“Tengo una colección de renuncias”, pero esta “es irreversible”, dice el senador Enrique Rubio, quien dejará su banca el 5 de diciembre para dar paso a las nuevas generaciones y dedicarse de lleno a la campaña electoral.

El dirigente de la Vertiente Artiguista considera que los “buques insignia” de un eventual gobierno del Frente Amplio (FA) “van a ir por el lado de lo productivo, lo social, lo cultural y lo educativo”, pero que el gran desafío que tiene la izquierda es entender que los jóvenes tienen nuevas “pautas de referencia y categorías de análisis diferentes”.

Cree que la candidatura del intendente de Canelones, Yamandú Orsi, llevará a la coalición de izquierda a un cuarto período por “su afinidad con el interior, sensibilidad y ductilidad”. Y vaticina que, si gana la coalición multicolor, las consecuencias para el país serán “desastrosas”, porque el “gradualismo” impulsado por Luis Lacalle Pou, “aplicado en más de un período y con cierta euforia”, puede llegar a “desandar todos los logros del progresismo”.

Te retirás nuevamente del Parlamento y también hace ya un tiempo lo hiciste de los cargos de dirección de la Vertiente Artiguista. ¿Por qué decidiste hacerlo ahora?

Yo tengo una colección de renuncias [se ríe]. En 2007, en el Parlamento se planteó un debate jurídico sobre si al irme como director de la OPP [Oficina de Planeamiento y Presupuesto] podía dejar el cargo parlamentario en reserva o tenía que renunciar porque no podía ocupar dos cargos públicos, entonces corté por lo sano y renuncié al Senado. Hace diez años llegué a la conclusión de que había que darle espacio a la renovación, hice la tentativa, pero eso no salió electoralmente bien. En aquel momento propiciamos la candidatura de [Eduardo] Brenta al Senado y de Daoiz Uriarte a la presidencia de la Vertiente, entonces renuncié a ambas cosas. Ahora los compañeros me pidieron que encabezara de vuelta la lista de la Vertiente y les dije que iba a ser por un tiempo si llegábamos al Senado. El tiempo se prolongó más de lo que yo quería.

A mí me parecía que tenía que irme a mediados de mandato, pero estimaron que no era el momento político propicio, que teníamos un congreso y entonces la seguí un poco más. Decidí que ahora sí, que esto es irreversible, que entren otros. Viene un año electoral y quiero dedicar las energías que me queden a apoyar la candidatura de [Yamandú] Orsi, el desarrollo de la Vertiente y la candidatura de [Edgardo] Ortuño y Amanda Della Ventura para las internas. También quiero dedicarme a pensar temas nuevos, porque realmente me parece que hemos hecho el mejor programa de la historia del FA. ¿Por qué digo esto? Porque se trabajó desde la oposición muchísimo y porque hay muchos cuadros que estuvieron en el gobierno, entonces nuestro conocimiento de la realidad es muy superior al que teníamos en otro período.

Si uno repasa los tres gobiernos del FA, puede encontrar ciertos buques insignia en cada uno de ellos. ¿Qué áreas del programa considerás que pueden tener esta dimensión en un cuarto gobierno?

Creo que tiene que haber un equilibrio entre las políticas de Estado y las políticas de partido. La tragedia de Uruguay y uno de los grandes problemas de la rotación democrática permanente, de la que yo soy partidario, es el refundacionismo, la idea de volver a punto cero. El ejemplo más notorio ha sido con la seguridad pública. Desandar todo el camino y terminar mucho peor de lo que se estaba al final del período anterior. Tendría que haber políticas de Estado en las cosas que llevan varias décadas, como la seguridad, la inversión científico-tecnológica, la infraestructura, el manejo del agua, que es un nuevo tema que Uruguay tiene que tomar con enorme fuerza. Las tres décadas que siguen van a ser de turbulencia en todos los sentidos, fundamentalmente en el ecológico, entonces las políticas ambientales tienen que ser de largo plazo, pero las políticas sociales y gran parte de las políticas productivas no. El FA tiene un enorme desafío en materia productiva, que no es lo más atractivo. Si uno junta a 2.000 militantes, 1.800 eligen trabajar en políticas sociales y sólo 200 eligen las políticas productivas. Ese es un problema, pero hay una reflexión que se ha profundizado mucho, que comenzó en la primera OPP, cuando yo estaba, y que siguió en las siguientes, sobre la diversificación de la matriz productiva. Ese es el desafío más fuerte y más importante para la sustentabilidad y la viabilidad de un pequeño país. Tenemos que abrir el espectro hacia otros sectores. Ya lo hicimos, en parte, con todo lo que ha sido la inversión en materia de la revolución digital, pero hay que hacerlo mucho más fuerte. Eso quiere decir que el 1% [del producto interno bruto] en investigación y desarrollo es una inversión mínima, porque en el mundo se invierte 2,6% o 2,4%; estamos muy atrasados.

El segundo gran desafío tiene que ver con las brechas. Todas las brechas se ensancharon; la brecha educativa, la brecha en materia de seguridad, la brecha entre ricos y pobres y la brecha de género, que si bien mejoró la legislación, se mantiene. Entonces promover políticas sociales dirigidas a reducir todas las brechas es el alma de la izquierda. Hay que empezar a pensar que existe una cuestión nueva, que es la brecha intergeneracional. Los millennials y los post millennials, en el marco de la revolución tecnológica y del cambio del mundo, tienen pautas de referencia y categorías de análisis diferentes. Tienen una categoría del tiempo distinta, que acentúa el presentismo, el “ya y ahora”, el mundo se encogió por las telecomunicaciones y son mucho más ciudadanos del mundo, y los vínculos sociales son mirados de otra manera. Hay un cambio desde ese punto de vista, que lleva a un cambio no sólo en las relaciones interpersonales, sino también en las relaciones con los partidos y las organizaciones sociales, porque una cosa es participar con intensidad en una movilización, frente a una bandera, y otra es tener continuidad en esa militancia y hacerlo por diversas banderas. Todo eso da un mundo diferente, con el cual la izquierda tiene que aprender a vincularse y entender a los jóvenes.

Los buques insignia van a ir más por lo productivo, lo social, lo cultural y lo educativo, pero creo que esto es una agenda pendiente, que tendremos que irla incorporando, porque el lamento de por qué [los jóvenes] no se vinculan a los comités de base no tiene que ver con la falta de apertura o con no participar en el mundo de las redes, sino entender que hay un cambio cultural. El cambio cultural es la agenda pendiente de análisis de la izquierda.

¿Considerás que el FA ya culminó el proceso de autocrítica y aprendizaje de la derrota de 2019?

Siento que lo hizo en una medida importante, pero mentiría si dijera que fue completo. Fernando Pereira hizo algo que fue brillante: sacar al FA de Colonia y Ejido, ponerlo en el país y hacer por primera vez la pregunta que nadie hizo: “¿Qué entienden ustedes que nosotros hicimos mal?”. Ningún partido hizo eso y fue un formidable aprendizaje para el FA, no sólo a nivel nacional, sino a nivel local, porque en muchísimos departamentos los compañeros no tenían contacto con las organizaciones sociales o empresariales. Eso fue parte del reconocimiento de la realidad y también de la identificación de nuestros errores y de la autocrítica. Ahora, profundizar la autocrítica también significa entender nuevas realidades, no sólo en relación a la geopolítica del mundo, sino respecto a los cambios culturales. El consensualismo del FA, que es una virtud, muchas veces bloquea la posibilidad de ir en profundidad en determinados temas porque se sabe que hay posturas diferentes. Entonces, te diría que la autocrítica avanzó mucho, pero le falta muchísimo.

¿Qué sensibilidades representan a la Vertiente Artiguista que lo diferencian de otros sectores?

La magia del FA estuvo en que supo diferenciar la diversidad ideológica de la unidad programática. La Vertiente Artiguista, desde la matriz original, tuvo un cultivo muy fuerte en el tema de la unidad y en la idea de que el FA tiene que ser una fuerza de acción permanente, no sólo una coalición electoral, y por ahí salieron los comités de base, entre otros. Además, la Vertiente Artiguista siempre tuvo una gran capacidad de innovación programática; siempre tuvimos la cabeza abierta a los temas nuevos y a renovar el programa, con una sensibilidad distinta a la ortodoxia histórica de los partidos de la izquierda uruguaya, muy afín al radicalismo democrático, influido en cierta parte por [Ernesto] Laclau y por otros filósofos políticos que estaban mirando el horizonte de cambio. Ese signo fundacional se ha mantenido a lo largo del tiempo. Mariano [Arana] alentaba ese espíritu, lo cultivamos mucho y yo creo que aportamos mucho desde el punto de vista programático a la renovación de la izquierda.

La Vertiente Artiguista está impulsando la creación de un espacio más amplio, que involucre a otras expresiones, pero esto es algo que también están haciendo otros espacios. ¿No choca con las propuestas del recientemente creado Espacio Socialdemócrata Amplio o con la Convocatoria Seregnista Progresistas?

Tuvimos conversaciones diversas, entre otras, con dirigentes de Convocatoria, pero pensamos que si uno no quiere cometer errores garrafales en política, hay una hoja de ruta que tiene que seguir. Cuando hay inminencias electorales uno tiene que utilizar el razonamiento del camino crítico, como me enseñaron mis compañeros de Ingeniería en [la cárcel de] Punta Carretas. Es decir, empezar por el final. ¿Cómo termina todo esto después de las elecciones de octubre de 2024? Si yo razono hacia atrás, tengo que pasar por un cruce de caminos que son las internas. ¿Qué hago buscando un espacio amplio de acuerdos, si a los cuatro meses me divido porque apoyamos candidatos diferentes? Nosotros vimos desde el arranque que la candidatura de [Yamandú] Orsi era la que nos permitiría ganar el gobierno, por muchas razones que tienen que ver con su afinidad con el interior, sensibilidad y ductilidad.

Hay otros espacios que tienen algunas afinidades programáticas, pero también algunas diferencias políticas, porque para nosotros eso del radicalismo democrático no es simplemente una consigna. Uno lucha por un horizonte que sea de cambio profundo en lo ideológico. Yo siempre he sido anticapitalista, pero no ha aparecido el modelo alternativo. Podemos tener coincidencias programáticas con grupos parecidos, pero no sé si en el horizonte del mediano plazo estamos hablando de lo mismo. Por otro lado, hay una coyuntura más de tipo electoral, que hace que intentar ensayos de combinaciones sea bastante complicado. En agosto del año que viene, de repente, habrá un panorama distinto porque se definen las internas, hay un solo candidato y veremos las articulaciones colectivo-electorales que se pueden hacer. Pero el desarrollo de la Vertiente es muy importante porque logró una implantación nacional, la figura de Mariano le dio una dimensión muy fuerte, tiene más de 30 años de existencia y ha sido coherente en el cultivo de determinados valores. Ese es un capital que no hay que perder.

¿Qué consecuencias podría llegar a tener un nuevo gobierno de la coalición multicolor?

Desastrosas, porque la diferencia entre Lacalle padre y Lacalle hijo es que uno era partidario de la política del shock y el otro es de la gradualista, salvo en un punto, que fue la concesión del Puerto de Montevideo. El gradualismo aplicado en más de un período y con cierta euforia lleva a cambiarlo todo. Entonces, implicaría desandar todos los logros del progresismo, de los cuales han podido deteriorar algunos, pero no cambiar algunos básicos.

¿Por ejemplo?

Se deterioró mucho el Sistema Nacional Integrado de Salud, pero se mantuvo la estructura esencial, el Fonasa [Fondo Nacional de Salud]. La reforma tributaria, por ejemplo, se retocó mínimamente, entonces lo que hay que hacer es mejorarla y profundizarla. En otros aspectos no se hizo nada o se empeoró, como es el caso de la educación. Ahí está uno de los grandes desafíos para la izquierda: cómo hacer para dar un gran salto, fundamentalmente, en el nivel medio.