Las bancadas oficialistas aprobaron en Diputados una nueva ley de medios que quita las anteriores barreras a la concentración en pocas manos de ondas públicas de radio y TV y se desentiende del origen de los grupos económicos que las controlan.

Se trata, a esta altura, de toda una política pública con la que el actual gobierno favorece a los dueños de empresas de comunicación. Un repaso veloz debería incluir, en esta línea, la adquisición por parte de Antel de los derechos de retransmisión de los canales privados por 1.230.000 dólares anuales por señal y sin vinculación con el uso efectivo del servicio por parte de los usuarios, y la cesión de la infraestructura pública para que los propietarios de empresas de cable puedan facturar como proveedores de banda ancha.

No menos importante en esta política es la reciente inclusión en el proyecto de ley de financiación de partidos políticos, que muy probablemente no tendrá efecto en las próximas elecciones nacionales, de una disposición que retribuye, también millonariamente en dólares, a los medios que deban ceder espacio publicitario gratuito a la propaganda electoral, a pesar de que se trata de concesionarios de frecuencias públicas.

Esta política, junto con otras acciones del actual gobierno, no hace sino debilitar la transparencia, no ya como ideal de gestión democrática, sino como condición para controlar el avance de grupos económicos que operan fuera de la ley.

Para la historia

Por segunda vez, Uruguay fue parte del muy minoritario grupo de países que no votó una resolución que solicita el alto al fuego en Gaza en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y el ministro de Relaciones Exteriores debió concurrir al Parlamento para explicar el apartamiento de la posición histórica de nuestro país.

El gobierno de Israel, por su parte, anunció que prevé continuar por varios meses la ofensiva en la zona, que ya ha cobrado la vida de casi 20.000 civiles y significa un récord de asesinatos de niños y niñas de la historia reciente.

“La representación en la ONU no debería ser del gobierno de turno, sino del Estado uruguayo como tal, que desde hace muchos años había mantenido algunos lineamientos básicos en la política exterior. Entre ellos, el de defender la solución pacífica y negociada de los conflictos, incluso cuando son, como este, extremadamente complejos y difíciles de conciliar”, dice nuestro editorial.

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