Leer sobre Pundonor, escrito y encarnado por la argentina Andrea Garrote, lleva a pensar en títulos recientes como Clase, del chileno Guillermo Calderón, entre otras obras que encaran, junto con la crisis de la educación, la situación de los docentes.

Garrote viene de las letras, pero hace décadas que se apropió de lo teatral desde todos los frentes. Con Rafael Spregelburd llevan 25 años haciendo cosas valiosas: en 1994 formaron la compañía El Patrón Vázquez; desde entonces han intercambiado roles y complicidades en obras como La modestia, La estupidez, La terquedad y en sus tantas giras, y en 2007 fueron protagonistas de la sitcom Mi señora es una espía, impulsada por Garrote.

El año pasado los encontró de nuevo dirigiendo a cuatro manos. Los reunió este monólogo, que estrenaron en el Centro Cultural San Martín y el martes 26 y el miércoles 27 a las 21.00 traen a la sala Verdi con entradas generales a $ 500 (2 x1 para Comunidad la diaria).

Pundonor participó en el Festival Internacional de Buenos Aires 2019 y transita su segunda temporada en el teatro Hasta Trilce. En el suplemento Ñ lo describieron como “ácido, divertido y desesperado”. Una docente que se reintegra al aula, después de un asunto que no se revela, tiene que dar cátedra sobre Michel Foucault. Pero se interrumpe, no encuentra el punto de equilibrio. Sirviéndose de esa vulnerabilidad, la pieza “pone en cuestión la gran paradoja de nuestra conciencia actual: ¿cómo luchar contra la pulsión estática y el avance de la centralización del poder que nos asfixia habiendo perdido la inocencia, siendo conscientes de que somos reproductores constantes de los mecanismos del poder?”. La platea vivirá esas zozobras como si fueran sus alumnos de sociología, viendo cómo la profesora tiene para aportar algo más que teoría.

Sobre la puesta, dialogamos con Andrea Garrote.

¿Cuánto de tu experiencia docente volcás en tu composición?

Elegí el ámbito de clase por varias razones: una, porque soy profesora, por ende me es un mundo muy afín; por otro lado, me permite mezclar conceptos con imágenes más sensibles y principalmente resuelve el problema del presente escénico, que es una debilidad de los monólogos. ¿A quién le habla? ¿Qué se juega el personaje en ese momento presente? La clase tiene un presente y ficcionaliza a los espectadores como alumnos, testigos de un derrotero, y los saca del lugar pasivo que algunos monólogos instauran, en los que alguien escucha un relato ya pasado.

El hilo conductor es Foucault y el problema de la internalización del poder. ¿Cómo evitás caer en la didáctica?

Justamente, a través de acentuar la acción dramática. La profesora Claudia Pérez Espinoza vuelve a dar clases después de un episodio que la alejó de lo académico, y desde que entra está en conflicto con esa situación. Lo que explica tiene que ver con la decisión de hacerse entender por los alumnos y pone en juego su subjetividad constantemente. Esto produce mucho humor y empatía con el personaje, que no saldrá igual a cómo entró.

¿Cómo fue mutando la relación con Spregelburd, que es tu socio en esto desde hace tiempo?

Siempre nos resultó muy placentero trabajar juntos y lo hemos hecho a lo largo de estos años en diferentes roles. No sé si la relación con el trabajo fue mutando, sino más bien madurando en la confianza. Para mí la mirada de Rafael como codirector me garantizaba no sólo sus valiosos aportes, sino la seguridad de que por ser cómplice en nuestra manera de entender el teatro la obra iba a tomar el camino que yo había imaginado al escribirla.

Estuviste en el tan mentado capítulo de Bombita, de Relatos salvajes [Damián Szifron, 2014]. ¿Hubo un antes y un después para vos? ¿O dirías que otros trabajos audiovisuales te gratificaron más? Mi señora es una espía es ya una serie de culto.

Lo de Relatos salvajes es gracioso. A pesar de que pasaron varios años, aún pasa que alguien en la calle me pregunta cosas cómo: “¿Y empezó terapia?”. Yo tardo en entender de qué me están hablando. Porque para mí, si bien fue muy divertido filmar esa escena, solamente implicó una tarde de trabajo. Otras experiencias, como Mi señora es una espía, fueron más una aventura. Ahí yo, que hasta ese entonces nunca había hecho nada de televisión, era la autora, la protagonista, la que hacía el casting y varias cosas más. Fue hermoso pero era insostenible seguir, porque las condiciones de producción eran mínimas, aunque fue el trabajo que tenía más similitud con mi idea de hacer teatro. Casi todas las otras experiencias fílmicas me involucraron solamente desde el lugar de actriz, del cual no reniego, es lo mío, me fascina, pero en general uno llega al proyecto de otros. Parte de la experiencia de un actor consiste en poner el cuerpo y la cabeza comprendiendo la idea de otro.