Lejos de ser un freno, la situación generada por la emergencia sanitaria por la pandemia de covid-19 ha sido para el equipo de El Árbol Lejano un acicate para pensar en alternativas a los encuentros y talleres presenciales. Aunque con los niños más grandes y preadolescentes decidieron poner una pausa hasta que se vuelvan a encontrar cara a cara en su sede de Luis de la Torre 1026, porque estaban saturados con las actividades online para escuela y liceo, entre otras, le encontraron la vuelta para una propuesta en la que venían pensando y a la que no encontraban la manera de dedicarle tiempo.
El distanciamiento social dio lugar a ese parate necesario para ponerle cabeza, cuenta Joaquina Guidobono. “Hacía mucho que queríamos incluir lo sonoro en nuestra propuesta. Al principio nos abrumó la cantidad de propuestas, pero después eso fue decantando. Esto tiene un antecedente en el trabajo que hicimos en la escuela para niños no videntes 279 en 2018. Allí llevamos una propuesta que consistía en generar historias a partir de los objetos, mediante lo sonoro, centrándonos en lo que puede evocar el sonido”, cuenta Guidobono.
“Me gustó esta historia porque todas las cosas hablan”, les dijo una vez una niña que participaba en un taller del Laboratorio de la Imaginación, y funciona como una buena síntesis del trabajo que está desarrollando El Árbol Lejano. Este año, a partir de marzo, se vieron en la disyuntiva de replantear las actividades en el espacio Laboratorio de la Imaginación, y echaron mano a esa vieja inquietud.
“En El Árbol Lejano nos especializamos en libros ilustrados, y al no poder mostrar las ilustraciones a medida que se narra el cuento o se recita la poesía, elegimos que cada uno imaginara lo visual a través de un universo sonoro propuesto para cada historia o poesía. Es cierto que podríamos haber filmado videos, pero decidimos recurrir al poder evocador del sonido y la voz. Mi marido, Felipe Ortiz, es compositor musical, y juntos fuimos armando esta propuesta”, agrega Guidobono.
La propuesta, dirigida a niños de cuatro a ocho años, consiste en trabajar vía correo electrónico y Whatsapp con los padres y madres como mediadores. En este sentido juega un papel importante la comunidad que se ha ido generando en los cuatro años de existencia de la “casa de cuentos”, como a sus anfitriones les gusta definirla: Guidobono destaca la familiaridad, el intercambio directo y muy fluido.
El trabajo se basa en la lectura, sobre todo, de poesía, pero también de narrativa. Laura Forchetti, Circe Maia, María José Ferrada, Mar Benegas, Mercedes Calvo y Alejandra Correa son algunas de las autoras que menciona Guidobono. La selección tiene en cuenta, en primer lugar, desmarcarse de lo más obvio y tratar de trabajar con autores menos conocidos, tener la oportunidad de presentárselos a los participantes; incluye libros traídos de viajes, conseguidos en visitas a librerías de aquí y de allá, con la idea de ofrecer un panorama global y de acercar material de difícil acceso por estas latitudes. Con la convicción de que la mirada poética es propia de la mirada infantil, no se limitan a autores que expresamente se definen en el campo de la literatura infantil y juvenil, ni a libros de poesía ilustrada.
“El trabajo que estamos llevando a cabo supone la reinterpretación de los elementos propios de la ilustración y dar una nueva vida a las historias y a los poemas. La poesía como lenguaje forma una parte esencial de lo que hacemos. Perseguimos el entrenamiento de ese ojo poético que todos tenemos y que pertenece originalmente a la infancia. Los libros ilustrados son un territorio ideal para el juego y la poesía. Son escenarios repletos de posibilidades. Así que de ellos partimos y hacia ellos vamos para dar rienda suelta a la imaginación”, explica Guidobono.
“En cuanto a los cuentos-grillos, como les llamamos nosotros, además de trabajar con el lenguaje musical, atendemos aspectos como el paisaje sonoro y la creación de ambientes que –a veces de manera más evidente y otras no tanto– nos puedan sugerir distintos matices en la historia o en el poema. Se crea así un diseño sonoro original para cada cuento y poesía. Se integran al plano sonoro todo tipo de sonidos: la naturaleza, ruidos y música cuya forma no cae en el formato canción, sino que se ajusta a las necesidades del texto. También utilizamos sonidos que obtenemos con objetos que están en nuestra casa, o de algo que encontramos caminando por la vereda. Cualquier objeto tiene una voz propia que nos puede sugerir distintas imágenes”, describe Guidobono.
Otra cosa que destaca es que en este tiempo están sumando materiales propios a su acervo, experimentar con qué se puede probar, qué cosas funcionan y cuáles no, construir para generar materiales para seguir trabajando al volver. “Los materiales para nuestras actividades las estamos generando en conjunto con Edurne Poittevin, artista que también forma parte del equipo de El Árbol Lejano. Si bien las propuestas son siempre ideadas por nosotros a partir de lo que evocan o proponen los mundos ficcionales de los libros, ahora hemos empezado a diseñar material que se ajusta cada vez más a lo que hacemos. Estamos trabajando con nuestras propias poesías, ilustraciones, escenografías, cuentos y juegos poéticos que inventamos a partir de los diálogos con los niños y conversaciones que surgen en El Árbol Lejano. El equipo de trabajo también está conformado por Alejandra García, bordadora e ilustradora, y por Isabel Rivoir, ceramista. Cada uno aporta desde su área de especialidad y ve cómo puede llevarla al lenguaje de la literatura ilustrada, así que surgen combinaciones únicas y muy ricas”.
Con la intención puesta en el regreso al trabajo presencial, por ahora El Árbol Lejano tiene abierta la tienda de libros, con cita previa (095420017 o [email protected]), y esta opción de trabajo a distancia para los más chicos, que permiten hacer volar la imaginación en un trabajo que necesariamente integra a toda la familia.