Hoy también estaba en uno de esos días. El celular reposaba calmo, casi no entraba luz por la ventana ni se escuchaba murmullo alguno. Sin embargo, a su izquierda, sobre la pared que la separaba del laboratorio, había un estruendo: un calendario, una lista con las licencias del equipo, un póster de un congreso de antropología forense en México, un pequeño cuadrado con la inscripción “Fusilados de Soca”, una lista de 33 detenidos desaparecidos uruguayos que fueron hallados en América Latina y una serie de fotos en blanco y negro. Lusiardo las señaló una por una: son algunas de las personas uruguayas detenidas desaparecidas en la época dictatorial que fueron halladas en Uruguay, y algunas de las que fueron exhumadas.
Hoy también estaba en uno de esos días. El celular reposaba calmo, pero esperaba que sonara, como cada mañana hasta cada tarde de lunes a viernes. Lusiardo se levanta a las 6.00 y revisa las notificaciones de los diez integrantes del Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF). Si las condiciones climáticas no son las adecuadas, comienzan los primeros movimientos: llamar al maquinista, al transporte y al enlace del Ejército para suspender la actividad. Si el clima es el adecuado, Lusiardo llega a la oficina a las 9.00, mientras que los demás integrantes pasan por el laboratorio, toman los elementos que necesitan y se suben a la camioneta que los llevará a los batallones 13 y 14.
Hoy era un día de los típicos, aunque lo que caracteriza a la antropología forense es, justamente, lo atípico, lo cambiante, lo alejado de la rutina. Algunos días Lusiardo se entrevista con una familia, otros va al campo, otros tiene una audiencia judicial, otros prepara un informe, otros que analiza restos óseos.
“Llega un momento que dejás de hacer las tareas más lindas, o las que más te llenan, para estar en la parte de coordinación. Según lo planificado, mi día debería transcurrir en la oficina, salvo que haya alguna urgencia”, explicó. Hoy también estaba en uno de esos días. El celular reposaba calmo, pero a la distancia necesaria para poder atenderlo al primer tono, en caso de que la urgencia se concretara. La llamada vendría del “campo”, como les llama a los batallones. El encargado le notificaría que se habían hallado huesos que podrían ser humanos.
Los orígenes
Lusiardo habla con diminutivos. Dice “huesitos” y “restitos” en repetidas ocasiones. Se ríe seguido y está descontracturada; parecería que nada pudiera acongojarla. No hay tema que no termine en la antropología. Inicialmente, su interés iba por el lado de la arqueología. Nació en México, y allí, durante la infancia, el tema la rodeaba. La educación secundaria la cursó en Uruguay. Aunque no se sintió estimulada a seguir con la arqueología, se anotó en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), para poder adentrarse en lo que le gustaba.
Fue de la arqueología clásica a la antropología social, de la social a la biológica, hasta que se dio cuenta de que ninguna de las opciones terminaban de llenarla. Cuando llegó a cuarto año y tuvo que decidir qué rama seguir, sintió que “faltaba algo en la carrera” que la hiciera sentir “útil”. Al mismo tiempo, trabajaba como fotógrafa y cubría policiales. Pero sacar fotos tampoco era lo que le agradaba: quería poder investigar la causa de los fallecimientos por medio de los “huesitos”. Parece que lo dijera con cariño, o quizás no sólo parece. Ahí obtuvo la respuesta y también la primera barrera: el camino era la antropología forense, pero no se estudiaba en Uruguay.
En Estados Unidos, en cambio, sí lo hacían. Durante cinco años cursó un posgrado en la Universidad de Florida, donde estuvo en contacto con lo teórico y lo práctico desde el día uno. Cajas con huesos, bolsas con cadáveres, casos reales que llegaban al laboratorio y, luego del análisis, volvían a los distintos condados del estado de Florida.
En 2005 regresó a Uruguay con trabajo fijo: daba clases a distancia en la universidad donde había hecho su especialización. Ese mismo año, recibió una llamada del antropólogo José López Mazz, que en ese entonces era el coordinador del GIAF. Al tanto de la formación de Lusiardo, la invitó a una salida de campo al cementerio de Maldonado para investigar un caso en particular. En poco tiempo pasó a formar parte del equipo, donde continúa hasta hoy.
El proceso
Desde 2005 a 2014 Lusiardo fue una de las integrantes del equipo de antropólogos forenses que iba de lunes a viernes al campo, bajo la coordinación de López Mazz. En ese período se hallaron cuatro restos de detenidos desaparecidos: Julio Castro, Ricardo Blanco, Ubagésner Chaves y Fernando Miranda. Pero la búsqueda tenía un tinte distinto a la que se desarrollaría luego de 2015, una vez que la antropóloga se convirtiera en la nueva coordinadora.
Lusiardo habla claro. Cuando enmudece, sólo lo hace por unos segundos, en los que parecería que mientras mira hacia el techo elabora un pensamiento calculado. Lo exhala con seguridad.
Una de las posiciones que mantenía López Mazz era la existencia de la Operación Zanahoria, a pesar de que los restos encontrados cumplen un patrón que escapa a la teoría si se considera que todos fueron enterramientos primarios. Aun así, el ex coordinador hacía énfasis en que podrían ser parte de las excepciones, ya que los reenterramientos o las cremaciones para luego tirar los restos al río no tienen por qué haberse podido concretar en todos los casos.
Con tal consideración, Lusiardo contó que, por un lado, en los primeros años evaluaron la posibilidad de que los reenterramientos hayan tenido como destino distintos cementerios. Fueron a Rocha, a Cerro Largo, Tacuarembó y al Cementerio del Norte de Montevideo, pero no obtuvieron resultados. La investigación se dividía en dos partes: analizaron la fluctuación numérica en el número de NN entre 1973 y 1985 y, por otro lado, de manera voluntaria revisaron los libros que hay en las morgues para identificar las causas de muerte de los NN.
Pero también se abocaron a los cuerpos arrojados al mar y a hacer un seguimiento de esos posibles casos. Esto llevó al equipo a Rocha. Tampoco obtuvieron resultados. Para llegar a los cementerios rurales, se guiaban por información de que habían cuerpos allí enterrados; abrieron nichos y buscaron, pero no encontraron.
A partir de 2008 y rozando 2009, “las búsquedas que se plantearon fueron siempre de evidencia de desenterramientos de cuerpos”. En 2014 López Mazz se alejó de la dirección del equipo y Lusiardo ascendió a referente, aunque todavía no a coordinadora. A partir de ese momento y con el cambio de gobierno en 2015, tomaban las decisiones entre todos; “éramos más como una cooperativa de antropólogos”, describió Lusiardo.
Ya desde entonces, “lo que queríamos era volver a analizar la información que tenía que ver con enterramientos, porque no entendíamos que hubiera evidencia de que la Operación Zanahoria haya tenido lugar hasta ahora”.
Su período
–Yo sé dónde están los desaparecidos –le suelen decir.
–Bien. ¿Qué viste? –contesta Lusiardo.
–Una noche vi luces...
Para empezar cada una de las búsquedas, para elegir el terreno y para ver por cuál punto de las muchas hectáreas de cada Batallón arrancar, o para ir a cada posible sitio de enterramientos, reciben información guía. Lusiardo cuenta que el cúmulo más grande proviene de civiles que en su momento vieron “cosas raras, cosas que les llamaron la atención, cosas que ellos consideran sospechosas”.
Otra información proviene de ex soldados. Para Lusiardo eso tiene “otro peso”, porque han creado vínculos en los predios militares, pero además porque pueden investigar a partir de una descripción si el militar realmente estuvo ahí en los años que señala. A veces, la información también proviene del comandante en jefe, de parlamentarios, de familiares y de fuentes anónimas. La identidad, de todas formas, siempre la mantienen resguardada.
Sin embargo, la información regularmente es imprecisa. “Esto ya tendría que estar resuelto. No tenemos los cuerpos. La pata corta de nuestro trabajo es que tenemos muy mala información”, dijo Lusiardo.
En este momento, con la antropóloga como coordinadora, el equipo del GIAF se encuentra realizando excavaciones en el Batallón 13 y en el 14. En este último, la información les llegó de un ex soldado que señaló el lugar exacto en donde debería de haber restos. En el 13, fue a partir de una extensión de la zona cautelada, en la que Lusiardo estima que falta un 10% del predio para finalizar la excavación de todo el terreno.
Cambio de encare
Luego de que López Mazz se fuera del equipo y antes de poder ampliar las cautelas, tenían un plan establecido que había que continuar: cautelas que ya se habían solicitado a la Justicia y determinadas tareas que estaban comprometidos a investigar. En paralelo, comenzaron a elaborar su propio plan de investigación. Lusiardo lo dice con firmeza: “Queríamos volver a focalizarnos en todo lo que tiene que ver con enterramientos”. Es así que, a medida que finalizaban lo pautado por López Mazz, empezaron una revisión de la metodología.
Uno de los primeros cambios realizados fue la implementación de la figura de encargado de campo; según Lusiardo ya existía un rol similar, pero no era “oficial”. Ahora son los responsables de las decisiones que se toman en el campo, de dividir a los miembros del equipo en distintas unidades de trabajo, de organizar la función de las retroexcavadoras –si van a excavar o van a desmalezar–, de vincularse con el enlace militar y con el transporte, y de reportar las novedades a Lusiardo. La remuneración también cambió, y se adapta al rol que se desempeña. El encargado, además, es quien firma los informes arqueológicos junto con la antropóloga.
La planificación sobre los lugares a excavar la toman entre todos los miembros; no hay decisiones arbitrarias. Aún así, “fue difícil subir el escalón de decir ‘ya Alicia no es la compañera sino la coordinadora’, y para mí también: sí, son mis compañeros, pero tengo que tomar determinadas decisiones, por ejemplo, en la forma del trabajo del equipo, que pueden ser malentendidas o que pueden parecer quizás muy jerárquicas, pero trato todos los días de tener buen diálogo con ellos”, aseguró. En este período, encontraron los restos de Eduardo Bleier.
El ataque al laboratorio
Lunes 28 de marzo de 2016. Temprano, Lusiardo estaba encargada de ir a buscar a un hotel al técnico del Equipo Argentino de Antropología Forense, que había venido al país para pasar el georradar en los predios que estaban excavando. Los demás integrantes del GIAF pasarían por el laboratorio antes de ir al campo. Pero esa mañana, luego de los mensajes sobre cómo estaba el clima, llegaron otros fuera de lo común. El primero del equipo en arribar al laboratorio escribió: “Hay un candado que no está puesto ¿quién se olvidó de ponerlo?”. Prosiguió: “Che, hay unos círculos en el mapa, ¿quién lo rayó?”.
Aún con esas señales no conseguían convencerse de que, ese día, habían robado el laboratorio. Con el paso de los minutos, se dieron cuenta de que los círculos marcados en el mapa indicaban dónde vivía cada integrante del equipo. Con el paso de los minutos, advirtieron que también habían robado la plata que guardaban en la caja chica, los discos duros de las computadoras, los de respaldo, y también los pendrives.
Esa fue la situación de amedrentamiento más evidente que recuerda Lusiardo. Pero también les han faltado elementos en los batallones, han entrado drones y han encontrado municiones que han pausado las excavaciones. En esos casos, según la antropóloga, la intención de amedrentar no es tan clara.
Con el cambio de gobierno no piensan reforzar protocolos para estas circunstancias ni elaborar nuevos. Actualmente su contrato está en prórroga, porque terminaba en diciembre de 2019. “Toda la información que tenemos hasta ahora es que va a haber continuidad y que Presidencia colaboraría con esto”, afirmó. Luis Lacalle Pou, el presidente electo, ha reiterado que se brindará presupuesto para la búsqueda. Lusiardo no está al tanto de las conclusiones formales, pero sí han elaborado informes con los elementos que requieren cotidianamente y se los han enviado a la Institución de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo (INDDHH).
Cambio de manos
Desde el año pasado, la búsqueda de detenidos desaparecidos pasó del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia a estar a cargo de la INDDHH. “Para nosotros pasar a la institución es importante porque nos da una seguridad de que la búsqueda va a continuar”, explicó Lusiardo. Sin embargo, que se hable de “búsqueda” puede implicar que el Equipo de Investigación Histórica no siga con sus tareas, ni tampoco el GIAF con respecto a las intervenciones en exhumaciones de restos de personas asesinadas en la época de la dictadura.
“En una frase te diría: el trabajo duro tiene resultados, o ‘paga’, como dicen los gringos. Es un poco el sentimiento que tuvimos el 27 de agosto cuando encontramos los restos de [Eduardo] Bleier, porque además, esa zona aparecía como que se excavó exhaustivamente, sin embargo, ampliamos la cautela y encontramos. Pero a veces sentís que le estás errando; todo el trabajo que insume y no tener resultados. Te cuestionás qué estás haciendo mal, qué podrías hacer para mejorar, qué caminos tomar. No son los resultados que me gustaría tener, pero simplemente es la constatación de que hay posibilidades de encontrar más gente”, sostuvo Lusiardo con las manos sobre las piernas cruzadas, con la mirada de que no hay final.