“Durante mucho tiempo el sacerdocio ha sido la escapatoria ideal para los jóvenes homosexuales”, dice el sociólogo y periodista Frédéric Martel en las primeras páginas de Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano. La represión sexual de sacerdotes, obispos y cardenales explica muchos de los problemas que encierra ese minúsculo pero influyente estado teocrático enquistado en el corazón de Roma: desde la corrupción hasta los abusos sexuales. En otras palabras, una cultura del silencio basada en la culpa, el chantaje y las sanciones que alimenta una inquebrantable red de encubrimiento.

Aunque a finales de febrero el papa Francisco organizó una cumbre contra la pedofilia –la primera de este tipo, pese a que el número de víctimas es incalculable y la iglesia lleva gastados millones de dólares en juicios–, las cosas siguen igual. A las pocas semanas, el pontífice rechazó la renuncia presentada por el arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, luego de que la Justicia francesa lo condenara a seis meses de prisión en suspenso por ocultar los abusos sistemáticos que cometió un cura a su cargo.

Como bien relata Martel a lo largo de su libro, existe un mundo de licencias y libertades en un universo tan hermético como conservador, que a veces emerge y deja expuesta a la iglesia. Por ejemplo, una noche de verano de 2017, el apartamento del cardenal Francesco Coccopalmerio –ubicado en la Congregación para la Doctrina de la Fe, la ex Inquisición, muy cerca de Santa Marta, la residencia de Francisco– sirvió de refugio para una orgía con drogas celebrada por su secretario. La Policía italiana, alertada por los vecinos, no pensaba encontrarse con una escena en apariencia ajena a un grupo de religiosos que suele predicar contra lo que ellos mismos denominan pecado. La noticia de la fiesta sexual recorrió el mundo.

Martel, que se declara crítico pero no opositor a la iglesia católica, se propone desnudar la hipocresía que reina en el Vaticano, la doble vida a la que están condenados los religiosos y las consecuencias de inhibir el deseo. Sodoma, publicado en 20 países y en ocho idiomas hasta el momento, ya es best seller en Francia, España, Italia y Reino Unido. El autor estuvo en Buenos Aires, en la tierra del papa Francisco, para promocionar su libro. Pero Sodoma no tuvo presentación pública. Nadie puede subestimar ni predecir los efectos de esta investigación de 600 páginas.

¿Con qué te encontraste cuando empezaste a investigar el tema?

La investigación me tomó más de cuatro años. No fue fácil. Desde el principio supe dos cosas: primero, que no podría entender todo; luego, que muchas cosas no podían ser dichas. Fue un trabajo paso a paso. Necesitaba estar inmerso en el tema. Yo estaba entonces de visita en Italia para promocionar un libro anterior y me presentaron a unos sacerdotes que trabajaban en el Vaticano. Y me contaron esta historia. Me sorprendí. Como soy un periodista de investigación, y además abiertamente gay, me contaron lo que sucedía dentro del Vaticano. Y fue más de un sacerdote. En ese momento, como periodista te tenés que preguntar si es verdad o te están jodiendo. Me tomó mucho tiempo decidirme a investigar. Así que volví a Roma, alquilé un departamento en Airbnb cerca de la terminal de trenes de la ciudad y me encontré con estos sacerdotes. Con ellos comencé mi investigación. Cuando sos gay también estás en el código. Sin que suene pretencioso, cuando conocía a un cardenal, me llevaba dos minutos darme cuenta de si era gay o no. No tengo 20 años ni soy modelo, pero hace 18 años que trabajo como periodista. Las reacciones y las relaciones, las maneras en que actúan, son la clave. A algunos cardenales los entrevisté 15 veces. Los códigos eran claros.

¿Cómo sentían tus fuentes el peso de vivir dentro del clóset y dentro del Vaticano?

El hecho de que los cardenales, arzobispos y sacerdotes fueran gay no era un problema para mí. No me importaba. De hecho creo que debería ser una opción entre otras. Muchos de ellos son gay, pero cuando digo gay me refiero a muchas cosas. Está la homofilia, que describe a alguien gay que no tiene relaciones sexuales. Es decir, alguien que es célibe y casto. Sigue siendo gay en el sentido psicológico y cultural. Incluso la manera de ocultar su homosexualidad es parte de su identidad gay. Luego hay gente que es homosexual de manera “normal” pero con muchos miedos. A veces pueden tener amantes y luego irse meses o años por la culpa que sienten. Otros llegan a la autoflagelación. Después están los que tienen novios y los presentan como su asistente, chofer, guardaespaldas o incluso un sobrino. El código es claro, pero es una suerte de “no preguntes, no cuentes”. También hay historias afuera. Muchos contratan un escort o tienen relaciones con trabajadores sexuales. Casi todas las personas que viven en el Vaticano son parte de esta mayoría silenciosa.

¿Cómo descubriste la relación entre los trabajadores sexuales de Roma y los sacerdotes u otras figuras de alto rango de la iglesia?

Eso lo descubrí muy temprano. Cuando investigás, tenés fuentes. Lo sabía bastante antes de conocer a esta gente. En mi cabeza, la prostitución en Roma estaba vinculada con los sacerdotes desde el principio. Luego me encontré con los trabajadores sexuales, algo difícil, porque no hablaban italiano ni inglés. Tal vez sí francés, porque muchos eran tunecinos y argelinos. Para hacer el libro trabajé con 80 colaboradores, entre investigadores y traductores. También me vinculé con activistas sociales que conocían a estos trabajadores sexuales. A lo largo de dos años entrevisté a 60 de ellos, sobre todo de noche. De mañana, en cambio, entrevistaba a sacerdotes y obispos. Allí descubrí esa conexión. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estos trabajadores sexuales se acostaban con sacerdotes que no eran del Vaticano, sino de otros lugares de Italia. Luego conocí a escorts, que eran más profesionales. Uno de los que aparece en el libro, con su propio nombre, me mostró una carpeta con todas las fotos de sus amantes. La lista de sacerdotes era larga. No los menciono, pero hay mucha información: fotos, videos. Cuando menciono a alguien en el libro es porque tengo pruebas. Tengo 14 abogados trabajando conmigo. Hay muchas cosas que no puedo decir, pero tengo las pruebas. No hay ni una sola insinuación en el libro. Para mí siempre se trata de partir de una situación particular para poder analizar el sistema. Claro que la iglesia no va a estar contenta con este libro, pero cumple un rol extremadamente clave a favor de la iglesia, porque muestra la manera en que funciona. Y si quieren corregir este sistema, necesitan ver la realidad. Eso es lo que hace este trabajo: contar una realidad. No juzgo a esta gente. Algunos son mis amigos, no tengo problema con ellos. ¿Cómo podría criticarlos? El libro trata de la hipocresía.

Según tu libro, el Vaticano tiene una de las comunidades gay más grandes del mundo. ¿Por qué es entonces una institución tan homofóbica?

La gente tiende a pensar que existe una contradicción entre ser gay y homofóbico. No la hay. Es una consecuencia. Sos homofóbico porque sos gay. Tampoco es algo nuevo. Si leés la literatura de Marcel Proust o te fijás en John Edgar Hoover, ex director del FBI, que era muy antigay y chantajeaba a las personas homosexuales haciendo informes sobre los gays que trabajaban en la Casa Blanca, aunque vivía con su novio, vas a ver que es una forma muy típica de esconder la homosexualidad. La fórmula es mostrarte muy homofóbico para que la gente no sepa que sos gay. De hecho, así funciona el código. Incluso en Buenos Aires; cuanto más homofóbico sos, más probabilidades hay de que seas gay en secreto. El nuevo cardenal de Cataluña, Juan José Omella, es amigable. Él te explica la situación, los problemas de la iglesia, y no sale a la calle a protestar contra el matrimonio igualitario. Es un hombre normal en lo que refiere a la homosexualidad. Seguramente se trate de un hombre heterosexual. Pero si pensás en figuras muy homofóbicas, en Argentina por ejemplo, como Héctor Aguer, a quien no conozco en persona, sabrás cómo funciona el sistema. Hay que pensar por qué están tan obsesionados con la gente gay.

Si uno hace una lectura equivocada de Sodoma, se puede pensar que homosexualidad y pedofilia van de la mano. Pero entiendo que es una forma de explicar esa cultura del silencio que domina en el Vaticano.

La confusión entre pedofilia y homosexualidad fue construida por la iglesia desde siempre. Si tomás el catecismo o las encíclicas, homosexualidad y abuso aparecen unidos. Nunca marcan la diferencia. Deberían haberlo hecho bajo el papado de Juan Pablo II o Benedicto XVI, es decir, separar el tener sexo con otro hombre adulto y de forma consentida, e incluso, algo no menor, con un seminarista u otro adulto de forma violenta, que es una violación. Esta diferenciación nunca existió en la iglesia. Están tan obsesionados con la homosexualidad que la describen como la peor cosa del mundo, como un trastorno. Por eso aparecen como relacionadas. Por supuesto que no lo están. Desde la primera hasta la última página, mi libro hace una clara distinción entre homosexualidad y abuso, simplemente porque no existe esa relación. El abuso sexual en todo el mundo es predominantemente masculino y heterosexual. La mayoría de las víctimas son mujeres adultas o menores de edad. Esto pasa en familias heterosexuales y en las escuelas. En la iglesia, sin embargo, es absolutamente cierto que las víctimas de los sacerdotes son, entre un 80% y un 85%, chicos menores de edad u hombres adultos. El problema es que este tipo de sexualidad, totalmente reprimida y sublimada, hace que te odies a vos mismo, que mientas sobre ella frente a los otros. Todo por el adoctrinamiento de la iglesia, que condena tan duramente la sexualidad y la homosexualidad. El otro vínculo entre los abusos y la cultura del secreto es que siempre se miente sobre la propia sexualidad, sobre las relaciones con hombres o mujeres. Hay sacerdotes que abusan de menores pero están totalmente protegidos por esta cultura general del secreto. Para ser honesto, el objetivo de la iglesia no es proteger a los abusadores. El abusador puede ser homosexual o simplemente un enfermo, pero se trata de una comunidad pequeña, cerrada, y el obispo, frente a un sacerdote abusador, puede tener la facultad de castigarlo, pero ese sacerdote sabe sobre la sexualidad del obispo. Y entonces lo perdona, porque él vive con su novio y puede ser chantajeado. No puede ponerse en su contra porque teme al escándalo, a la mediatización o a un posible juicio. La solución es hacer silencio y trasladarlo a otra parroquia. Es un fenómeno muy complejo, y la iglesia no puede salir de esta crisis de abusos y entender la homosexualidad de la mayoría de los sacerdotes. El resultado es una mezcla de encubrimiento, chantaje y control.

¿Ninguno de los sacerdotes con los que hablaste se animó a salir del clóset?

Hace una semana, un sacerdote de Holanda contó que era gay durante misa. Él aparece en mi libro. Fue despedido de inmediato.

En tu libro apuntás contra Pablo VI y Benedicto XVI como responsables directos de esta situación.

Todos son responsables. Juan Pablo II también. Benedicto se pronunció públicamente contra los abusos. Fue el primero en hacerlo. Pero al mismo tiempo, si tomamos el caso del sacerdote Marcial Maciel, un gran escándalo en México, decidió no ponerlo en aislamiento. Ni siquiera hubo castigo. Siguió viajando por todo el mundo, gastando un montón de dinero y murió en Estados Unidos sin haber pisado la cárcel. La de Benedicto XVI es una historia trágica: una víctima del sistema de su propio clóset. Su relación con la homosexualidad no es clara en absoluto. Pudo haberse sentido más atraído por los hombres que por las mujeres. Estoy seguro de eso y también de que no debe haber tenido relaciones sexuales. Podría haber elegido ser un homosexual activo, pero no. Se trata de un caso de homofilia sublimada, de una atracción hacia sus amigos del mismo sexo. Fue publicado en todos lados. Cada obispo o cardenal que ordenaba era señalado como gay. Tenía un radar gay muy bueno, mejor que el mío. Me gusta porque al menos es honesto. Era muy homofóbico. Decía que ser gay era terrible pero bueno, lo importante era mantenerse casto. Y es lo que él hizo. Predicó con el ejemplo. Es diferente a muchos otros cardenales que son bastante homofóbicos pero luego se van con un prostituto o un asistente.

La iglesia quedó expuesta a través de varios casos de corrupción y abusos de menores. ¿Cuál es la estrategia para sobrevivir a estas denuncias?

La extrema derecha piensa que hay un lobby gay, esto es, personas abiertamente homosexuales organizadas para destruir a la iglesia. Es una lectura completamente equivocada. Muchos cardenales, obispos y sacerdotes pasan toda su vida en sus pequeños armarios. Puede haber un caso de un religioso abusador que sea expulsado, pero el sistema continúa intacto, porque no hay tal lobby. Es un sistema creado en base a una mentira de Estado. El Vaticano es un Estado. Y resulta imposible corregir el sistema, porque primero hay que cambiarlo todo.

En Sodoma destacás la figura de Francisco como un hombre progresista; sin embargo, tiene posiciones bastantes claras respecto de la homosexualidad. ¿Cuál es su rol en la iglesia?

Cuando empecé a investigar no era muy fan de Francisco. Sobre todo porque era jesuita, que para nosotros, los franceses, es el enemigo. Tiene 82 años, es un hombre mayor. Un día es gay friendly y al otro antigay. Un día es progresista y al otro es conservador. Un día manda a los gays al psiquiatra y al otro hay una drag queen en el Vaticano. No es la clase de papa que prefiero. Luego, cuando viajé a Roma entendí que está en medio de una guerra civil. La iglesia está en una guerra entre conservadores y progresistas. Francisco es más progresista en temas sociales, como pobreza, migración y pena de muerte, y más conservador en temas sexuales y de moral, como el matrimonio igualitario. Sin embargo, está a favor de las uniones civiles. Nunca lo dijo, pero no estaba en guerra contra esa opción. Sí luchó fuertemente contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es amigable con los gays de manera individual, nunca con los movimientos LGBT. La semana pasada estaba previsto que se reuniera con 15 activistas gay, personas muy destacadas de Sudáfrica, Australia y Argentina que luchan por los derechos humanos. Pero Francisco nunca apareció en la reunión. Se acobardó. Igual me terminó gustando por sus enemigos. Pese a sus cosas, es el papa más gay friendly y progresista de los últimos 50 años. Claro que no es suficiente, claro que es tarde. Pero es mejor que lo que había antes. Es más humano que sus enemigos. Lo prefiero antes que al cardenal Sandri o a Aguer.

Hace seis años lanzaste Global gay, un libro con un espíritu muy esperanzador y positivo. ¿Seguís manteniendo esa postura?

La aceptación hacia la gente gay, en términos generales, evoluciona hacia la dirección correcta. Hacia cualquier lugar que mires, la situación mejoró mucho. Incluso en India, en África y en Italia, donde existe la unión civil. Al mismo tiempo, siempre se trata de un paso adelante y otro atrás. Por ejemplo, en Brasil la situación es peor que antes. También en Egipto, Siria, Irak e incluso en Líbano. Pese a todo, sigo siendo optimista. Pero tenemos que preocuparnos por lo que pasa en algunos países. La extrema derecha ha dejado de usar la homofobia y el antisemitismo, que todavía existen, pero la clave ahora es la islamofobia.

En América Latina están cobrando fuerza los grupos evangélicos, con una moral igual o más conservadora que la iglesia católica.

Si el papa avanza muy rápido en una dirección progresista, perderá a muchos fieles. El problema con la fe es que no se puede moderar. Cuando creés en algo, creés con todas tus fuerzas. Si el papa quiere crear un catolicismo más moderado, perderá frente a los creyentes más puros. Y no podés discutir con alguien más puro que vos. La posición de Francisco respecto del islam y el cristianismo oriental es moderada. Pero está en medio de una guerra contra el lado más derechista de la iglesia católica, que quiere proteger al cristianismo del islam. El papa es inteligente y creo que está tratando de mejorar la relación con los homosexuales. Pero tardará en encontrar la solución. Es un hombre peronista y jesuita de 82 años, no esperemos verlo encabezando la marcha del orgullo gay en Roma.

Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano. Roca Editores, 2019. $ 1.600.

Modos de trabajar

Frédéric Martel es un hombre curioso. Después, un investigador. También sociólogo, periodista –conduce el programa Soft Power en Radio France–, ex funcionario –fue asesor político y agregado cultural de Francia en Rumania y Estados Unidos– y académico –trabaja en la Universidad de las Artes de Zúrich–. Puede agregarse a la lista que es inquieto. Y ese resultado hace que Martel indague, viaje y escriba libros como Cultura mainstream, un análisis acerca de la forma en que se moldean nuestros consumos, Smart, sobre la omnipresencia de las redes sociales, y Global gay, una guía para conocer qué hacen las personas LGBT alrededor del mundo mientras luchan por el reconocimiento de sus derechos, y que bien podría ser el prólogo de Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano.

En su primer libro, El rosa y el negro. Los homosexuales en Francia después de 1968, Martel reconstruye el camino que va de la liberación a la visibilización de gays y lesbianas. Este trabajo, sin embargo, también pone sobre la mesa algunos puntos incómodos para la propia comunidad LGBT francesa, como el modo en que muchos negaron la epidemia del sida en los 80 o la creación de reductos de sociabilidad algo sectarios. Fue su primera investigación y de cierta manera una deuda que tenía consigo mismo: nacido en Châteaurenard en 1967, lejos de París, en una Francia más rural y menos próspera, hijo de una familia católica que lo envió a un colegio religioso, Martel es abiertamente gay.

Para Sodoma, su trabajo más extenso y ambicioso hasta el momento, Martel contó con un equipo de 80 colaboradores que lo asistió en las 1.500 entrevistas que realizó por unos 30 países durante cuatro años. Está asesorado, además, por un equipo de 15 abogados de Europa y América. El libro llegó al número uno de ventas en Francia la misma semana de su lanzamiento, y The New York Times lo incluyó en su lista de best sellers. Martel espera presentarlo en breve en Brasil y Alemania. Y como no puede ser de otra manera tratándose de un hombre curioso e inquieto, ya prepara su próxima investigación.