Envidriada, resguardada, venerada y acompañada de una cruz. Así recibe la Virgen de la Merced a cada persona que ingresa a la cárcel de mujeres. Al entrar por la puerta principal es lo primero que se ve: un santuario incrustado en la pared que en su base acumula peticiones escritas. Las mujeres van y le rezan, porque según Isabel,1 una de las internas, “es la protectora de las personas privadas de libertad”.
En alguna que otra pared, dentro de las celdas y detrás de la cama, reposan textos bíblicos pegados con pasta de dientes –a falta de cascola– que les da la misma congregación que les brinda los versículos impresos: la Iglesia Universal del Reino de Dios.
Isabel está privada de su libertad desde hace seis años y ha recorrido todas las iglesias habidas y por haber. Comenzó por curiosidad, continuó porque encontró paz. Ahora es referente de Alas de Fe, una congregación evangélica pentecostal que reúne a siete iglesias. Los pastores van una vez al mes, pero queda ella, que se hace cargo de repartir las donaciones de la iglesia –más que nada, alimentos– entre todas las privadas de libertad que acuden a los encuentros. Pero sobre todo, ayuda. Ella dice que ayuda a que no las invada la tristeza. Entonces las escucha, les da un abrazo, les dice que hay otros caminos posibles y que esos caminos son a través de la fe y de Dios.
“Yo, si no hubiese sido por la fe, no hubiese sobrevivido. Realmente. Porque esto es como un inframundo”, vocifera, y mira fijo y tiembla un poco y no se sabe si está seria o si el pequeño movimiento de los labios es un esbozo de sonrisa. Pero se nota que habla en serio. Con las manos simulando un rezo, afirma que lo que la iglesia hizo fue transformarla.
Una cuestión de género
El 23 de octubre de 2013, el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) aprobó el Protocolo para la Vida y Atención Religiosa en las Cárceles, que intenta regular el ingreso de las iglesias. Ese mismo año las cárceles comenzaron a depender del INR, un proceso que llevó hasta 2015.
Antes, la Dirección de Cárceles sólo abarcaba las unidades de la zona metropolitana y el resto dependía de cada jefatura. “En este marco, nosotros teníamos que planear una estrategia nacional para que se pudieran unificar todas las actividades”, explica el director del INR, Luis Mendoza. “Utilizamos la buena voluntad de las iglesias para que se acoplen en la rehabilitación de las personas, pero las reglas siguen siendo nuestras”, asegura.
Hasta el 13 de octubre de 2021 las mujeres privadas de libertad que habitaban las cárceles del país eran 962 –27 trans–, divididas en 19 unidades de las 26 existentes, según la información brindada por el Área de Planificación del INR. De acuerdo a los datos de 2020 proporcionados por el Ministerio del Interior (MI) a través de un pedido de acceso a la información, las tres unidades que reciben más iglesias son la Unidad 4 de Santiago Vázquez (ex Comcar), con 12 iglesias, y la Unidad 5 y la Unidad 9 de madres con hijos e hijas, con nueve iglesias cada una.
Los registros sobre la cárcel de mujeres, particularmente, difieren de lo informado por la exencargada del área eclesiástica de la unidad, Ana Martínez: al momento de la entrega del pedido de acceso, afirmó que las iglesias que asistían eran 19.
Las dos unidades que le siguen son la 1 y la 26, ambas con ocho iglesias cada una. En la Unidad 26 de Tacuarembó, además de varones, también hay mujeres. Las demás cárceles del país reciben entre una y cinco iglesias, menos la Unidad 23 de Treinta y Tres, a la que, según el documento, “no concurrieron iglesias este año”, y el Centro de Ingreso, Diagnóstico y Derivación, al que directamente “no concurren iglesias”. En definitiva, de las 26 unidades de todo el país, en tres de las cinco más concurridas por iglesias habitan mujeres, a pesar de que la cantidad de privadas de libertad es notoriamente menor que en las cárceles de varones. Las presencias son variadas: principalmente arriban la iglesia vatólica, pentecostales, neopentecostales, testigos de Jehová y, si se les solicita, también del afroumbandismo.
Culpas y espiritualidad
La directora del Departamento de Género y Diversidad del INR, Paula Lacaño, opina que la cárcel de mujeres y la cárcel de madres con hijos e hijas ocupan el segundo lugar en cantidad de iglesias que las visitan por “las culpas y la espiritualidad”. “Hay una cuestión de género, de las mochilas que cargamos. Una mujer cuando está privada de libertad ha roto varios controles sociales, y la religión puede ser una posible respuesta a eso; asistir para ser perdonadas, aceptadas nuevamente, limpiar la culpa”, sostiene.
En las cárceles “la mujer está más abandonada que el hombre”, afirma Mendoza. “En las visitas hay mucha diferencia: las mujeres van con su paquete a la cárcel todos los días. Pero vos vas a la cárcel de mujeres y hay muchas que reciben poco apoyo. Hay mucha sociedad civil, religiosa y no religiosa, que les da una mano. Aparte la mujer tiene otra estructura: hay muchas que son jefas de familia, tienen hijos afuera y, por ende, son más necesitadas que el hombre y precisan más ayuda”, asegura. Para Lacaño, este abandono se asocia también al estigma y a la ruptura del estereotipo de género.
Cuando se le pregunta qué rol tienen las iglesias para las privadas de libertad, Isabel menciona la “contención”: “Enseñar que hay otros caminos y que son los buenos, los mejores, aunque sean los más difíciles. También enseñarles el respeto a sí mismas; la solidaridad, encontrar el amor propio para poder amar a los demás”.
Después de poco más de 30 años desde que las monjas del Buen Pastor dejaron de administrar la cárcel de mujeres, la iglesia católica continúa yendo, pero con una dinámica y un rol que han mutado. Según los datos del MI, asiste a 15 cárceles del país, aunque según Luis Emilio Rodríguez, quien integra y coordina el grupo católico que los viernes va a la Unidad 5, la pastoral penitenciaria ingresa a todas las unidades. “La dinámica es como si vos fueras a visitar a alguien. Conversás de lo que el otro quiera conversar”, cuenta. Entre el lunes –día en que va otro grupo católico– y el viernes llegan a cubrir los 12 sectores de la cárcel, con hasta cuatro agentes pastorales que se distribuyen por sector y permanecen en total dos horas cada día.
En el grupo de Rodríguez se lee el evangelio del domingo siguiente. En el grupo que integra Carol Peraza, que asiste al sector femenino de la cárcel de Tacuarembó, además del evangelio y la escucha se toca la guitarra, se tiene un “momento de relajación” y “también es una oportunidad si ellas quieren algo del exterior: que vayamos a visitar a las familias o a sus niños”, explica Peraza.
Los domingos son su día: están media hora con las privadas de libertad preventivas, media hora con las procesadas –antes de la pandemia, el horario rondaba entre 40 y 60 minutos– y se reúnen en el comedor con, usualmente, diez internas. Llegar a las celdas es cosa excepcional: “Nos lo solicitan las compañeras o la misma Policía cuando alguna está triste, necesita que la escuchen, no se quiere levantar”.
Rodríguez dice que va allí porque Jesús la llama. “Voy a las cárceles porque son los últimos y Jesús elige identificarse con ellos”, afirma. “Yo creo en Dios, creo en Jesús, y encuentro a Jesús en esas personas”, acota Peraza.
El reino
Para Mendoza, la presencia de iglesias en las cárceles disminuye “la tensión y el conflicto interpersonal”. La iglesia Universal fue solicitada en el tercer piso de la Unidad 5 precisamente por y para eso. Raquel Schettini, educadora social, trabaja desde 2020 en un piso de máxima seguridad a solicitud del comando directivo de la unidad, “porque había bastantes conflictos de convivencia”.
“Acepté trabajar ahí para elaborar un plan que mejore la convivencia. Pero te encontrás con que no es sólo por cuestiones de pareja, como se decía, sino que es no tener una visita, no tener un adherente, no tener las necesidades básicas satisfechas, las demoras de la atención médica debido al poco personal. Empiezo a ver que lo educativo no alcanza y que lo laboral tampoco. Y la inmediatez cobra un sentido muy importante: que vos te acerques, escuches. Entonces pensé: yo tengo que traer a Susana”, explica.
En la Susana que pensó Schettini es Susana Rubio, responsable nacional de la iglesia Universal en las cárceles y la pastora que asiste a la Unidad 5. Rubio va los viernes y otro grupo de la misma iglesia va los lunes. Normalmente, sin las restricciones pandémicas, la congregación arriba con diez integrantes mujeres. Según Schettini, la Universal tiene 80% de adhesión de las mujeres privadas de libertad.
La pastora explica que los encuentros –en los que oran, cantan, realizan “alguna dinámica”, como obras de teatro o coreografías, y a los que llevan kits higiénicos– se dan en el espacio de cada piso donde las mujeres reciben a sus visitas. “Llegamos a casi todas. Semanalmente, unas 300”. Cada 15 días, y si hay personal para acompañarlas, ingresan también al quinto piso, uno de los de mayor aislamiento.
Un templo propio
La Universal es la única iglesia que, además, posee dentro de la cárcel un templo propio, al que antes de la pandemia asistían entre 80 y 90 privadas de libertad.
“¿Exclusivo para ellos? No, acá es todo de todos. ¿Te dijeron que era exclusivo? Dejame ver ese tema que no lo tengo. Sé que van. En el Comcar hicieron un salón religioso al que van todas las iglesias y sirve también para actividades. En Canelones también hicieron. Ayudan mucho, pero todos tienen libertad de culto, no se le puede dar a ninguna iglesia más privilegio que a otra”, respondió el director del INR.
Sin embargo, el salón lucía reluciente bajo la inscripción “Jesucristo es el señor” y un atril que acostumbraba acobijar a la pastora todos los viernes. Rubio afirma, de hecho, que tuvieron la autorización del INR, que se construyó durante la gestión –y con permiso– de la psicóloga Diana Noy como directora de la unidad –entre 2017 y 2018–, que dejaron “claro que era un uso exclusivo de la iglesia, no porque no queramos unirnos con las otras, pero hay cosas diferentes”, y que tanto la mano de obra como el financiamiento –más de 60.000 pesos– fueron aportados por voluntarios, fieles de la Universal.
Rubio dice que intentan transmitirles a las privadas de libertad “que hay una esperanza, que ellas pueden salir de ahí, que todos nos equivocamos pero en diferentes errores”. “¿Quién somos nosotros para juzgarlas? Intentamos mostrarles que delante de Dios somos todas iguales. Hay casos en los que realmente uno intenta ayudar. Y cuando salen uno también está ahí ayudándolas”, sostiene.
Fuera de la Unidad 5, depende de cada dirección si están habilitados a asistir una vez por semana o cada dos. Según el MI, la Universal ingresa a diez unidades. En cárceles mixtas, como en Tacuarembó, Soriano, Rivera, Cerro Largo, Maldonado, a excepción de Artigas, que es “la más mezclada”, los grupos se dividen: los varones con los varones y las mujeres con las mujeres. Según cuenta Rubio, en los días de actividades los varones juegan al fútbol y las mujeres tienen su “día de belleza”.
Pero la iglesia Universal no es la única iglesia evangélica neopentecostal que asiste a cárceles donde habitan mujeres: también lo hace la iglesia Dios es Amor. Ocho unidades en total, según el MI, aunque el pastor Julio Morandi precisa que asisten a cuatro y que pretenden llegar a más.
Morandi cuenta que en el salón de visitas de cada piso de la Unidad 5 alaban a Dios, se lee la Biblia, se predica, y entre otras secuencias litúrgicas, les preguntan a las mujeres “si quieren aceptar a Cristo en su corazón como único y suficiente salvador de sus almas” y si “desean reconciliarse con Dios”. “A nosotros nos interesa que esa alma sea salvada, que conozca a Cristo, y una vez que es transformada... ¡Cuántas personas son hoy diáconos, pastores, dirigentes de una iglesia y salieron de un Comcar o de una cárcel de mujeres!”, dice Morandi.
El otro lugar
Aunque Schettini manifieste que ni lo educativo ni lo laboral alcanza y que ahí es cuando cobra sentido la inmediatez de la escucha, la atención y la donación de la iglesia, para las autoridades del INR las iglesias seguirían yendo y las privadas de libertad seguirían asistiendo si hubiera más oportunidades educativas, laborales y de atención psicológica.
“Nosotros lo que buscamos es sumar, y estamos siempre luchando contra el ocio. Cuantas más actividades... por más que tengan un tinte religioso... todo suma. Pero las iglesias cumplen su cometido y no sustituyen a la educación”, afirma Mendoza.
“Creo que a cualquier actividad que te haga salir de tu espacio, que te desconecte de lo que es la cárcel y te lleve a otro lugar, mental y espiritualmente, irías igual, aunque tuvieras un psicólogo. Si hubiera más recursos técnicos –para desarrollar otro tipo de actividades–, probablemente asistirían menos privadas de libertad”, afirma Lacaño.
Isabel también opina que no va por ahí, que una cosa no quita la otra. Pero dice que las iglesias ofician de psicólogos y psicólogas porque “te escuchan, te dan una palabra de aliento, se preocupan si tú estás progresando o no”. “La contención que brindan es bastante importante”, concluye.
Afirma que tienen acceso a atenderse con psicólogos de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), pero que en “todo lo que es salud en general, desde psicólogos hasta médicos, la atención no es mala, es pésima”. “Yo, en seis años, con todas las veces que pedí psicólogo, si lo vi tres veces es mucho. Dicen que nunca tienen tiempo”, asegura.
La Torre del Vigía dicta talleres catalogados de educación no formal en la Unidad 4, bajo el título “Taller de habilidades sociales”. Según Juan Nasif, testigo de Jehová, cada ocho horas de clase los privados de libertad pueden descontar dos días de condena. Las instancias están diagramadas, llevan un control de la asistencia y las personas privadas de libertad son evaluadas. Unánimemente, los y las testigos de Jehová entrevistados enfatizan que no hacen una obra social sino una obra educativa.
“Nosotros tenemos este sistema: las nenas con las nenas, los nenes con los nenes”, enuncia Nasif sobre su presencia en cada uno de los centros penitenciarios. A la Unidad 5 iban 25 mujeres los lunes, martes, jueves y viernes, aproximadamente seis horas por día; a la Unidad 4, en cambio, iban entre seis y ocho varones, los lunes, siete horas, y los miércoles, tres horas.
En 2017 las clases planificadas también comenzaron a hacerse en la cárcel de mujeres en un salón que, según cuenta Catherine Pereira, una de las testigos de Jehová que asisten a la unidad, lo habían arreglado y era su “minihogar”: “Teníamos butacas, un mueble con bebida, café, televisión. Llegábamos a las 9.30 con la clase preparada y la encargada iba a buscar a las chiquilinas, pero un día llegamos y no teníamos más el salón”. El salón se necesitó y pasó a ser el lugar donde habitan las mujeres que todavía no tienen sentencia, entonces se les asignó un espacio compartido con las demás iglesias.
En cada instancia, igualmente, el trabajo era dividido: algunas testigos de Jehová se quedaban en el salón y otras iban celda por celda. “Lo que tiene que primar es el amor sincero por la otra persona, entonces a veces vas a dar una clase y no se da porque surgen otras inquietudes y necesidades de las chiquilinas”, asevera Pereira. A veces asisten 15 o 20 privadas de libertad y a veces ninguna. No obstante, Pereira dice que si bien anotan cuántas van, no evalúan precisamente eso: su propósito, asegura, es que puedan “cambiar su vida y reinsertarse en la sociedad”.
En la cárcel de mujeres con hijos e hijas, la Torre del Vigía arribaba los lunes a partir de las 14.00 y permanecía hasta casi las 17.00 con las tres o cuatro privadas de libertad que asistían. Al momento de la reunión, las niñas y los niños se quedaban ahí. “A veces veíamos videos para niños, obviamente basados en la Biblia, dibujitos para que puedan tener algo para ellos”, narra.
Mediante un audio, una privada de libertad le expresa a Pereira: “Estudiar la Biblia contigo me está cambiando totalmente. Me siento yo, pero cambiada. No sé, me gusta. Es como que pienso todo de otra manera. Estoy madurando, que era lo que me faltaba para poder salir adelante acá. La verdad que estoy re agradecida de que hayas aparecido justo en el momento en que precisaba de Jehová. Precisaba algo... [suspira, resopla] algo para salir adelante en esta oscuridad. Es horrible este lugar. Pero con Jehová me siento acompañada. Por vos no me siento tan sola”.
Primero, creer en Jesús
Confraternidad Carcelaria Uruguay nació en 2015 a partir del enlace con Confraternidad Carcelaria Internacional, pero el trabajo en cárceles venía desde tiempo atrás: era 1997 cuando en situación de privación de libertad Wilson Brun creó Vida Nueva Uruguay. Al salir, el trabajo religioso en cárceles continuó y se transformó en lo que es hoy Confraternidad. Así lo cuenta el pastor Juan Rocha, coordinador junto con Brun.
Está conformada por integrantes de diversas iglesias cristianas. En todo el país, casi 500 personas forman parte y trabajan en las cárceles. Aunque los datos del MI dicen que hasta 2020 asistían a siete cárceles del país, Rocha asegura que iban a todas, menos a la de madres con hijos e hijas, porque no les daba la gente para ir. Actualmente, según informa, arriban a las 26 unidades.
Desde Confraternidad llevan adelante dos programas: “El caminar del prisionero” y “Justicia restaurativa”. Ambos se desarrollan en ocho clases cada uno, con no más de 12 personas por curso. El primero enseña “valores” para saber “cómo caminar, cómo hacer el proceso dentro de la prisión”. El segundo es para entrar en “conciencia” y tener “responsabilidad” sobre el delito cometido.
Las privadas de libertad pueden faltar como máximo dos veces y tienen que ser faltas justificadas. Tampoco se aprueba el curso si no hacen las tareas del cuaderno, en las que deben responder preguntas a partir de la temática de cada clase. Quienes brindan las clases, a su vez, son evaluados y controlados a nivel internacional.
Consultado sobre cuál es su misión, Rocha responde: “Primero, que crean en Jesús. Pero yo no voy a hacer una reunión de iglesia ahí, yo voy a darte un curso y te voy a hablar de valores, de principios, que los que vos tenías están mal”.
Lo que el viento dejó
Hogares, trabajo, la palabra a domicilio: el vínculo de las iglesias con las privadas de libertad no finaliza una vez que salen de la cárcel. “Las ayudan a insertarse en la sociedad”, afirma Martínez. Según la exencargada del área eclesiástica de la Unidad 5, las distintas iglesias han proporcionado desde sitios para habitar hasta trabajos en empresas allegadas. Consultada sobre cuáles son estas iglesias, Martínez respondió que “la mayoría de ellas”, porque “si no era por una, era por otra”. Aun así, señala que “obviamente” hay algunas que “dan más porque tienen un contexto y una situación económica muchísimo mejor, como la Iglesia Universal, la adventista y la católica”.
“Una vez que la persona sale de la cárcel y quiere seguir un curso, modificando su vida, tiene todo nuestro apoyo. Si está mejorando, dejando de consumir, va a recibir todo tipo de ayuda: económica, con alimentos, con ropa, con trabajo”, cuenta Pereira, testigo de Jehová. Según Nasif, las mujeres han tenido un mayor acercamiento porque “su naturaleza de mujer las acerca más”, aunque no tienen claro cuántas han continuado en seguimiento.
Alrededor de 15 ex privadas de libertad, en cambio, comenzaron a “formar parte del equipo” de la iglesia Universal, según cuenta Rubio. “Realmente dejaron las cosas malas y son una nueva persona”, dice. La pastora expresa que siempre, antes de que las mujeres salgan en libertad, les dejan un teléfono de contacto y buscan “ayudar en la necesidad que tengan: ropa, canastas, trámites, currículums”. “La mayoría sale sin nada, a veces ni para comer”, resume.
El contacto telefónico y las canastas con alimentos también son cosa común para Dios es Amor. Pero “en los casos que realmente lo amerita, porque vos te das cuenta quién está de vivo y quién necesita”, aclara Morandi.
Rodríguez, de la iglesia católica, dice que como criterio de seguridad no manejan números de celular; ni siquiera entran a la unidad con ellos. Sin embargo, asegura que el egreso es “siempre una preocupación” y que se han planteado trabajar una articulación con la Pastoral Social para que pueda darse un acompañamiento, pero por ahora es sólo “una inquietud”. Peraza cuenta que en Tacuarembó no se da apoyo con dinero, pero sí canastas “y, por ejemplo, se las ayuda a conseguir una pieza” para que la ex privada de libertad pueda vivir y trabajar desde allí.
Rocha, el pastor de Confraternidad Carcelaria, cuenta que tienen un hogar de egreso para varones, y que con Martínez han dialogado para llevar a cabo un proyecto piloto de una “casa cobijo” para que también las mujeres ex privadas de libertad puedan permanecer durante un período, buscar un trabajo y hacerles un seguimiento “más de cerca”.
Asimismo, parte del equipo pertenece a la iglesia Misión Vida, que se vincula directamente con los hogares Beraca. Manipulación psicológica, explotación laboral infantil, violencia física y discurso religioso en pos del beneficio de la institución han sido algunas de las razones por las que tanto la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo como un juzgado de Familia han solicitado el alejamiento de adolescentes de Beraca. “Nosotros hemos mandado muchas jóvenes con problemas de adicciones, han hecho el protocolo y han ingresado”, cuenta Rocha.
Según Mendoza, muchas iglesias también tratan el consumo problemático de drogas dentro de las cárceles: “Son gente que trabaja en adicciones, pero tienen un sentido religioso. Todo ayuda, nosotros estamos abiertos a eso”, culmina.
Isabel habla de Dios y con Dios, y en poco tiempo va a dejar de estar privada de su libertad. Dice que “gracias a Dios” se están moviendo los papeles para que en breve se concrete la libertad anticipada, que se va a ir con muchos diplomas obtenidos, que quedó seleccionada para un trabajo extramuros y que “son cosas que sólo él logra”. Isabel dice que va a ver si Dios la ayuda a que le vaya bien en todo lo que le queda. Pero quién sabe, dice; “está todo en sus manos”.
Ropa, alimentación, electrodomésticos: las donaciones de las iglesias en cárceles
“Si la iglesia trajo mucha donación estamos todas y somos todas divinas... pero si la iglesia no trajo nada, entonces hay dos o tres: sólo el grupo que está por fe”, cuenta Isabel.
Del 2000 al 2020 seis cárceles recibieron donaciones de distintas iglesias: lo que era el Establecimiento Correccional y de Detención para Mujeres (ECDM), El Molino, Unidad 5, Unidad 9, Unidad 14 de Piedra de los Indios y La Tablada, la única de las seis en la que habitaban sólo varones. Los datos se desprenden de un pedido de acceso a la información al MI, pero distan de ser certeros, si se tiene en cuenta las construcciones informadas públicamente, como el espacio interreligioso en la Unidad 4 –financiado por iglesias–, en la Unidad 6 de Punta de Rieles, en la Unidad 7 de Canelones y hasta el templo propio de la iglesia Universal, que tampoco aparece en los registros.
“Todas las donaciones quedan registradas. No sé de antes, pero ahora todo se regulariza como corresponde”, asegura Mendoza. Según explicó Lacaño, las donaciones recibidas deben ser notificadas por la dirección de cada unidad a la Subdirección Nacional Administrativa y allí ser aceptadas.
A pesar de ello, en un segundo pedido de acceso a la información pública, en el que, entre otras cosas, se solicitaba los registros de la cantidad de dinero que las distintas iglesias han invertido en los centros penitenciarios hasta agosto de 2021, la subdirección técnica del INR respondió que no contaba con la información por no ser “potestad” del área, mientras que la Subdirección Administrativa del MI afirmó que en las “cuentas bancarias” no hubo “fondos provenientes de ninguna Institución Religiosa”.
El primer pedido de acceso a la información abarcaba los últimos 20 años. Según la documentación a la que se accedió, del 2000 al 2008 no se registraron donaciones, en 2011 tampoco, y en 2020 los registros van hasta julio.
Dentro de ese margen, la cárcel de mujeres y la unidad de madres con hijos e hijas son las que han recibido donaciones en más oportunidades. La Unidad 5, además, fue la que acogió insumos mayormente considerables, como puertas, inodoros, cisternas, electrodomésticos. Las demás suelen recibir más que nada ropa y alimentos.
En 2018 se recibieron 13 donaciones –el año con mayor cantidad– que fueron para la Unidad 9 –seis veces– y para la 5 –siete veces–; un mueble para televisor, dos lavarropas, un refrigerador, un microondas, materiales escolares, juguetes, refrescos, ropa, una máquina de coser.
En 2020, si bien hubo sólo tres donaciones, una de ellas –de la iglesia Universal a la Unidad 5– fue la más grande registrada: 11 puertas de madera, dos inodoros, una cisterna, 90 portatubos con sus respectivos tubos de luz, dos puertas de metal y una puerta con marco. “La idea era que todo eso se fuera repartiendo en diferentes pisos, para una mejor calidad de vida y desarrollo de cada sector”, explica la encargada del área eclesiástica de ese entonces, Ana Martínez.
En 2010, la Pastoral Penitenciaria de la iglesia católica donó al ECDM una impresora y cuatro monitores con teclado, mouse y torre. En los documentos casi ninguna donación especifica a quiénes están dirigidas ni cuál es el fin, pero en este caso se manifiesta que los equipos serían ubicados en la “oficina jurídica”, en la “Oficina de Redención de Pena y Gestión Laboral”, el “sector economato” y en “Reclusión”. En otra donación se dejó por escrito que 20 litros de pintura para la Unidad 5, donados por la iglesia Alas de Fe, eran para “el área eclesiástica”. En cinco ocasiones más se aclaró el fin: ropa para privadas de libertad, sillas para un anfiteatro, y juguetes y libros para el festejo del Día del Niño.
A grandes rasgos, parecería que son 21 las iglesias que han hecho donaciones. Pero en los datos a algunas iglesias les falta identificación o especificidad, y simplemente aparecen como “Iglesia”, “pentecostal”, “evangélica”, “comunidad cristiana” o “adventista”. Asimismo, otras tienen nombres muy similares, lo que da la pauta de que puede tratarse de una sola.
Con notoria ventaja, la iglesia católica y la iglesia Universal han sido las que donaron en más oportunidades: 16 y ocho veces, respectivamente. Pero las donaciones, tanto en costos como en los materiales a la vista, son muy distintas, y aunque según los registros la católica ha donado en más ocasiones, lo donado por Universal es de mayor magnitud y los kits higiénicos –que no aparecen en los registros– son moneda corriente: según la pastora Rubio, llevan 120 cada día que asisten a la Unidad 5.
“Tendría que ser el Estado –en el modelo ideal– el que cubriera todas las necesidades básicas”, comenta Lacaño. “Quienes trabajamos en cárceles estamos convencidos de que se intenta hacer lo mejor siempre, pero se combina con la precarización, con gestionar recursos que son muy finitos. Si viene alguien y te dice ‘yo te dono’... va a ser bienvenido”, agrega.
Esta nota es una adaptación del trabajo final de grado de la Licenciatura en Comunicación de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República realizado por la autora.
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Isabel es un nombre ficticio para resguardar la identidad de la persona privada de libertad. ↩