Los números hablan por sí mismos. Más allá de pequeñas diferencias entre encuestadoras, la popularidad del presidente Luis Lacalle Pou se ubica en umbrales en torno a 60%, una cifra que a más de un año de haber asumido constituye un enigma por varias razones. Por un lado, si bien después de la reforma electoral que instauró el balotaje la popularidad de los presidentes desde entonces se vio aumentada a valores como los que recoge Lacalle, la extensión de estos en el tiempo constituye una rareza. Tres expertos consultados por la diaria coinciden en que la pandemia constituyó un shock externo “positivo” para este gobierno, ya que más allá del consenso de una “buena” gestión durante 2020, la decadencia de este año no se termina de expresar en la opinión pública. El rango de la inflación y el desempleo, que siempre fueron condicionantes de la aprobación del gobierno, no lo están siendo en este caso. Las hipótesis se vuelcan a la identificación de un sentimiento de nacionalismo y a la búsqueda de protección, que hace que una sociedad –que además se perfila en términos generales con poco interés en la política– se afiance al líder de la nación. A todo esto se suman las dotes comunicativas del presidente, que mantiene la estrategia desde su campaña por el ascenso presidencial. Sin embargo, se estima que todo esto tiene una fecha de caducidad inminente.
Impulsada por los partidos tradicionales, la reforma constitucional de 1996 instauró diversos cambios en el sistema electoral. Uno fue la introducción de la llamada “segunda vuelta”, que en términos de popularidad produjo un gran impacto. “Antes de la reforma electoral, la aprobación electoral siempre estaba debajo de 30%. El cambio de reglas y el balotaje hicieron que la gente tuviera una mayor aprobación presidencial, por encima de 50%. Pasó con [Jorge] Batlle, [Tabaré] Vázquez –las dos veces– y [José] Mujica, superando incluso la intención de voto”, explica la politóloga Lucía Selios. “Lo que da la reforma constitucional es un crédito de entrada importante. El votante del balotaje ya se alinea. Con esto en consideración, se puede decir que antes de la pandemia este gobierno ya tenía un nivel de expectativas bastante alto en cuanto a si podía hacer una buena gestión”, aporta el sociólogo Rafael Porzecanski.
Así arrancaba Lacalle Pou la “luna de miel”, el momento inicial del período de gobierno en que la ciudadanía y el gobierno se encuentran en un idilio, un intervalo que dura aproximadamente seis meses, hasta que las personas empiezan a moldear su opinión de acuerdo a indicadores objetivos. En este sentido, Selios cita un artículo de 2002 de Juan Pablo Luna, en el que se demuestra que la fluctuación de la aprobación presidencial no responde al producto interno bruto y otras variables macroeconómicas, sino principalmente al desempleo y la inflación. “Cuando aumentaban, la aprobación presidencial bajaba. Esto también se aplica después de la reforma. La correlación sigue vigente”, sostiene la también docente e investigadora del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad de la República (Udelar).
El shock externo, el nacionalismo y el líder
Más allá de los cambios estructurales, exactamente al mismo tiempo que este gobierno comenzaba su gestión también se producía el inicio de la pandemia en Uruguay. Lacalle Pou asumió el gobierno el 1º de marzo y 12 días después anunciaba el decreto de emergencia sanitaria que se mantiene hasta el día de hoy, un año y tres meses después.
Aunque algunos podrían tomarlo como una condena, lejos de eso, los consultados sostienen que se trató de un shock externo favorable. “La pandemia es un shock externo. Lo reconocen propios y ajenos. Es una cosa de la que Uruguay, en sí, no es responsable. Después podrá haber discusión sobre cómo se gestiona. Un shock externo de la magnitud de la pandemia genera un sentimiento de unidad nacional. Lo generó en Uruguay y lo generó en otros países. A eso se le llama ‘rally round the flag’ [en inglés] o ‘la reunión en torno a la bandera’”. Ese fue el clima con el que el gobierno empezó a gestionar la pandemia”, explica Porzecanski, quien es también director de Opinión Pública y Estudios Sociales de Opción Consultores.
“Primero hay sentimientos nacionalistas, y lo segundo es que la gente lo que quiere es alguien fuerte que parezca comunicar bien. En términos generales, las personas necesitan una persona que conduzca, y tenemos un presidente que a algunos les gustará y a otros no, pero es un gran comunicador y un gran tranquilizador –para la mayoría de la población, por lo menos–. Es evidente que hay un efecto de colapso, combinado con un presidente que, más allá de que tenga razón o no, se muestra fuerte y seguro. Y lo que la gente necesita es certeza y conducción. Nos refugiamos en el líder”, sostiene Selios. “En situaciones de mucha incertidumbre y riesgo, la gente tiende a brindar un apoyo extra al liderazgo, sobre todo cuando el liderazgo tiende a una actitud proactiva, y ese apoyo tarda en bajarse porque, mientras la percepción de riesgo esté presente, la gente no cambia”, explica, por su parte, Daniel Chasquetti, politólogo y también docente e investigador del Departamento de Ciencias Políticas de la FCS.
El primer año, el rédito y el rol de la oposición
Ahora bien, durante 2020 los indicadores sanitarios fueron objetivamente buenos. Tanto a nivel interno como externo llovieron elogios a la gestión de la pandemia en el “pequeño oasis” –como se le llegó a llamar a Uruguay en reconocidos medios de prensa internacionales–. “El gobierno tuvo alta aprobación general, muy alta aprobación de [su gestión de] la pandemia –por encima de la aprobación general–, que se transformó en una política de consenso. El mismo Frente Amplio [FA] fue muy duro con respecto a las medidas socioeconómicas pero, después del debate inicial sobre qué hacer cuando llegaba la pandemia, lo que hubo fue básicamente un consenso en torno a cómo gestionarla. Y eso naturalmente es una señal muy importante para el electorado frenteamplista”, señala Porzecanski.
“Por otra parte, se podría decir que la pandemia afecta múltiples arenas que, cuando la sociedad y el sistema político funcionan normalmente, influyen mucho en la formación de opiniones, como la arena social y la arena parlamentaria. Primero, no hay paros, no hay movilizaciones, no hay lucha callejera. Y en cuanto a la arena parlamentaria, el FA tardó mucho en tomar medidas más firmes, de contralor; pasó el primer año sin hacer una interpelación parlamentaria. Eso nunca había sucedido. Siempre la oposición interpelaba en el primer año. Tenemos algunas legislaturas en que llegó a haber hasta cinco interpelaciones. Entonces, todo eso fue afectado por la pandemia. El único escenario sostenido de oposición y enfrentamiento ha sido la recolección de firmas: un mecanismo súper civilizado que permite a los opositores expresar su molestia, su enojo”, indica Chasquetti. Para el politólogo, el FA tuvo una conducta “sistémica y responsable”: “Hizo lo que tenía que hacer en una situación crítica. Buscó apoyar al gobierno en una situación complicada, y, por otro lado, al gobierno le fue muy bien. La estrategia sanitaria hasta noviembre de 2020 fue excelente: pocos casos, pocas muertes, reconocimiento internacional... Por tanto, la oposición tenía poco margen para acciones que erosionaran el prestigio. Creo que ahora la situación cambió. Estamos viendo algo un poco más normal de lo que estamos acostumbrados”, agrega.
Lo objetivo, lo subjetivo y la “libertad responsable”
Ya el año pasado varios indicadores económicos y sociales mostraban en un principio niveles de alerta y rápidamente de colapso. Todo esto, sin embargo, al alero de los reconocimientos sobre la gestión de la pandemia. Pero sobre finales de 2020 los indicadores sanitarios también empezaron a agravarse, algo que fue –y continúa– profundizándose desde entonces. Aun así, los niveles de popularidad del presidente siguen en el entorno de 60%. Sondeos publicados esta semana dan cuenta de eso. La situación para muchos –si no todos– de los que estudian estos comportamientos constituye un enigma.
Pasada la “luna de miel”, si bien la aprobación de la gestión de la pandemia ha caído, Porzecanski sostiene que para entender el fenómeno hay que hablar de las grandes preocupaciones de la ciudadanía hoy en día: economía y salud. “Un concepto central con el que se trabaja es el de atribución de responsabilidades. Esto es preguntarles a las personas por qué creen que las cosas no están bien en el país en materia sanitaria o económica. Lo que está sucediendo –y eso es un fenómeno bastante inusual y sigue siendo parte del contexto de pandemia– es que la mayoría de la población sigue sin atribuir responsabilidad al gobierno en la marcha recesiva de la economía y en la evolución negativa de los indicadores sanitarios. Cuando le preguntás a la gente por qué cree que hay crisis económica en el país, la mayoría responde que hay un problema internacional, una crisis económica mundial a raíz del coronavirus. Y cuando le preguntás por qué cree que en el país han aumentado los contagios y fallecimientos, o quién cree que es el principal responsable de esto, señala al comportamiento individual de las personas como la principal causa. Eso es lo que genera la discrepancia entre indicadores subjetivos y objetivos”, explica.
El líder, su palabra y la falta de conciencia colectiva
La pandemia atraviesa a toda la población y deja secuelas diferentes según los estratos socioeconómicos. Esto no es distinto de lo que sucede con cualquier otro fenómeno, producto de los altos niveles de desigualdad presentes en la sociedad uruguaya. Ahora, sumado a los sentimientos nacionalistas y la búsqueda de un líder que tome el timón y nos guíe, están las particularidades personales de Lacalle.
“Hay ciertas inquietudes que provienen de sectores más intelectuales. Las clases medias y medias altas son las más escandalizadas por el asunto, pero para el resto de la sociedad [Lacalle] parece coherente. Se presenta como alguien fuerte, que tiene buen vínculo con la ciencia, y para gente que está mucho menos informada calza muy bien el discurso con este efecto”, considera Selios. Para la politóloga, se trata de la misma estrategia que utilizó en su campaña política por la presidencia. “El individualismo, en una buena clave, es decir, de hacerme responsable, ya estaba en la campaña. Lo repite y lo reafirma con los cambios en los gabinetes que ha hecho. Eso da mucha certidumbre en una situación de mucha incertidumbre. Se posiciona como un tipo que sabe lo que hace, y eso hace que se le entregue un cheque, porque se entiende que, haga lo que haga, va a estar bien”. En cuanto a la comunicación, sostiene que se percibe en distintos aspectos. “Intenta generar un liderazgo a la usanza de [Max] Weber: responsable y a la vez carismático. Intenta llegar a toda la población de una forma que se entienda y además genere simpatía o empatía. Y lo hace bien. La necesidad psicológica de las personas de sentirse a salvo y no sentirse todo el tiempo preocupadas por lo que van a hacer, más el discurso, más la libertad, hace que esta aprobación sea importante”, concluye.
“Es evidente que hay una parte de la población a la que le cae bien. Desde que es presidente, la percepción sobre Lacalle Pou mejoró mucho. Además, tiene una línea argumental a la hora de explicar las cosas. Nos puede gustar o no, pero la tiene; no luce inconsistente. Y eso, para mucha gente, puede resultar bueno. Es una persona joven, se muestra activo. Probablemente haya sectores de la población que consideren positivamente todo eso”, aporta Chasquetti.
No obstante, también está el hecho de que la sociedad no es homogénea sino que, por el contrario, está muy segmentada, así como la circulación de la información y las noticias. “Las personas de los círculos más próximos a los estratos que toman decisiones están informadas, les interesa la política, pero a medida que nos vamos alejando las preocupaciones son otras”, aclara Chasquetti. Selios sostiene que el interés de la ciudadanía en la política, en Uruguay, está en menos de 20%.
Además, Chasquetti sostiene que también la discusión sobre cifras y muertes no permea a toda la sociedad. “Al principio todo el mundo miraba las cifras. Ahora hay cierta rutinización y el dato pierde peso, por tanto, salvo que se te mueran conocidos, el dato es el dato y se normaliza. Eso pasa en múltiples fenómenos sociales. Cuando aparece un fenómeno nuevo llama la atención; después, cuando se vuelve rutinario, la gente lo convierte en una información cotidiana. Así, las peores cosas pueden ser normalizadas por la cabeza de la gente”. En este sentido, considera la posibilidad de que “mucha gente valore mucho más que nos vacunen a que se esté muriendo gente que no conocen, y también que piensen que siguen muriendo viejos y no tengan idea de que el perfil etario de las muertes cambió de manera sustantiva [a partir de la extensión de la variante P1]. Todo eso es información significativa”.
La relativamente inminente caída
Aun con diferencias, los consultados coinciden en que la aprobación en estos niveles es excepcional y pronto descenderá a niveles más próximos a los esperados según los indicadores objetivos. “Los electores en general son bastante resultadistas en contextos normales, es decir, responsabilizan a los gobiernos de la buena o mala marcha de la economía o del país en los temas que les importan. Con razón o sin razón, pero el gobierno suele ser el fusible por el que la ciudadanía interpela o atribuye causalidad. El contexto pandémico es excepcional, entonces hay que ver qué sucede en un escenario pospandémico. Lo esperable es que la ciudadanía comience a exigir resultados específicos, concretos, y comience a evaluarlo de forma más tradicional que como suele hacerlo en contextos no excepcionales”, considera Porzecanski.
“Tal vez sea una cuestión de tiempo. Lo que sí, necesariamente, se va a producir es una evaluación retrospectiva, pero eso va a ocurrir más adelante, seguramente cuando entremos en una situación de normalidad, sobre el fin de este año o el que viene”, estima Chasquetti.
“Cuando se acabe la pandemia, puede haber un efecto boomerang bastante grande hacia Lacalle Pou y sobre todo si el Frente Amplio logra responsabilizar de la situación sanitaria al gobierno, algo que, de momento, no está logrando, pero quizás porque no sea el tiempo de hacerlo”, sostiene Selios, que indica que, por lo pronto, “la gente lo único que quiere es seguir adelante y confiar en que va a estar todo bien”.