Celso Amorim fue y sigue siendo un hombre de peso en la política exterior brasileña. Persona de confianza y asesor especial en la materia del actual presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, su importancia puede graficarse con un solo dato: a fines de marzo, mantuvo un encuentro de una hora con el presidente ruso, Vladimir Putin, además de reunirse con su canciller, Sergéi Lavrov. Fue sólo una de las tantas reuniones que Amorim ha mantenido en nombre del presidente Lula desde que este asumió el gobierno de su país, en enero.

Amorim fue canciller del primer gobierno de Lula en un momento clave, en tiempos de consolidación del liderazgo de Brasil en la región y de fortalecimiento de su presencia como actor global. En tiempos de la constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y de la creación del Fondo de Convergencia Estructural del Mercosur (Focem), entre otros avances en materia de integración regional. En entrevista con la diaria, en marzo de 2021, Amorim pronosticaba que, en caso de ganar Lula las elecciones del año siguiente –lo que finalmente sucedió–, llevaría adelante una política exterior “de independencia y de integración con América del Sur”.

Pese a que su mandato como canciller coincidió con el primer y el segundo gobierno del Frente Amplio en Uruguay, con el que compartía una misma orientación ideológica, el vínculo con nuestro país no fue fácil, según lo revela Amorim en su libro Lazos de confianza. Brasil en América del Sur, editado recientemente sólo en portugués. Allí califica a Uruguay como “orgulloso” y “altivo” por sus críticas al Mercosur, si bien señala que en algunos casos le asistía la razón en sus reclamos, y detalla sus intentos personales por contentar al “vecino quejoso del Sur”.

Antes de relatar sus vínculos con los gobiernos de izquierda en Uruguay, realiza breves referencias a las administraciones anteriores. Sobre el expresidente Luis Lacalle Herrera, comenta: “Siempre me pareció más interesado en el ALCA [Área de Libre Comercio de las Américas] que en el Mercosur”. Sobre el exmandatario Jorge Batlle, señala que “incluso reconociendo que las relaciones intensas con sus dos grandes vecinos constituyen una realidad ineludible, el presidente uruguayo no escondió la preferencia por estrechar los lazos con los centros de poder económico y político, con especial simpatía por Washington y Londres”. Batlle “no tenía entusiasmo por el Mercosur, y menos aún por una eventual integración sudamericana más amplia”, acota.

Amorim afirma que, al comienzo del gobierno de Lula, la relación de Brasil con sus socios del Mercosur “estuvo dominada por los temas comerciales”. Había tres esferas prioritarias, y en todas ellas las posiciones de Brasil y de Uruguay diferían, recuerda: la posición en las negociaciones por el ALCA –que finalmente no prosperaron, debido fundamentalmente a la posición de Brasil–; las quejas sobre el Mercosur, sobre todo por la cuestión de las asimetrías y por los obstáculos que significaba el bloque para las negociaciones con los países desarrollados; y la actitud en relación con la extensión de la integración comercial más allá de las fronteras del Mercosur.

“Economía pequeña y exportadora de algunos pocos productos primarios y semimanufacturados, Uruguay sufría una fuerte atracción por las negociaciones con los países desarrollados. Montevideo le daba una alta prioridad al ALCA. No fue fácil llegar a una formulación común, lo que terminó ocurriendo gracias a un intenso trabajo que buscó encontrar compensaciones en la esfera bilateral, las que se comenzaron a materializar en el segundo mandato de Lula. [...] La actitud mejoró un poco con el Frente Amplio, pero sólo cambió de hecho con Pepe Mujica, ya al final del gobierno de Lula”, sostiene Amorim en su libro.

Incluso señala que en algunos temas, como las candidaturas a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, “la izquierda dio más trabajo” que el gobierno de Batlle, aunque en otros, como la integración suramericana, “el Frente Amplio demostraría más simpatía por la postura de Brasil”.

Los esfuerzos por contentar a Uruguay

El actual asesor especial de Lula relata que “la visible insatisfacción de nuestros dos vecinos menores, en especial de Uruguay, con el Mercosur, era motivo de real preocupación”. “En parte, esta insatisfacción tenía razones estructurales, ligadas a la forma de inserción de la economía uruguaya en el comercio mundial. Sobre eso, había poco que pudiésemos hacer. Pero como ‘socio mayor’ teníamos que buscar compensaciones para las frustraciones uruguayas que los meros mecanismos del Mercosur no podían resolver. Es más o menos en esa época (mediados de 2006) que me dedico a buscar un nuevo entendimiento (‘new deal’) que pasaría a figurar de modo más constante en mi agenda”, indica.

En este sentido, cuenta cómo intercedió ante el expresidente venezolano, Hugo Chávez, para abrir las exportaciones de Uruguay y Paraguay a ese país, y cómo buscó instrumentos financieros que dinamizaran la economía uruguaya, con inversiones y líneas de comercio en el Mercosur.

En el caso del conflicto entre Argentina y Uruguay por la planta de celulosa de UPM (ex Botnia) en Fray Bentos, Brasil se alineó en algunas ocasiones con la postura de Uruguay –por ejemplo, en ocasión del préstamo del Banco Mundial a la pastera–, pero eso no impidió que Uruguay le reclamara a su vecino una actitud más firme de rechazo a las pretensiones argentinas de detener la construcción de la planta.

Amorim se preguntaba en ese momento en sus notas internas como canciller, recogidas en el libro, “cómo ayudar a Montevideo sin ofender mortalmente a los argentinos”. “Ese es uno de los desafíos que tendré”, reconocía. Y añade en el libro que el entonces presidente argentino, Néstor Kirchner, “siempre reaccionó negativamente a nuestras tentativas de ayudar en el diálogo”.

La amenaza del TLC con Estados Unidos

Uno de los temas de mayor preocupación de Brasil en esos años, según queda de manifiesto en el libro, fue la posibilidad de que Uruguay firmara un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. “La irresistible atracción de Uruguay por las negociaciones con Estados Unidos no se extinguieron con el ascenso del Frente Amplio al poder”, lamenta Amorim. Cuenta cómo el expresidente Tabaré Vázquez le bajaba perfil al tema en los encuentros con Brasil y lo manejaba como “apenas una hipótesis”. Vázquez les comentó a las autoridades brasileñas que el entonces presidente estadounidense, George Bush, estaba “pronto para firmar un TLC con Uruguay” y que fue él quien le dijo que precisaba tiempo para analizar el asunto.

El asesor de Lula sostiene que el excanciller uruguayo Reinaldo Gargano y la exvicecanciller Belela Herrera fueron “aliados” de Brasil en este tema. En cambio, el entonces ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, es caracterizado por Amorim como “el defensor más ardiente del TLC y el más crítico del Mercosur (las dos cosas van juntas)”. En cuanto a Vázquez, “a pesar de sus demostraciones de simpatía e incluso de afecto”, “parece acercarse más a las posiciones de Astori, cuya influencia, en función de afinidades culturales e ideológicas, se extienden también a la Cancillería”, añade Amorim en su libro.

Confiesa que con Astori tuvo “un relacionamiento nada fácil cuando era ministro de Economía del gobierno de Tabaré Vázquez”, porque, según Amorim, Astori atribuía a Brasil, y especialmente a él, “el fracaso de su intento de celebrar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, que serviría como plataforma para su candidatura a la presidencia”.

Sin embargo, tras la asunción como presidente de José Mujica, Astori “cambió de actitud” y fue “todo sonrisas”, asegura Amorim. Y califica a Mujica como un “gran amigo de Brasil y defensor de la integración sudamericana”.