Llegará el día en que uniremos nuestras voces y gritaremos: “¡Dejen en paz la década del 80!”. Pero ese día todavía no ha llegado, así que les tocó el turno de jugar un ratito en aquella era de hombreras y chicles globo, pero con una diferente clase de nostalgia, a los alemanes.
El resultado fue Dark, una producción original de Netflix cuya primera temporada llegó en diciembre de 2017 y la segunda hace solamente un par de meses. Esta serie sigue las aventuras de los habitantes de un pueblito teutón llamado Winden. El sitio, aparentemente tranquilo, esconde un secreto. Todos los pueblitos tranquilos lo hacen.
La acción comienza en nuestros días, cuando en medio de un mar de depresiones y adulterio un par de jovencitos desaparecen sin dejar rastro. Las sospechas apuntan a unos extraños túneles que se extienden debajo de la planta nuclear, y no tardaremos en enterarnos de algo perturbador: por esos túneles se puede viajar 33 años en el pasado.
Mucho más perturbador será descubrir que han pasado tantos años desde el estreno de Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985) que el presente en el que se desarrolla la película es nuestro “33 años en el pasado”.
¿Tienen lápiz y papel?
Incluso antes de entender cómo funciona esto (y de entender por qué cada vez que subo la foto de un pájaro muerto alguien hace referencia a Dark), el guion ya nos introdujo a más de una docena de personajes con nombres germánicos, en su gran mayoría pertenecientes a cuatro familias de Winden.
Cuando todavía estamos haciendo fuerzas para recordar quiénes son hijos de quién y cuál de sus padres hace visitas higiénicas a cuál de sus madres, el asuntillo de los viajes en el tiempo multiplicará el elenco. Y el pueblito es tan pequeño, que cuando lleguemos a 1986 nos encontraremos con los mismos padres y madres, ahora convertidos en adolescentes, y los mismos abuelos y abuelas, ahora convertidos en cuarentones.
Más allá de que el casting es bastante bueno y que algunos parecidos entre actores son notables, la mejor forma de encarar la serie es tomar una libreta y una lapicera y dibujar los pequeños arbolitos genealógicos de las familias Doppler, Nielsen, Kahnwald y Tiedemann; será material de consulta permanente que nos ahorrará un montón de tiempo y de dinero (en este caso, en gastos de ibuprofeno u otro analgésico).
Dejen espacio libre para trazar líneas entre personajes, del estilo “tal gusta de tal otro”, y no busquen arbolitos en internet porque corren el riesgo de que les quemen alguna interesante revelación.
Que viene y que va
Con el correr de los episodios y de las temporadas no solamente se ampliará la cantidad de “destinos” (¡y de actores!), sino que descubriremos una mitología detrás de los viajes en el tiempo, con facciones enfrentadas al mejor estilo de Jacob y la nube negra de Lost, si sus guionistas hubieran sido menos improvisados y no hubieran tirado secuencias numéricas y osos polares al aire para ver cómo caían.
En Dark la planificación de la historia no solamente es recomendable: es imprescindible. A diferencia de otras ficciones que juegan con la cuarta dimensión (como la mencionada Volver al futuro), aquí no presenciamos modificaciones en la línea de tiempo, sino que somos testigos de una línea que, al menos desde que empezamos a seguirla, no sufre cambios. Por supuesto que tiene paradojas, pero hasta el momento los protagonistas no han logrado zafar de sus pequeñas tragedias griegas; en ese sentido se acerca más a la hermosa 12 monos (Terry Gilliam, 1995).
Más allá de que se coquetea con explicaciones científicas para los saltos temporales (y se resuelve con rapidez el asunto de los saltos espaciales, porque la Tierra está cambiando todo el tiempo de lugar), nunca llegamos a un “riesgo midicloriano”, en relación a esos bichos microscópicos introducidos en el universo de Star Wars en La amenaza fantasma (George Lucas, 1999) que lo único que hicieron fue sacarle gracia al acto hasta entonces mágico de “usar la Fuerza”.
Es cierto que a uno lo reconforta saber que la tercera temporada será la última, porque algunas tramas parecen estar cerca de su fecha de vencimiento (aquí, en 1986 y en 1953). A esta altura no esperamos grandes vueltas de tuerca que nos hagan garabatear los arbolitos genealógicos, ni más destinos que nos compliquen la vida; alcanzará con que el asunto termine igual de ajustado como comenzó para despedirnos de la mejor manera de Ulrich (todos ellos), Jonas y los demás.