Pablo Pinocho Routin
Canta Zitarrosa (1966), de Alfredo Zitarrosa. Dando vueltas a todo lo que estamos viviendo, y pensando en el valor enorme de la música, fui a parar a este disco maravilloso. Quizás pensando en los cantores y su aporte a la sociedad, llegué a esta música de mi infancia. Este disco es de 1966, cuando yo tenía dos años de edad. Completé la revisión con un video de Youtube, en el que hablan sobre este trabajo Hilario Pérez, Ciro Pérez, Yamandú Palacios y Lucio Muniz, grandes creadores; es emocionante todo lo que cuentan. Zitarrosa es uno de mis cantores predilectos, su canto me estremece siempre. Él fue un elegido que además de un talento descomunal tuvo la generosidad de compartir su dolor a través de su voz y sus canciones; pavada de ofrenda.
Chaos and Creation in the Backyard (2005), de Paul McCartney. Es un disco hermoso. Todo lo que pueda decir de McCartney es innecesario y redundante. Piezas como esta son las que me hacen maldecir mi imposibilidad de entender y hablar un mínimo de inglés. Por suerte, las melodías, la voz, las armonías, la sonoridad de las palabras y los arreglos bastan para ponerme al borde de la felicidad.
Palabra clásica (2017), de Florencia Núñez. Hace relativamente poco tiempo que empecé a escucharla, y ahora volví casi a diario. Creo que Laura Canoura recomendó su disco en las redes. Admiro a Laura, por lo tanto, supe que la recomendación no era en vano. Me encanta este disco, me gusta el todo; es decir, me gusta el disco. A veces pasa que te gusta un tema de una cantante y eso hace que luego te refieras a su disco, aquí es el revés, me gusta su disco y eso hace que me refiera a un tema: “Todo indica que caí”. Florencia canta hermoso y dice mucho desde una sencillez absoluta. Su voz es pura, no hay artilugios, suena todo muy bien y su música me mueve el cuerpo, me dan ganas de bailar.
Papina de Palma
No tocar frecuentemente revivió mi deseo de escuchar música todo el día, algo que al, estar siempre ensayando, tocando o hablando de las canciones, se había visto un poco detenido. Escucho mucho a mis amigues.
Inés Errandonea está sacando de a una las canciones de su primer disco y encuentro que todas son hermosas.
Natalia Meyer, cantautora uruguaya pero residente en Roma, me recibió en su casa el año pasado, cuando viajé por Europa, y me invitó a grabar en su disco, que desde hace unos días está disponible en Spotify y para mí es una hermosura. Les recomiendo escuchar la voz de esas gurisas.
También estoy escuchando mucho El poder de la música (2020), el disco nuevo de La Nube Mágica, banda argentina en la que participan varies amigues, entre quienes está Juanito el Cantor, que es el productor de mis canciones.
Modo de hacer el fuego (2009), de Vera Sienra, también me acompaña mucho últimamente. La voz de esa mujer traspasa todo. Tuve la posibilidad de conocerla personalmente hace poco, y descubrí que además de ser una artista honda y brillante es una persona hermosa.
Y hace un par de semanas encontré el primer disco de Samantha Navarro en Spotify y no paro de escucharlo. Todas son canciones hermosas y, aunque el disco fue editado en 1996, sólo dice cosas que 24 años después siguen siendo novedosas.
Estoy compartiendo la cuarentena con mi compañero, Leandro, que escucha mucho al Choncho [Lazaroff], quien, además de ser uno de sus máximos referentes como compositor, era su tío. Lo pone para cocinar, sobre todo. En estos días tan raros, que resignifican el tiempo, cocinar es una de nuestras actividades preferidas, así que es frecuente que en el silencio de la vereda vacía de repente suene a todo volumen una invitación a rascar la cáscara. Escribiendo esto noto cómo casi todo lo que elijo escuchar está hecho por personas que habitualmente abrazo, gente que amo. Es tan gigante la música, que casi sustituye la piel. Acepto su abrazo en el lugar del abrazo de carne de mis amigues hasta que todo esto pase.
Diego Naser
En estos días estuve escuchando diferentes estilos musicales; destaco, entre ellos, algo de jazz, bossa y erudita.
En jazz me está gustando bastante el disco My One and Only Thrill (2009), de Melody Gardot, que tiene una voz muy pura, dulce, con mucha onda y también sensual.
En bossa hay un disco de Caetano Veloso, A bossa de Caetano (2000), que recorre temas clásicos en portugués y algunos del pop en su versión “abossada”.
También escuché Noche transfigurada, de Arnold Schönberg, por el cuarteto LaSalle. Es una música muy profunda y descriptiva; además, si uno conoce el texto de Richard Dehmel puede cerrar los ojos y sentir los pasos de los amantes que se confiesan. LaSalle, como siempre, musicalmente espectacular.
Fernando Santullo
Por alguna razón pandémica, me dio por escuchar discos conocidos a los que hacía tiempo que no les daba pelota o hacía mucho que no escuchaba completos.
Escuché mucho Segundos afuera (1983), de Jorge Galemire, un álbum que sigue sonando increíblemente bien y que tiene unas cuantas canciones que no han perdido un gramo de vigencia.
Escuché de nuevo, luego de muchos años, Big Bang (1989), de Paralamas, y quedé sorprendido (otra vez) por la calidad de los arreglos de vientos. Todo el disco es un tour de force de música latina e influencias africanas como nunca antes se había hecho, y ya era evidente que lo que tocaba João Barone en la bata era superlativo.
Después de dejarlo enfriar unos meses, le di de punta a Magma (2016), de los franceses Gojira. De lo mejor y más novedoso del metal actual, con detalles progresivos acá y allá y, ellos también, con un batero excepcional como Mario Duplantier. Escuché un montón de música más, pero esos tres discos me (re)impactaron mucho en estos días.