar de inmediato La República de las mujeres, así como anotarse a cursos y talleres a partir de los cuales no dudaba en impulsar, junto a un puñado de otras raras avis vernáculas –en el caso de Amandita, con el agravante de no andar buscando, en aquella Florida, las obligatorias plenitudes en un proyecto familiar de pareja e hijos–, actos para los 8 de marzo e instancias en las cuales se invitaba a pensar, en cualquier momento del año, sobre los roles asignados por género y las condenas silenciosas que estos implican.

–En esa salida de la dictadura era todo nuevo, porque era cada una haciendo su cabeza, haciendo el proceso para entender por qué estábamos en esta sociedad patriarcal y qué era y por qué existía el machismo.

–Me imagino que, en aquel momento, tus palabras generaban un casi unánime vade retro...

–Sí, y el feminismo, que ahora es tan común, en ese entonces era muy mal visto.

Su militancia partidaria venía desde la agonía de la dictadura; leyendo, literalmente. “Fue a través de Alberto Cruz –un miembro de los Grupos de Acción Unificadora, destituido como docente a mediados de los 70 y desde entonces librero–. Él andaba con la biblioteca circulante y traía información. Y ahí como que fui viendo y me gustó acercarme a su sector”. Empezó agitando la bandera roja de la Izquierda Democrática Independiente con el sol amarillo de la Resistencia Obrero Estudiantil, integrando un núcleo local tan fuerte que, luego de los comicios de 1984, la publicación sectorial de alcance nacional tituló “Floridi”.

No sólo sobrevivir

Pese a no que no es uno de los sectores mayoritarios del FA, dos de los seis actuales intendentes frenteamplistas son miembros de la Vertiente Artiguista: Oscar Terzaghi (Río Negro) y Guillermo Caraballo (Paysandú). Terzaghi dijo a la diaria que si bien fue sorpresiva la obtención de dos bancas en el Senado, hay razones para entender por qué el electorado frenteamplista lo hizo posible. “La Vertiente Artiguista siempre tuvo una fuerte impronta en el interior del país. Incluso en los peores momentos desde el punto de vista de la adhesión de la gente en los actos eleccionarios”, afirmó, apuntando que aunque el sector “ha sido visto como muy montevideano, sobre todo por la impronta de Mariano [Arana], en realidad siempre ha tenido un fuerte arraigo en el interior, y lo mantuvo, aunque capaz que eso no se traducía en las elecciones, en otra cosa que ediles en las juntas departamentales de todo país. De todos modos, mantenerlo así le fue dando una presencia durante muchos años que en algunos departamentos, como el nuestro, dio su fruto”, dijo el jefe comunal, quien antes fue candidato a la intendencia y a diputado, pero siempre le había tocado perder. “¡Si habremos sabido de derrotas! Y después seguir, levantarse al otro día y seguir”. “En la dinámica electoral parece que no, pero a la larga la gente identifica el haber estado siempre”.

Siempre ahí

De los tres tipos de ambiciones políticas descritas por Joseph Schlesinger y frecuentemente referidas por ciencistas políticos (progresiva, estática y, ya hacia el retiro, discreta), difícilmente se la pueda identificar con la primera. Incluso por estas horas parecía más bien ubicada en la tercera, en la frontera entre las dos últimas. Claro que fundamentalmente a partir de la llegada del Frente Amplio (FA) al gobierno nacional, e incluso con la gestión departamental frenteamplista encabezada por Juan Francisco Giachetto (2005-2010), empezó a notar cómo el acceso a cargos ejecutivos desnudaba, en militantes cercanos, aspiraciones personales hasta entonces maquilladas; los vio moverse de sector en sector, cambiando de áreas de gobierno impensables para sus perfiles.

Y ella ahí, indemne, alejada, pareciendo cada vez más sola y hasta atrapada por viejos paradigmas.

Oda a la Ciao amarilla

Hace tiempo que Amandita es parte del paisaje local; no sólo en los medios, también en las actividades del FA, de la Junta Departamental, de las mujeres organizadas, de ADEMU –es maestra jubilada–, entre cristianos progresistas, o con el grupo local de apoyo a Familiares y Amigos de Detenidos Desaparecidos, del cual fue una de sus referentes desde que, como en los 8 de marzo, cada 20 de mayo un grupúsculo empezó a caminar por las calles de Florida frente a la mirada despectiva de buena parte de la vecindad. También es parte del paisaje urbano al mando de su Ciao 50 cc de color amarillo, yendo tanto a la Junta como a repartir algunos de los ejemplares del boletín frenteamplista Desde el pie o hasta donde alguien esté necesitando una mano.

Es único hasta su casco blanco con la vieja bandera del FA. Dice que no se le ocurre que por su nuevo rol sea necesario cambiar de vehículo, y de hecho ya está pensando qué destino le dará a su sueldo de legisladora, porque siente que tampoco va a necesitar ese ingreso. “Debe ser la persona más desprendida que conozco”, dice Alberto Cruz. En la Junta Departamental no cobra sus reintegros de gastos. Mientras se le sigue atestando el teléfono de mensajes que en muchos casos no ha podido responder –en los que una y otra vez le dicen, propios y ajenos, que hay mucho de justicia poética en su elección–, Amanda Della Ventura empieza a preocuparse por cuando deje de ser senadora electa y le toque asumir. “Con el paso de las horas me empiezo a preocupar más, porque es una gran responsabilidad. Estar ahí representando a tanta gente, a tantos frenteamplistas, y mirar por el conjunto de la población no va a ser una tarea sencilla. Vamos a tratar de aprender”. “El primer desafío es que pertenezco a una bancada y a un programa que aprobé en un congreso, y a eso tengo que responder primero”. “Por otro lado, tanto si se es gobierno u oposición va a ser necesario el diálogo. En ese sentido, aunque se me vea como porfiada, creo que tengo bastante antecedentes de trabajo conjunto tanto en las comisiones como con representantes de otros partidos. Allí puede haber otro desafío”.

Como gallo comiendo tripa

A Amandita no le importa. En realidad sí le importa, pero ni ahí de reprimirse. No la frena escuchar el murmullo de fondo, ni las risitas irónicas, ni que le anden zumbando ridiculizaciones o motes como el de “terca”. No le importa y va de nuevo, derecho a matadero, cada vez que pide la palabra en la Junta Departamental. Hace más de un año que el presidente del órgano no le dice “edila” sino “edil”, con el argumento de que en la Constitución de la República no aparece esa letra “a” al final. Llega el turno de Amandita, que va a hablar sobre el estado de una calle, sobre una compra realizada por la intendencia o a comentar las respuestas –o falta de estas– a un pedido de informes que tramitó meses atrás, y tiene claro que se va a pechar contra una pared, como le ocurrió hace diez minutos y hace dos horas, y como le viene ocurriendo sesión tras sesión:

–Tiene la palabra la señora edil Amanda Della Ventura.

–Qué pena que esta Junta ha retrocedido en el lenguaje Inclusivo y de género en lo que va de este período.

El diálogo se repite las veces que sea necesario. Los taquígrafos no tienen más que copiar y pegar, copiar y pegar, tantas veces como se le haya dado el uso de la palabra. Y a nadie sorprende, ni en la Junta Departamental ni en ningún otro ámbito en el que ella haya actuado.

“Tengo esa persistencia –dice Amandita–, es una de mis cualidades, muchas veces muy criticable, y entiendo que lo sea, porque esa persistencia puede ser vista como porfía. Pero son las pequeñas cosas que también hacen, por ejemplo en este caso, a la no invisibilización de las mujeres”. Oscar Terzaghi, intendente de Río Negro, la conoce desde hace décadas. Cree que “esa terquedad y esa intransigencia” de la que suele ser acusada son “principios éticos, y esas cosas tienen un valor agregado”. “Uno podría quejarse de que tácticamente esa inflexibilidad no conviene, pero la otra cara de la moneda es que es así por la fidelidad a determinados principios que para ella son innegociables”.

(*) En 2013 Amanda Della Ventura publicó el libro Poemas del camino.