Pero entre una ola epidémica y otra, la vida sigue. No podemos vivir en modo pausa y esperando que surja la próxima ómicron sin recuperar nuestras vidas.
Por la tubería que une a Uruguay con los paraísos fiscales, cada año se escurren cerca de 1.500 millones de dólares de impuestos. Todo legal, pero no inocuo.
Sería fundamental en estos momentos entender que estamos en un punto de quiebre ambiental y social y que no podemos permitirnos alejarnos cada vez más de los ecosistemas originales de nuestro país.
Alejarse de un programa de izquierda no hará que el escenario en el que se desenvuelve sea menos hostil. El riesgo de golpes de timón sin estrategia es que termine por perder a sus bases sin ganar a quienes no lo votaron. Entre sectores de izquierda hoy tiene 48% de desaprobación y en el sur del país 56%. Aún no es tarde.
Para quienes se jactan con el “ahorro presupuestal”, debería avergonzarles que muchos niños, niñas y adolescentes y sus familias están alimentándose gracias al trabajo solidario y sostenido de las ollas populares, cuando el Uruguay es productor de alimentos.
Gobiernos como los de Andrés Manuel López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina y el probable regreso de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil apuntan a intentos de retomar proyectos agotados. Agotados porque han llegado al límite de sus propuestas de cambio sin ruptura, y porque han perdido en gran medida su capacidad de movilización.
El futuro para los que buscan cambiar la realidad de raíz, para los que buscan la igualdad y que se extinga la explotación entre los seres humanos parece estar cada vez más lejano. Y si se afina la mirada, el futuro está más cerca de ser una catástrofe (científicos lo han anunciado) que un mundo mejor para todos.