En República Dominicana, el 15 de noviembre de 2022 se escuchó el llanto de un recién nacido. Pesaba 2,77 kilos y medía 52 centímetros. Lo nombraron Damián. Era el nuevo integrante de esta, nuestra humanidad, que alcanzaba los 8.000 millones de personas. Está claro que tal imagen es ilustrativa. No sabemos a ciencia cierta dónde nació la persona que nos llevó a poblar el planeta con 8.000 millones de personas. Pero el contador virtual de la Organización de las Naciones Unidas y de su Fondo de Población ubican en ese momento el hecho.

Para que el lector se haga una idea de la creciente capacidad de poblar el planeta de los humanos y de su aceleración en el último siglo, considere que se estima que en el año 0 del calendario cristiano la población mundial alcanzaba los 190 millones de personas. Diez mil años nos llevó pasar de poco más de 40 millones de humanos en todo el planeta a esa cifra. En 1800 éramos 1.000 millones. En 1923, 2.000 millones. Tan sólo entre 1923 y 2022 (100 años) agregamos 6.000 millones de personas. El progreso material y tecnológico en la producción de alimentos, la medicina, y el impacto de estos procesos en la disminución de la mortalidad infantil y el aumento de la longevidad explican este triunfo adaptativo y poblacional. Se estima que hacia 2080 la población alcanzará su pico en cerca de 10.400 millones, para luego estabilizarse e iniciar a partir de 2100 un lento y moderado retroceso. Ello será porque la fecundidad continuará cayendo por debajo de niveles de reemplazo en un mundo más envejecido, lo que lleva a que en el futuro habrá más muertes que nacimientos.

Contenido y continente

Para muchos este crecimiento poblacional acelerado de los últimos 100 años y su continuidad en los próximos 20 o 30 años son malas noticias en un mundo que ya no puede soportar más presión demográfica sobre el medioambiente. Es real que con las actuales pautas de distribución de la riqueza y los patrones de consumo y producción con fuerte dependencia en energías fósiles y alta huella de carbono el futuro se ve comprometido. Quienes han defendido y defienden el actual modelo de desarrollo del capitalismo global señalan, no sin cierta razón, que fue precisamente la capacidad de innovación y desarrollo tecnológico de esta pauta capitalista la que generó las condiciones materiales para la expansión humana en el globo. Por ello señalan que la desigualdad asociada al desarrollo del capitalismo global es un costo necesario para el progreso material de la humanidad.

El problema con este argumento es que aun si es parcialmente cierto, las fronteras ecológicas o la capacidad del globo de sostener ese modelo se están agotando rápidamente, y pretender continuar con ese modelo se torna crecientemente suicida, ya que el cambio climático y sus efectos nos llevan a una ruta sin retorno y hacia una situación de riesgo global de supervivencia. No existe solución a este dilema que no implique una drástica redistribución de la riqueza entre países e intrapaíses, y que no vaya acompañada de un cambio radical en los modos de producción y los patrones de consumo.

La desigualdad: población y los límites globales

Observemos algunas evidencias que sustentan esta afirmación. El incremento de la desigualdad genera una pauta de concentración de la riqueza que implica que lograr niveles de acceso al bienestar básico de la población que se agregará al mundo y a la que ya está habitando el planeta en los países más pobres requiere un crecimiento del producto interno bruto (PIB) global muy acelerado. Si este se produce sin un sustantivo desacople entre PIB y emisiones, la situación es aún más compleja. El argumento es simple. Para lograr el bienestar básico de la población tengo tres parámetros: el crecimiento de la población y dónde va a ocurrir, el tamaño de la torta global de la riqueza y la distribución de la torta global. Para evitar que el cambio climático se vuelva irreversible tengo a su vez tres parámetros: la producción de emisiones per cápita, el crecimiento poblacional y la elasticidad PIB/emisiones.

Foto del artículo 'Ocho mil millones de razones para combatir la desigualdad'

Los países cuya transición demográfica ya finalizó son los más ricos del globo. Estos poseen 14% de la población mundial, pero emiten 31% de las emisiones de carbono. Los países que se encuentran en el inicio de su transición demográfica o que aún no la han iniciado representan 56% (43+13) de la población mundial y son los países más pobres y en los que más va a crecer la población en los próximos 20 años. Ellos, a pesar de ser más de la mitad de la población mundial, representan solamente 23% (22+1) de las emisiones globales. Finalmente, 30% de la población mundial se encuentra en los países de renta media y media-alta y se ubican en la fase tardía de la transición demográfica. Ellos emiten 46% del carbono. Se hallan en la meseta del crecimiento poblacional.

Casi todo el crecimiento poblacional de los próximos años se va a producir en los países más pobres. Para poder sostener en niveles básicos de bienestar a sus poblaciones adicionales y a las ya nacidas, los países requieren incrementar su riqueza y mejorar su distribución en una forma importante. Esto se puede producir mediante la pauta pasada del capitalismo global, con alta desigualdad intra e interpaíses, o se puede lograr mediante una redistribución de la riqueza desde los países más contaminantes y más ricos hacia los menos contaminantes y menos ricos, y dentro de ellos, desde las personas más ricas hacia las más pobres. Este segundo modelo, en tanto no se basa en las dinámicas del mercado sino en transferencias globales y vinculantes de riqueza, puede ir acompañado de normas y criterios que minimizan la huella de carbono en producción y consumo. La otra opción es confiar en que los mercados globales y nacionales internalicen la frontera del cambio climático (los costos de la huella de carbono intertemporales) en sus precios y lógicas de competencia. Esta última alternativa ha probado ser algo que sucede muy poco y muy tarde.

Veamos alguna evidencia adicional mirando ahora el mundo desde su distribución de la riqueza y su producción de emisiones. El siguiente gráfico muestra, por un lado, cuánto de los ingresos globales pertenece al 10% más rico, al 50% más pobre y al 40% que se ubica en el medio. Por otra parte, cuánto del aumento de las emisiones de CO2 entre 1990 y 2015 corresponden a cada uno de estos grupos.

Foto del artículo 'Ocho mil millones de razones para combatir la desigualdad'

Más de la mitad de los ingresos del globo son apropiados por el 10% más rico de la población mundial. Este mismo grupo explica más de la mitad del aumento de las emisiones entre 1990 y 2015. En cambio, el 50% más pobre se apropia de tan sólo 8,5% del ingreso global total y contribuye solamente con 7% de las emisiones de CO2 adicionales entre 1990 y 2015. De hecho, el 1% más rico de la población (80 millones de personas) es responsable de más del doble de los aumentos de emisiones que los 4.000 millones que representan el 50% más pobre de la población.

A modo de cierre y advertencia

La única forma de abordar el crecimiento poblacional con garantías de bienestar básicas, sin que explote el planeta, es la redistribución mandatoria de la riqueza entre países y dentro de estos. Cualquier otra alternativa, sea la promesa de mercados que internalicen los costos medioambientales o tecnologías que desacoplen el PIB de las emisiones, o que permitan lidiar con los efectos del cambio climático, son propuestas que si bien pueden contribuir a moderar el efecto de la presión demográfica sobre el globo, resultan insuficientes y no tendrán el efecto rápido necesario para frenar un evento global catastrófico.

Esta nota se tituló “Ocho mil millones de razones para el combate a la desigualdad”. Son las personas que habitan el globo hoy, y cada una de ellas es una razón para luchar por un mundo sustentable y justo. Pero, en rigor, el texto se podría titular “Diez mil millones de razones”, ya que ese será el número de personas en 2100 si entre hoy y entonces no hemos destruido la casa que da sustento a la vida humana.

El cambio climático y el calentamiento global no son fenómenos nacionales. Por lo tanto, su resolución nunca será meramente nacional o la suma simple de acciones nacionales. El sistema global de naciones y del capital nos ha llevado a esta pendiente potencialmente catastrófica. Se requiere una forma nueva de gobernanza global para modificar la distribución de la riqueza y los sistemas de incentivos y castigos al capital. Formas básicas de ciudadanía civil, política y social globales son necesarias para esta tarea. De la misma forma que estas ciudadanías a nivel nacional habilitaron, pero a la vez domesticaron al capitalismo y lo hicieron compatible con la convivencia, hoy eso mismo se requiere a nivel global.

Impuestos globales a las emisiones, a las transacciones financieras y las grandes fortunas transnacionales deben ser parte del menú. Un fondo financiado por estas fuentes puede transferir recursos de diversas maneras para atacar la desigualdad actual y promover el desarrollo en las naciones más pobres. Ingresos básicos universales a los 8.000 millones de personas –o, en forma más modesta, a todas las personas menores de 18 años– puede parecer una utopía hoy. Fondos con financiamiento vinculante para el desarrollo y para el manejo de los flujos migratorios que debieran ser libres, más aún. El tema es que estas aparentes utopías, de no producirse generarán casi con certeza una distopía que aterra. La desaparición de parte de nuestros continentes, eventos climáticos extremos cada vez más recurrentes, pérdida acelerada de especies, temperaturas en partes del globo incompatibles con la vida humana, y acompañando a todo ello, la paulatina –o tal vez peor, precipitada– destrucción de los estados naciones democráticos, que se verán presos de formas políticas que abordan el riesgo con falsas soluciones autoritarias y autárquicas.

Somos 8.000 millones de razones hoy. Hace 12.000 años éramos tan sólo 40 millones luchando por sobrevivir como especie. Lo logramos no por más fuertes, no por rápidos, no por más competitivos. Lo logramos porque aprendimos a cooperar entre nosotros frente a un planeta lleno de riesgos y hostil a la vida humana. La competencia del capitalismo se construyó sobre estas formas básicas de cooperación que hoy el propio capitalismo global parece destruir. Hoy dominamos el planeta, pero si no aprendemos nuevamente a cooperar a una nueva escala, ello habrá sido en vano, ya que nuestro triunfo pasado será nuestra perdición futura.

Fernando Filgueira es jefe de la Oficina del Fondo de Población de las Naciones Unidas, UNFPA. Esta nota forma parte de un ciclo de artículos que está publicando la diaria sobre dinámicas de población y su vínculo con el desarrollo, en una iniciativa conjunta con el Fondo de Población de Naciones Unidas.