En una entrevista exclusiva con el periódico alemán Neues Deutschland en asociación con la Agência Pública, el ex diputado federal brasileño Jean Wyllys afirma que no dejó su país a causa de la elección de Jair Bolsonaro, sino porque su gobierno trata a la oposición como enemigos. Además, dice que las instituciones democráticas tenían instrumentos legales para contener las amenazas y difamaciones que recibía –y sigue recibiendo–, pero fueron omisos, y considera su salia del país no una derrota, sino una victoria, ya que pudo dar un mensaje político al mundo cuando estaban a punto de callarlo.

Ha dicho que recibía amenazas desde hace mucho tiempo, pero fue tras la asunción de Bolsonaro que usted decidió salir del país.

No salí necesariamente porque Bolsonaro haya ganado las elecciones. De hecho, la petición de medidas cautelares a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA fue anterior a su elección. Mi salida fue a causa de amenazas de muerte que se intensificaron tras el impeachment de Dilma [Rousseff] y, de manera muy grave, durante el proceso electoral que dio la victoria a Bolsonaro. Bolsonaro me involucraba. Él inventó la historia de que yo había creado un kit gay como diputado federal y que yo sería ministro de Educación del gobierno de [Fernando] Haddad, y que ese kit gay sería distribuido en las escuelas del país para enseñar a los niños a ser lesbianas y gays. Que se iba a distribuir en las guarderías un biberón con un pene en la punta. Y esa fue la plataforma de gobierno que este sujeto presentó. Si la mayoría de la población vota a ese sujeto a causa de esa mentira, es porque la mayoría de la población cree en esa mentira o quiere creer en esa mentira. Puede encontrar que es mentira, suponer que es mentira, pero decidió decir que es verdad porque odia ver a un homosexual en una posición de poder. Entonces, ya que el candidato a la presidencia decía esto públicamente, la gente se sintió autorizada a decirlo también. Más que eso; las personas se sintieron autorizadas a usar violencia física contra otras. No pude hacer campaña durante el proceso electoral porque estaba amenazado, porque en todos los lugares a donde iba a hacer campaña me insultaban y amenazaban. Como tenía una escolta con tres hombres de la Policía Legislativa que garantizaba mi seguridad física, la gente se sentía libre para insultarme y llamarme pedófilo, decir que yo era un maldito, que Bolsonaro iba a vencer en las elecciones y que yo iba morir. Entonces, mi salida no tiene necesariamente que ver con su elección, porque si él hubiera sido elegido y fuera un hombre que respetara la democracia y tratase a los vencidos como oposición política, yo seguiría en Brasil. La cuestión es que él y su gobierno no han tratado a la oposición como oposición, sino como enemigos. Han creado medios para criminalizar a los movimientos sociales que van a hacer oposición a su gobierno y para hacer que la Policía elimine a la oposición. En fin, no fue necesariamente a causa de la elección de Bolsonaro, pero la elección de él y el proceso electoral en que estaba, del que salió victorioso, aumentaron el nivel de violencia política en el país. Y las informaciones que la prensa divulgó de que la familia Bolsonaro tenía vínculos estrechos con las milicias que ejecutaron Marielle Franco. Todo esto hizo que decidiera no volver al Congreso.

Las primeras amenazas de muerte se habían producido en mi primer mandato [en 2010] y durante un tiempo pensé que sólo tenían la intención de intimidarme y callarme. Las trataba de esa manera hasta que el 14 de marzo del año pasado mi compañera de partido, Marielle Franco, fue ejecutada de manera bárbara. Y eso nos dio a mí y a mis compañeros la noción de que las amenazas no eran una broma, es decir, sólo una forma de intimidación. Las amenazas llegaban por el teléfono de la oficina donde trabajaba, llegaban por los e-mails institucionales y personales y por las redes sociales. Y, además de las amenazas, también desde el primer año de mandato soy objeto de una campaña orquestada de difamación.

¿Cuál era el objetivo de esta campaña?

Cuando usted miente reiteradamente, cuando calumnia reiteradamente de manera orquestada desde diferentes perfiles falsos y perfiles verdaderos de figuras públicas, cuando usted dice que un diputado homosexual asumido es pedófilo o defiende la pedofilia, usted lo convierte en el Enemigo Público, en alguien a abatir, a matar. Durante mi mandato me ocupé de proponer proyectos de ley para defender derechos, sobre todo derechos de minorías oprimidas. Pero también me ocupaba de defenderme a tiempo completo de esos ataques y de defender a la comunidad LGBT. Porque el ataque hacia mí como representante de esa comunidad era también un ataque a la comunidad LGBT.

¿Quién lo amenazó?

Estos ataques no venían sólo de perfiles falsos de robots. Eran perfiles de personas públicas como pastores evangélicos y fundamentalistas religiosos. Diré el nombre de uno de ellos: Silas Malafaia. Uno de los principales enemigos de la comunidad LGBT y uno de sus mayores difamadores. Y los perfiles de la familia Bolsonaro. Bolsonaro era diputado federal cuando yo me convertí en diputado federal. Y su discurso de odio consiguió colocar a sus tres hijos en el Parlamento. Entonces, una sola familia tenía tres personas en la institucionalidad, y utilizaba la institucionalidad para difamar a alguien, que era yo. Era todo un movimiento que me convertía en un enemigo público por medio de mentiras, con la complacencia y la negligencia de las instituciones democráticas que deberían cohibir de alguna manera ese discurso de odio y fake news. Hay una distinción muy clara entre libertad de expresión y utilizar la libertad de expresión para mentir, calumniar y difamar. El Código Penal brasileño instituye los crímenes de injuria, calumnia y difamación. Por lo tanto, había un instrumento legal para que instituciones democráticas como el Ministerio Público, la Policía Federal y el propio Poder Judicial contuvieran esa avalancha de mentiras y amenazas. Pero no hicieron nada. Porque hay una homofobia social y una homofobia institucional que hacen que la vida de una persona LGBT, aunque elegida popularmente con muchos votos, no valga nada. Mi vida no valía nada. Me enfrenté a todo esto durante muchos años, creando mis propias estrategias de defensa, que no surtieron efecto, que no consiguieron contener la avalancha de perfiles que me atacaban.

Cuando ocurrió el proceso de impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, que fue destituida de su cargo también por una mentira –acusaron a Dilma de haber practicado un crimen que no existe, el crimen de responsabilidad fiscal–, yo asumí fuertemente la defensa del gobierno Dilma como la defensa de la democracia, del juego democrático. Dilma venció en las elecciones y sólo nuevas elecciones podrían sacarla del gobierno, no un impeachment basado en una mentira. Además, los ataques a Dilma eran todos misóginos y machistas. Yo asumí muy claramente la defensa de su mandato, aunque no era del mismo partido. Y eso hizo que la avalancha de ataques sólo aumentara. Ya había dos razones: el hecho de ser gay y presentar una agenda en favor de la comunidad LGBT y de otras minorías, y proponer, por ejemplo, el matrimonio civil igualitario, que fue una conquista de nuestro mandato, y por otro lado, el odio que recibí por defender el gobierno de Dilma.

¿Cree que su salida es una victoria de la derecha? ¿Por qué ha callado?

Ellos creen que me han callado. Pero mi salida fue para seguir vivo, porque las causas no necesitan un mártir. Poco podría hacer si estuviera muerto. Entonces, sí, sería el fin. Poco podría hacer si inventaran una historia para arrestarme, como lo hicieron con Lula. Aquí afuera puedo seguir siendo una voz. No fue necesariamente una victoria de ellos en ese sentido. Fui yo quien les dio un jaque mate en el momento en que creían que tenían el juego ganado. Me retiré y al salir di un mensaje político al mundo.

El Ministerio de Justicia publicó una nota diciendo que no es verdad que fue omiso en las investigaciones, como decía el documento de la Comisión Internacional de Derechos Humanos. ¿Qué opina?

Es una mentira. Ellos fueron omisos. Porque en el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se pidieron medidas cautelares y el gobierno no hizo nada. Ignoró completamente la medida cautelar, y [Sérgio] Moro tuvo el cinismo de decir que era una sola persona que me amenazaba y que había sido apresada, que el Estado la había arrestado a partir de investigaciones sobre las amenazas de muerte contra mí. Es una mentira. Si se accede a la documentación del proceso de ese sujeto, se ve que mi caso no se cita en ningún momento. Él no fue arrestado por ese motivo.

¿Ha habido nuevas amenazas?

Desde que anuncié mi salida, se pusieron en circulación nuevas amenazas contra mi familia. Mi familia no está protegida. Amenazaron con matar a mis hermanos y mi madre, con cortar sus cabezas. Por teléfono y por e-mail. El partido ya lo comunicó al Ministro de Justicia y anunció que cualquier cosa que le suceda a mi familia será responsabilidad de ellos. Además de las nuevas amenazas, se publicaron nuevas fake news, diciendo que yo tengo conexión con alguien que atentó contra Bolsonaro durante la campaña, que él sería mi novio y que por eso salí del país. Que yo habría cometido un fraude financiero y que por eso salí del país. Es decir, calumnias, mentiras, nada que se compruebe. Pero parte de los brasileños está en una especie de histeria colectiva, en un brote de estupidez que cree en cualquier cosa que aparece en Whatspp.

El día en que usted anunció su salida, Bolsonaro escribió “gran día” en Twitter, mientras que el vicepresidente, Hamilton Mourão, lamentó su salida y escribió que era un “crimen contra la democracia”. ¿Qué piensa de esas posiciones tan diferentes?

Nosotros llegamos a un punto, en Brasil, en que estamos considerando a un general como Mourão, un histórico de extrema derecha, como moderado. ¿A qué punto llegamos? Porque Mourão es un militar de la extrema derecha. Pero él todavía consigue ser mínimamente moderado y lúcido en comparación con el sujeto que hoy es presidente de la República. Que conmemoró la salida de un diputado por amenazas de muerte. Después de ser elegido, un presidente es responsable de la población de todo el país. Pero ese sujeto no actúa como presidente de la República, continúa como si estuviera en campaña, tratando a los 40 millones de personas que no lo votaron, como yo, como enemigos. Con ese tuit él confirmó mi decisión: me dio razón en cuanto a que Brasil ya no era seguro para mí.

En Europa hay una extrema derecha fuerte también. ¿Usted ve una asociación entre la derecha brasileña y la europea?

No sé si es una asociación clara. De alguna manera, hay un diálogo entre la extrema derecha en todo el mundo. Pero hay una diferencia entre vivir en Brasil, en que la extrema derecha triunfó y las instituciones democráticas no existen como tales y donde hay una homofobia social, y vivir en una ciudad como Berlín, en que la diversidad es aceptada y la comunidad LGBT puede existir sin amenazas –al menos sin amenazas evidentes–. No sé de ninguna persona LGBT que haya sido asesinada aquí.

Pero aquí también hay amenazas y ataques.

Pero, ¿cuál es la respuesta del Estado para esos ataques?

Generalmente, la criminalización.

Claro, la criminalización es una respuesta eficaz de identificación y una declaración de que las personas LGBT son ciudadanas alemanas y que tienen que ser respetadas. Eso no pasa en Brasil. Ahí está la diferencia. Hay una posibilidad de ser atacado aquí, pero mucho menor que en mi país.

¿Ha tenido algúna novedad de las investigaciones sobre las amenazas que recibió?

No. Después de que me fui, hubo nuevas amenazas y esta vez las comunicamos directamente al ministro de Justicia, Moro, que había dicho que no hubo negligencia del Estado. Entonces le mostramos que bastó que me fuera para que hubiera una nueva amenaza, diciendo que yo estaba protegido pero mi familia no, y que matarían a mi madre y mis hermanos. No sabemos qué progresos ha hecho el gobierno en relación con eso. Pero la Comisión Interamericana pidió un nuevo informe, que se está elaborando en Brasil para que entreguemos a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Ha hablado mucho acerca de las amenazas por internet. Hay quienes dicen que hay una diferencia entre las amenazas en internet y la violencia real. ¿Qué le parece?

Puedo recordar el asesinato de 12 niñas en la escuela Tasso da Silveira, en Realengo, en 2011. El culpable hacía amenazas por internet, pertenecía a un sitio que promovía el asesinato de mujeres, la “violación correctiva” de lesbianas, la violencia contra los negros y mi asesinato. El sujeto que frecuentaba ese sitio compró un arma, hizo cursos de tiro y mató a 12 niñas. Es lo que tengo que decirles a quienes creen que las amenazas por internet no se concretan. El hombre que embistió un coche contra peatones en Barcelona también hacía amenazas por internet. Y el tipo que hizo el atentado en Canadá tuvo relaciones con un brasileño que me amenazó de muerte. Sólo alguien que no aprecia la vida puede decir que las amenazas por internet son diferentes de las amenazas reales.

¿Cómo es para usted estar aquí mientras sus compañeros se encuentran en Brasil luchando?

Tengo la tristeza de estar lejos de mi país a la fuerza, de no estar produciendo lo que debería producir como diputado. No por voluntad propia, sino porque fui impedido de hacerlo. La noticia sobre Brumadinho me sacudió profundamente. Lloré una noche entera viendo aquellos cuerpos cubiertos de barro por pura negligencia de una empresa que fue privatizada argumentando que así funcionaría bien. Otra noticia que me entristeció fue la matanza en Río de Janeiro. Nuestro país está viviendo su peor momento.