A dos años y monedas de la asunción de Luis Lacalle Pou como presidente de la República ‒a la cabeza de una coalición de cinco partidos‒ y a unos meses de llegar a la mitad del período, el mandatario rindió cuentas ante el Parlamento el miércoles y habló de ver “datos, no relatos”. Sin embargo, para el profesor Gerardo Caetano, este ha sido un gobierno marcado por la construcción de relatos. Los aciertos y errores en la inserción internacional, así como la insistencia por parte del gobierno de “flexibilizar” el Mercosur o el posicionamiento uruguayo con relación al conflicto Rusia-Ucrania fueron algunos de los temas de los que conversó Caetano con la diaria.

A rasgos generales, ¿cómo definiría estos primeros dos años de la coalición, y en particular del presidente Luis Lacalle Pou, en el gobierno?

Obviamente que están muy marcados por el episodio de la pandemia, un episodio imprevisto, pero también me parece que aun con las restricciones que impuso la pandemia, al convertirse en presidente de la República se generó una transformación en Lacalle Pou. Es como que quiso afirmar una autoridad que en un principio no tenía. Pareció como sufrir esta idea de liderar una coalición compleja y querer afirmar su liderazgo, un liderazgo todavía no construido en una perspectiva nacional. Eso se juntó con una manera de hacer política que en el Uruguay no había sido tan clara, en el mundo sí, pero en Uruguay no; esa política concebida como marketing, en la que todo lo que comunicás y todo lo que hacés tiene que perfilarse en un relato, en la que el relato tiene que predominar sobre cualquier otra cosa. Uruguay nunca había vivido una política que se perfilara tan fuertemente hacia esta dimensión de relato. Lacalle ha ejercido un liderazgo demasiado fuerte para la coalición, que además es una coalición en la cual no hay un ámbito en el que sus líderes debatan.

Se ha dicho que se trata de una coalición “radial”, con Lacalle Pou en el centro.

Exactamente. Es una idea de centralidad a mi juicio algo exagerada del presidente, que prácticamente está en todas las áreas de gobierno y que personaliza casi todos los actos de gobierno, con un recelo manifiesto al protagonismo autónomo de cualquier ministro o líder que marque perfil y distancia. Obviamente que este estilo, en el marco de una coalición tan compleja, ha generado algunos problemas. Además, para sostener esa suerte de “coalición radial”, el “otro”, la oposición, tiene que estar claramente afuera. Cuando él dice “yo no me olvido nunca del uruguayo que me recorre”, está hablando solamente de los que lo votaron. No está incorporando una visión que es clave: él es el presidente de todos los uruguayos, lo tienen que recorrer internamente todos los uruguayos, lo hayan votado o no. Es cierto que la coalición presentó un documento (extremadamente laxo) antes de la segunda vuelta. Pero cuando él habla de un “mandato firme” y “claro”, cabe preguntarse si ha leído bien los resultados electorales, los de noviembre pero también los de octubre de 2019. Los resultados en la primera vuelta marcaron que el Partido Nacional [PN] como partido líder de la coalición tuvo poco más de 28%, que Cabildo Abierto [CA] tuvo 11% y el Partido Colorado 13%, mientras que el Frente Amplio [FA] tuvo aproximadamente 39%. Ese no era un mandato unilineal, mucho más cuando dentro de la coalición propuesta era evidente que había diferencias. Pero el balotaje también generó otra señal muy fuerte, con una diferencia que en un mes se achicó a 1,5 puntos porcentuales. Sin duda que había un espacio vencedor y otro derrotado, pero surgía también una imagen de paridad que invitaba a tender puentes y a tratar de evitar la polarización. En particular, para el PN no era prudente hablar de un mandato inequívoco y mayoritarista, mucho más con la llegada de la pandemia. En estos dos años creo que faltó negociación con la oposición y que desde esa “política del marketing” se apostó a la polarización.

Hablando de relato, el miércoles Lacalle Pou se dirigió al Parlamento en esta “rendición de cuentas” por segundo año consecutivo, algo que no es un mandato constitucional, ¿qué mensaje cree que quiere dar el presidente con esto?

Eso es un acierto. Si bien no está claramente prescripto constitucionalmente, lo que sí está establecido es que el Poder Ejecutivo debe dar un informe de su gobierno cada año. Durante mucho tiempo era tradicional que el presidente en persona fuera al Parlamento y leyera parte de su balance de gestión. De todos modos, me dio la impresión de que el miércoles él le habló mucho más a la coalición y a sus diferencias, sobre todo a CA, y que el único mensaje efectivo de convergencia nacional lo dio al final, cuando habló del valor de la calidad democrática del país. Sigo echando en falta el relato que el propio Lacalle Pou marcó con énfasis en 2014, que era “por la positiva”. Yo creo que ese relato dentro del PN no se lo compraron, también es cierto que perdió y él llegó al 2019 y al gobierno cambiando su relato. El actual es un relato de autoridad, que no se adecúa siquiera al programa que su sector defendió en 2019, que mostraba un perfil más centrista. Hoy lo tenemos presidiendo un gobierno claramente empresista. Y si pudieran, él y el PN lo serían más aún: su equipo económico es muy ortodoxo, aunque se haga todo lo posible por ofrecer un relato de moderación. Tal vez en lo que sí ha habido moderación es respecto a la llamada nueva agenda de derechos, en la que por lo menos hasta ahora no ha habido intentos refundacionales.

¿Qué le parece que el asesor en comunicación de Lacalle Pou sea una de las personas con más influencia dentro del propio gobierno?

Todo gobierno necesita comunicar lo que hace, cada vez más y con mayor profesionalidad. Pero una cosa es comunicar y ver cómo se hace para informar mejor, transmitiendo las ideas que se defienden; y otra cosa es entender el diseño del relato como parte de la confrontación política, que hasta incorpora una dimensión de guerra cultural. Basta leer algunos discursos, dichos, tuits o editoriales de figuras del gobierno para reconocer este tipo de política entendida como marketing y orientada en una perspectiva de guerra cultural.

A menudo, Lacalle Pou parece un Pac-Man, que fagocita y acapara casi todo, lo que dificulta que el PN tenga una segunda ala más o menos consistente.

Se habla mucho de la “fecha de vencimiento” de la coalición de gobierno, pero da la impresión de que más allá de algunos roces, está cohesionada. ¿Cree que es así? ¿Cuánto influye el referéndum?

La coalición, más allá de algunos chisporroteos del lado de CA, ha actuado con mayor cohesión de lo esperado. Sin embargo, la coalición tiene adentro no solamente un marco de diferencias importantes, sino que tiene algunas competencias político-electorales ya a la vista. La más visible ‒y la más fuerte‒ es la competencia sobre varios electorados, entre un PN que aspira a constituir un nuevo bipartidismo con el FA y un partido nuevo como CA con una ambición de crecimiento indisimulable. El PN aspira a crecer no de forma homogénea, pero sí con un herrerismo claramente hegemónico. Y el herrerismo históricamente no ha superado el 30% de los votos. Si el PN quiere ser una suerte de par competitivo con el FA, tiene que habilitar diversidad en su interior, y eso no parece advertirse. A menudo, Lacalle Pou parece un Pac-Man, que fagocita y acapara casi todo, lo que dificulta que el PN tenga una segunda ala más o menos consistente. Al mismo tiempo, todos sabemos de la ambición presidencial del líder de CA, Guido Manini Ríos. Lo que el líder de CA hace casi continuamente es parecerse y diferenciarse, es decir, marcar perfil en términos de identidad política en competencia. El hecho es que CA es un partido muy complejo. Ahí dentro hay grupos de tendencia extremista; hay integrantes de la llamada “familia militar”, que quiere “dar vuelta la página” al costo que sea; también hay líderes barriales con arraigo, que provienen de otros partidos (con énfasis particular del Movimiento de Participación Popular), y hay un liderazgo bastante típico de lo que se llama “derecha alternativa”: neopatriota, adversa a las lógicas de la nueva globalización, contraria a lo que ellos llaman ideología de género, contraria a la nueva agenda de derechos, con una postura de autoridad y de seguridad con impacto popular, que capitaliza los excesos de las letanías intolerantes de “lo políticamente correcto”. Pero al mismo tiempo, CA es el que ha moderado más la pauta de liberalismo económico duro que, más allá de los pliegues, es lo que domina al equipo económico del gobierno. En ese marco, el referéndum fue un hecho no esperado y, por cierto, no querido por el gobierno. Las viejas coaliciones de blancos y colorados siempre tenían la misma pauta: tres años para gobernar, dos para competir. Lo que pasa es que en este nuevo contexto de mundo y de país nosotros terminamos de consolidar aquello que antes se denunciaba, que es “la política como campaña permanente”. Estamos en campaña permanente, y no es que la campaña electoral siga porque hay referéndum; se profundizó por el referéndum, pero si escuchabas los discursos de un lado y de otro te dabas cuenta de que ya en plena pandemia casi todos estaban pensando en 2024. Yo entiendo que los dirigentes tienen que pensar en términos de votos, y que sin votos el mejor termina siendo fagocitado, pero ojo, hay un momento en el que hay que pensar en las lógicas de gobierno. Incluso hay un momento en el que para llegar mejor, esa lógica de campaña permanente tiene que ceder.

¿Y cómo afecta esta lógica a la coalición?

Por lo pronto, CA tiene que hacer ese doble juego de manera permanente. Manini lo tenía muy claro. Lacalle Pou lo primero que hizo fue invitarlo a integrar el gabinete, y este en forma astuta le dijo que no y se quedó en el Senado; y marca sus aspiraciones y sus perfilismos. Sus desafíos a la Justicia han sido durísimos. Yo no recuerdo un ataque tan duro al Poder Judicial como el que hemos visto en estos últimos dos años por parte del senador Manini y otros dirigentes de CA, a los que se han sumado algunos dirigentes de los partidos tradicionales. Esto marca agenda. El tema de la situación de los militares presos y acusados de cometer delitos de lesa humanidad también ha vuelto a la agenda, y todo esto, junto a otros asuntos controvertidos, va a intentar ajustarse luego del 27 de marzo. No creamos que todo esto surgió naturalmente; formaba parte de compromisos previos. Estos grupos extraños que han emergido, con estas reivindicaciones extremistas, no son casuales.

Una de las frases más contundentes del miércoles fue la de “dato, no relato”, al referirse Lacalle Pou a la política económica. ¿Cómo es la relación de los datos con el “relato” que ha mencionado?

Después de haber escuchado a [la ministra de Economía y Finanzas] Azucena Arbeleche hablar del desarrollo económico en febrero ‒en el que si algo hubo fue la prevalencia del relato sobre los datos‒, se ha podido ver que un mismo dato puede ser inscripto en lógicas narrativas diferentes. Si elegís las variables que te sirven, omitís las que no te sirven, comparás resultados anuales con semestrales, ignorás el contexto internacional, etcétera, entonces hay problemas entre datos y relatos. En eso no solamente coincidió la oposición, sino que los analistas económicos más independientes lo dijeron. Cuando intentás explicar el crecimiento del PIB [producto interno bruto] y las razones que invocás son las políticas del gobierno y no se menciona el alza de los precios y los mercados internacionales, emergen problemas de credibilidad, por más marketing que le pongas. La política siempre ha sido relato; el tema es que entre el relato y la realidad que se relata tiene que haber una tensión genuina, abierta a la discusión. Cuando esa tensión se niega y quien confronta es porque tiene “problemas conceptuales”, la “verdad” se presenta como un sentido común innegable. Eso no funciona desde una clave pluralista y democrática. Que el presidente haya centrado su visión sobre la situación económica y social desde esa idea de que los datos mandan sobre el relato, casi que podría decirse que fue una forma de responder a un asunto en el que el gobierno no alcanza la persuasión que quiere. Los temas económicos y sociales son aquellos en los que el gobierno tiene menos aprobación. En Uruguay hay una credibilidad muy alta en los datos oficiales y eso es muy importante. Creo que después de que los tres grandes partidos gobernaron, nos mereceríamos una política en la cual efectivamente el contraste con la realidad pueda ser objeto de un intercambio honesto. Ese énfasis de dato sobre relato precisamente en economía creo que fue resaltado porque se sabía que era un punto débil.

Lacalle Pou hizo la pasarela en todos los programas opositores de Argentina, lo que lo hizo algo así como el presidente ideal y contrario a Alberto Fernández. Eso se cobra, lo sabemos.

La política exterior

Uruguay ha sido insistente en su intención de flexibilizar el Mercosur, y el apoyo de esta propuesta tenía que ver con la iniciativa de bajar el arancel externo común (AEC), decidida hace poco unilateralmente por Brasil con el beneplácito de Argentina y Paraguay. ¿Cómo queda parado Uruguay ante esta situación?

Lacalle Pou siempre aplicó lo que se podría llamar una “diplomacia presidencial”. ¿Cuál fue la primera gran apuesta del presidente? Lo olvidamos, pero fue una apuesta pro-Trump en el primer año de gobierno. Nombró a un amigo personal embajador en Estados Unidos, y luego habló en forma directa con [Donald] Trump en medio de un almuerzo con el entonces embajador norteamericano. También aseguró el respaldo uruguayo al candidato de Trump en el Banco Interamericano de Desarrollo, Claver Carone, algo que rechazaron en forma explícita varios expresidentes latinoamericanos, entre los que se encontraba el doctor Julio María Sanguinetti junto a Ricardo Lagos, entre otros. Luego vinieron las iniciativas que dominaron 2021. Primero, el presidente hizo algo que el herrerismo siempre cuestionó, que fue meterse en la política de Argentina y de Brasil. Lacalle Pou hizo la pasarela en todos los programas opositores de Argentina, lo que lo hizo algo así como el presidente ideal y contrario a Alberto Fernández. Eso se cobra, lo sabemos. Después, otra máxima de Luis Alberto de Herrera que no fue seguida: nunca abrazarse a uno de los dos grandes vecinos. Y menos hacerlo cuando el presidente es como Jair Bolsonaro. De la visita de Lacalle Pou a Bolsonaro, el relato fue que había logrado “un pacto de caballeros” y que Bolsonaro iba a apoyar la propuesta uruguaya de flexibilización. Era obvio que esa apuesta no iba a funcionar, porque Brasil nunca va a confrontar contra Argentina para manifestarse a favor de Uruguay, por una cuestión de magnitudes. Entonces, eso de que Uruguay iba a apoyar la baja del AEC, que es lo que quería Brasil, pero con la condición de que Brasil respaldara la flexibilización tan reclamada (y por buenas razones) por Uruguay, no sucedió. Cuando llegó el momento de las definiciones, el resultado fue el peor posible: Argentina fue y se asoció con Brasil, sacaron una declaración conjunta sobre que ambos apoyaban la baja del AEC y luego, en el momento en el que se votó formalmente en el Mercosur, la votación salió tres a uno. Así, el que se perfilaba como el que marcaba la agenda del bloque terminó aislado. Los problemas de esa táctica ya le habían sido advertidos al presidente por sus socios de coalición (con el Partido Colorado y Didier Opertti al frente de la argumentación) y por figuras referentes más allá de partidos dentro de la cancillería.

Mencionaba el concepto de “diplomacia presidencial”, ¿a qué se refería?

Es una diplomacia en la que los presidentes ejercen un rol fundamental, no sólo en el diseño sino en la ejecución. Como se ha dicho, esta presencia extendida es un rasgo típico en casi todos los planos del gobierno de Lacalle Pou. Si hay un área en la cual eso no termina bien es en la política exterior. La diplomacia es un oficio (y hasta un arte) en el que hay que trabajar mucho, conocer mucho, negociar mucho, y todo con la menor visibilidad posible. Más allá de que el presidente es el que finalmente decide, salvo casos excepcionales, debe aparecer al final con un buen discurso, porque después del presidente no hay fusible. Cada vez que hubo atisbos de diplomacia presidencial en los últimos años nos fue mal. Los presidentes no deben protagonizar la política internacional, esta tiene que contar en lo cotidiano con otros constructores, muy profesionales y muy discretos.

¿Cómo se delinea la figura de Francisco Bustillo en este contexto?

Bustillo es un diplomático de experiencia, que tiene una gran capacidad para relacionarse. Parecía que iba a ser un canciller de consenso, pero comenzó a tener, y aún tiene, un enfrentamiento muy grande dentro de la cancillería. Ha penalizado a quien no debía penalizar y además confrontó casi de inmediato con su vicecanciller. Como ha trascendido en estos días, el clima dentro de la cancillería es ríspido y eso es una mala cosa para un canciller, que debe tener buenos vínculos con sus colegas y funcionarios diplomáticos, en los que radica la acumulación de capacidades. Además, proyectos y temas claves como el de un eventual TLC [tratado de libre comercio] con China no parecen haberse manejado con prudencia y amenazan con desdibujarse. El anuncio fue realizado con bombos y platillos, con muy pocas preguntas, dando por hecho que eso salía rápido y que Argentina y Brasil se iban a sumar. También en su conferencia se dijo que a ese TLC con China, Uruguay iba a sumar otro con Estados Unidos y la culminación del Acuerdo con la Unión Europea, aprobado en principio en 2019 y luego empantanado. Primero, si hacés un TLC con China se vuelve muy difícil, por decir lo menos, negociar con Estados Unidos y terminar de aprobar el acuerdo avanzado con la Unión Europea. Se dijo también que el TLC iba a ser con todo el Mercosur, pero no se ha tomado en cuenta cuáles serían los costos de un TLC en solitario de Uruguay con China. Eso es impericia. Porque lo más seguro es que si hay un tratado con China, Brasil, Argentina y mucho menos Paraguay se sumen. Y esto por múltiples razones que no nacieron con la invasión de Rusia a Ucrania. En el caso de que haya un TLC sería entre un país de 3,5 millones de habitantes con otro de 1.400 millones de habitantes. Cuando le preguntan a la representante de la Unión de Exportadores sobre el TLC como un horizonte de desarrollo, ella misma dice que no se puede perder el mercado del Mercosur. Para los productores agropecuarios el TLC con China, aun en solitario, es la panacea, pero para los que tienen su mercado entre Argentina y Brasil, si caen las preferencias arancelarias, ellos caen. Con su experiencia diplomática, todo esto Bustillo lo sabe, y figuras claves de la cancillería también.

Un punto interesante respecto del TLC es la intervención militar de Rusia en Ucrania. China es un jugador importante en este conflicto, ¿cómo deja parado a Uruguay frente a China la posición respecto de la invasión rusa?

Para empezar, lo que lo deja muy mal parado a Uruguay es el último episodio en la OEA [Organización de los Estados Americanos], en el que por lo que ha trascendido, vaya a saber por qué, a Bustillo se le ocurrió decirle a Washington Abdala que no acompañara la declaración porque Uruguay ya lo había dicho. Suena insólito. Hay que registrar que estamos en una nueva lógica de explosión geopolítica, en la que como país pequeño hay que ser extremadamente cautelosos. ¿Por qué? Por supuesto que Uruguay no puede afirmar neutralidad ante un hecho tan tremendo como el de una invasión de un gigante ante un vecino mucho más débil, pero hay maneras de posicionarse. Yo creo que hasta ahora el posicionamiento de Uruguay ha sido razonable, pero creer que cualquier posicionamiento no va a tener costos, o creer que la geopolítica que se viene es la misma que teníamos el año pasado, no puede sostenerse. China, a la que no le conviene la guerra, va a hacer todo lo posible para que esto se resuelva. Quienes han hecho el seguimiento de las posturas chinas en el Consejo de Seguridad siempre convergen en algo muy interesante: China nunca lidera la contraposición con Estados Unidos. Salvo que a China le toquen los puntos sensibles ‒derechos humanos, soberanía, Tíbet, Taiwán‒, busca consenso, y sobre todo busca no confrontar directamente con Estados Unidos. Muchas veces trata de mediar para que Rusia no se pase con Estados Unidos y haya puentes de entendimiento. En esta coyuntura le va a resultar muy difícil. Por eso, Xi Jinping se ha mantenido neutral pero tampoco ha apoyado a Rusia. Una cosa es que Uruguay no pueda ser neutral, pero otra es cómo se posiciona en este nuevo contexto tan incierto y difícil. Muchos autores internacionalistas, con perspectivas muy disímiles, coinciden en señalar que hoy predomina como pocas veces el realismo. Después de lo que ha ocurrido, un país como Uruguay tiene que tener muy presente esto.

¿Realismo en qué sentido?

Uruguay tiene ciertos principios históricos muy claros como guías persistentes de su política exterior: tiene que ser consciente de su tamaño y de la geopolítica de su ubicación regional (los famosos “círculos concéntricos”; debe recordar que está entre dos gigantes inestables; no tiene que involucrarse directamente en ninguna confrontación mundial; no tiene que pecar de ambicioso ni pretender protagonismos innecesarios en “tiempos peligrosos”; etcétera. Aquello de “colarse en la primera fila”, “a los codazos si es necesario”, no aplica en la política exterior. Nuevamente vuelve el espejismo del “país excepcional”, una “isla” que en soledad llega a las cumbres del mundo en los momentos decisivos. Ya no se puede cometer ese error. Creo que hay que ser muy precavido y muy realista, en el sentido de que Uruguay en estos contextos no puede liderar nada, debe buscar socios. Además, el liderazgo tiene beneficios pero también tiene costos, y acá los costos pueden ser terribles. Por supuesto que Uruguay no puede inmovilizarse hasta que esto se resuelva, pero tiene que moverse con mucha cautela y profesionalismo. Si bien no puede titubear cuando hay que hablar de una invasión, luego, para meterse en los huecos de este mundo tan complicado que se viene, hay que ser muy cauto y experimentado. Y vuelvo a repetirlo, con la mejor intención: eso es el trabajo de los diplomáticos más avezados, no de los presidentes.