La Tangente es un un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria para deslizarse por otros terrenos.

En un mundo paralelo, de esos alternativos que suele desparramar la ciencia ficción, esta nota sería para repasar la carrera del actor Gabriel Gurméndez, porque acaba de estrenar una obra, ganar un premio de teatro o vaya a saber qué otro mojón artístico. Pero no, estamos en el mundo de siempre y Gurméndez es ingeniero, político y precandidato del Partido Colorado (PC). Pero podría haber sido actor, o al menos eso pensó la persona que le hizo un test vocacional cuando era joven. “Me dio cosas raras”, recuerda Gurméndez, porque el resultado fueron tres profesiones que no suelen ir ligadas: ingeniero, abogado o actor, y terminó optando por algo “más práctico”, dice.

“Capaz que en estas épocas modernas hubiera sido actor. Viste que hoy son chefs y tienen carreras distintas, pero la ingeniería es una profesión que yo sentía que podía satisfacer tanto las necesidades laborales como la actividad pública. Porque es una carrera importante para la acción de gobierno, te da instrumentos de análisis y de resolución de problemas, y yo tenía facilidad para las matemáticas y las ciencias, así que hice esta carrera”, comenta el político.

“Lo curioso” –añade Gurméndez– es que nunca llegó a trabajar como ingeniero propiamente dicho, ya que siempre estuvo en posiciones de “liderazgo empresarial, de manejo de gestión” (luego cursó estudios de economía y administración de empresas) y no en el trabajo técnico como ingeniero industrial mecánico, que fue la disciplina que eligió, porque pensaba que era la que tenía “más posibilidades de salida laboral” y en la que se sentía más cómodo.

De hecho, recuerda una anécdota mordaz con Jorge Batlle, su mentor político. Hace muchos años, en plena campaña electoral, Gurméndez y Batlle estaban yendo en el auto de este último (un Volkswagen Passat) a Tacuarembó y de golpe un inconveniente mecánico los dejó abandonados en el medio de la ruta. La siguiente escena los tuvo a los dos parados frente al auto, con el capó abierto, mirando el motor; y Batlle, de la nada, lanzó: “Si hubiera un ingeniero mecánico capaz que no estábamos en este problema”.

Gurméndez eligió justamente la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República para hacer esta entrevista. Sentado en el fondo del predio sobre el que descansa el inmenso y gris edificio, dice que lo primero que se le viene a la mente es el frío que pasaban en las clases en pleno invierno, pero en seguida también le cae la política –y Batlle–. Porque mantiene muy vivo el recuerdo de 1980, cuando tenía 19 años y la dictadura inventó el famoso plebiscito para tratar de imponer una Constitución que la atornillara todavía más al poder: “Marcó el inicio de mi militancia y mi compromiso político muy fuertemente, conocí a Jorge Batlle ese año. Tuve el privilegio de iniciarme con él en la formación política y en la militancia, y coincidió con que ingresé en la Facultad de Ingeniería; entonces, fue un año fermental, que después se tradujo en una militancia gremial estudiantil muy fuerte”, cuenta.

Gurméndez no vacila a la hora de ponderar lo que significó Batlle en su formación como dirigente político, porque fue cautivado por la pasión que tenía por la política y por “su amor al país”. “Fue capaz de meter su alma en mi cuerpo, me dio muchos libros para leer, me cautivó intelectualmente antes que nada, se me metió por el lado de las ideas”, agrega. Por aquellos años, en plena dictadura, Batlle estaba proscripto, por eso para Gurméndez era como “un león enjaulado”, pero tenía el lado positivo de que a los grupos de muchachos militantes les podía dar “un tiempo valiosísimo”. Hasta llegó a prestarles un viejo mimeógrafo del diario Acción, que Batlle había dirigido, para que imprimieran los folletos clandestinos que distribuían previo al plebiscito de 1980, y Gurméndez todavía guarda algunos ejemplares en su casa.

Pero el recuerdo de aquella fermental militancia no está impreso sólo en folletos. Entre la maraña de archivos de la dictadura que florecieron de un día para el otro en la infinitud de internet, Gurméndez encontró un documento de la inteligencia del régimen que lo menciona. Bajo el título “detención de individuos que distribuían folletos subversivos” se puede leer que “otro procedimiento que merece destacarse con relación al 30 de noviembre” (de 1981, a un año del plebiscito) fue la acción propagandística llevada adelante por el denominado grupo “Pocitos” de la juventud del PC. Se consignaba que “en las inmediaciones de Cavia 2975, cuando repartían folletos subversivos”, fueron detenidos, pasada la medianoche, entre otros, “Gabriel Gurméndez Armand-Ugon, de 20 años, estudiante de Ingeniería”, y también se incluía el dato del número de puerta y de apartamento de su hogar en Bulevar España. Gurméndez recuerda:

–Nos tuvieron una noche, y después pasamos algunas noches en Inteligencia y Enlace, en la calle Maldonado. El general [Gregorio] Álvarez había asumido la Presidencia de la República unos meses antes y se había recrudecido la represión; él no era de naturaleza aperturista, entonces, fue un momento complicado. Pero para mí fue muy valiosa esa visión compartida de una generación, por lo que estábamos peleando: ideales y la restauración de la democracia, que generó un espíritu de generación bien interesante, que se ha perdido en la política de hoy, porque está mucho más compartimentada. Nosotros realmente teníamos un diálogo y un contacto muy fluido con la juventud de los blancos y con la juventud del Frente Amplio [FA]. Tuvimos un espíritu de época. Siento que hoy falta eso en la política y que estos enfrentamientos tan duros que hay entre las personas tienen que ver con eso.

Crisis y huracanes

¿Sos colorado desde siempre?

En mi familia siempre se habló de política y hubo un compromiso muy fuerte y colorado. Soy colorado por tradición y por convicción, lo respiré en mi casa. Tengo historia familiar de casi seis generaciones de compromiso con el PC, desde la época de la Cruzada Libertadora hasta la Revolución tricolor; algunos de mis parientes vinieron exiliados de Argentina, perseguidos por [Juan Manuel de] Rosas, o sea que somos colorados de toda la vida, por las dos ramas de mi familia.

¿En la guerra civil de 1904 tuviste algún pariente?

Sí, tuve un bisabuelo y un abuelo que pelearon. Un bisabuelo fue comandante de uno de los regimientos de la Guardia Nacional, por la que [José] Batlle y Ordóñez convocaba a los ciudadanos civiles para que se pusieran en armas y entraran en la guerra.

Estabas alejado de la política desde que terminó el gobierno de Jorge Batlle, hace casi 20 años. ¿Cómo viviste integrar la coalición actual como presidente de Antel?

A mí me designó el presidente [Luis] Lacalle Pou en forma directa y personal, por fuera de los acuerdos político partidarios. Yo no había participado en la última elección, estaba trabajando en la actividad profesional, pero me sentí con un mandato muy claro de actuar con un gran espíritu de colaboración, siguiendo el mandato de los ciudadanos que votaron a la coalición y que en gran medida lo hicieron con ese espíritu por encima de los partidos. Así que cumplí con gran comodidad y confianza. El Ejecutivo me dio siempre su confianza política para llevar adelante este proyecto que tenía que ver con poner a esta empresa pública al servicio de la gente.

Gabriel Gurméndez.

Gabriel Gurméndez.

Foto: Ernesto Ryan

¿Por qué te alejaste de la política cuando terminó el gobierno de Batlle?

A lo largo de mi vida tuve una carrera bastante curiosa: alterné entre la actividad pública y la privada. Milité fuertemente en la salida de la dictadura, trabajé en el sector público como asesor del presidente de AFE en una reestructuración y con [Alejandro] Atchugarry, que era subsecretario de Transporte [durante el primer gobierno de Julio María Sanguinetti, 1985-1990]. Después, las circunstancias me llevaron, como cualquier muchacho joven que forma una familia, por las necesidades económicas, a trabajar en el sector privado. Luego volví a militar, fui miembro del directorio de Antel durante el gobierno de [Luis Alberto] Lacalle Herrera [1990-1995], que también fue de coincidencia nacional. Cuando terminó ese mandato fui de vuelta a la actividad privada, estuve en la industria textil y en la actividad de los aeropuertos.

Luego, el presidente Batlle me convocó nuevamente, en plena crisis de 2002, y asumí la presidencia de Antel, y después me designó ministro de Transporte y Obras Públicas, al final de su mandato. Luego, por razones obvias, me dediqué a la actividad privada: trabajé en México, como director general de un emprendimiento aeroportuario, volví a Uruguay y también seguí con la actividad privada, estuve en la industria panificadora, en la industria inmobiliaria, en el sector de los freeshops y, en los últimos cinco años, en la actividad de hoteles, casinos e hipódromos. Lo más notorio fue lo de [el Hipódromo] Maroñas [como director ejecutivo de Hípica Rioplatense], hasta que el presidente Lacalle me convocó para esta responsabilidad. Soy un volvedor. A mi mujer la conocí en un club político de la Lista 15 en 1984: desde el día en que me conoció sabe que esto es lo que me mueve en la vida y es lo que quiero hacer.

¿Cuando terminó el gobierno de Batlle no pensaste seguir en la política?

Necesitaba reciclarme de alguna manera; necesitaba, desde el punto de vista del sustento de mi familia, tener una actividad profesional, no estaba en condiciones de poder seguir con la política en ese momento.

Pero podrías haber sido candidato a diputado o senador y, si salías electo, seguías en la política. No estaba en tus planes...

Tuve una oferta laboral fuera del país y me fui a vivir a México durante seis años.

Ahí fuiste director del Aeropuerto Internacional de Cancún. Imagino que no es un lugar tan paradisíaco si uno tiene que andar trabajando.

Me tocó dirigir una empresa muy grande y compleja. El aeropuerto de Cancún es el más importante de América Latina en materia de pasajeros internacionales, tiene un nivel de crecimiento muy fuerte. Manejar un aeropuerto es como manejar una pequeña ciudad, son muy diversas las actividades y con muchas autoridades. En el caso de Cancún, es el punto central de la vida turística de una ciudad entera y demandaba proyectos de inversión muy ambiciosos. Me tocó dirigir proyectos millonarios en términos de construcción de pistas, terminales aéreas, torres de control, y no es oro todo lo que reluce: el hecho de estar en un lugar tan lindo tiene la contracarga de un nivel de estrés y de complejidad muy grande. De hecho, me tocó vivir una tormenta de un poder destructivo tremendo, el huracán Wilma [2005], que destrozó la ciudad y el aeropuerto, una circunstancia de prueba de manejo de crisis muy exigente.

¿Qué recordás de aquellos tiempos convulsionados de la crisis de 2002?

Un estrés tremendo, noches difíciles sin dormir, todos los días un contratiempo difícil y la sensación de que vivíamos a punto de que pudiera haber una convulsión social como la que habíamos visto en Argentina por la televisión. Es decir, estaba bajo una presión formidable. Fue muy difícil en lo personal y en lo familiar, pero fue tan difícil como para tantos uruguayos, y para otros uruguayos fue mucho más difícil. Lo que me quedó, después de que lo miro en retrospectiva, es la sensación de un deber cumplido, de haber logrado hacer algo muy importante para este país. Me siento muy orgulloso de haber estado en ese equipo de 2002, y también me siento muy orgulloso en esta campaña política por haber vuelto a nuclear a un grupo de gente tan relevante, tan experiente y tan jugada por el país.

Luego de la crisis de 2002, el PC no ha podido levantar cabeza electoralmente. ¿Qué análisis hacés sobre eso? Porque ya pasaron más de dos décadas de la crisis.

Básicamente, la crisis significó un voto castigo muy fuerte, se le adjudicó la responsabilidad al PC y eso quedó allí como una falla geológica. Después tuvimos una crisis de liderazgo porque se frustraron las sucesiones. La primera puede haber sido la de Atchugarry, la segunda, la de Pedro [Bordaberry] y la tercera fue la de [Ernesto] Talvi. Eso es parte de lo que hay que resolver.

¿Cómo viviste lo que pasó con Talvi, que se fue de la política de un día para el otro?

Más que vivirlo yo, lo vivió una cantidad de gente que confió su esperanza en ese liderazgo y que la vio frustrada. Hoy siento, precisamente, que si estoy acá es para tratar de ocupar ese lugar, en el que pueda concitar la confianza y la adhesión de los colorados para la reconstrucción y renovación de un partido que tiene vocación de trascendencia, de seguir siendo protagonista importante en la vida nacional. De alguna manera, mi propia presencia se explica en función de esa orfandad.

Liberales y libertarios

En el fondo de la Facultad de Ingeniería, a escasos metros de la rambla, el viento no sopla muy fuerte pero sí lo suficiente como para que el pelo de Gurméndez empiece a agitarse. Enseguida, el precandidato se pasa la mano para acomodar su cabellera de una manera tan precisa que no queda otra alternativa que preguntarle si es coqueto. A lo que contesta: “Creo que la manera de respetar siempre al otro interlocutor es estar bien presentado, y en ese sentido soy cuidadoso de mi apariencia personal, especialmente cuando estás representando a otros y ocupás un cargo relevante como los que me han tocado. Me parece que debo ostentar con responsabilidad la presentación y representación de lo que uno es. Pero me presento como soy: no me disfrazo, no me maquillo, no me pongo filtros en Instagram, no uso bótox, y estoy bastante bien, ¿eh?”.

Por haber dirigido el Hipódromo de Maroñas y por su cercanía con Jorge Batlle –que era gran burrero–, se podría pensar que Gurméndez también es aficionado a los caballos de carrera. Pero no. El precandidato dice que en su familia hubo una larga tradición burrera, pero él vivió la época en la que el hipódromo se fundió, por lo tanto, no tuvo mucho contacto con el mundo hípico como aficionado. Cuenta que apenas compartió con algunos amigos una “pequeña proporción de propiedad” de un caballo de carrera, y agrega:

–Fui el dueño de un par de orejas de algún caballo de carrera, que, dicho sea de paso, es una buena manera de perder plata... Pero para los que les gusta es un hobby lindo: te juntás a hacer un asado y compartís pasiones, como toda actividad deportiva. Naturalmente, a mí el tema de las apuestas no me interesa nada, pero es una actividad muy importante en Uruguay por la cantidad de empleo que genera. Detrás de esa actividad hay gente que planta alfalfa, que transporta caballos, hay veterinarios, jockeys, cuidadores, los empleados del hipódromo, etcétera. Hay 12.000 personas en Uruguay que viven de esta afición.

Dentro del PC siempre fuiste de la Lista 15. ¿Cómo viviste la división entre Sanguinetti y Batlle?

Siempre fui quincista por convicción, por Jorge Batlle y hasta por un tema familiar. Cuando hubo esa división tan fuerte en el PC fui de los que Batlle llamaba “sus indios”. Él decía: “Los caciques se fueron con [Enrique] Tarigo y los indios están conmigo”. Yo era más joven y me tocó tener un protagonismo muy importante en esa campaña; de hecho, la vez que hablé ante más cantidad de gente en mi vida fue en el acto de proclamación de Jorge Batlle, el 15 de diciembre de 1988 en Tres Cruces, en el que había entre 10.000 y 15.000 personas. Yo era como el representante de la joven generación de Jorge, y siempre estuve por ese camino. Realmente él me dio muchas oportunidades en la vida.

¿Cómo te definís ideológicamente?

Demócrata, republicano, liberal y colorado.

¿Qué quiere decir “liberal”? Porque hoy hay muchos que se dicen liberales pero también hay caricaturas...

Los liberales no nos definimos con adjetivos, lo somos o no lo somos. Yo concibo la libertad como un principio esencial de cómo se debe organizar la sociedad en todas las dimensiones de la vida humana, especialmente colocando a la persona en el centro de las preocupaciones y dándole las posibilidades de esa búsqueda de su construcción personal, de su felicidad y la de su familia, enmarcada siempre en el respeto del Estado de Derecho, que es la República. Ese es el sentimiento esencial de un liberal y, en el caso de un colorado, la obsesión permanente por el futuro y las ideas de avanzada.

Yo concibo el liberalismo en un esquema de partidos políticos. Es muy importante nuestra institucionalidad democrática para hacer estos cambios desde los partidos. Y la concibo especialmente desde el respeto al otro, en toda su extensión imaginable, como decía Artigas en sus Instrucciones; con la libertad como principio social de convivencia, en lo cultural y también en lo económico. Esa caricatura a la que te referís es la de los personajes que han encarnado lo que se llama “libertarios”, que es una concepción distinta de lo que soy, precisamente, por esa idea del respeto. O sea, yo no concibo poder gritar “¡viva la libertad!” y al mismo tiempo agregarle una palabra soez...

Gabriel Gurméndez.

Gabriel Gurméndez.

Foto: Ernesto Ryan

¿No te definís como batllista?

Sí, por formación y por convicción, es parte de ese amor del que Jorge Batlle me convenció, pero no soy conservador, y el batllismo no lo concibo como una visión nostálgica de lo que ocurrió hace 100 años. Lo que rescato del batllismo es su visión de la sociedad armónica, la necesidad permanente de reforma, la búsqueda de soluciones para las personas y el espíritu de solidaridad que supone, en el marco del Estado de Derecho y de la libertad, tratar de igualar oportunidades, de poner a todos los uruguayos en la misma línea de partida en esa búsqueda personal y de construcción. Lo que no creo es que tengamos esa mirada retrospectiva de que hoy sigue vigente lo de 1913, en circunstancias distintas. Jorge Batlle era batllista y supo darle a Uruguay una mirada de futuro distinta sin ser desleal a sus orígenes.

Pero ¿cuál es tu visión del rol del Estado?

Al Estado hay que achicarlo donde no hace falta y no es necesario, y donde otros pueden hacer las cosas mejor, pero que esté activo, diligente y fuerte en esos lugares donde solamente puede y debe estar. Particularmente, en el respeto a la ley y al orden, en el ejercicio de la autoridad, en la Justicia y en las actividades sociales, donde es indispensable para igualar para arriba, que es una frase que he incorporado y refleja muy bien mi pensamiento. Es decir, en los [Centros de Atención a la Infancia y a la Familia] CAIF, para atender a la primera infancia, en los cuidados y especialmente en la educación. Y con Atchugarry comparto eso de que la mejor política social es la promoción del trabajo.

Estudiaste en el British. ¿Qué recordás de tu educación escolar y liceal?

Fue un momento exigente académicamente, es una gran institución. Me nutrió mucho, lo aproveché muy bien y tuve buenas notas. Ojalá pudiéramos tener una educación pública para todos con ese nivel de excelencia; yo tuve la fortuna de ir a ese colegio, mi abuelo pagó la matrícula. Me tocó transitar la época del liceo en la dictadura militar y en ese sentido era un ámbito en donde había más libertad para estudiar, desde el marxismo hasta... O sea, pude tener esa chance en un momento en que había una gran restricción. Naturalmente, la educación privada es parte de esa concepción en la que también los padres puedan tener la libertad de elegir la educación para sus hijos.

Ping pong y Antel Arena

Te hago un ping pong de asociación libre. Te tiro nombres y me decís lo primero que se te ocurre: Luis Lacalle Pou.

Me da confianza.

José Mujica.

Antípodas.

Tabaré Vázquez.

... Está muerto.

Jorge Batlle

Inspiración.

Julio María Sanguinetti.

Expresidente.

Luis Alberto Lacalle Herrera.

Un reformador.

Carolina Cosse.

Despilfarro.

Guido Manini Ríos.

Como líder político uno debe representar a la más amplia gama de intereses y de vocaciones de los ciudadanos. Siempre estuve en contra de las corporaciones, las sindicales, empresariales y políticas, y un partido político no puede ser una corporación de intereses, en este caso, la visión de un partido de los militares; me parece que es malo para el sistema político.

¿Lo corporativo con lo militar de Cabildo Abierto lo notaste en algún tema concreto?

En general, en la actitud. En el PC tenemos una visión amplia de los problemas de la sociedad en su conjunto, más diversa, y precisamente muchas veces las corporaciones secuestran el interés general.

Fuiste muy crítico del proceso de construcción del Antel Arena. Pero, más allá de eso, ¿asististe a algún espectáculo en ese recinto?

Sí, fui dos o tres veces. La verdad que disfruté muchísimo de los espectáculos, realmente es un ámbito formidable para espectáculos. Lo que siempre dije es que no era necesario hacerlo por parte de una empresa de telecomunicaciones, cuando había tantas prioridades y urgencias de ciudadanos que no tenían equidad en el acceso a los servicios en pueblos del interior rural profundo, en barrios de Montevideo y en ciudades del interior donde había tanto para hacer. Considero que fue una actividad ilegal, se hizo para la Intendencia [de Montevideo] y además se hizo muy mal, gastando tres veces más de lo necesario, sin licitaciones públicas, bajo confidencialidad y reserva, o sea, por algo hice una denuncia penal. No quiero que en Uruguay esto vuelva a ocurrir con los dineros de la gente, y eso es independiente de si el edificio está bueno y de si es un ámbito adecuado para los espectáculos.

¿Qué fuiste a ver al Antel Arena?

A André Rieu y algo de rock argentino.

¿A qué banda?

Ahora no me acuerdo, te soy franco.

No fue memorable, entonces.

Es que yo me olvido rápido, disfruto del momento. Carpe diem.

Jueves de truco

El cable a tierra de Gurméndez cuando se quiere despejar de su trabajo diario en la política es andar en bicicleta. Normalmente lo hace por el departamento de Maldonado, en donde vive y tiene espacio para largos circuitos, de 60 y hasta 90 kilómetros. Además, le gusta salir a correr y también remar en kayak. “Los tiempos libres a veces son difíciles de encontrar, por eso hago estos deportes, más individuales, y no jorobo a nadie suspendiendo un partido de fútbol”, agrega. De todos modos, hay un día de la semana que lo tiene reservado para una actividad colectiva, pero no precisamente deportiva: “Tengo una barra de amigos con la que todos los jueves nos juntamos para jugar al truco, mentir y comer mucho”.