“Si alguien deja caer un rumor, no lo levante usted. Hay gente que, sin malicia, repite tonterías que hacen mucho daño. Otros quieren darse importancia lanzando ‘primicias’ que sólo existen en su imaginación. Usted los conoce y sabe cómo son. No se deje impresionar por el secreteo ni por las palabras dichas al oído. Lo pueden perjudicar a usted. Los rumores destruyen las fuentes de trabajo”. Este texto, acompañado de la imagen de un hombre susurrando en el oído de otro hombre con cara de asombro exagerado, se publicó a página completa en el diario El País en 1982. Fue sólo una pieza de una campaña de la dictadura destinada a cortar la circulación de información a través del “boca a boca”. Y es que en contextos autoritarios el rumor tiene un carácter emancipatorio, sostienen los autores del libro Dictadura y resistencia. La prensa clandestina y del exilio frente a la propaganda de la dictadura (1973-1984). La investigación, publicada por la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República (Udelar), tuvo como coordinador al doctor en Ciencias Sociales Gerardo Albistur y como autores a Analía Passarini, Álvaro Sosa y Maximiliano Basile. También contó con la participación de estudiantes de la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar, que realizaron parte del trabajo de campo.
Para el análisis de la propaganda de la dictadura se recurrió exclusivamente a las piezas publicadas en prensa escrita, y para la prensa de la clandestinidad y el exilio se accedió a materiales que conservaban partidos políticos, sindicatos y otras organizaciones, y a archivos personales.
En la introducción del libro, Albistur recuerda que la política de censura a la prensa comenzó a implementarse apenas asumió la presidencia el colorado Jorge Pacheco Areco, en noviembre de 1967. El Decreto 383/968 del 13 de junio de 1968, que imponía medidas prontas de seguridad destinadas a reprimir a los sindicatos y al movimiento social, establecía en primer lugar la prohibición de difundir por cualquier medio toda información sobre conflictos laborales o protestas estudiantiles. En 1969 se prohibió publicar información sobre las acciones armadas del MLN, y se estableció que la única fuente al respecto debían ser los comunicados oficiales producidos por el Poder Ejecutivo, “lo que puede considerarse el primer intento de construcción oficial de un discurso único”, advierte el autor.
Hubo clausuras transitorias y definitivas de medios de prensa antes de la dictadura.
La dictadura continuó esta línea de censura, pero como ya han señalado otros autores, su política de comunicación no fue sólo “por la negativa”: se buscó activamente construir relatos. Para ello, el régimen utilizó la radio y la televisión, el cine y la arquitectura, los desfiles militares y el folclore, los libros, el afiche, el panfleto y los espectáculos públicos, la música y el deporte.
La sociedad homogénea y en paz
Desde su propaganda la dictadura buscó instalar la idea del fin de las diferencias políticas, ideológicas, generacionales y de clase, explica Albistur. La imagen ideal trazada era la de una sociedad “corporativa, homogénea, identificada directamente con el Estado y por esa razón próspera, ordenada y pacífica”.
La idea de “sociedad ideal” de la dictadura puede extraerse a partir de la serie publicada en agosto de 1974 en la prensa, denominada “Yo, oriental”. Allí se buscaba subrayar el rol ideal de cada ciudadano en la sociedad. “La utilización de oriental, resignificada por la dictadura, remite a los orígenes del país y, por lo tanto, conlleva un sentido más claramente nacionalista, patriótico y tradicional”, señala Albistur. La serie da cuenta de un “desinterés” por lo individual y por el individualismo, y remarca que todas las personas, no importa su ocupación, deben priorizar el bien del país antes que el suyo propio. El empresario, por ejemplo, dice: “Voy a ganar cuando el país gane conmigo”. El sindicalista sostiene: “Voy a combatir por un gremialismo honesto, apolítico y auténticamente oriental”. La mujer sólo aparece en el rol de ama de casa: “Voy a respaldar en el quehacer doméstico el esfuerzo con que mi esposo gana nuestro sustento”. También se le asigna a las mujeres “amas de casa” otros cometidos: “Voy a educar a mis hijos para que sean ciudadanos útiles y de provecho. Voy a orientarlos en el descubrimiento de su vocación. Voy a ayudarlos a elegir sus amigos”. Y además: “Voy a defender sus derechos a una educación laica, democrática y actualizada”.
Albistur remarca que en esta serie es notoria la ausencia de ciertas profesiones: no hay docentes ni estudiantes, tampoco profesiones vinculadas a las humanidades, el derecho, las ciencias sociales, el periodismo, el mundo de la cultura y el arte. Ninguno de los personajes cumple una función intelectual. “Pueden observarse en la publicación referida el anticapitalismo mediante el rechazo a los valores burgueses de la competencia, el lucro y la acumulación, la colaboración de clases, el culto a las tradiciones, el valor de la familia y de la educación como elementos de cohesión, el antiintelectualismo y, con todo ello, una concepción corporativa de la sociedad”, resume el autor.
En la propaganda de la dictadura también había referencias a la educación y a las obras de infraestructura como representaciones del éxito de las políticas aplicadas.
El anticomunismo y el antidemocratismo del régimen se reflejaban en la construcción de un enemigo sin nombre, identificado con lo extranjero y lo foráneo, al que la dictadura se refería con un vago “ellos”. Por ejemplo, una de las piezas de propaganda, publicada en 1978, muestra a un joven tirando una piedra con una onda, acompañada del texto: “Mientras ellos aterrorizan el mundo, en tanto en nuestro país los hemos derrotado, ellos se infiltran por el mundo para sembrar la destrucción, el pánico, la muerte, como antes lo hicieron entre nosotros”.
“El peligro era la colonización de las mentes de los jóvenes mediante la lectura marxista y el adoctrinamiento comunista foráneo”, apunta Maximiliano Basile, autor de uno de los capítulos del libro.
Basile también analiza la campaña contra los rumores ya mencionada. Las imágenes seleccionadas permiten apreciar la literalidad gráfica de la dictadura: un texto que reza “El rumor es como la polilla, nace y se nutre en la oscuridad. [...] Defiéndase: aplaste la polilla del rumor con el peso de la verdad” es acompañado por la imagen gigante de una polilla.
Otras versiones
En un contexto de censura de la prensa, en años en que quedaron circulando sólo cuatro diarios de alcance nacional, todos ellos en mayor o menor medida afines al régimen, la prensa clandestina fue el vehículo privilegiado para comunicar lo que la dictadura quería ocultar.
“El objetivo principal de la prensa clandestina, más que periodístico, fue político, como político fue el propósito de la propaganda, pero aquí termina la semejanza. La función política de esta prensa clandestina no remite a la finalidad de adhesión ideológica total de la propaganda ni a una voluntad de constituirse como discurso único, sino a las funciones heredadas de la prensa política y partidaria de las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Funcionaban como sustitutos de los medios de comunicación clausurados desde 1967”, explica Albistur. Un ejemplo de ello fue el periódico Jornada (de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, FEUU), legal antes de 1973, que pasó a ser una publicación clandestina hasta 1984.
De aquella época se conservan sobre todo volantes y octavillas breves. Pero también algunas publicaciones más extensas: Jornada y Compañero (del Partido por la Victoria del Pueblo), el periódico Liberarce, de la Unión de Juventudes Comunistas, Carta, publicación semanal del Partido Comunista, y boletines informativos de la Convención Nacional de Trabajadores. Además, circularon durante toda la dictadura cartas y grabaciones en cintas caseras con mensajes del exiliado líder del Partido Nacional Wilson Ferreira Aldunate.
Las publicaciones compilaban artículos informativos y de opinión acerca de las condiciones del gobierno dictatorial, las posibilidades de una salida democrática, la organización de la oposición y la estrategia de la izquierda, sus propias discusiones internas, sus errores e insuficiencias, la política de alianzas más adecuada para enfrentar al régimen con posibilidades de éxito. A esto se sumaban denuncias sobre desapariciones, encarcelamientos, torturas y secuestros. Tampoco se omitía la información económica, desde la perspectiva básicamente de los trabajadores asalariados.
Álvaro Sosa, autor de otro de los capítulos del libro, explica que esta prensa clandestina perseguía varios objetivos. Por un lado, aspiraba a hacer llegar a los militantes, simpatizantes y población en general la orientación de la organización que editaba el material respecto de diversas temáticas de coyuntura política y económica. Y por otro lado, buscaba romper con la censura impuesta por la dictadura y denunciar las permanentes violaciones a los derechos humanos que se producían en el país.
Las publicaciones sindicales apuntaban especialmente a denunciar los abusos cometidos en los lugares de trabajo y el incumplimiento de la legislación laboral por parte del Estado o de las patronales. A su vez, la prensa juvenil y estudiantil se preocupó de denunciar las situaciones de represión vividas en los centros de estudio y los diversos problemas generados con los docentes, planes o carreras.
Las publicaciones clandestinas aspiraban también a difundir las acciones de resistencia que la prensa legal no publicaba. “Este era un factor central pues confirmaba la continuidad de la lucha a pesar de la persecución y el terror, mostrándoles a quienes se oponían al régimen que no eran los únicos”, apunta Sosa.
Hubo un cambio en la percepción del régimen a medida que fue transcurriendo la dictadura. En los primeros años, la prensa clandestina lo caracterizaba como débil y aislado, y auguraba una derrota inminente. También se lo calificaba como fascista y lo relacionaba directamente con la figura de Juan María Bordaberry. Se sostenía que sólo tenía el apoyo de civiles “rosqueros” y militares “derechistas”, “fascistas”, “gorilas” o “brasilerados”. Se pronosticaba que la dictadura sería derribada por la conjunción de una masiva movilización social y política, con la creación de un gran frente antidictatorial que incorporara incluso a sectores de las Fuerzas Armadas, en una línea de continuidad con el apoyo que varios sectores del Frente Amplio dieron a los comunicados 4 y 7, de febrero de 1973. Se entendía que las Fuerzas Armadas o una parte de ellas habían “traicionado” el espíritu de esos comunicados.
El análisis económico generalmente dejaba traslucir la idea de que el gobierno era inepto, negligente y corrupto, y que en sus decisiones primaba la intención de salvaguardar los vínculos que muchas de sus principales figuras habían tejido con el capital financiero internacional y el imperialismo, señala Sosa.
En materia educativa, había referencias al ambiente “de terror y persecución que imperaba en las instituciones educativas”.
También había fuertes cuestionamientos a la prensa legal afín al régimen, y en particular al diario El País, al que acusaban de proporcionar integrantes de sus redacciones para ocupar cargos jerárquicos en la educación.
En materia de política internacional, la información destacaba los diversos ejemplos de resistencia que se producían en las diferentes partes del mundo. El proceso internacional que mayor interés concitó en la prensa clandestina uruguaya durante el período fue la victoria de la revolución sandinista nicaragüense.
En una segunda etapa de la prensa clandestina, entre 1981 y 1984, el análisis político adquirió mayor relevancia. En esa etapa, también, empiezan a circular órganos legales de prensa sindical y estudiantil.
Había distintas ideas sobre la salida de la dictadura: mientras para la prensa comunista la salida era la celebración inmediata de elecciones libres y sin proscripciones, para Compañero, era necesario instalar un gobierno provisorio y una asamblea constituyente como forma de lograr una verdadera democratización. El gobierno provisorio estaría conformado por todas las fuerzas antidictatoriales que estuvieran dispuestas a poner en práctica un programa de medidas sociales y económicas radicalmente diferentes a las impulsadas por el régimen autoritario.
Al mismo tiempo, se trataba de destacar la realización de movilizaciones masivas como, por ejemplo, el acto del 1º de mayo de 1983.
Resistencia más allá de fronteras
En el exterior, los exiliados políticos editaron un número importante de revistas y boletines informativos. Por ejemplo, en México, Carlos Quijano siguió dirigiendo Cuadernos de Marcha. “Para la prensa del exilio, en primer lugar estaba la denuncia de la dictadura ante la comunidad internacional. Luego, eran también un medio para estrechar el vínculo entre la diáspora, exponer las discusiones internas, el intercambio de puntos de vista, así como poner a disposición de los lectores acontecimientos nacionales e internacionales”, explica Albistur.
Analía Passarini, autora del capítulo sobre esta prensa, contabiliza casi 20 medios de la diáspora en ocho países: Suecia, Suiza, Francia, Italia, España, Estados Unidos, México y Canadá. Identifica una prensa más militante, sectorial, y otra más generalista, enfocada sobre todo en denunciar las violaciones a los derechos humanos de la dictadura. Se tematizaba la solidaridad con las personas que permanecían en Uruguay y también el retorno al país.
“Póngale el hombro al Uruguay”, “El Uruguay somos todos”, “Si todos nos queremos, ¡vamos a poder!”, “No sea un oriental a medias”, “Uruguay, tarea de todos”. Con estos eslóganes, y al tiempo que buscaba destruir físicamente a quienes consideraba sus enemigos, la dictadura pretendió borrarlos simbólicamente, diluirlos en un “todos” donde sólo había lugar para unos pocos. Pero las redes de circulación de información clandestina impidieron que se ocultaran totalmente las torturas y desapariciones del régimen, y proporcionaron aliento para la resistencia. No fueron tan fáciles de aplastar como las polillas.