A lo largo del proceso de producción de alimentos, parte de esa comida se pierde o se desperdicia. Puede ocurrir durante el almacenamiento, la distribución, la venta o incluso cuando ya llegó a las manos de la persona que planeaba consumirlo, durante la cocción o cuando queda en el plato y se convierte en sobras. “El problema va variando a lo largo de la cadena. En países menos desarrollados, se sitúa con más frecuencia en el momento de producción o poscosecha, en el que hay muchas pérdidas, mientras que en los más desarrollados se concentra más en la etapa de consumo, cuando se tira comida de la heladera o de los platos”, explicó a la diaria Eve Crowley, representante regional adjunta para América Latina y el Caribe de la FAO, la Organización de Naciones Unidas (ONU) para la Alimentación.
De acuerdo con los números de la FAO, un tercio del total de los alimentos que se produce en el mundo se pierde o se desperdicia. “Si no existiera ese nivel de pérdidas o desperdicios podríamos alimentar a muchas más personas. En la región podríamos eliminar el hambre. Por lo tanto, este es un dato bastante fuerte. Demuestra una ineficiencia importante”, consideró Crowley.
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, fijados para 2030, se incluye la meta de “reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y distribución, incluidas las pérdidas posteriores a las cosechas”.
Crowley, experta en políticas públicas y programas vinculados con la sostenibilidad de sistemas alimentarios y agrícolas, afirmó que hay mucho por hacer para acercarse a ese objetivo. Explicó que en el caso de alimentos como el pescado, que debe consumirse fresco, el margen de acción es menor, pero en otros alimentos, como las legumbres secas, “que pueden conservarse por mucho tiempo si uno sabe cómo hacerlo”, es posible trabajar para mejorar la infraestructura para su conservación. Señaló que se necesitan también “redes de distribución que permitan conectar mejor a las personas o los hogares que necesitan alimentos con los que tienen excedentes”.
Agregó que también se pueden aplicar medidas en el sector privado, y mencionó como ejemplo el sistema de “estantes inteligentes” en supermercados, que cambian el precio de los alimentos a medida que estos se acercan a la fecha de vencimiento. “Esto es bueno para los consumidores y también para los supermercados que quieren vender esos alimentos”, afirmó.
Crowley dijo que muchas veces los consumidores “quieren alimentos perfectos, grandes, aunque no necesariamente son los más ricos ni tampoco los más nutritivos, pero el mercado va en ese sentido”. De todos modos, agregó que “ahora hay contramovimientos de empresas que están usando frutas y verduras feas y produciendo jugos, por ejemplo”, y “tienen modelos de negocios basados en esto, que es un modo maravilloso de aumentar ingresos y captar alimentos que podrían haberse perdido o desperdiciado”.
Para conocer cuál es la situación de la región y en Uruguay en particular son necesarios más estudios, dijo la representante de la FAO. Una primera investigación sobre este fenómeno en el país se publicó en abril de 2018. Se trató de un estudio que tuvo asistencia técnica de la FAO, fue gestionado por la Fundación Ricaldoni y fue realizado por investigadores de la Universidad de la República y la empresa Equipos Consultores. Según informó entonces la FAO, el estudio concluyó que de 2011 a 2016 se perdió o desperdició en Uruguay, en promedio, un millón de toneladas de alimentos por año. Esa cantidad equivale a 10% de los alimentos disponibles. Otra de las conclusiones a las que llegó la investigación fue que la mayoría de las pérdidas de alimentos se registran en la etapa de producción y de poscosecha.
En la presentación del estudio, el consultor Ruben Barboza, contratado por la Fundación Ricaldoni, señaló que los estudios de la FAO en el mundo todavía no cuentan con una estandarización que permita comparar los datos de Uruguay con los de otros países, y destacó que es necesario investigar la situación en las distintas cadenas productivas.
El gusto en la variedad
Otro de los objetivos de desarrollo sostenible es detener la pérdida de la biodiversidad. “Este es un tema muy importante para la FAO en varios sentidos”, dijo Crowley. “Primero, en términos nutricionales. La biodiversidad es fundamental para lo que consumimos”, agregó.
La representante regional de la FAO ejemplificó: “Un tomate pequeño y amarillo no tiene los mismos nutrientes que un tomate rojo y verde grande o que un tomate morado. Cada uno tiene micronutrientes completamente distintos. Los diferentes tipos de choclo –el maíz negro, el rojo, el amarillo– son muy distintos”. Explicó que esta diversidad no siempre está clara en términos genéticos, pero sí la conocen los agricultores familiares. Lo mismo sucede con la carne. “También hay diversidad entre tipos de cabras o de vacas, y también son parte de nuestro patrimonio alimentario y agrícola que hay que saber conservar”, ejemplificó.
“Desafortunadamente los hábitos de consumo están reduciendo y homogeneizando cada vez más nuestro sistema alimentario”, dijo la experta. Afirmó que en los últimos 60 años hubo una homogeneización en los alimentos, una pérdida de variedades y la extinción de varios tipos de plantas y animales.
“Hay que crear conciencia de comprar esas otras variedades extrañas que ustedes ven en el mercado, o elegir variedades de pescado que no siempre compran. Porque si compramos siempre las mismas tres, esto contribuye a la sobrepesca o a la limitación de los nutrientes que consumimos”, afirmó.
Explicó que no se conoce la composición nutritiva de muchos alimentos regionales, porque no fueron analizados. Por lo tanto, “usamos las categorías que vienen de Estados Unidos o de Europa” para clasificarlos, “hacemos los cálculos y ponemos eso en la etiqueta, pero hay un mundo por descubrir en cuanto a la composición alimentaria. Hay micronutrientes que son muy importantes que se podrían encontrar en las variedades que existen aquí, y que nosotros no sabemos”.
Del mismo modo, destacó la importancia de preservar la biodiversidad en la producción. “Muchos piensan la producción agrícola como algo monolítico, de monocultivo, de grandes espacios con la misma planta. Ahora sabemos que esa estrategia puede ser buena en algunos casos, pero no necesariamente en todos”, agregó.
Crowley, que es estadounidense, recordó la experiencia que debieron atravesar sus ancestros, forzados a emigrar de Irlanda por lo que se conoce como la Gran Hambruna, de mediados del siglo XIX. “Fue causada por un monocultivo, de una variedad de papa, que fue atacada por una enfermedad que mató todo. Si uno tiene varias variedades juntas este riesgo disminuye”, dijo.
Para recomponer aquellos cultivos de papa en Irlanda, explicó la experta, se debió recurrir a una especie de papa chilena. Aunque Bolivia y Perú son mayores productores de papa que Chile, fue esta especie la que se adaptó mejor al frío del norte europeo.
Según señaló la representante de la FAO, este “es un ejemplo muy concreto de por qué es tan importante mantener esta diversidad, porque no sabemos cuáles van a ser las especies esenciales para el cambio climático” o la fuente de productos farmacéuticos necesarios. “No sabemos de dónde van a venir las soluciones de nuestros problemas futuros”, concluyó Crowley, y por lo tanto, la diversidad de especies en la agricultura “ayuda en la resiliencia, en nuestra protección como humanidad y como planeta contra enfermedades fitosanitarias y enfermedades humanas futuras”.