Proyecto Cárcel Pueblo es una propuesta de urbanismo colaborativo y participativo con intervención en la Unidad 6 Punta de Rieles. Esta cárcel, dirigida por Luis Parodi, “imita el afuera en el adentro”, con un funcionamiento similar al de un barrio o un pueblo. Todas las personas que habitan la cárcel estudian o trabajan, tienen rutinas alejadas de la violencia destinadas a la producción de nuevos sentidos para la privación de libertad.

El proyecto generó una propuesta urbana y arquitectónica para las tres hectáreas que ocupa el predio de la cárcel. Es llevado adelante de forma interdisciplinaria por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, la Facultad de Psicología y el Programa Integral Metropolitano de la Universidad de la República. La propuesta, que involucra a unas 35 personas, incluye arquitectas y arquitectos, psicólogas, diseñadoras, estudiantes de Arquitectura y de Psicología. También participaron, como protagonistas esenciales, quienes habitan el lugar, es decir, las personas privadas de libertad y quienes trabajan en la unidad penitenciaria todos los días.

Diego Morera y Mauricio Wood son arquitectos. Decidieron hacer su proyecto de cierre de carrera sobre cárceles. Las cárceles no habían sido materia de demasiados estudios en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Así, se encontraron con un desabastecimiento informativo y se propusieron producir conocimiento en esta materia.

Morera y Wood lograron transgredir los caminos comunes que transita la arquitectura. Así, dieron origen a Prison to Prison, que pone en debate esta disciplina a la hora de pensar los modelos carcelarios y analiza desde este punto de vista la relación entre la Unidad 1 Punta de Rieles (construcción público-privada) y la vieja Punta de Rieles. Las cárceles son contiguas y comparten nombre, pero son antagónicas. La Unidad 1 privilegia los muros y el encierro; en la Unidad 6 la vida confluye en espacios abiertos. Prison to Prison representó a Uruguay en la Bienal de Venecia 2018.

Con la apertura de la Unidad 6 armaron el Proyecto Cárcel Pueblo. A días del cierre de la propuesta, que incluyó una semana de actividades en el Subte de Montevideo, Sergio Aldama, Cecilia Lombardo, Jimena Ríos y Diego Morera conversaron con la diaria. Al igual que Morera, Aldama y Lombardo son arquitectos. Ríos es diseñadora teatral y museóloga.

Urbanismo colaborativo para pensar las cárceles

Lombardo define el urbanismo colaborativo como una metodología de trabajo en la que la dimensión social de los núcleos barriales forma parte esencial del proceso de construcción. “Quien vive ahí es quien sabe las potencialidades y las deficiencias del lugar”. Se genera un diálogo que resulta en una producción colectiva de planificación urbana.

Morera explica que este proyecto es algo inédito, “tan inédito como es la cárcel de Punta de Rieles”. Por momentos uno “se olvida” de que está habitando una unidad penitenciaria. “Una vez que entrás te olvidás de que hay un muro. Hay muchas cuestiones que te recuerdan que estás en una cárcel, porque sigue siendo una cárcel y funciona como tal, pero nosotros encontramos un diálogo, personas con rutinas distintas y cosas que funcionan igual que en el afuera”, explica Ríos.

Para Aldama, la arquitectura no se había fijado en las cárceles porque “es un tema duro que la pone en jaque y la cuestiona”. “Se podría decir que de cierta forma la arquitectura falla o tiene que poner herramientas cotidianas que no se parecen a las que trabaja generalmente”. Esto obliga a pensar de otro modo y “sirve para salir de ese lugar de confort”. Aldama explica que la arquitectura no puede trabajar sola, sino que tiene que pensar junto con otras disciplinas, como la psicología y la antropología, ya que debe comprender “cómo se vive y se habita”. Agrega que antes el urbanismo era personal, de alguien, de un grupo de arquitectos que ordenaba ciertas cuestiones de la ciudad. “Ahora la ciudad se vuelve una cuestión más compleja y la cárcel pone todo eso en cuestión”.

Según Morera, “en la cárcel la arquitectura muestra su cara más despiadada, la arquitectura como poder y como materialización de relaciones de poder”. Eso es lo que rige casi todo en las ciudades, pero en este tipo de construcciones se hace más evidente aun.

Desembarcar en Punta de Rieles

La cárcel tiene un espacio de tres hectáreas que comprende un pabellón central que fue la cárcel de mujeres en la dictadura. Creció a través de unas calles que estructuran el espacio. Además del celdario, ubicado en el pabellón central, hay 11 barracas en las que viven las personas privadas de libertad. Hay un cinturón industrial en el que se ubican más de 50 emprendimientos productivos. Hay una calle comercial, a la que le llaman “la 8 de Octubre de la cárcel”, en la que hay una panadería, una confitería, almacenes y una pescadería, entre otros comercios. También hay un sector deportivo con canchas y un gimnasio techado. En la parte educativa funcionan la escuela y el liceo.

Morera cuenta que “fueron descubriendo que tiene muchas lógicas de vida que son iguales o muy similares al afuera”. Dice que “charlando con las personas privadas de libertad, cuentan que encontraron dentro del sistema carcelario uruguayo un espacio de libertad en el que podían generar su propia rutina y construir una vida que en otros centros de reclusión no podían ni imaginar”.

Para llegar a la cárcel hicieron talleres con estudiantes para que tengan un abordaje teórico sobre el lugar. Una vez en territorio, buscaron saber qué piensan quienes habitan la unidad. “Una vez que llegamos fuimos desarrollando diferentes talleres para poder escuchar las voces de la mayor cantidad de gente posible a través de herramientas del urbanismo”. Salieron a buscar propuestas por la cárcel y desarrollaron proyectos específicos.

De planes y propuestas: privilegiar los espacios abiertos

Las propuestas de urbanismo carcelario fueron muchas y muy diversas. Construyeron un sistema de señalética con los carteles necesarios para que cualquier persona que ingresa pueda ubicarse. “Nos enfocamos en la visita, que es una parte fundamental para la cárcel”.

“La mayoría de las propuestas se dieron trabajando con el espacio público dentro de la cárcel. Estos espacios de confluencia son una particularidad de esta unidad, por eso rinde potenciarlos”, explica Morera.

Varios sectores fueron clave en el espacio urbano de la unidad. Uno era la plaza, un espacio de encuentro central por el que todas las personas transitan. Las torretas de vigilancia son visibles y abundantes. Están en el perímetro y dentro, aunque las internas no tienen policías. Buscaron resignificarlas mediante una intervención artística. Hicieron una peatonal en la calle comercial. También idearon un modelo de barraca nuevo, un anteproyecto de cómo podía ser una barraca distinta, con un concepto colectivo.

En el borde de la cárcel hay un tramo que no tiene muro sino alambrado, por lo que la vista al horizonte es abierta. En la entrada hay un sector con un baldío muy grande dentro del predio de la unidad en el que se considera la construcción de un parque. “Fue una propuesta de las personas privadas de libertad para poder compartir con sus familias, tener un espacio de esparcimiento”.

Morera cuenta que nunca se les hubiera ocurrido tener un parque. “Como vimos un espacio vacío, queríamos poner cosas. Ellos nos dijeron que no, no más construcciones; precisamos aire y verde, poder mirar el horizonte. De ese intercambio surgió la idea de tener un parque, algo que nadie pensaría nunca en tener dentro de una cárcel”, dice.

Sergio Aldama, Jimena Ríos, Cecilia Lombardo y Diego Morera.

Sergio Aldama, Jimena Ríos, Cecilia Lombardo y Diego Morera.

Foto: Federico Gutiérrez

Para Lombardo, “esto demuestra cómo uno tiene que cambiar la cabeza”. Tocó reflexionar al respecto: “Ellos están encerrados a partir de las cinco de la tarde; de día están afuera pero a partir de esa hora viven el encierro, por eso para ellos los espacios abiertos son vitales. Tenés que hacer un clic para comprender esto”.

Hay otras propuestas que son más utópicas, como vaciar el celdario y convertirlo en un centro cultural. También hay un proyecto de reordenamiento del sector industrial, que abarca a todos los emprendimientos. “Hay mucho intercambio entre las propuestas que se quiere hacer y el espacio, que permitan tener más emprendimientos con cierto criterio urbano”, explica Aldama. Hay otra idea que es la ampliación del sector educativo, y hay muchas otras que tienen que ver con la gestión del espacio.

El choque de modelos

Aldama define la construcción contigua de la Unidad 1 como “lo opuesto”. “Hay una cárcel que habilita el contexto para la vida y que le da la posibilidad de construir herramientas y tener capacidades para salir adelante. La otra cárcel propone el encierro absoluto, con espacios muy duros, que van contra la vida”. Y agrega: “Si a una persona la tenés encerrada todo el día y la dejás salir un par de horas a un patio que tiene un muro de cinco metros de hormigón, no genera nada bueno. Va contra el cuerpo y contra la mente”.

Además de ser el opuesto a Punta de Rieles, es un modelo perimido. “En todo el mundo se sabe que este tipo de cárceles no deberían existir, representan otra época, son del siglo XX, son modalidades que ya nadie debería construir. La cárcel debe pensarse desde otro lugar, ya no debe ser una cárcel, debe ser otra cosa, si no vamos a seguir repitiendo algo que ya sabemos que es un error”, sigue Aldama.

Otra de las cosas que analizaron son los sonidos que se emiten en las cárceles. “Cuando estás en la cárcel pueblo parece que la otra cárcel no tiene vida, las ventanas no tienen nada, no sabés si está habitada o no, no ves gente”, cuenta Morera. Lo único que llega a la Unidad 6 son los sonidos de la tecnología de la Unidad 1. “Llega el sonido de unos altavoces, que parecen de aeropuerto, que dan órdenes. Tiene una voz robótica que emite órdenes mediante altavoces, ese es el sonido que emite: la autoridad”. En cambio, los ruidos de la Unidad 6 son los sonidos “de la vida, del barrio, de la gente en la calle que se saluda y que intercambia”. “Hay una arquitectura y una gestión que posibilita y habilita y otra que no”, sentencia Morera.

La materialidad habilita y “hay un posicionamiento de la arquitectura frente a lo que puede habilitar o inhabilitar”. Tiene que ver con la arquitectura y con la gestión, que pretenden habilitar otras cosas.

Morera explica que “cada proyecto tiene una visión técnica e ideológica” y “uno se para en un determinado lugar cuando construye algo”. “Luis Parodi habilita cosas, y eso se ve. La clave está siempre en habilitar cosas. Hay espacios que pueden obstaculizar procesos sociales. Hay distintas formas de habitar el encierro”, comenta.

Para Ríos, “el espacio se mezcla con nuestra vida cotidiana”. “El espacio que está en tu contexto es lo que vos podés en ese espacio y cómo te podés posicionar para vincularte con ese espacio”.

Morera dice que “ejemplos de arquitectura como materialización de la violencia hay miles y están en todos lados”, y agrega: “Estamos en una época en la que los muros cada vez marcan más diferencias. En los barrios privados, en las torres exclusivas de Punta del Este y en las cárceles”. Plantea que para ver la violencia de los muros podemos observar desde ejemplos más cercanos hasta el muro que quiere construir Donald Trump en la frontera de Estados Unidos.

Cárceles que se parezcan al afuera

Aldama define la vieja Punta de Rieles como un modelo territorial, “porque sale para afuera”. Dice que “la cárcel rompe los muros”, pone como ejemplo que “el pan que se hace dentro de la cárcel lo podés comprar en el almacén de tu barrio”.

Para Morera el planteo es muy básico: “cárceles que se parezcan al afuera”, a un afuera integrado. “Si querés que una persona se transforme en un proceso de encierro, de la única forma que puede volver a vivir bien afuera es que adentro no sea un infierno, ni que sea un mundo paralelo que no se parezca en nada”.

“La mayoría de las personas que están privadas de libertad han tenido un acceso restringido a la ciudad. Son personas que quizás no tuvieron acceso a la educación, un plato de comida, etcétera. Que las cárceles se parezcan a un afuera digno, con acceso a la educación, a la alimentación, al abrigo, hace que puedas pensar en otras cosas. Tener herramientas hace que cuando vos te enfrentes a salir de la cárcel puedas estar preparado para otras cosas. Eso es lo interesante de este modelo que busca imitar el afuera en el adentro, para que la persona, cuando salga, pueda tener herramientas para vincularse, estudiar, trabajar y no repetir el delito”, dice Ríos.

La mayoría de las personas privadas de libertad tienen entre 18 y 30 años. “Son años determinantes, es un momento de la vida muy importante. No salen de nuevo con 20 años, salen con otra edad y con un cuerpo con el que pasaron mil cosas”, explica Ríos.

“Son edificios de otra época que responden a lógicas punitivas de otro tiempo, que se basan en el castigo y el encierro, afuera de la ciudad y lejos de la vista de todos”, dice Morera. “No se piensa en las personas que están ahí. Tenemos que discutir por qué seguimos pensando en este espacio”, agrega Ríos.

Ejemplos en el mundo

Punta de Rieles es ejemplo en el mundo. Morera dice que hay otros casos de buenas prácticas en cárceles, y que los que más se observan son los de Suecia y Noruega. Uno de los casos más conocidos es la prisión de Bastøy, ubicada en una isla de Noruega. “En realidad es como un pueblo noruego, que la particularidad que tiene es estar en una isla, pero funciona como un pueblo más”.

En Suecia también hay ejemplos. Hay edificios que funcionan en el medio de la ciudad, que parecen hoteles, con áreas comunes y habitaciones normales. “No se parece en nada a una cárcel. Esos son los modelos más exitosos, está comprobado”. Para Morera se trata de “formas de entender el castigo”, y afirma que “hay formas punitivas que no funcionan, y otras formas que sirven para modificar las conductas delictivas”. Ríos dice que “la concepción de las cárceles refleja el modelo de sociedad que tenemos”.

Lombardo explica que “la construcción de cárceles que no están integradas en el sistema urbano es un problema”, y afirma que “hay que pensar en cárceles integradas a la ciudad en términos de vínculos y de accesibilidad, repensar el sistema desde esta perspectiva”. “La Unidad 6 es exitosa en el exterior, pero acá no aparece como una experiencia significativa a replicar. No se habla de que el sistema pueda cambiar con otro tipo de gestión, y esto es una muestra de eso. Mientras, seguimos pensando en una reacción punitiva a estos temas, cosa que ya sabemos que no sirve”, sentencia.

La opinión de los que habitan la cárcel

Luis Parodi: “Para nosotros pensar en esto es fundamental porque el ordenamiento y el embellecimiento del mundo exterior apoyan el ordenamiento del mundo interno y lo hacen mejor. A mayor orden y mejores criterios de belleza y de lógica de construcción se dan mejores procesos. Esta gente respetó a ultranza la ideología de Punta de Rieles, lo que hay y la forma de encarar la dignidad está representada. No hicieron un aporte, hicieron parte del proyecto de Punta de Rieles, con una visión que para nosotros fue enternecedora”.

Federico González Canavesi (rapero privado de libertad conocido como Kung-Fú OmBijam): “Fue un proceso de trabajo muy lindo, nos permitió imaginar dentro de la cárcel. Fue deconstruir lo clásico e imaginar cosas nuevas para estar mejor. Nos permite tener una perspectiva diferente, repensar la rutina. Significó romper con lo que tenemos instalado muchos de los que estamos privados de libertad: que la cárcel se rompe y no se construye. Como las cárceles van a seguir existiendo, tenemos que tratar de hacerlas a nuestra manera, que puedan acompañar rutinas por fuera de la violencia”.