Extraños y propios destacan aspectos positivos de la arquitectura de Montevideo. A veces alcanza con caminar por 18 de Julio o calles de la Ciudad Vieja y levantar la vista para observar obras de enorme valor y belleza.
Entre sus construcciones, la ciudad cuenta con un edificio cuya historia es quizás poco conocida y que es obra de uno de los arquitectos más destacados en el mundo desde la década de 1960.
Se trata de un edificio ubicado en el barrio Palermo, en la calle Lauro Müller sobre la rambla de Montevideo. Es la sede de la embajada de Estados Unidos, fue inaugurado en 1969 y es obra del arquitecto Ming Pei (26 de abril de 1917-16 de mayo de 2019), un pope de la arquitectura, autor de decenas de edificios, algunos de ellos de renombre mundial. El más reconocido es la pirámide del Museo del Louvre en París, que con pocas décadas es ya un clásico de la capital francesa. Pero entre sus obras más famosas también se pueden sumar el museo de arte de Syracuse, la torre Hancock de Boston, la sede del Banco de China en Hong Kong, el edificio este de la Galería Nacional de Arte en Washington, la Biblioteca John F Kennedy y el Museo de Arte Islámico de Doha.
El edificio no había tenido grandes cambios desde su inauguración, hasta que años atrás comenzó un proceso de reacondicionamiento acorde a los requisitos que el Departamento de Estado de Estados Unidos exige a sus sedes en el exterior, que demoró más de lo que estaba previsto y que derivará en una reinauguración del edificio en este mes de mayo. Las obras se centraron en el reacondicionamiento interior del edificio. La fachada exterior se mantuvo, con el fin de preservar su valor arquitectónico y estético.
Sí ha habido un cambio exterior que impide poder apreciar la totalidad de la obra. Es el muro alrededor del edificio, lo que no estaba previsto en la obra original –que buscaba estar abierta a la comunidad–, pero años después por razones de seguridad se construyó, así como en otras sedes diplomáticas.
Antes de este muro, la embajada estaba más integrada a la vida cotidiana del barrio. Era normal que los vecinos caminaran por la entrada del edificio o que personas entraran a él por equivocación.
Destacado de su tiempo
Ming Pei fue uno de los grandes arquitectos del siglo XX. Vivió más de 100 años, nació en China, residió en Shanghái –la ciudad más abierta a los extranjeros del siglo XIX en ese país–, en Hong Kong, cuando todavía era colonia inglesa, y luego fue a Estados Unidos. Estudió arquitectura en universidades prestigiosas y se encontró con que primaba en la enseñanza la escuela de bellas artes y el neoclasicismo tardío francés, con lo que no se sentía cómodo. De todos modos, en una primera fase su obra está marcada por esa arquitectura, a la que fue sumando elementos más modernos.
En 1935 Ming Pei tuvo contacto con el famoso arquitecto Le Corbusier y se interesó mucho en su obra. En la Segunda Guerra Mundial ingresó a un estudio donde hizo sus primeros trabajos. Luego, con mucha convicción y poder económico familiar para captar proyectos, abrió su propio estudio que después tomó diferentes nombres y formas con otros socios y unidades.
Tuvo un peso importante en varias décadas y en la de 1980 se internacionalizó, sobre todo con proyectos corporativos de alta visibilidad o alta aceptación institucional. Fue el arquitecto de rascacielos de gran porte y corporativos, de 50.000 a 300.000 metros cuadrados. Para tener una referencia sobre estas dimensiones, en Montevideo el edificio de mayor porte va camino a cumplir 100 años y es el Hospital de Clínicas con sus 103.000 metros cuadrados.
“Es un arquitecto de gran posicionamiento fundamentalmente en el mundo institucional-corporativo. Sedujo siempre muy poco a la alta cultura y eso todavía sigue siendo un tema poco estudiado. Tuvo una gran capacidad de adaptarse y hacer una mixtura entre las demandas de cada encargo y guiños con formas de su tiempo. Es un personaje curioso, incómodo, y en el caso de Montevideo regaló una obra institucional que se posa como si fuera un barco abstracto en un área que hasta los años 20 [del siglo XX] era mar. Es una caja, volumetría pura que se posa en ese relleno. A partir del viejo Parque Hotel se abrió un arco de playa hasta la parte de atrás, donde hoy está la embajada estadounidense. Dentro de una transformación potentísima de la rambla Sur que hizo la intendencia entre los años 30 y 50 del siglo pasado se decidió generar un área más institucional y diplomática”, dice Diego Capandeguy, profesor grado 5, titular de la Cátedra de Historia de la Arquitectura Contemporánea de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República.
Capandeguy destaca que la embajada de Estados Unidos, al igual que la de Alemania, se sumaron a un proyecto que la ciudad estaba planteando en esa época, en una articulación para construir una nueva fachada, una imagen institucional en esa zona, no exenta de situaciones traumáticas como los cambios en el barrio Sur con la nueva rambla, las apuestas institucionales como la Facultad de Ingeniería y, años después, en el marco del Plan Nacional de Vivienda, grandes cooperativas de vivienda en versión torre sobre la rambla, desde el Cementerio Central hasta la plaza Independencia.
Según Capandeguy, Ming Pei “tenía una gran convicción y a su vez un posicionamiento familiar que le permitía moverse con mucha fluidez para la captación de proyectos, abrir su propio despacho que fue tomando distintas firmas con los años. Su peso más importante fue a fines de los 50, la década de los 60 y parte de los 70 en Estados Unidos y un ciclo final en los años 80, especialmente, en el que su arquitectura se internacionaliza”.
“Fue un arquitecto de prestigio, logró hacer proyectos corporativos de alta visibilidad pública o alta aceptación institucional, en especial edificios públicos como embajadas, museos y organizaciones del Estado. En general proyectos simples, sin grandes pretensiones comunicativas y muy categóricos. Con hormigón armado o visto y despojándolos de gran sofisticación formal. Uno tiene la sensación de que transitó por ciertos estereotipos de la arquitectura de mediados del siglo XX, por ejemplo un pabellón o edificio apaisado de oficinas que puede ser para una embajada, un centro cultural o división administrativa estatal. En general para organizaciones no necesariamente corporativas. El segundo tipo de edificios son los corporativos: hizo grandes torres, en especial la Hancock, lo que lo posicionó en el país y el exterior”, agregó.
Capandeguy menciona un tercer paquete de obras –siempre de gran porte–, “de edificios excepcionales en los que trabajó más en los años 70 y 80 en especial en el área museística, con más juegos formales, por ejemplo entre áreas opacas y vidriadas, operaciones complejas como la ampliación del Museo del Louvre”. Destaca el edificio del Banco de China en Hong Kong. “Es maravilloso, afacetado, vidriado, con una estructura externa de pilares inclinados para que resista el viento; juega con ciertas fragmentaciones, un tema que siguió en su última etapa”.
Con casi su misma fachada original, reformas internas y muros alrededor que complican apreciarlo en toda su dimensión, el edificio de Ming Pei es una referencia en la rambla que prestigia la arquitectura de Montevideo.
Parte de una obra
El edificio estuvo en obras siete años –desde enero de 2018– y su finalización en 2025 –pandemia de por medio– demoró más de lo esperado, reconocen desde la propia embajada, que prevé una reinauguración formal el 21 de mayo, si bien el edificio está operativo a pleno desde hace semanas. El retraso de las obras generó malestar en vecinos de la zona que esperaban el final mucho antes. Su concreción implicó que volviera a ser de uso público un paseo peatonal en la zona costera de la embajada. La propia sede diplomática dispuso años atrás que se le diera ese uso.
El 22 de noviembre de 2024 se inauguraron las obras de mejoras y embellecimiento del conocido como Paseo de los Pescadores del Parque Rodó, en la rambla Presidente Wilson y la avenida Julio María Sosa. Las obras se concretaron como parte de un acuerdo entre la Intendencia de Montevideo y la embajada de Estados Unidos. Para su realización la embajada invirtió 722.000 dólares y lo hizo como contrapartida a los trabajos de reforma edilicia de su sede, que transitoriamente ocuparon parte del espacio público. La embajada de Estados Unidos también aportó para otros proyectos de la intendencia capitalina: para obras de restauración en el museo Blanes contribuyó con 250.000 dólares.