El libro del diputado del Partido Comunista (PCU) Gerardo Núñez construye y reproduce memorias en tiempos de desmemoria. Tal vez este sea uno de sus grandes méritos, como lo destaca el historiador Gerardo Caetano en el prólogo de la obra. El Partido de la Resistencia. El papel del PCU en la derrota a la dictadura 1973-1985, publicado por Fin de Siglo en diciembre de 2020, está escrito desde la óptica de un militante, pero de forma clara y documentada. Combinando referencias a documentos e investigaciones históricas con entrevistas a protagonistas directos, Núñez recuerda y enhebra paso a paso lo que precisa ser nombrado porque es parte de nosotros, de nuestra identidad. Esa identidad atravesada por memorias que construyen presente y futuro.
El PCU, al igual que el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), no ha contado con grandes “emprendedores de la memoria” –en el concepto de Elizabeth Jelin– como sí los tuvo el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) o algunos sectores de la derecha, con Julio María Sanguinetti a la cabeza. Núñez reflexiona sobre este aspecto en el libro. Afirma que no hubo “una definición expresa” del partido de no contar la historia reciente y admite que los intentos que hubo al respecto “o bien no tuvieron la potencia suficiente para instalarse como relato o carecieron de sistematicidad, o las dos cosas”. Considera que la falta de una narrativa propia, “de masas y sistemática”, probablemente “haya facilitado la consolidación, durante un extenso período de la democracia, de la teoría de los dos demonios como relato mayoritario”. El autor entiende que quienes dieron el golpe de Estado en 1973 y quienes lo apoyaron construyeron un relato en esa línea que procuró “ocultar el papel del pueblo uruguayo en la resistencia y con ello el de los comunistas”.
Y, sin embargo, el PCU fue uno de los principales objetivos de la dictadura cívico-militar que se instaló en el país en 1973, y de las prácticas represivas que empezaron a gestarse mucho antes. “Extirpar” al comunismo, acabar con “la peste roja”, era una consigna que los militares ejecutaron al amparo y estimulados por la prédica encendida de civiles, entre ellos organizaciones sociales y medios de comunicación.
En el prólogo del libro, Caetano destaca “la saña especial con la que el terrorismo de Estado persiguió a los comunistas y la dura resistencia de estos ante los ataques más terribles”. Núñez afirma que el PCU “llegó a ser una verdadera columna vertebral de la resistencia popular contra el fascismo”. Se calcula que 12.000 militantes comunistas fueron torturados durante la dictadura. Entre 1968 y 1985 fueron asesinados o murieron en prisión 51 militantes comunistas. Entre los desaparecidos en Uruguay hay 24 pertenecientes al PCU, de los cuales sólo se encontraron los restos de tres: Ubagésner Chávez Sosa, Fernando Miranda y Eduardo Bleier.
La resistencia del PCU a la dictadura se dio en tres áreas de acción: la clandestinidad, la cárcel y el exilio.
El partido y la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) tuvieron una actividad clandestina permanente en dictadura. Montaron direcciones clandestinas y un sistema de relevos que permitió mantener de forma constante la lucha. También hubo un sistema de casas que auxilió la resistencia con tres fines: alojar a los miembros de la dirección que se encontraban clandestinos, reunir a la dirección del partido y elaborar materiales propagandísticos. El PCU logró publicar clandestinamente 128 números de Carta Semanal y más de 100 publicaciones de Líber Arce.
En los centros de reclusión clandestinos y en las cárceles, los militantes comunistas establecieron sistemas de comunicación que les permitieron el intercambio de información con el exterior. En el libro se incluye una anécdota al respecto de la militante de la UJC Ivonne Klinger. Estando encerrada en una de las celdas de La Tablada, recibió mediante un sistema de comunicación, que consistía en pequeños golpes en las paredes de su celda, un comunicado que decía: “buscar en el baño”. Aprovechando un momento de distracción de los guardias, logró encontrar en el baño un pequeño papel donde figuraban los nombres de todos los integrantes del PCU y de la UJC que habían estado presos y desaparecidos en La Tablada. Klinger memorizó los nombres para pasarle luego la información a la dirección del PCU.
En el exilio, el PCU mantuvo una estructura partidaria y llegó a tener núcleos organizados en 25 países. Hizo acciones de propaganda y campañas pidiendo la libertad de los presos políticos y denunciando las torturas.
Núñez caracteriza a la dictadura como un proyecto que tuvo por objetivo desarticular al movimiento popular para impedir su resistencia al modelo económico y cultural que se buscaba imponer en beneficio de sectores empresariales y del capital financiero. En el ámbito cultural, recuerda que en 1975 la dictadura intimó a centros educativos y bibliotecas a remitir a los represores para su destrucción más de 20.000 libros, revistas y periódicos “cuyos principios fundamentales no se ajusten a la nacionalidad, en particular aquellos de tendencia marxista”. A cinco años de iniciada, la dictadura había destituido a 20% de maestras y maestros, a 30% del profesorado de educación secundaria y a 45% de los docentes universitarios.
Con nombre y apellido
Núñez recuerda el apoyo civil que tuvo la dictadura y menciona que de los 19 intendentes en funciones antes del golpe de Estado, 18 siguieron en sus cargos tras el quiebre institucional. Además, el autor cuestiona especialmente el rol que jugaron ciertos actores políticos y mediáticos en la justificación o defensa de la dictadura.
Por un lado, critica a Sanguinetti como uno de los exponentes máximos de la teoría de los dos demonios. Esta teoría “coloca en un plano de igualdad la violencia ejercida por el Estado y la que, contra ese Estado, podrían haber generado pequeños grupos o movimientos políticos”, y además esta narrativa tiende a caracterizar lo sucedido en la década de 1970 como una “guerra”. Núñez sostiene que Sanguinetti ha sido un “insistente fundamentalista de la noción de guerra” y que en su libro El cronista y la historia (2017) dice, “entre otras barbaridades históricas”, que el Ejército uruguayo vivía “el clima de la guerra” por el combate a la guerrilla del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T). “O Sanguinetti hizo plagio, o verdaderamente comulga más de lo que se cree con el punto de vista de los mandos militares de la dictadura. Es más probable que se trate de esta última opción, porque las coincidencias vienen de lejos y a esta altura puede fundamentarse sobradamente que son históricas y muy estrechas”, desliza. Sostiene a continuación que “es por todos conocido que las Fuerzas Armadas no se enfrentaron durante 1973, ni durante la dictadura, a ninguna guerrilla; mucho menos puede argumentarse sólidamente que en Uruguay se vivía una guerra”. Añade que el MLN-T “no representaba una verdadera amenaza, como lo demuestra su rápida disolución”, y además ya en 1972 había sido derrotado militarmente y estaba desarmado, como lo muestran documentos y declaraciones de los propios represores citados en el libro.
Por otro lado, cuestiona en varios pasajes la postura del diario El País, y lo califica como “uno de los principales voceros de la dictadura en Uruguay”. “Jugó un enorme papel como justificador ideológico y cultural de la dictadura, naturalizando y justificando todas las barbaridades y atropellos cometidos durante el terrorismo de Estado contra el pueblo uruguayo”, sostiene Núñez. Entre otros ejemplos, cita un editorial del diario del 27 de mayo de 1976 que llama a la dictadura “una gran obra de reconstrucción nacional, acometida con acierto, pero todavía inconclusa”, y una portada del 15 de enero de 1976 en la que se niega que existan miles de personas detenidas por la dictadura uruguaya y se afirma que “la realidad es que han sido detenidos sólo los integrantes del aparato armado o conspirativo del comunismo”.
Temas espinosos
Núñez aborda en el libro algunas posturas polémicas adoptadas por el PCU previo a la dictadura cívico-militar; en particular, cómo se posicionó el partido respecto de los comunicados 4 y 7 del 9 de febrero de 1973. Dichos comunicados expresaron el proyecto político del Ejército Nacional y la Fuerza Aérea casi cinco meses antes del golpe de Estado. Dos días después de los comunicados, El Popular, publicación del PCU, hizo un editorial destacando aspectos a su entender positivos de los textos: voluntad de las Fuerzas Armadas de preservar la soberanía, de atacar los ilícitos económicos, de redistribuir la tierra y combatir los monopolios, de elevar el nivel de vida de los trabajadores, entre otros puntos. El editorial incluso instaba a las Fuerzas Armadas a cejar en su intento de extirpar el marxismo-leninismo, advirtiéndoles que cometían de esa forma un error que los separaba de la clase obrera. Los comunistas planteaban también allí que la dicotomía principal no es entre el poder civil y el poder militar, sino entre la oligarquía y el pueblo.
Sobre este punto, Núñez comienza diciendo que el PCU siempre tuvo presente la importancia de las Fuerzas Armadas “como factor estratégico en el escenario de la defensa nacional”, y que “no era correcto ni conveniente para los intereses nacionales contribuir a la falsa división entre civiles y militares”.
Concretamente con relación al apoyo a los comunicados de febrero, Núñez reafirma que para el PCU “la contradicción en el seno de la sociedad es entre oligarquía y pueblo. Lo es hoy y lo fue siempre”. Sostiene que en febrero de 1973 el PCU junto al Frente Amplio pidieron la renuncia del entonces presidente Juan María Bordaberry “como forma de amortiguar el impacto de la crisis institucional y así abrir un cauce de amplitud democrática que reuniera a todos los uruguayos demócratas”, y que esta línea de acción “pretendía contribuir a diferenciar dentro de las Fuerzas Armadas entre los militares fascistas y los demócratas”.
Núñez sostiene que “el apoyo del PCU y de gran parte de la izquierda a los comunicados fue crítico y parcial”. “No se trató de un respaldo total a los contenidos, ni mucho menos implicaba un aval al proceso de golpe de Estado, como algunas veces se señala con mala intención precisamente desde tiendas que fueron partícipes directos del pachecato primero y del golpe de Estado después”, afirma. “Entre el apoyo parcial y circunstancial a los comunicados y establecer que la izquierda uruguaya o el PCU estaban a favor del golpe hay una distancia sideral. Es tan falso como ridículo”, añade, y remarca que los acontecimientos posteriores demostraron las convicciones democráticas de la izquierda y del movimiento sindical en su lucha contra la dictadura, mientras que “importantes sectores de los partidos de derecha siguieron cómodamente ocupando sus sillones ministeriales y municipales, evidenciando la alianza cívico-militar golpista”.
Con el autor: “Hay un desarrollo muy grande del anticomunismo en Uruguay”
¿Por qué sentiste la necesidad de hacer este libro?
Me da la impresión de que el partido ha escrito poco sobre esa historia, sobre esa lucha. Está el relato, las anécdotas de compañeros y compañeras, pero siempre costó llevar al papel esa historia de tanto heroísmo y de tanta lucha. Y yo creía que tenía que intentar sintetizar esos relatos y transformarlos en un libro, en algo que se pueda estudiar, leer, criticar.
Gerardo Caetano destaca en el prólogo que el aporte del libro es oportuno en tiempos de desmemoria, de posverdad y de banalización del pasado. ¿Eso también pesó?
Hay un permanente intento de construir relatos sobre el pasado reciente que no tienen que ver necesariamente con lo que realmente sucedió. Sobre todo la derecha y su maquinaria cultural y comunicacional tiene una enorme capacidad para desvirtuar los hechos, para quitarse responsabilidades. Al golpe siempre se lo asocia exclusivamente a lo militar, y hubo un componente civil muy fuerte.
El libro hace foco en el compromiso con la democracia del PCU, y eso es claro en el caso uruguayo. Sin embargo, el PCU ha defendido y continúa defendiendo regímenes como el de Venezuela, contra el que pesan numerosas denuncias de torturas actualmente, o no ha hecho una autocrítica a fondo sobre la experiencia de la Unión Soviética, que tuvo incursiones imperialistas y violatorias de los derechos humanos en países como Checoslovaquia y Afganistán, entre otros. ¿Por qué esa disparidad de criterios?
El compromiso con la democracia, con los derechos humanos del partido es algo presente y es transversal. Hay una vara ética y democrática que para nosotros es innegociable, en cualquier proceso. Creo que estamos siendo fieles a esos principios. Con Venezuela no siempre se entiende que nosotros estamos defendiendo una situación y una cierta institucionalidad, lo cual no significa apoyar abiertamente un gobierno. Es un escenario de disputa geopolítica, y en ese escenario siempre vamos a estar del lado de los pueblos latinoamericanos y no del lado del imperialismo.
En el libro se justifica el respaldo del PCU y de parte de la izquierda a los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas en febrero de 1973. Sin embargo, en esa misma fecha referentes de la izquierda como Carlos Quijano y Julio Castro advertían que no correspondía que los militares elaboraran planes políticos y alertaban sobre cómo el poder civil estaba cediendo terreno ante las Fuerzas Armadas. ¿No hay una autocrítica sobre el respaldo a estos comunicados?
En el libro yo intenté sintetizar la opinión que adoptó el partido en ese momento. Las circunstancias llevaron a que el partido y una parte de la izquierda se encaminaran hacia ese lado. Personalmente, entiendo que es un tema que debería revisarse y discutirse a la luz de los hechos y de todo lo que se fue desenvolviendo posteriormente a ese 9 de febrero. Es uno de los temas centrales a revisar, por la importancia que tiene en el presente, y porque hay circunstancias que pueden tener aspectos de similitud sobre la incursión de las Fuerzas Armadas en el ámbito político. Las instituciones armadas no deberían opinar de asuntos políticos, legislativos, constitucionales. La izquierda y el movimiento popular deberían revisar y discutir lo de los comunicados, no en un escenario de cobrarse cuentas sino de entender las propias movidas que operaron dentro de las Fuerzas Armadas.
En el libro sostenés que la “prédica anticomunista” del diario El País se mantiene “intacta”. ¿Creés que el anticomunismo está intacto en algunos sectores de la sociedad?
Creo que el anticomunismo ha tenido un rebrote internacional, en el sentido que equipara el anticomunismo a la izquierda, al movimiento popular. Hay un desarrollo muy grande del anticomunismo en Uruguay, hay sectores de la derecha que lo tienen como prédica permanente, sistemática. Sólo analizando la campaña hacia las elecciones departamentales, El País casi semanalmente colocaba en sus editoriales el miedo al poder que podían llegar a tener los comunistas con Carolina Cosse como intendenta. Pero creo que en la sociedad en general, más allá del esfuerzo que hace la derecha, no está teniendo resultados esa prédica. El PCU tiene una estructura a nivel organizacional muy importante, y tiene peso en la vida social y política del país.