“¿Hay pobres acá?”, preguntó Mayra Arena a un auditorio de casi 100 personas lleno. Algunas manos se levantaron, no más de diez. “Levanten la mano los que trabajan”, dijo entonces, y ahora las manos colmaron el lugar. “Bueno, son todos pobres, chicos, si no fueran pobres no laburaban”, remató, y la sala se llenó de aplausos. Arena contó que se dedica a hablar de pobreza, aunque en realidad siempre tuvo “algún oficio”; ahora hace seis años que es depiladora y está en cuarto año de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Tres de Febrero en Buenos Aires. Pero fue hablar de pobreza lo que la hizo venir a Montevideo, lo que la hizo dar charlas y conferencias.
Llegó invitada por la lista 182 del Frente Amplio –del espacio PAR: Participar, Articular, Redoblar–, que lidera Cristina Lústemberg. El evento, que fue en La Huella de Seregni, llevó por nombre “La infancia y el futuro”, y pretendió dar respuesta a la pregunta “¿es posible romper el círculo de las desigualdades sociales?”. El espacio PAR, y Lústemberg en particular, impulsan la aprobación de una ley integral sobre primera infancia.
El 10 de marzo de 2018 Arena escribió un post en su cuenta de Facebook que tituló “El beneficio de ser pobres”. Ese post al día de hoy fue compartido más de 70.000 veces, pero incluso al poco tiempo de que lo publicara Arena fue invitada una y otra vez a dar charlas –entre ellas su famoso TED “¿Qué tienen los pobres en la cabeza?”– y entrevistas. Y una y otra vez combatió los insistentes intentos por convertir su historia en una oda a la meritocracia y resistió a la manía de romantizar la pobreza. Porque lo que hace lo hace con un sólo fin: erradicar la pobreza y lograr la justicia social.
¿Qué tienen los pobres en la cabeza? | Mayra Arena | TEDxBahiaBlanca
“Me dedico a hablar de pobreza porque viví en una villa hasta los 18 años, me fui, después volví a los 19 y me fui definitivamente a los 20”, contó. Dijo que tiene un privilegio y que es “no tener cara de pobre”, algo que explicó que está moralmente mal decir pero que existe: “Tenemos un imaginario de cómo es la cara de pobre y cómo es la pinta de chorro; aunque digas que no y que vos no juzgás así, yo estoy segura de que si vas caminando de noche y te cruzás un chabón con determinada facha vas a agarrar fuerte el celular y no está mal, no es ser mala persona, es de alguna manera lo que hemos aprendido”.
Sin embargo ella, por azar, no la tiene. Y lo que tampoco tiene es vocabulario “de pobre”, algo que contó que muchas veces casi que le recriminan: “¿Cómo decís que sos pobre y hablás tan bien?”, dijo en tono irónico que más de una vez le preguntaron. Pero esta vez no fue por azar: Arena contó que cuando era chica su abuela le traía libros de la casa de un señor para el que trabajaba y que, como no tenía tele, los leía y releía, y después iba por su barrio diciendo palabras que, según recordó, ni ella sabía bien qué significaban. Muchos años después, cuando se hizo más conocida en su ciudad, tuvo una entrevista en una radio local y el entrevistador era el que una vez había sido jefe de su abuela. Arena contó que cuando terminó la entrevista, y luego de relatar esta misma historia, el entrevistador se puso a llorar y le dijo: “Siempre pensé que tu abuela se llevaba los libros para venderlos”.
Arena explicó que el problema de la pobreza no es “únicamente económico”, es un tema multidimensional y así debe ser tratado en las políticas sociales. Para explicarlo puso el ejemplo de un niño que crece con el “combo de la pobreza” –que incluye tener menos recursos y estímulos, acceder a cosas y a formación de menor calidad–, y al que además se le suman condiciones de violencia y marginalidad, que, aunque pueden estar presentes en todas las clases sociales, en la pobreza “aumentan de forma brutal”. Este niño cuando crece es “un peligro”, no tanto para la sociedad, sino para él mismo. Es y se muestra agresivo porque lo que tiene, explicó la activista, es resentimiento; “La sociedad se ha encargado de que esté resentido”. Y esto no se soluciona con un apoyo económico. Como este resentimiento está acompañado, generalmente, de violencia y adicciones, darle plata sólo le daría “más problemas”. “Todo el combo que viene con la pobreza es mucho más complejo de erradicar que si fuera una cuestión meramente económica”, sentenció.
Tipos de pobreza: una clasificación por anécdotas
Arena explicó que, según su perspectiva, hay varios tipos de pobreza. Esto, más que tener una base teórica, tiene una base vivencial, y ella misma va contando ejemplos que ilustran la clasificación. Confesó que siempre cuando describe uno de los tipos está pensando en alguien que conoce o conoció que era así.
“Después de los marginales, de los que están más abajo, venimos los pobres de raza”, dijo. Los “pobres de raza” son la segunda, tercera o cuarta generación de pobres en la familia, explicó, y son los que solamente conocen la vida en la pobreza. “Somos los mejores pobres, porque sabemos ser pobres; sabemos sobrevivir sin plata, sabemos dónde pedir y qué cosas pedir o qué cosas no tiene sentido pedir porque nadie te las va a dar. Y porque sabemos sobrellevar esa vida sin la violencia del resentido, y sin la amargura del que es pobre pero no conocía esa vida”, contó. Según ella, esa es su principal fortaleza: saben cocinar con lo que tienen, comen lo que hay, toman cualquier yerba, saben manejarse en esa economía, conocen su barrio, su villa y todos los transportes públicos que existen. Dice Arena que ese pobre “es pobre y se la banca”.
También contó que están los pobres de “clase baja alta”, donde ella también se ubica. Esta categoría incluye aquellos pobres que tuvieron un ascenso, ya sea económico, laboral o académico, pero, sin embargo, se los sigue viendo como pobres. “La sociedad, cuando odia al pobre, no lo deja de ver como pobre; el pobre que gana plata es un pobre con plata, no se vuelve, de ninguna manera, de clase media”, dijo. Y, entre risas, también contó que a los pobres que “ganan un poco de plata” se les “nota más lo pobre”, porque tienen costumbres que evidencian su pasado. La activista dijo que es difícil ser clase alta baja porque estás “desclasado”; no se sienten bien con las personas con las que viven y trabajan luego del ascenso ni tampoco con sus amigos de la villa –aunque Arena dijo que “por suerte” a ella no le pasó con sus amigas–.
Arena contó que, según la clasificación que estaba haciendo, hay tres formas de ser de la clase alta baja: el “negro con plata”, el “piojo resucitado” y el “pobre antipobres”. Y a todas las describió con mucho sentido del humor y mucha sensibilidad crítica.
El “negro con plata” es, quizás, el más conocido. Es aquel que hizo plata, que “la pegó”, pero sigue viviendo en la villa, sigue escuchando la misma música y hace todo lo que hacía antes pero con más plata. Tiene orgullo de su barrio y de sus costumbres. Arena puso un ejemplo para identificarlo fácilmente: Diego Maradona. La activista dijo que los “negros con plata” no ocultan sus gustos, y esto a la burguesía le genera “rechazo”. En tono sarcástico, parodió: “Mirá este, tiene toda la guita y a su fiesta de cumpleaños lleva a Los Wawancó, es un mersa”, y nuevamente hizo estallar de risa al público.
Dentro de la clase alta baja también está “el piojo resucitado”, que para Arena es uno “de los seres más nefastos”. Lo caracterizó como esa persona que hizo un poco de plata –pero no tanta–, pudo tener una casa o un auto mejor y de repente se olvidó de dónde viene y de qué hizo y empieza a discriminar. El “piojo resucitado”, dijo Arena, “se muere por ser como su antiguo opresor” y “se siente exclusivo mediante excluir a los demás”.
La última forma de ser de la “clase baja alta” que expuso es el “pobre antipobres”; según la activista, “el más peligroso de los pobres”. Arena contó que hace un mes estaba trabajando en frente de la Villa 31, en Buenos Aires, y se tomó un Uber. El conductor, “con toda la confianza del mundo”, le dijo: “Yo con estos [en referencia a los que viven en esa villa] sabés la limpieza que hago, a mí Bolsonaro no me ata los cordones”. Cuando ella le contó que no compartía su opinión porque era de una villa similar el conductor le dijo que él también, que era de la Villa 1-11-14, una de las más críticas de Buenos Aires, según Arena. El problema del “pobre antipobres”, contó, es que se cree especial, cree que si viene alguien que realmente quiera limpiar al país de pobres, él no va a caer. Un rico puede pensar lo mismo, dijo, pero “se va a cuidar más” al decirlo.
La pobreza no se acepta, se erradica
Arena contó que en este momento Argentina está en plena crisis: “Esas ofertas a la gente le pueden llegar a entusiasmar, sobre todo a los turistas, pero en realidad son muestras de grandes tragedias económicas; gente regalando su trabajo porque no hay nadie dispuesto a pagar un precio mejor”. En esos momentos en que la pobreza empieza a comerse a la gente de a poco, quienes tienen más dinero a veces practican la solidaridad. Sin embargo, Arena advirtió que este ejercicio es peligroso, más aun cuando “ayuda más al que lo hace que al que le da”. Dijo que este ejercicio a veces se torna adictivo para algunas personas, porque les da satisfacción ver que por segundo hicieron sonreír a alguien. “Cuidado con enviciarse con eso, tenemos que querer, como militantes, que los pibes tengan acceso a todo lo mismo que tiene otro pibe, pero no para sentirnos bien con nosotros mismos, sino porque es un acto de justicia”, reflexionó.
Para Arena este acto de justicia tiene que ser muy grande para poder revertir el grado de injusticia que está latente en nuestra sociedad –y en todas–. El acceso a la educación es mucho más que recibir educación, y aunque la educación se reciba hay muchos otros factores que influyen en el desarrollo y en el acceso a oportunidades. “Las redes de contactos que uno construye son los vínculos que uno va formando desde chico, y uno se junta desde chico con gente de su misma clase social”, dijo. Y las costumbres, los juegos y las relaciones se aprenden y comparten con esa misma clase.
Otra cosa que también se aprende, dijo Arena, son las aspiraciones. “Cuando vos sólo conocés gente pobre y sólo conociste la vida de pobre, tenés aspiraciones de pobre”, relató. Ilustró esto, una vez más, con un ejemplo propio. De chica salía con su hermana a pedir por el barrio casi todos los días. Y, a veces, pasaban por casas grandes y bien equipadas, de alguien que “la pegaba” pero se quedaba en el barrio. Cuando pasaban por ahí, miraban las casas y decían: “Fuah, ojalá algún día vengamos a limpiar acá”. “Esas eran nuestras aspiraciones, limpiar las casas de los ricos; ni se nos había cruzado por la cabeza tener una casa de esas”, contó.
Arena dijo que la razón por la que pudo empezar a tener otras aspiraciones fue porque una vez le exigieron más y le sembraron “una semilla”. El encargado de sembrar esta semilla fue un señor mayor al que cuidó cuando tenía 15 años y todavía no había terminado la escuela. Para conseguir ese trabajo y otros –en ese momento ya tenía a su primer hijo, al que parió a los 14– dijo que era mayor de edad y que sólo le quedaban dos materias para terminar el liceo. Estaba acostumbrada a decir eso, era la única forma que tenía de conseguir trabajo. Y, por lo general, cuando lo decía, la gente la felicitaba, les parecía muy bien que teniendo “19” años, siendo pobre y teniendo un hijo estuviera tan cerca de terminar la educación media. Sin embargo, cuando le dijo a este señor que comenzó a cuidar –que dice que, junto con su esposa, son “la base de toda la suerte” que ha tenido– que sólo le faltaban dos materias para terminar, él le respondió: “¿Y cuándo pensás darlas?”.
Esa semilla de “poder aspirar a más” es la que Arena fomentó a plantar. No felicitar a un niño que está pidiendo en la calle por ir a la escuela; eso, dijo, es lo que para los niños que no son pobres es obligación. “¿Conocen a alguien que felicite a sus hijos por ir a la escuela?”, preguntó, y dijo entonces: “¿Por qué a los pobres nos ponen la vara tan baja?”. Reflexionó que si se le exige tener mayores aspiraciones, ellos luego se van a cuestionar por qué no tenerlas y quizás así terminen haciendo una carrera universitaria. “Si ustedes logran poner esa semilla no hay nada que la pueda matar”, dijo.
Arena explicó que es “muy difícil” hacerles entender este pensamiento a algunos sectores de la sociedad. “Los que estamos acá, todos tenemos un interés genuino por lo social, nos molesta y nos duele la desigualdad, queremos que se termine. Pero hay gente a la que no le importa, y tenemos que aceptarlo porque también la necesitamos de nuestro lado”, dijo. La activista contó que a la gente a la que “no le mueve un pelo” ni siquiera la pobreza extrema –que, según ella, es de todas las clases sociales– sólo le importa lo que los beneficia a ellos. Y hay que convencerlos de erradicar la pobreza diciéndoles que a ellos “también les sirve”. “A esa gente hay que militarla como se pueda, y si es necesario ponernos a su altura, lo hacemos, porque somos militantes”, dijo. Arena finalizó diciendo que la intención de sus charlas no es que la gente repita sus anécdotas de la pobreza, sino lograr que los interesados convenzan a los indiferentes y que no se les siga poniendo la vara tan baja a los pobres.