La Guardia Revolucionaria Islámica, fundada por el ayatolá Jomeini en 1979, se ha convertido después de casi 40 años en el cuerpo militar más importante de Irán. Creada para defender el régimen de cualquier tipo de amenaza, se ha consagrado como uno de los mecanismos fundamentales de la acción regional. Su influencia es determinante en la estabilidad interna del país y la política exterior del gobierno iraní.
Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en enero de 2017, marcó como uno de sus objetivos primordiales revisar por completo la política de Barack Obama en Oriente Próximo. En particular, el actual presidente de Estados Unidos ha mostrado reiteradamente su reprobación al acuerdo nuclear alcanzado por las potencias occidentales con Irán. La administración estadounidense está alineada con las tesis defendidas por Israel y Arabia Saudí y rechaza abrir canales de entendimiento con el régimen de Teherán. En este sentido, el gobierno del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y la familia real saudita se muestran recelosos del ascenso internacional de la República Islámica de Irán, a la que consideran la principal amenaza para la seguridad regional.
En su momento, Obama pensó que era indispensable resolver la cuestión nuclear con Irán para mejorar los márgenes de seguridad de la zona. Sin embargo, su sucesor en el cargo no comparte en absoluto esta visión. Trump considera al país de los ayatolás un gran peligro para sus intereses y los de sus principales aliados. Lo sorprendente de la reciente estrategia estadounidense no es la ruptura del pacto nuclear alcanzado en 2015, sino que tanto la Casa Blanca como el Pentágono están poniendo especial atención a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria de Irán. La preocupación de los servicios de inteligencia estadounidenses, israelíes o saudíes no está sólo en que la potencia persa pueda hacerse con capacidades nucleares; también se centra en las operaciones extraterritoriales que están llevando a cabo las fuerzas de élite de la guardia iraní.
En mayo de 2018, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos anunciaba sanciones contra los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria pocos días después de que Trump firmara su retirada del acuerdo nuclear, una decisión sin precedentes en la política de Washington respecto de Irán y Oriente Próximo. Estas medidas intentan bloquear el acceso a divisas extranjeras por parte de los receptores iraníes y señalan explícitamente a tres compañías vinculadas con el brazo militar y algunos de sus más altos dirigentes. Por primera vez, los estadounidenses apuntaban al cuerpo militar de un Estado soberano, cuya legitimidad reconoce la propia Constitución iraní. También es el primer gesto directo de la administración Trump hacia estas fuerzas militares, uno de los pilares políticos del país persa. El actual mandatario estadounidense no busca repetir el bloqueo implementado por George Bush a principios de siglo, que no mostró ser muy eficiente en sus objetivos. El gabinete de Trump quiere ser más preciso y debilitar los resortes más vitales de la política exterior iraní; para ello, la Casa Blanca se ha marcado como objetivo prioritario reducir la fuerza de la Guardia Revolucionaria y aminorar su presencia regional.
Proteger los valores de la revolución islámica
“El Ejército de la República Islámica de Irán debe ser un ejército islámico, es decir, comprometido con la ideología islámica y el pueblo, y debe reclutar en su servicio individuos que tengan fe en los objetivos de la Revolución islámica y se dediquen a la causa de realizar sus metas”. Artículo 144 de la Constitución iraní.
El régimen iraní actual tiene un claro fundador, el ayatolá Jomeini, que desde diciembre de 1979 hasta junio de 1989 dirigió el país y estableció los pilares del nuevo Estado. Suya fue la idea de crear una fuerza militar ajena al Ejército convencional y a los aparatos policiales que estuviera totalmente ligada a la razón de ser de la república islámica. En 1964 el líder religioso tuvo que marcharse del país por sus duras críticas al gobierno del sha de Persia; durante 14 años estuvo refugiado en el vecino Irak, donde prestó gran atención a la estrategia seguida por los militares iraquíes para hacerse con el gobierno. El clérigo chiita entendió que una de las claves para la toma del poder era contar con los recursos y el respaldo de las Fuerzas Armadas. Esta idea la fue desarrollando durante 1978 en Francia y la pondría en práctica cuando volvió a su país.
El Ejército persa y la Policía habían sido los principales medios de represión utilizados por el sha de Persia para cortar cualquier atisbo de protesta y disidencia. Sin embargo, las movilizaciones y huelgas que se iniciaron en 1977 y se prolongaron hasta 1979 llevaron a su caída, el regreso del ayatolá Jomeini y la pérdida de Estados Unidos de uno de sus mejores aliados en Oriente Próximo. El nuevo líder del país era consciente de que la mayor parte de la cúpula militar, servicios de inteligencia y Policía seguía siendo afín al sha; el nuevo régimen necesitaba un punto de apoyo que apuntalara su seguridad y sirviera de contrapeso al resto de cuerpos. Aprovechando el grado de movilización que había en las calles del país, que propició la toma de la embajada estadounidense en Teherán, los correligionarios del ayatolá comenzaron a organizarse, hacerse con el control de armamento y establecer su propia estructura.
El nuevo modelo político creado por el ayatolá Jomeini estaba influido por la ideología islámica, el panarabismo de Náser y la tradición política francesa. Tomando el ejemplo de la Revolución Francesa y la Guardia Nacional que se creó después del derrocamiento de Luis XVI, el líder supremo propuso su particular analogía iraní: el Ejército de los Guardianes de la Revolución Islámica o Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (Sepah-e Pasdaran-e Enghelab-e Islami en persa). La nueva institución militar, independiente del resto de las fuerzas armadas del Estado, no estaría supervisada por el gobierno, sino que respondería únicamente ante el ayatolá. Existe una clara diferencia entre los intereses y objetivos de este cuerpo y el resto de las instituciones de seguridad y defensa nacionales: mientras que estos se encargan de la protección del país, el cometido de la Guardia Revolucionaria es velar por la preservación de la revolución.
Al principio, se creó con la finalidad de proteger al ayatolá y asegurar el éxito de la república islámica internamente. Sin embargo, con el paso del tiempo ha ido adquiriendo un cariz cada vez más internacional. La Guardia Revolucionaria queda recogida en la Constitución iraní y posee una partida presupuestaria propia. Tiene una jerarquía y organización distintas al resto de fuerzas militares y cuenta con cuarteles, bases aéreas, terrestres y marítimas y campos de entrenamiento por todo el país. Además, desde la década de los 90 posee dispositivos desplegados por otros puntos de la región y delegaciones en distintas partes del mundo. En menos de 40 años, lo que comenzó siendo un grupo de simpatizantes revolucionarios ha llegado a ser una organización militar próxima a los 150.000 hombres.
Un poderoso grupo de presión en Teherán
“El Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, organizado en los primeros días del triunfo de la Revolución, debe mantenerse para que pueda continuar en su papel de custodiar la Revolución y sus logros.” Artículo 150 de la Constitución iraní.
La Guardia Revolucionaria no es un mero ejército; es uno de los actores políticos y sociales más importantes de Irán. La propia evolución interna e internacional del régimen la ha llevado a tener un protagonismo considerable. No sólo es un agente que recibe órdenes del líder supremo, sino que tiene capacidad de influencia en las decisiones del gobierno y en los debates de la política nacional. Su rol como estandarte de la revolución la ha llevado a tener una enorme popularidad entre los sectores conservadores del régimen y las clases más populares. Sin embargo, debido a su estrecha vinculación con la cúspide del poder de Teherán, es utilizada recurrentemente para controlar y sofocar cualquier foco de crítica interna, lo que provoca que los guardianes revolucionarios no sean apreciados entre los sectores más progresistas y liberales.
La Guardia Revolucionaria pronto tuvo un alcance regional. La guerra irano-iraquí durante la década de los 80 provocó que los líderes chiitas tuvieran que recurrir a una movilización masiva, que fue canalizada particularmente por medio de este cuerpo. Fue en esta misma época cuando se creó la unidad especial de operaciones Quds, encargada de las acciones en el extranjero. Estos operativos han llegado a alcanzar cierto prestigio militar en Oriente Próximo, y la unidad es considerada uno de los cuerpos de élite mejor preparados, equipados y efectivos de la región. Durante más de tres décadas, su papel se ha centrado en dar asistencia y formación a grupos afines por todo el mundo.
La estructura organizativa de la Guardia Revolucionaria se divide esencialmente en seis secciones. En primer lugar, el Estado Mayor Conjunto, cuyo líder es el ayatolá Jamenei; su comandante en jefe es el general Mohamad Ali Yafarí, una de sus personas de mayor confianza y considerado uno de los baluartes de la ortodoxia revolucionaria en los círculos de poder de Teherán. En segundo lugar, las Quds, el cuerpo de élite para operaciones extraterritoriales, cuyo comandante era el general Qasem Soleimani, que alcanzó una relativa fama internacional por su papel en la guerra de Siria y sus vehementes respuestas ante las críticas de Trump. Igualmente, se destacan los medios terrestres, aéreos y navales de la Guardia Revolucionaria; estos últimos tienen un papel notorio en el control del golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz. Finalmente, los guardianes de la revolución cuentan con su propia fuerza paramilitar, la Fuerza de Resistencia de Movilización (Nirouye Moqavemate Basij en persa), compuesta por voluntarios convocados por medio de las distintas mezquitas del país, con una función auxiliar y a la que se achacó la dura represión tras las revueltas de 2009.
La Guardia Revolucionaria tiene, por tanto, un enorme arraigo en las instituciones del país y en la sociedad iraní. Ya que los nombramientos de su alto mando dependen directamente del ayatolá, su proximidad con el líder supremo es palpable. El cuerpo siempre se ha mostrado como uno de los resortes del régimen menos partidario de cualquier atisbo de reforma o apertura, así como un férreo defensor de una política exterior agresiva. Pero su alcance transciende lo puramente político. La Guardia Revolucionaria es propietaria de numerosas empresas dentro del país, con participaciones en grandes conglomerados en los sectores energético y de transportes e infraestructuras. Además de sus 125.000 integrantes militares, da trabajo a millares de familias y su actividad económica es uno de los principales motores de crecimiento del país. También organiza constantemente campañas de adhesión, movilización y adoctrinamiento a favor del régimen, que la llevan a estar presente en prácticamente todos los ámbitos de la vida de un ciudadano iraní. Por eso su existencia es tan importante para el propio régimen y cualquier ataque a los Cuerpos de Guardianes de la Revolución representa una amenaza directa a la razón de ser de la república islámica.
Una útil herramienta de política exterior
“La política exterior de la República Islámica Irán se basa en el rechazo de todas las formas de dominación, tanto su ejercicio como su sometimiento a ella, la preservación de la independencia del país en todos sus aspectos y su integridad territorial, la defensa de los derechos de todos los musulmanes, el no alineamiento con respecto a las superpotencias hegemónicas y el mantenimiento de relaciones mutuamente pacíficas con todos los estados no beligerantes”. Artículo 152 de la Constitución iraní.
Desde principios del nuevo milenio, la región de Oriente Próximo está sufriendo numerosas transformaciones a escala geopolítica. Muchas de las dinámicas locales son protagonizadas por la competencia hegemónica entre Irán y Arabia Saudí, que intentan ampliar sus cuotas de liderazgo en la zona. En estos años se ha intensificado esa rivalidad al tiempo que ambas potencias intentan redefinir nuevas alianzas y ejes de influencia. Aparte de esta situación particular de guerra fría entre iraníes y saudíes, también hay que tener en cuenta otros factores, como las aspiraciones regionales del gobierno de Tayyip Erdoğan, la creciente presencia de Rusia en la región y las contradicciones entre la estrategia seguida por Obama y el plan de actuación de Trump.
En este contexto de enorme volatilidad e inseguridad, el régimen de los ayatolás apoya parte de su política exterior en los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica. La presencia de este brazo militar ha crecido considerablemente en la zona y ha conseguido establecer vínculos con grupos políticos y religiosos en Irak, Siria, Líbano, Yemen y Palestina. Los cuerpos han sido una de las principales herramientas con las que ha contado el Ejecutivo de Teherán para superar el bloqueo internacional. Acompañando a la política exterior del ex presidente Mahmud Ahmadinejad y el actual, Hasán Rohaní, la élite de la Guardia Revolucionaria, las fuerzas operacionales Quds, han sido las principales responsables de tejer alianzas con unidades militares de otros estados, así como con organizaciones de distinta índole por todo el mundo.
La presencia de miembros de las Quds se ha hecho notar hasta en América Latina, donde informes de seguridad de Estados Unidos advierten de la estrecha cooperación con estamentos militares de países como Venezuela y Bolivia. No obstante, la presencia más significativa de los Guardianes de la Revolución sigue estando en Oriente Próximo, principalmente en Irak, Siria y Líbano. Durante décadas, la estrategia de acción de este brazo militar fue una presencia poco destacable sobre el terreno; sus operaciones se orientaron a dar apoyo logístico, económico y armamentístico a grupos afines de las proximidades. El ejemplo más claro es su estrecha relación con Hezbolá, de quienes han sido su principal benefactor desde su creación. También es la táctica seguida en los últimos años con Hamás en Palestina, bandos chiitas en Afganistán y, más recientemente, con los hutíes en la guerra de Yemen.
Cuando estalla el conflicto en Siria en 2011 y se propaga la violencia sectaria en Irak, el gobierno iraní decide dar un paso más en su actuación regional. Teherán se involucra de una forma directa en los conflictos del vecindario apoyando al régimen de Bashar al Assad en territorio sirio y al entonces presidente iraquí Nuri Al Maliki. El gobierno iraní despliega a millares de guardianes en estos países para auxiliar a sus aliados, combatir a los rebeldes sirios, frenar el avance del Dáesh [o Estado Islámico] y proteger los intereses iraníes. De este modo, la asistencia iraní no se limita simplemente a ayuda política y económica o formación militar, sino que los Quds se convierten en un actor más en liza. Es por todo esto por lo que la administración estadounidense ha puesto su atención en ellos. Los estadounidenses y sus principales aliados locales, Israel y Arabia Saudí, son conscientes del peso que ha adquirido la Guardia Revolucionaria en todo Oriente Próximo. La fuerza militar de los guardianes es el medio principal de Irán para volver a ser un poder hegemónico.
Este artículo fue publicado originalmente por El Orden Mundial.