Mirar la desigualdad desde arriba. Esa es la consigna del libro Los de arriba. Estudios sobre la riqueza en Uruguay, editado por la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (Fucvam) y coordinado por el docente e investigador universitario Juan Geymonat. Como se señala en la introducción del libro, los estudios sobre pobreza abundan en Uruguay, con fuentes de información que permiten construir una radiografía “casi perfecta”. En cambio, sobre los ricos los datos disponibles “son escasos, dispersos y tienden a subestimar la magnitud de sus ingresos y riqueza acumulada”.

“Se mira poco la desigualdad, y cuando la miramos lo hacemos desde el problema de la pobreza, y nos perdemos que la contracara de eso es la extrema riqueza”, remarcó Geymonat en diálogo con la diaria.

El libro surgió como una iniciativa de Fucvam, en un contexto particular: asunción de un nuevo gobierno, discursos en torno a la importancia de los “malla oro” y afirmaciones como la del presidente de la Asociación Rural del Uruguay, Gabriel Capurro, pronosticando que “la desigualdad de ingresos va a existir siempre”. Se quiso colocar la cuestión del poder económico “como espacio a disputar en la discusión sobre el espacio fiscal o sobre quién tiene que pagar la crisis”, explicó Geymonat.

En la primera parte del libro se abordan las fuentes del poder económico. Un artículo del economista Mauricio de Rosa señala que en Uruguay el 1% más rico de la sociedad percibe un ingreso equivalente al de la mitad de la población más pobre junta. Otro artículo, del economista Jorge Notaro, concluye que los ingresos del capital superan a todas las remuneraciones de asalariados. Un tercer artículo, del ingeniero agrónomo Gabriel Oyhantçabal, se centra en la propiedad y la renta de la tierra.

La primera parte del libro cierra con un texto de la economista Evelin Lasarga que analiza la distribución de las herencias. Concluye que la herencia se distribuye peor que el ingreso y peor que la riqueza. En primer lugar, muestra que un tercio de la riqueza es heredada. Además, hay una gran acumulación en la parte alta de la distribución: el 10% más rico se apropia de 63% de la riqueza, y el 1% más rico, de 28%, y estos porcentajes son aún más elevados en el caso de la riqueza heredada. La condición de heredero, de dueño de negocios y de promedio de edad mayor a 60 años son los factores que más inciden en la posesión de riqueza de los hogares. En cambio, el clima educativo tiene una incidencia baja en la posesión de riqueza. “Estos resultados permiten concluir que la actual distribución de la riqueza depende en gran parte de condiciones presumiblemente arbitrarias, no controladas por las personas, sino que provienen de su origen familiar y no del mérito personal”, remarca la autora, en franca contraposición con el “mito” de la meritocracia, acota Geymonat. “Es un derrumbe a todo el mito meritocrático del ‘esfuérzate y gana’. No, donde vos naciste, y más si naciste en sectores altos, va a determinar y a condicionar mucho más que cualquier otra variable”, señala el coordinador del libro.

La segunda parte incluye un artículo del sociólogo Miguel Serna, que trabaja la vinculación entre las élites económicas y las políticas. Muestra cómo dentro del elenco político el empresariado está sobrerrepresentado y cómo la desigualdad económica se traduce también en desigualdad en el acceso a la participación política. Un segundo artículo, de Geymonat, analiza cómo se ha extranjerizado el poder económico en Uruguay, y también cómo en torno a los grupos propietarios se estructura y se organiza un conjunto de grupos sociales, que si bien no necesariamente son propietarios de los medios de producción directamente, “sí son funcionales a ese grupo propietario: profesionales de determinado tipo, CEO de las compañías, agentes privados de consultoras”. “Todo ese círculo concéntrico al núcleo de los grandes propietarios de alguna manera también converge en espacios y círculos muy cerrados de socialización: van a determinados clubes, veranean en determinados lados, van a determinados colegios. Y todo eso va formando como una especie de identidad de clase, de formas de ver, de formas de entender la realidad”, explica Geymonat. “Se forman relatos comunes, como por ejemplo este de la cuestión meritocrática, este que retrataba Capurro. Le cayeron a Capurro, pero que no somos todos iguales es una idea de clase, y por lo tanto no tenemos que ser todos remunerados de la misma manera. Todo eso es una especie de cultura propia por la ligazón y la pertenencia a determinados círculos de socialización”, agrega. Actualmente, en el gobierno, si bien el empresariado no tiene “directamente las riendas del poder”, hay personas que “representan esta visión”, a juicio de Geymonat.

Esta concepción y relato de los sectores dominantes termina permeando en amplios sectores de la población. “Ahí está la capacidad de las clases dominantes, de quienes tienen el poder, de hacer de la visión propia la visión del conjunto”, destaca Geymonat. Menciona al respecto, por ejemplo, el dato de que cada vez hay menos gente que cree que la pobreza se debe a causas estructurales y más gente que considera que se debe a causas individuales. “Ese es todo un triunfo de una forma de ver la realidad que es propia de un sector, de una clase social, pero que sin embargo se instala como el lente o la forma de ver de toda la sociedad, y eso es lo que sirve a la reproducción de la desigualdad y del poder”, afirma el investigador.

El libro cierra con un artículo de Marcelo Pérez Sánchez y Juan Pedro Ravela sobre los barrios privados, como espacios donde “convergen determinados sectores muy cerrados”, explica el coordinador. “Ahí hay datos muy interesantes, como por ejemplo que todos los asentamientos del Uruguay entran en la superficie que ocupan los barrios privados y te sobran 1.750 hectáreas. Y encima muchos de esos barrios son barrios de veraneo que están desocupados la mayor parte del año”, advierte.

En la introducción del libro se señala que en el contexto actual, de estancamiento general de la economía, “el problema de la distribución vuelve a presentarse como una disputa por una torta que no crece y de la cual unos comen mucho”. “Por otro lado, un gobierno con mayor participación de los sectores empresariales, con una orientación y un discurso políticos fuertemente sustentados en la idea de la desigualdad como necesidad para el desarrollo y del gran capital como motor de crecimiento económico, obliga a pensar en términos críticos sobre los intereses y el accionar de los sectores dominantes”.