La tangente es un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria, para deslizarse por otros terrenos.
“Mi madre me mata” era lo único que pasaba por la cabeza de un militante de la Unión de la Juventud Comunista (UJC), el brazo juvenil del Partido Comunista del Uruguay (PCU), en ese instante en el que sintió el filoso frío del peligro. Corría –y rápido– el 30 de abril de 1983 en Montevideo y un grupito de jóvenes de la UJC se había reunido para repartir volantes de la prohibida Convención Nacional de Trabajadores (CNT) en las inmediaciones de algunos liceos, con el fin de informar sobre lo que pasaría horas después: el acto del Primero de Mayo, que a la postre sería el primer evento político masivo que hubo en dictadura.
Era un grupo de seis, tres varones y tres muchachas, que se dividieron en parejas y salieron a repartir volantes. En un momento, atrás del liceo 26, donde estudiaban, una de las parejas sintió el amenazante acelerar de una “chanchita”, como se les decía coloquialmente a aquellas camionetas de las Fuerzas Conjuntas que giraban por las calles para llevarse a cualquiera que pareciera “sospechoso”. A los dos jóvenes les vino un “chucho de novela” y disimularon la militancia volantera simulando que eran una pareja amorosa. La “chanchita” siguió su paso, sin enterarse de los volantes de la CNT ni de que aquellos jóvenes eran comunistas, una de las tantas filiaciones políticas que estaba en la mira de la dictadura.
El muchacho en cuestión era Mario Bergara, que hoy recuerda esa pequeña anécdota para demostrar “el grado de inconsciencia” que tenía, porque cuando la amenaza de la dictadura se podía haber vuelto físicamente real, él sólo pensaba en que, si se lo llevaban, su madre lo iba a matar. “Fijate que, al mes y poco, en junio de 1983, fueron a buscar a unos cuantos compañeros, algunos de los cuales yo conocía de la UJC, y estuvieron presos, torturados y maltratados durante un año y medio”, subraya Bergara.
El hoy senador y precandidato del Frente Amplio (FA) recuerda como una experiencia “muy buena” aquellos primeros años de militancia en la UJC. Cuenta que antes de afiliarse oficialmente ya andaba en el entorno de los jóvenes comunistas, “a veces sabiéndolo y a veces sin saberlo, porque todavía eran tiempos duros”. Rememora sus primeras acciones de militancia en los albores de 1982, con 17 años, y de manera también “bastante inconsciente”, cuando juntó firmas contra el examen de ingreso a la Universidad de la República (Udelar) que había impuesto la dictadura, algo que ahora –acota Bergara– “parece una cosa trivial, pero en aquel momento era muy delicada”.
En 1983 entró a la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Udelar, ya con “un poco más de claridad” sobre “en qué terreno” estaba pisando, y optó por afiliarse a la UJC; militó allí y en el PCU hasta 1991. “Fue una etapa de muchísimo aprendizaje. Se aprende mucho de la militancia disciplinada: mucha literatura, lectura política, asambleas y relación con la gente”, recuerda.
Tanto por sus estudios universitarios como por la militancia, Karl Marx siempre andaba en la vuelta. Incluso, Bergara recuerda que hizo un curso “en profundidad” sobre El capital (1867), la magnum opus del filósofo alemán, hincándole el diente al análisis marxista. “Y digo bien, porque lo considero un aporte muy sustancial para la interpretación histórica y política de toda una época. Nunca tomé el marxismo como palabra santa, como si alguien hubiera descubierto la pólvora para el resto de la vida, sino como una visión que ha aportado ideas sustanciales a la historia, la economía y la política. Y, como señalaba el propio Marx, que él no podía decir que era marxista, porque sería negar todo lo demás”, subraya Bergara.
Pero el currículum de militancia del senador no termina ahí. También supo estar un tiempo en lo que se llamaba Comisión de Programa del PCU, que en realidad –según dice– tenía más “perspectiva de comunicación que de programa”. Además, entre 1986 y 1990, participó –representando al PCU– en la Comisión de Entes, una mesa de la coalición de izquierda integrada por los seis directores de entes del Frente Amplio (FA) que hubo en el primer gobierno del presidente colorado Julio María Sanguinetti, junto con representantes de los principales sectores frenteamplistas.
En esa época, cada dos meses a la comisión le tocaba coordinar con la Mesa Política del FA. Fue así que Bergara tuvo contacto por primera vez con Liber Seregni y Juan José Crottogini, un paneo “de alta política, muy aleccionadora”, subraya. En ese ámbito también le tocó vivir discusiones sobre temas “muy delicados”, como la salida de Hugo Batalla y su lista, la 99, y también del Partido Demócrata Cristiano (PDC), en 1989, así como el ingreso del Movimiento de Liberación Nacional, el mismo año. Bergara destaca que aquello fue “una escuela, y ver actuar a Seregni conduciendo esa orquesta fue un privilegio”.
Radicales y moderados
Te suelen colocar entre los “moderados” del FA. ¿Cómo te cae?
Las etiquetas ayudan a clasificar cosas y la gente necesita hacerlo. Siempre recuerdo un programa que había en TV Ciudad hace muchos años, que se llamaba Autorreportaje, en el que un día Leo Maslíah habló de las etiquetas y dijo que son útiles a la hora de clasificar para ordenar los pensamientos, pero cuando la etiqueta sustituye a la idea, estamos en problemas. Comparto totalmente eso: hay gente a la que le puede ayudar la clasificación de “radicales” y “moderados”, pero yo concibo la radicalidad en el cambio de la realidad. Por ejemplo, todo el espacio seregnista y astorista en los 15 años de gobiernos del FA cumplió un rol muy importante en cambiar la realidad, así que mido la radicalidad en ese terreno, y no en quién grita más fuerte desde un pedestal.
¿Qué puntaje le pondrías a cada gobierno del FA, del 1 al 10?
Al primero le pongo 9, al segundo 7 y al tercero 5.
¿Qué pasó en el tercero?
Nos quedamos sin agenda, nos alejamos de la gente, actuamos con más soberbia, no leímos bien la realidad. Igual, es más alto que el actual gobierno, al que le pongo 3.
Todo lo que señalás del tercer gobierno del FA parece que fueran críticas hechas por el presidente Luis Lacalle Pou cuando era oposición...
Pero lo hago desde un lugar distinto: en 2019 y 2020 –después de la derrota– fuimos férreos impulsores del proceso de autocrítica del FA. Había compañeros que tenían temor de un proceso de autocrítica, pensando que nos íbamos a arrancar los pedazos; pero no lo hicimos, tuvimos la capacidad y la madurez de hacer un proceso duro, porque decirnos estas cosas es duro. Y salimos fortalecidos, porque reaccionamos. Dijimos: “Nos alejamos de la gente, nos olvidamos del interior, no supimos dialogar con los jóvenes y nos peleamos mal con el campo”. Entonces, salimos con “El FA te escucha” a recorrer el país dos veces enteras, 1.700 reuniones, a escuchar lo que queríamos y lo que no. Creo que al FA eso le hizo bien, nos hizo madurar y nos trajo humildad. Así que no me duelen prendas en decir esto ahora, porque fuimos impulsores. Nos costó asumir algunos temas éticos que tuvimos, sobre todo en el último gobierno, y también desde la campaña electoral de 2019 fuimos férreos defensores de que el FA tenía que tomar las decisiones que tuviera que tomar.
¿Te referís al tema del exvicepresidente Raúl Sendic?
Por ejemplo, y al rol absolutamente crucial que cumplió el Tribunal de Conducta Política. Me viene la imagen de la figura de Jorge Brovetto y Nicolás Grab, que le dieron un servicio al FA que con el tiempo vamos a valorar y mucho: permitió que el FA no barriera las cosas para abajo de la alfombra y que asumiera que cuando se cometen errores hay que afrontarlos y tomar las decisiones en consecuencia.
¿Qué te quedó de aquellas lecturas de Marx y de la militancia comunista de tu juventud?
Nutrió mi cosmovisión, mi forma de ver la política y también mi capacidad de relacionamiento político. Tengo muy buenos vínculos con los integrantes del actual PCU y del Partido Socialista. Creo que en buena medida hay un respeto mutuo, entre otras cosas, porque todos ellos también conocen mi historia; yo me siento muy orgulloso de haber pertenecido a la UJC y al PCU. Fueron lecciones no sólo políticas sino también de vida, en momentos muy difíciles, en los que uno miraba para los costados y no encontraba demasiado más. Mucha gente luchó contra la dictadura, pero sin duda los comunistas estuvieron siempre en primera línea.
¿En esa época ya tocabas la guitarra?
Empecé a estudiar guitarra en sexto año de escuela. Hice seis años de guitarra clásica, pero la dejé por la militancia. En aquella época, por 1983, la militancia ya te empezaba a absorber, y ni que hablar en 1985. Tocaba bastante bien la parte de música clásica. Di los últimos dos exámenes con Olga Pierri, una de las clásicas profesoras, de una familia guitarrística total.
O sea que no eras el típico militante comunista que iba al fogón y tocaba una de Silvio Rodríguez.
Hubo una época que sí, no te voy a decir que no, pero arrancando desde la guitarra clásica. Yo me manejo mucho mejor con el punteo que con el rasgueo.
¿Alguna vez, ya como político, se te dio por sacar la guitarra?
¿Y payar, decís? Si no me agarran de sorpresa, no. Soy bastante franco. Por ejemplo, no atiendo llamadas de periodistas a las 7.30 de la mañana, porque es seguro que pasó algo a las 7.15 y uno no se enteró –estoy haciendo una caricatura: si está pactado del día anterior, sí–. Si no sé de qué estamos hablando digo: “Mirá, no estoy informado, tengo que interiorizarme, no voy a opinar”, porque después hay que soportar archivo. No tenemos por qué saberlo todo ni hablar de todos los temas, pero capaz que en algún momento tuve que payar un minutito en algo, puede ser.
La huella de Seregni
“Ah, está bien... ¿Y para contador cuánto te falta?”, fue la pregunta que escuchó Bergara de su madre en 1987, cuando, todo contento, le avisó que se había recibido de economista. El precandidato remarca que en aquella época la carrera de economista “sonaba a nada”, eran muy pocos los que se recibían y aspiraban sobre todo a trabajos vinculados a la academia o al Banco Central del Uruguay (BCU). Además –y quizás la prueba máxima de que no sonaba–, ni siquiera los ministros de Economía eran economistas; sin ir más lejos, en 1987 el titular del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) era el colorado Ricardo Zerbino, contador público. “Después, cuando las empresas empezaron a descubrir las bondades de un profesional en economía, apareció la demanda por el economista en el mercado”, acota Bergara.
El precandidato es consciente de que durante mucho tiempo la gente lo visualizó focalizado en temas económicos, en particular entre 2005 y 2008, cuando fue subsecretario del MEF comandado por Danilo Astori (luego fue presidente del BCU, titular del MEF en el último año del gobierno de José Mujica y, por último, volvió a encabezar el BCU). Pero Bergara subraya que no sólo se maneja en el terreno económico y pone como ejemplo que, en toda aquella primigenia etapa del primer gobierno de Tabaré Vázquez, por el MEF pasaron prácticamente “todas las políticas”, porque “no hay política que no requiera recursos, y sobre todo en 2005 y 2006, cuando los recursos eran súper escasos”.
Bergara agrega: “En 2015 escribí un libro –que pueden adquirir en las mejores librerías del ramo– que se llama Las nuevas reglas de juego en Uruguay, que básicamente describe una veintena de reformas estructurales que hicieron los primeros gobiernos del FA, con las que aprendí mucho de un montón de áreas: políticas sociales, vivienda, salud, etcétera. Eso no me transforma en médico, ni en arquitecto, ni en sociólogo ni en nada, pero sí da una visión de las políticas. Y ahora, de senador ya hace cuatro años, integro, además de la Comisión de Hacienda, la de Defensa, la de Seguridad y Convivencia, la de Transporte y la de Asuntos Internacionales. O sea, está bien que la gente me coloque en el área económica porque es mi profesión y siempre concebí mi profesión al servicio de la política económica, del Estado, pero también desarrollo un montón de temas”. La caricatura de “Bergara economista” es una descripción, al menos, incompleta.
En el despacho de Bergara, arriba de su escritorio, descansa un cuadro del general Seregni, como se puede esperar de alguien que se describe como seregnista e integra el paraguas Convocatoria Seregnista-Progresistas. Bergara aún recuerda el shock que le produjo la renuncia de Seregni a la presidencia del FA, en febrero de 1996. Luego de dejar ese cargo, el legendario líder frenteamplista creó el Centro de Estudios Estratégicos 1815, pensando en que el FA algún día llegaría al gobierno y debía estar preparado para hacerlo. En 1998 Bergara estaba terminando su doctorado de Economía en la Universidad de California, en Berkeley, y señala que cuando se enteró de la creación del centro de estudios le dijo a su compañera de aquel momento que cuando volviera a Uruguay quería trabajar ahí. Y así fue: al poco tiempo de regresar lo llamaron para sumarse, y trabajó hasta 2003, año en el que el centro de estudios cerró porque Seregni se enfermó.
¿Seregni es la figura fundamental del FA?
En toda una etapa, por supuesto. A veces, cuando uno tiene las disputas internas, las competencias, piensa que, hace 53 años, sectores con distancias filosóficas, políticas e ideológicas enormes tuvieron la capacidad de entender que la unidad tenía que estar por encima de eso, y Seregni, dirigiendo esa orquesta de grandes líderes, con gran visión y gran generosidad, fue ni que hablar la gran figura en la creación del FA. Y después, en la época de la dictadura y a la salida de la dictadura también tuvo un rol fundamental, reconocido no sólo por los frenteamplistas sino por todo el país.
¿Cómo era personalmente? Porque no dejaba de ser un militar.
Tenía muchas cosas de disciplina cotidiana. Él siempre estuvo orgulloso de haber sido militar, por eso a veces muchos compañeros no comprendían algunas posturas de Seregni, por ejemplo, cuando dijo que no era el Ejército institución el que debía pedir perdón sino las personas que, abusando del uniforme de Artigas, hicieron cosas imperdonables. Pero Seregni siempre fue un militar, y buscó el diálogo y el acercamiento, entendiendo que las Fuerzas Armadas son parte de la institucionalidad y de la sociedad uruguaya. Cotidianamente, era muy afable, tenía buen humor y era ordenadito; siempre con Lilí [Lerena, su esposa] en su cabeza. Pero era hincha de Nacional, nadie es perfecto...
Seregni murió hace 20 años. La generación que va a votar por primera vez en esta elección no lo conoció más allá del cuadro y del mito. ¿Qué legado quedó de Seregni y cómo se transmite a los más jóvenes en estos tiempos?
El FA se ha ido agiornando en todo, programáticamente ni que hablar, hay ríos de tinta escritos por los politólogos acerca de la modernización y la evolución programática del FA desde 1971 hasta hoy. También hubo modernización ideológica, de visión del mundo. Danilo Astori fue el gran impulsor de la modernización ideológica del FA, pero hay cosas que se sostienen, que tienen que ver con valores y formas de ver el mundo. Si me preguntás cómo puedo transmitir qué es el seregnismo: en primer lugar, valores y ética. Vaya si Seregni dio muestras de ética y de coraje político, que son cosas que van bastante atadas. Las decisiones que tomó Seregni con su coraje, aun a sabiendas de que eso le iba a implicar costos en el terreno político, familiar y personal. Por otro lado, la visión estratégica, con su famosa frase “cuando uno toma decisiones siempre hay que pensar en la mañana siguiente, cuáles son los efectos y cómo vamos a estar parados en función de nuestras decisiones de hoy”, y mirar el futuro con un talante sistemático de diálogo. La caricatura de Seregni era con el bigotito tipo Rucucu, aquel personaje de [Alberto] Olmedo, y la palabra “consenso”. Seregni era un gran defensor de la necesidad de que sobre algunos temas cruciales de la sociedad uruguaya debía haber políticas de Estado, por eso había que buscar puntos de acuerdo para que las políticas no estuvieran a los bandazos según quién ganara, sino que hubiera continuidad.
Ateísmo y “astoribergarismo”
“Tomé la comunión, fui el mejor de la clase en su momento, en la iglesia del Cerrito, pero después la vida me llevó a cuestionarme la creencia”, dice Bergara. En la creación del FA tuvo mucha influencia el PDC, que después se fue de la coalición de izquierda y luego volvió. El precandidato dice que hoy se considera ateo, pero aclara que es absolutamente amplio en el sentido de que cada uno piense “lo que le sirve a cada uno”; de hecho, subraya que “hay una buena parte” del cristianismo del FA que los acompaña en Convocatoria Seregnista-Progresistas, empezando por el PDC. Al ateísmo llegó tanto por su peripecia personal como por haber estado en filas del PCU, y aclara: “No quiere decir que no haya cristianos comunistas, pero en el fondo más filosófico evidentemente hay una distancia”.
Hablando de “ismos”: hace dos años, en el debate televisivo sobre la ley de urgente consideración con Óscar Andrade, el senador Guido Manini Ríos, líder de Cabildo Abierto, acuñó el término “astoribergarismo”. ¿Cómo tomaste esa expresión?
Por un lado, me divirtió. Por otro lado, que mi apellido se pegue al de Danilo para mí es motivo de privilegio y orgullo. Fue un privilegio trabajar codo a codo con Astori, sobre todo en etapas muy desafiantes de gobiernos del FA. Astori tenía en su visión –que yo comparto totalmente– la radicalidad de la que hablamos hoy: que había que cambiar la realidad. Y creo que desde el MEF se hizo una enorme cantidad de reformas estructurales en el primer gobierno del FA, jugando roles diversos pero en general muy importantes en algunas reformas, que no eran sólo temas de diseño técnico, sino de gestión política, de visión y de convencimiento de la sociedad y del FA. Danilo jugó un rol fundamental en eso, y todos tenemos claro que en los tres gobiernos del FA la figura de Danilo fue fundamental para que el FA ganara y gobernara. Y, como te decía, en el terreno político-ideológico Danilo fue el gran modernizador de la izquierda en Uruguay, al obligarnos a mirar el mundo tal cual es, sobre todo después del derrumbe del bloque socialista y otras tendencias. Tenía la capacidad de integrar todo lo que estaba pasando y todo lo que él observaba a un esqueleto de valores, principios y formas de ver la política.
¿Te sentís un continuador del astorismo?
Es claro que el astorismo está en el bloque que nosotros llevamos adelante, ni que hablar. Además, siento el legado de Danilo como el de Seregni y Tabaré [Vázquez]. De los 15 años de gobierno estuve casi 14 en los equipos económicos del FA, en permanente diálogo y trabajo codo a codo con Danilo, así que por supuesto que me siento absolutamente impregnado de astorismo.
¿Cómo tomaste que en el último tiempo Astori dudara de apoyar tu precandidatura?
Esas son consideraciones de otra índole, que no son sólo cosas de índole personal sino también de sectores políticos. Me parece siempre legítimo que se evalúen esas cosas, pero eso ni por asomo me hace cuestionar el privilegio que tuve de haber podido trabajar con Danilo como lo hice.
¿Creés que en el FA se lo valoró en su real medida?
Como decía el Corto [Horacio] Buscaglia, “qué espónsor la muerte”. No sólo por el caso de Danilo, sino hasta por el de Seregni; podemos hacer una larga lista. Creo que crecientemente se valora el rol que tuvo Danilo. Lo que pasa es que cuando todavía estaba en la disputa política siempre hay más ruido en ese sentido.
Alegre mascarita
El año pasado hubo muchos comentarios sobre tu participación en el programa ¿Quién es la máscara?, de Canal 12, donde cantaste disfrazado de carpincho, con un traje similar al de Elvis Presley en su última etapa, en Las Vegas. ¿Cómo te sentiste participando en ese programa? Porque me parece que no todos los políticos se animan a tal experiencia.
Me divertí muchísimo, porque me gusta el canto y la música. Escucho mucha música y soy muy ecléctico. Cuando vamos para el interior y estamos cuatro horas en el auto yo pongo la música: tango, folclore, cumbia, música clásica, canto popular, rock, pop, en español, en inglés... O sea, soy súper ecléctico.
¿Hasta qué punto? ¿Te gusta Ricardo Arjona, por ejemplo?
Me gusta alguna canción suelta, no soy fan de Arjona.
No como Álvaro Delgado.
No, y mucho menos inspiro mis discursos en Arjona… pero alguna canción me gusta, me divierte. Entonces, a la música le dedico mucho tiempo, estudié guitarra y hago coro. En 2016 en el BCU creamos el coro Notas del Tesoro, en el que participo todas las semanas. La propia naturaleza de la actividad coral genera buenos grupos, porque el coro es colectivo, ensamblado y respetuoso o no es; no hay lugar para “me mando la mía”. Es una actividad fantástica que me despeja mucho la cabeza. Los martes de tardecita mi agenda está bloqueada: a las seis hay coro. Y lo de La máscara iba en esa dirección, de música y entretenimiento. Me divertí mucho con la selección de las canciones y grabar con Gonzalo Moreira. Y me morí de calor con el traje y la máscara, porque se grabó en febrero y marzo, hacía un calor imponente.
Y después –quizá a lo que ibas vos–, desde el sistema político tenemos que dejar en claro que somos parte de la sociedad. No creo que haya una casta política en Uruguay, si bien puede haber alguna familia de tradición política, por supuesto, pero revisá a los legisladores, a los integrantes del gobierno, y muchos venimos de barrios de trabajadores –algunos no, es verdad–. Nací en Cerrito de la Victoria, tuve el privilegio y la suerte de estar en un país donde había una visión de un Estado que daba oportunidades, que lamentablemente hoy está cuestionándose. Pero el acercamiento del sistema político con la gente tiene que ser natural, cotidiano. Alejarse de la gente es de las cosas que en otros países generaron el deterioro de los partidos, por eso era peligroso que el FA se alejara de la gente.
¿Cuando te estabas por poner la máscara del carpincho no pensaste si no sería demasiado? Porque una cosa es cantar y otra es hacerlo disfrazado y en televisión.
Bueno, hasta que no me sacaron la máscara nadie sabía quién era, así que era un carpincho cantando. ¿No?
¿En el coro del BCU qué están cantando ahora?
Estamos haciendo un popurrí de La Borinquen, porque hace tres o cuatro años que estoy insistiendo con eso. Al final, el director del coro, que es un gran tipo, gran amigo, me dijo: “Bueno, está bien, este año lo hacemos”, y nos estamos divirtiendo. Todavía no está pronto.
Mientras preparaba esta entrevista, buscando información por aquí y por allá sobre tu persona, enseguida me apareció un video colgado en Youtube hace dos años, del programa Algo contigo, de Canal 4, cuyo título es “¿La separación del año?: Blanca Rodríguez y Mario Bergara en crisis”. ¿Cómo te llevás con que se hable de tu vida privada en público?
Lo ignoro por completo. Nunca me habrás visto hablar de mi vida privada en público. Lo que uno expone es su actividad pública, y es sobre lo que la gente tiene derecho a opinar. Nunca tuve la vocación de poner sobre la mesa elementos de mi vida privada, siempre traté de mantenerla al margen de la actividad pública, por más que notoriamente uno va ganando más visibilidad. Tú hacés referencia a mi relación con Blanca, que obviamente es una persona con aún más visibilidad –creo que de todo el Uruguay–; sin embargo, todo el tiempo que estuvimos juntos manejamos nuestra relación con súper perfil bajo, y mi vida anterior y posterior también. Cuánto se mete la vida privada en la cosa pública, en buena medida, es resorte de uno: si querés que eso pase, pasa; si tratás de evitarlo, no pasa.
Ping pong de asociación libre
Carolina Cosse.
Gran gestora.
José Mujica.
Una estrella con filosofía propia.
Tabaré Vázquez.
Líder y gran presidente.
Eleuterio Fernández Huidobro.
Gran escritor y muy divertido.
Luis Lacalle Pou.
Emergió como un gran líder.
Juan Sartori.
Me divierte, tengo buen vínculo con él.
Pensé que ibas a decir “ausente”.
Es la fácil, dejame ser un poquito distinto.
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