Lorena Granizo contesta siempre con la misma frase cuando habla con sus familiares por videollamada: que no ve a nadie por la ventana, que “las calles están vacías”. Aunque a ella se le olvide, está a punto de cumplir 95 años, y ha vuelto a casa con su hija después de que la residencia del sur de Madrid en la que vivía tuviera que aislar a todos los ancianos para evitar la propagación de la enfermedad covid-19.

España es ya el segundo país del mundo con mayor número de casos confirmados de coronavirus, con más de 157.000, un número que sólo supera Estados Unidos, y la cifra de muertos es más de 15.800, sólo superada por Italia. Entrada la cuarta semana de confinamiento y tras días de noticias cada vez más trágicas, la curva de contagiados parece empezar a amortiguarse y la reducción de los ingresos en los hospitales empieza a aliviar las colapsadas urgencias y unidades de cuidados intensivos, la primera línea de batalla.

El foco de la epidemia se situó desde finales de febrero en Madrid, que ya acumula más de un tercio de los fallecidos. Después del cierre de los colegios y la hostelería, las medidas más severas de confinamiento llegaron a la capital con la declaración nacional del estado de alarma, que aglutinaba bajo un mando único estatal el control de los centros hospitalarios y establecía la subordinación de lo privado al interés general. Además, desde los últimos días de marzo y hasta el 9 de abril el gobierno ha obligado a detener toda actividad económica no esencial, lo que supone la paralización casi total del país.

Los lugares más emblemáticos de la capital lucen como irreconocibles desiertos de turistas, y las banderas ondean a media asta por los muertos de la epidemia. Con todos los bares y comercios cerrados y las fuerzas de seguridad controlando el cumplimiento de la estricta cuarentena, el centro de Madrid es ahora de las personas sin techo que todavía quedan en las calles y de los repartidores que en precarias condiciones continúan entregando comida a domicilio.

“En mi oficina cada día se ponía enferma una persona”, cuenta por teléfono Luisa Hernández, de 55 años. Después de recibir folios y folios de protocolo, terminaron por cerrar el establecimiento de Correos en el que atendía, en Alcorcón, un municipio que está en el sur de la Comunidad de Madrid. Le redujeron su jornada de trabajo y su puesto variaba cada día en función de las plazas a cubrir. Fue a principios de la semana pasada cuando cayó enferma, con fiebre y dificultad respiratoria, y se quedó en casa: “Ya que no me toca la lotería, que tampoco me toque irme al hospital. Lo del hospital da miedo, porque no hay UCI [unidad de cuidados intensivos] ni equipos...”.

Frente a la aparente tranquilidad y casi aburrimiento dentro de las casas, la guerra se libra en las plantas abarrotadas de los centros de salud, en las decisiones diarias de a quién trasladar a las unidades de cuidados intensivos y a quién dejar fuera, en los hospitales de campaña que se han tenido que habilitar para abrir nuevas camas y, finalmente, en los inmensos pabellones que ahora hacen las veces de morgues. “No damos abasto”, explica una trabajadora que atiende a pacientes críticos con covid-19 en el hospital La Paz, referente en España. “Hay unos requisitos, no vas a meter en la UCI a una persona de 70 años con patologías previas, porque no va a salir. ¿Por qué tiene más valor una vida que otra? Es un criterio médico”, agrega.

“Están todos los hospitales colapsados, han empezado a trabajar alumnos de último curso de enfermería por la falta de personal, y entre los médicos ya no hay especialidades”, señala Isabel Yagüe, enfermera de 23 años. La crítica más recurrente y alarmante apunta a la escasez de material para el personal sanitario, teniendo en cuenta la rápida y todavía poco conocida velocidad de propagación del virus. Hay 19.000 trabajadores de la salud infectados, más de 13% de la cifra de contagiados. La falta de protección ha llevado a los trabajadores a considerar plantarse, porque estas condiciones son “un suicidio”, dice Yagüe, y agrega: “La semana pasada estábamos con chubasqueros”.

Plaza Mayor, dueante los primeros días de confinamiento. Foto: Marta Maroto

Plaza Mayor, dueante los primeros días de confinamiento. Foto: Marta Maroto

“Tenemos que recortar al máximo el material, porque sabemos que va a faltar”, señala, en el mismo sentido, la trabajadora del hospital La Paz, quien sentencia que esta falta de protección los está llevando a actuar como “kamikazes”. Sin embargo, uno de los aspectos más duros de este virus es el aislamiento forzoso, el deterioro rápido y casi imprevisto del paciente, y la realidad de que mucha gente está muriendo y siendo enterrada sin poder despedirse de sus personas cercanas. “Los pacientes están por delante, están sufriendo solos, sin ver a sus familias y con graves problemas respiratorios”, apunta con voz pausada Yagüe. “Las únicas personas a las que ven somos nosotros, que además vamos disfrazados”.

Durante los últimos días, y tras varios retrasos atribuidos a la escasez de oferta mundial, han ido llegando de países como China o Turquía toneladas de mascarillas, respiradores, gafas. También test rápidos que harían aumentar notablemente la cifra oficial de infectados. Esta falta de material sanitario y la actuación tardía son los principales aspectos a los que se están aferrando los partidos que critican al gobierno progresista. El Ejecutivo del presidente, Pedro Sánchez, enfrenta una dura oposición, con una ultraderecha como tercera fuerza parlamentaria carente de propuestas que despliega sin escrúpulos su maquinaria propagandística de mentiras y noticias falsas.

Personal sanitario, trabajadores de residencias, y todas las personas que luchan para que los servicios mínimos sigan funcionando en una ciudad sitiada por la epidemia, están exhaustos. Miguel Acosta, un bombero de 24 años de la Comunidad de Madrid que colabora como voluntario en Ifema, el recinto ferial reconvertido en el hospital más grande de España, dice que “lo que más impresiona es ver aplaudir a los enfermeros y médicos con las marcas de las mascarillas y pantallas de protección en la cara”. A las ocho de cada tarde, Madrid se da una tregua por unos minutos y esas dos ciudades, la que no descansa en primera línea y la que apoya silenciosa desde el resguardo de sus casas, se unen en un reconocimiento mutuo, en el apoyo de lo público como valor y como antídoto contra el sufrimiento.

Regreso parcial

A partir del lunes se retomarán en España algunas actividades económicas no esenciales que fueron paralizadas desde el 30 de marzo para frenar la expansión del coronavirus, entre ellas las de ciertas fábricas y oficinas. El gobierno recomienda que se mantenga el trabajo a distancia siempre que sea posible y que se apliquen medidas como los horarios escalonados y la distancia física entre los trabajadores. Además, se repartirán mascarillas reutilizables en el transporte público para prevenir el contagio. Por otra parte, seguirán cerrados los centros educativos, deportivos y culturales, así como los bares, hoteles y tiendas de ropa.

Marta Maroto, desde Madrid.