El frenteamplista Óscar de los Santos gobernó Maldonado durante diez años (2005-2015) pero hay un sabor amargo cuando hace un balance de la política local y nacional. Siente que el departamento que gobierna por tercera vez el nacionalista Enrique Antía podría formar parte de una gran zona metropolitana “de izquierda”, junto con Montevideo y Canelones. “Me siento más que culpable por eso”, asume.

Sin embargo, De los Santos no comparte el análisis que hizo el Frente Amplio (FA) de las últimas derrotas electorales, en particular por la dimensión que se les dio a sus conflictos con Darío Pérez. “El problema es mucho más complejo que eso”, opinó el referente fernandino, antes de empezar una reflexión sobre caudillismos, tradiciones, clientelismo, prácticas feudales, estética (“las florcitas de Antía son más lindas”) y miradas capitalinas sobre las realidades locales. “No existe un interior solo, ni siquiera Maldonado es un Maldonado solo”, afirma.

De los Santos piensa que el FA ha perdido amplitud en su base de alianzas y por eso reconoce, a pesar de las diferencias, que la salida de Pérez es una mala noticia. “Como Darío hay mucha gente, por práctica política y sensibilidad. Y el FA no gana sin esa gente. En Maldonado ni compite”, reflexiona.

¿Cómo ve la relación actual del FA con el interior del país, a la luz de sus experiencias de gobierno?

En 2005, el FA ganó siete intendencias en medio de una crisis bestial, que venía del 2002, y con el impulso de la bocanada de aire por el triunfo de Tabaré Vázquez, en primera vuelta y con mayoría parlamentaria. En el caso de Maldonado, ganamos, además, fruto de un retraimiento muy grande del primer gobierno de Antía porque las medidas quedaban al desnudo, y lo mantuvimos después en 2010.

Si uno mira el escenario del resto del país, tenés por un lado lugares del litoral, Canelones y Maldonado, en los que se dieron procesos similares al Congreso del Pueblo [de 1965] y luego a la creación de la unidad del FA en 1971 ‒me refiero a la alianza de las luchas obreras y estudiantiles con sectores intelectuales‒. Después, hay toda otra parte del interior que siguió en un proceso casi feudal, con relaciones sociales en términos de dependencia, donde prosperan el amiguismo y el clientelismo como formas de vida y cultura dominante. Uno se hacía amigo del político para conseguir unos bloques, unas chapas y para que le arreglaran la vereda.

Creo que no ha habido recuperación de institucionalidad republicana en el interior del país.

¿Por qué el FA tiene dificultades para mantenerse en el gobierno cuando logra ganar alguna intendencia en el interior?

Del caso de Maldonado podemos hablar con mayor detenimiento. Pero es cierto, en Paysandú ganamos y volvimos después de una derrota. En Treinta y Tres ganamos en 2005 sin una explicación lógica, salvo esa oleada del triunfo nacional. Ojo, Gerardo [Amaral] hizo una gran gestión, lo visité dos o tres veces y el tipo tenía un programa de gobierno. Lo mismo podría decir de Julio Pintos en Paysandú o del compañero Ramón Fonticiella en Salto. En Artigas ganamos [con Patricia Ayala] pero ahí, además de los cañeros, no había experiencias de lucha anteriores. En Rocha tuvimos la conjunción de dos figuras muy importantes, como Artigas Barrios y Aníbal [Pereyra]. Creo que en muchos lugares logramos catalizar un estado de ánimo contra el Partido Nacional [PN] y el Partido Colorado [PC], sobre todo en el período 2004-2005, pero no se pudo reproducir luego como una adhesión más sistemática al FA. En Maldonado la derrota en 2015 fue por poco margen, pero en la última fue 60% contra 40%, casi un calco de lo que fuera ahora el resultado del referéndum.

¿Cómo se explica esa caída? ¿Tiene algo que ver con el tipo de oposición que se planteó a nivel de la Junta Departamental? ¿Qué autocrítica hacen?

Esta discusión sobre cómo ser oposición es un tema de mucha actualidad, se lo preguntan en cada entrevista a Fernando [Pereira, presidente del FA] y a otros dirigentes. En el caso de la postura del FA en la Junta Departamental, creo que la vida mostró que tenía razón en muchos temas y también pienso que de esa forma cumplió su función. Como también tiene razón hoy, cuando se trate en pocas horas el tema del humedal del arroyo Maldonado [donde se aprobó la instalación de una zona franca] y la afectación del principal ecosistema, que permite biodegradar las agua pluviales y generar una barrera natural para evitar la contaminación de la faja costera. En nombre del desarrollo y el progreso, y jugando con la necesidad de trabajo, se han aprobado barbaridades en Maldonado con las excepciones a las normas de la construcción. Quizás pasó que en el periodo pasado la mayoría de la bancada ya no respondía al FA. Votaba con el intendente Antía y con el PN, pero esa estructura no está más en el FA, se acaba de ir con Darío Pérez. Cuando se habla de ser oposición, también hay que ver qué papel juega tu proyecto político en la sociedad, qué sectores representás, cuál es tu visión estratégica de desarrollo y de la inclusión social, cuál es el rol democratizador de las intendencias y de los municipios. Cuando uno mira desde esa perspectiva, ¿podemos decir que nos avergonzamos por haber sido oposición? Creo que hizo bien el FA. Ahora, tenemos un desafío por delante para aportar con la construcción de un programa de gobierno que brinde otras respuestas.

Pero si hizo las cosas tan bien, ¿por qué la votación fue tan baja?

Después de la derrota de 2015, estuvimos haciendo análisis un año. No autocrítica, análisis. La multicausalidad era una de las expresiones. El FA se refugió en la respuesta más fácil: decir que este era un problema entre Darío Pérez y el Flaco de los Santos. Hay un problema más complejo, un comportamiento social que nosotros no percibimos. Tiene que ver con esa forma de relaciones cuasi feudales en el interior, donde pesan mucho más las opiniones personales, el caudillismo y el liderazgo, también fue un tema que llegó al FA.

Algo parecido dijo hace poco Darío Pérez, que el FA les echó toda la culpa a ustedes y “perdió a los dos delanteros del pelotón”

Al margen de que fueran los dos delanteros, creo que el FA buscó una respuesta identificando [el problema con Darío] sin ver ese tema más complejo, que en el FA no percibimos. No le echo la culpa al FA, me incluyo entre los que no logramos identificarlo. Yo estaba convencido de que no ganábamos esta última elección departamental, pero nunca imaginé que fuéramos a votar tan bajo en 2020. Hubo un envión como el de 2005, pero al revés y muy a favor del PN. Además, el concepto de coalición venía funcionando en Maldonado desde el primer gobierno de Antía. En la elección del año 2000, Antía le ganó a Darío, candidato único del FA, por 3.700 votos, y nosotros le ganamos la primera vez a Antía, en 2005, por 1.600 votos. Maldonado ya parecía partido al medio, entonces uno podía esperar una diferencia de 4.000 o 5.000 votos, pero no la diferencia que hubo [en 2020].

¿Cuál sería la explicación?

No tengo una explicación, quizás pueda considerarse que la campaña se polarizó entre Antía y Rodrigo Blás. Quizás la gente optó por definir en esa polarización dentro del PN y el FA no logró terciar; no logró ser la fuerza política antagónica y la gente fue a elegir lo menos malo, para que no ganara Blás.

Digo eso porque cuando veo la relación del FA con los actores sociales, los sindicatos, la gente vinculada a la cultura, el ambientalismo, el feminismo, los derechos humanos, la instalación de la Universidad [de la República], las marchas en el CERP [Centro de Regional de Profesores] por el 14 de agosto, no encuentro que el lío nuestro haya sido con las organizaciones sociales.

Pero nosotros somos bichos urbanos y esta mirada tiene un problema, porque la izquierda se piensa como un actor político partidario pero sin inserción histórica. Nos cuesta acercarnos a las tradiciones. Hay una corriente del interior a la que le gusta la doma, el asado con cuero y a todas esas cosas la derecha las reivindica como propias. ¿Cuánto podemos releer de esa tradición hoy en clave de izquierda?

Nací en un pueblo [San Carlos] donde había jineteada, y cuando me vine para acá [a Maldonado] se podía tener moto Kawasaki y radiograbador. Cuando volví a ver a mi padre, mi gran preocupación era explicarle que acá ganaba cuatro veces más que allá. ¿Cómo le explicaba que al lugar que iba la prosperidad era ganar más plata y nada más? Porque en Punta del Este también se construye una cultura, que permea a otros sectores, de que es la tierra de los triunfadores.

Ese sería otro segmento de la población, que quizás no conecta por el lado de las tradiciones.

Hace poco tuvimos una reunión [de la Alianza Progresista] en Florida y un compañero planteó que en realidad nosotros no precisamos que atiendan al interior, precisamos que primero lo entiendan. No es un interior solo, ni siquiera Maldonado es un Maldonado solo. El otro día, mi señora estaba internada en el sanatorio y salí a fumar. Empecé a ver a gente que estaba haciendo footing, bicicleta, toda una generación de 20 a 40 años que se formó en Maldonado o vino a trabajar a Maldonado. Es un sector nuevo de clase media, que tuvo prosperidad, mejoraron sus ingresos, quizás alquilen apartamentos en Punta del Este. Maldonado es un departamento que creció mucho demográficamente y es el que tiene más jóvenes con respecto a la población. Hay una idea de que muchos llegan para buscar la última alternativa y, si no funciona, se van del país. Es un lugar de oportunidades Maldonado. A veces le pintan más oportunidades que las que tiene.

¿El FA se quedó sin discursos para esos sectores?

Sí, y nos pasa lo mismo con los sectores más pobres. En Cerro Pelado regularizamos programas de vivienda que venían de los blancos. Porque los blancos le decían a la gente: “Si vos no pagás, no te hagas problema, ganamos nosotros y resolvemos”. Nosotros quisimos regularizar y que se pague una cuota en función de la franja de ingreso. Hicimos asambleas de 300 y 400 personas. Nos insultaba la gente, el decreto lo aprobamos con los votos del FA y llegamos ahí. Creo que en 2010 ganamos ahí, pero en 2015 íbamos y estaba lleno de banderas del PN.

Tengo la convicción de algo: en Montevideo ganamos y se transformó en un bastión porque los sectores populares y más pobres le dieron la confianza al FA desde 1989, con Tabaré Vázquez. Buena parte de ese sector de la periferia de la ciudad, que votaban a Pacheco. Si esos lugares de trabajadores, de gente que se ha visto beneficiada con el FA, no siguieran apoyando, en Montevideo era insostenible que siguiera ganando el FA. Nosotros somos de izquierda, tenemos que apuntar a beneficiar a esos sectores y hacerles comprender a las capas medias por qué lo hacemos. Que los temas de convivencia no se resuelven con más Policía, más represión, más cárcel; no es por ahí, es una batalla de ideas, cultural. No sé cuánto tiempo lleva darla, y si la quiero medir en resultados electorales, lo único que tengo para decir es que sí, tienen razón, perdimos, fuimos incapaces.

Pero desde el punto de vista de la izquierda, cuando me acuesto y pongo la cabeza en la almohada, me pregunto: “¿Por qué la sociedad tuvo más beneficios y derechos y nos los reconoce?”. Nosotros no logramos transformar eso en mayor conciencia. Construimos consumidores, en vez de gente más consciente, y ahí sí tenemos una responsabilidad política. También se presentan conflictos, de qué cosas estoy dispuesto a hacer en términos electorales. Porque ofrecer una chapa o decir que te voy a dar trabajo en la intendencia por un voto es algo que me revuelve las tripas.

Es un tema con múltiples aristas. ¿Cómo puede ser que la respuesta en Maldonado es que perdimos porque había dos tipos que se peleaban? En Rocha, el Chueco y Aníbal eran carne y uña, no hubo peleas y perdimos igual.

¿Hay algo de la relación con Darío Pérez que vea con autocrítica? ¿Algunas de esas asperezas se podrían haber limado mejor?

Cuando participó en el gobierno lo llamé en varias oportunidades para consultarlo y su respuesta siempre fue “consultalo con los compañeros, que son los que están”. Creo que Darío quería ganar la intendencia, ser intendente. Pero no entendía nada del gobierno. Tenía consignas. Y no lo digo despectivamente, porque sobre parte de los problemas de la izquierda que él plantea tiene razón, pero los formula muy mal. Bueno, en realidad los formulaba, ahora se fue del FA. Los formulaba mal pero tenía un punto. Yo también creo que ayudaría que los dirigentes nacionales salieran más a recorrer el interior. Como esto que está largando ahora el FA pero sistematizado. La sintonía nuestra sigue siendo muy metropolitana; llegás a un lugar y un tipo que produce pan va a una reunión y te dice: “Soy frenteamplista de toda la vida, pero con el tema de la tarjeta de débito me complican”. Hubo reformas estructurales que quizás no las hicimos en los tiempos en que había que hacerlas; nuestra agenda iba mucho más adelante de lo que la sociedad estaba dispuesta a acompañar.

¿En el plano humano cómo vivió la renuncia de Darío Pérez?

Nunca imaginé que se fuera. Él fue diputado por el FA en cinco períodos. Está bravo estar cinco períodos en el Parlamento por el FA y, cuando pierdes, te das cuenta de los errores que tenemos. La verdad, siento un gran dolor porque no entiendo la necesidad de hacerlo.

¿Es positiva su salida?

No, le resta. El triunfo del FA en Maldonado sin Darío Pérez y el Negro [Ricardo] Alcorta no se puede considerar. No era posible en su momento. Hoy si miras objetivamente tenemos que hacer un enorme esfuerzo para crecer y aportar al FA en octubre, ganar el gobierno nacional y después ver si generamos una onda expansiva que nos permita tener una propuesta para ganar el gobierno departamental.

¿Es consciente de que para muchos militantes del FA su salida es una buena noticia?

Sería muy miserable si te dijera... Yo creo que Darío Pérez es un tipo de concepciones progresistas. Tuvimos problemas con la discusión sobre la marihuana, el aborto y otras cuestiones, porque tiene una formación religiosa. Pero creo que dentro del campo progresista esas concepciones tienen que convivir. Darío era un médico ‒ahora se jubiló‒ con una extraordinaria sensibilidad. Es un tipo al que conocen en San Carlos porque iba a la casa de cualquier pobre a cualquier hora del día. Ese humanismo cristiano, sin ser del PDC [Partido Demócrata Cristiano], mezclado con un origen blanco, caudillista, venido de las corrientes wilsonistas, más algunas otras lecturas de literatura, todo ese resumen, ese combo, es Darío Pérez. A él hay que leerlo así.

Para nada me interesaría menoscabar lo que es Darío Pérez. Sobre todo, porque como Darío, por práctica política y por sensibilidad, hay mucha gente. Y el FA no gana sin esa gente. En Maldonado ni compite.

¿Cuáles son los errores personales que más se reprocha?

El contrato con Satenil es uno. En los primeros tres años de gobierno iba a Montevideo y lo único que me preguntaban era por Satenil. Hoy nadie sabe cuánto le cuesta Satenil a la Intendencia de Maldonado. Los ediles del FA han hecho pedidos de informes y no les contestan. Pero sí, siento que distraje la agenda del FA por la toma de una decisión. ¿Qué querés que te diga? Hoy por población, desarrollo estratégico, aporte al PIB, Maldonado debería estar en una zona metropolitana junto a Montevideo y Canelones. Sin embargo, está en manos de la derecha. Me siento más que culpable por eso.

¿Qué cosas positivas destacaría de Antía?

Ninguna, pero no por sectario. Primero, objetivamente, no tiene diálogo con los sectores sociales de forma democrática, el mecanismo es feudal. Segundo, te lo advierte, dice: “Tengo una libretita donde tengo anotados a los que no quiero”. Es una señal mafiosa, es lo peor de los sicilianos en términos de señal democrática de un gobernante. La tercera cosa es que concentra el poder. Se va al carajo la descentralización como concepto porque centraliza el poder porque es el jefe de la cosa nostra, con el manejo de las excepciones, de quién trabaja en la intendencia porque ingresa a dedo. Entonces, ninguna.

¿Qué figura de recambio tiene el FA a nivel departamental?

Hay varias que están en pleno proceso de formación. Ediles como Joaquín Garlo, [Leonardo] Tato Delgado, el compañero del Partido Comunista, un gurí joven que viene de la construcción (Nicolás Villar), está Susana Hernández. Hay una barra de gente muy interesante. Pero están construyendo su proceso de liderazgo, ojalá lleguemos en tiempo y forma. ¿Cómo hacemos para que se destaquen en una Junta Departamental en la que los dos tercios [de las bancas] la tiene el PN? Es difícil ser oposición de un gobierno que no discute. Tampoco hay un escenario en el que puedan proyectarse. Cualquiera de nuestros ediles y edilas está por encima de los del PN, muy por encima. Ya no hay intercambio de opiniones. La democracia se empobreció, se quitó el contenido.

¿Competiría otra vez por la Intendencia?

Hoy no tengo la cabeza para ser candidato. Llegado el momento, no voy a dejar de estar, pero ojalá pase mucho tiempo y sea la última medida a tomar. No quiero. Voy a militar, milité encantado pintando mundos, repartiendo listas, juntando firmas. Disfruté mucho del contacto con la gente, pero no sé si estoy en condiciones de aportar. No voy a medir los riesgos para ser candidato, pero hoy no me interesa y no lo digo despectivamente. No está en la agenda y ojalá existan tres candidatos que podamos llevar y el FA gane.

¿Qué integrantes de la coalición de Maldonado le gustaría que se sumaran al FA?

Hoy no lo veo a eso. Cuando vino Alcorta al FA, él y Michelini hicieron la diferencia para que el FA gane en Maldonado. Imaginate el lío que se armó en el FA. Tuvo que venir Tabaré Vázquez. Después, el tipo [Alcorta] hizo una gran gestión en la UGD (Unidad de Gestión Desconcentrada, perteneciente a OSE).

Hasta 2004 trabajé mucho con Cristina Acuña, una edila blanca, también con Eduardo Elinger, que era edil colorado [actual diputado] y participó en el primer gobierno. Y dentro del wilsonismo, con Alfredo Lara ‒que ahora está en contra de nosotros, nos odia‒, que también participó en el gobierno departamental. Pero había una visión para decir “esto es una base más amplia que el FA”; y trabajamos para construirla, no sólo nosotros, también Darío Pérez.

Hay gente a la que quiero mucho en el PN y el PC, pero su visión de Maldonado es muy distinta a la que tengo. A Elinger le tengo afecto. Lo vi en una foto el otro día, estaba tan viejo como yo. El FA se tiene que ensanchar, la cuestión es con quién lo hace. Hoy no lo encuentro con tanta claridad como en 2004.

¿Y en cuanto a lo social?

Nuestra base social no puede seguir siendo sólo los trabajadores organizados. En Maldonado hay una base muy amplia de cuentapropistas, gente que trabaja en la pintura, sanitarios, el bolichero. Hay que buscar respuestas para ese entramado social. La gente organizada es una minoría, en el país y en el departamento. El acuerdo con las clases medias y con sectores de la burguesía local es más complejo porque nadie negocia con débiles. La izquierda tiene un origen que no es excluyente del profesional universitario, ni del médico o el abogado, pero entre un bolichero del barrio o un pequeño supermercado y las grandes superficies hay una contrariedad enorme. Hay que saber de qué lado se está.

En Maldonado el PN está muy vinculado a los sectores inmobiliarios pesados, los desarrollistas, y a todo un entramado de pequeñas y medianas empresas que están al servicio de la intendencia, por ahí se va la sangría del presupuesto. Esa es su base social. Pero también es cierto que Maldonado es una zona industrial porque hay industria de la construcción y servicios. Mi impresión es que la base social que teníamos a ese nivel en 2004 era más amplia que ahora. Estaba la filial en Maldonado de la Asociación de Arquitectos del Uruguay, los pequeños empresarios inmobiliarios y hoteleros en la Liga de Fomento, la Coordinadora de la Industria de la Construcción del Este. Esos actores podían decir “veamos cuáles son las normas, no vale cualquier cosa”. Esos actores casi no tienen peso en la actualidad porque primó el capital extranjero y la especulación financiera.

¿Y con los sectores populares cuál es la estrategia?

Está claro que la izquierda tiene que hacer talón en los sectores más pobres ‒no estoy hablando en términos despectivos‒, pero no puede caer en utilizar la chapa a cambio del voto. Sí hay que dar una batalla cultural y de ideas en los sectores en los que viven los trabajadores, los sectores pobres y emergentes. ¿Vamos a decirle a la gente lo que precisa escuchar? No, precisamos decirle a la gente lo que pensamos como fuerza política, en el acierto o en el error. “Pero este es el rumbo, nosotros vamos por acá. Si ustedes no coinciden, está bien, no nos voten. Pero mire que va a pasar esto y esto”.

Los intendentes del interior son tipos muy campechanos. Notables en el trato, afectuosos, pero tienen prácticas que no son republicanas ni institucionales. No es que sean unos oligarcas, muchas veces son unos pelagatos, uno es profesor, otro tiene un pedacito de campo o le gusta el deporte. Los sectores de campo están expresados en otro lado, quizás en el herrerismo a nivel nacional.

Pero esos tipos campechanos conectan bien en la periferia, en sectores con menor tradición de organización y lucha, donde nosotros cometimos errores. Les dijimos que podían estudiar en la universidad, que podían tener un centro de convenciones, que podían tener avenidas y saneamiento, pero al final resultó que las florcitas de Antía son más lindas. Ahí tenés otro problema de la izquierda, la estética. A una buena parte de la sociedad nos gusta tener la casa pintada y macetas con flores para recibir a nuestros amigos, y cuando tenemos un platito más lindo, nos gusta presentarlo. Para muchos de nosotros ese era un rasgo casi burgués. Mientras que ellos con las rotondas, las florcitas y los arbolitos nos ganaron el segundo gobierno. Hizo el parque de El Jaguel [El Placer], que es una obra muy interesante, o Pueblo Gaucho, que está muy bien hecha. Hay muchos temas, complejos, con muchas aristas. No creo tampoco que haya que bastardear la política sólo para ganar el gobierno. ¿Se termina el mundo cuando perdemos una elección? Para nada. La prioridad para la izquierda no puede ser ganar la próxima elección, la prioridad tiene que ser la transformación de la sociedad y los valores culturales.