Cuando estás en Uruguay todo es tan ufa qué embole por momentos, tan autocrítica dura, tan a ver cómo se cae el equilibrista. Honda reflexión entre mate y mate, que mata. O fortalece. Y entrás al mundo y ves que nos tienen allá arriba. Allá, en el pedestal alto alto de los países, está este paisito tan chiquito y deshabitadito pero tan vanguardia en legislación social, literatura crítica, cierta música alter-pop(u), su murga y obvio: su fúbol.
¿Cómo bajarnos? ¿Nos bajo? ¿O nos dejo allá, arriba? Un catalán me dice: “Para mí Mujica es un dios”. Un tano: “Qué inteligente que es el uruguayo”. “Y qué buena gente”, le agrega una alemana. “Es que tienen un nivel de conciencia superior”, comenta una santafecina. “Yo no diría superior, distinto”, acierta un bonaerense. “Yo me quiero ir a vivir a Uruguay”, dicen a coro, casi como creyéndoselo. Y venite, mundo. ¿Qué ilusionás con que te venís y seguís dejando que continuemos siendo tan poquitos? ¿Dónde está toda esa gente que desde hace décadas dice que viene y nada? Parecemos una de esas personas que pasan morfando y nunca engordan, como la Flaca de Jarabe de Palo. ¿Se podría decir que somos un país anoréxico? ¿Eh, doctor? ¡Doctor! ¿Por qué se va?
A ver, mundo, te ayudo. Hacete una mochila y te volvés conmigo a Montevideo. Dale, salí a buscar tus sueños. Acá tenés una lista de cosas para llevar así la pasás bárbaro bárbaro bárbaro, como decía un argentino que la hizo toda en la tevé uruguaya. Andá anotando:
-Tres camperas.
-Un desmorrugador (es un mito que fumamos todos pero te vas a sentir más cómodo vos).
-Una carpa para armar en la Plaza Independencia por si precisás protestar para que te dejen volver a tu país.
-Antialérgicos varios.
Porque te quiero decir que no tenemos terremotos ni grandes accidentes geográficos pero el clima está bravo en serio. Una humedad. Y el invierno que pasan los días y ya dejás de contarlos, te entregás. Y en verano amás el invierno, claro. Y de lo laboral ni te cuento. Los puestos justitos para los que somos. Los inmigrantes al final terminan laburando en el mercado negro o peor. Hay una canción, mundo, del Negro Rada, que es de los principales músicos uruguayos, que dice “no hay donde trabajar” o algo así. Mismo. Fuerte. Y la gente que de afuera parece divina pero estás una semana entre ellos y te entran a preguntar en qué andás, saben con quién estuviste, qué comés, te llegan cuentos tuyos que ni vos sabías. Lo que se llama metiche que llega un a punto que perá. No, está bravo en serio. Pero vos dale, mundo, con tu entusiasmo, si es lo que querés, tenés que creer en eso, ¿o no? ¡Vamos!
¿Qué hacés, mundo? Desarmando la mochila. Achicaste otra vez. Bueno, no es nada. No va a faltar la oportunidad.
Bien, nos salvamos. Qué grato saber que seguimos siendo los mismos. No me compliqués la demografía que los números así son manejables. ¿Te imaginás la calle San José apestada de gente que no se puede caminar? No poder sentarse en la Plaza del Entrevero porque no hay bancos. Autopistas para entrar a la Unión. Hoteles todo a lo largo de la rambla Sur. La Ciudad Vieja apestada de oportunistas limosneando a turistas que la tienen. No conseguir entradas para el Teatro Macció o la cancha de Wanderers. Punta del Diablo sin pescadores. La fiesta de la Patria Gaucha con gauchos de postal. El Salto del Penitente y la estancia La Aurora que te sale un huevo visitarlos porque están en manos privadas. Grandes cantidades de gente atraen grandes negocios. Mmm, no, gracias. No, señor.
Lo bueno de ser tan autocríticos es que perdemos atractivo. Si con los poquitos que somos estamos bárbaro bárbaro bárbaro. ¿Paʼ qué más?