Luego de una serie de consultas y del asesoramiento especial de uno de los principales expertos en análisis y diseño de los espacios públicos, el arquitecto danés Jan Gehl, la Intendencia de Montevideo presentó un proyecto de cambio para la avenida 18 de Julio, que en lo fundamental consiste en el ensanche de las aceras para mayor y mejor uso recreativo, eliminación de los automóviles privados, establecimiento de un carril de ida y otro de regreso para el transporte colectivo y definición de un área central para el tránsito en bicicleta.
En la fundamentación del proyecto se destaca enfáticamente la necesidad de recuperar el dinamismo y uso social de la avenida, en el entendido de que en la actualidad ofrece un uso intensivo en horas de trabajo y luego un panorama de desolación.
Esta preocupación en Montevideo no es nueva. En el imaginario de los montevideanos se mantiene la nostalgia por aquella avenida que supo ser, durante buena parte del siglo XX, una muestra de intenso uso social, económico y cultural, en una configuración urbana atractiva y de calidad. A partir de los años 70, ello cambió y quedó instalada la imagen compleja y por momentos desagradable de una avenida, que sin perder su carácter estratégico, ha perdido su atractivo.
Desde 1990, los gobiernos del Frente Amplio (FA) en Montevideo estuvieron atentos a esta realidad, desarrollando múltiples intervenciones para intentar revertirla. En el campo del ordenamiento del territorio (instalado cuando el FA ejercía los gobiernos departamental y nacional) diversos marcos normativos atacaron el tema (entre otros, el Plan de Ordenamiento Territorial de Montevideo en 1998 y su revisión diez años después, el Plan Estratégico para el Departamento de Montevideo). En todos se señalaba la inconveniente pérdida de población de las áreas centrales de Montevideo, que engrosan innecesariamente periferias y por añadidura contribuyen a la decadencia del Centro.
Esta clara voluntad política de revitalizar las áreas centrales de la ciudad estuvo acompañada de diversas intervenciones concretas sobre el eje Sarandí-18 de Julio, como la reglamentación de la venta callejera, la introducción de mobiliario urbano, la renovación del alumbrado, el rediseño en el sistema de plazas existentes en ese eje (Matriz, Independencia, Fabini, Explanada Municipal, Plaza de los Treinta y Tres Orientales), el mejoramiento en las normas sobre las marquesinas de los comercios, la peatonalización y rediseño de Sarandí desde la Puerta de la Ciudadela hasta la calle Colón.
En todas estas intervenciones con distinto grado se puede apreciar una recalificación positiva del entorno, que se pudo apreciar en la incorporación de nuevos servicios (como los gastronómicos, los juegos infantiles, la venta de libros y revistas), de un mejor mobiliario con más y mejores asientos, iluminación, decoración vegetal, entre otras cosas. A su vez, el diseño aplicado mejoró la configuración del paisaje.
Sin embargo, aún hoy, luego de las horas laborales, 18 de Julio se transforma en algo parecido a un páramo, en el que transita poca gente, las vidrieras de los comercios apagan sus luces y cierran a cal y canto con sus cortinas metálicas, el transporte disminuye y la noche adquiere una imagen poco acogedora.
¿Por qué tantos y tan buenos esfuerzos no han podido revertir esta situación? La principal explicación es que 18 de Julio no recuperó aquello que perdió a finales del siglo XX: la gente. La avenida es usada solamente por el vasto caudal de más de 300.000 personas que llegan todos los días laborables a trabajar o a hacer trámites, para luego retirarse a los lugares en donde residen.
Este fenómeno, expresión en lo fundamental de la lógica mercantil de acceso al suelo, ha seguido operando incólume. Las cifras del gráfico expresan el éxodo permanente de población residente medido en los censos de población. De acuerdo a esta lógica, cada quien solamente ocupará el lugar en la ciudad que pueda pagar, por lo que la vivienda, que es la función fundamental del arraigo en la ciudad, se busca donde los precios del mercado se adecuen a los ingresos de las familias.
El gráfico también muestra que la pérdida de población ha sido una constante, con la excepción del Centro, que en el último censo de 2011 tiene un leve crecimiento. De hecho, se observa una suerte de estancamiento poblacional en el último conteo después de haber perdido varios miles de habitantes en los períodos anteriores.
Todo indica, en particular a partir de los múltiples y valiosos estudios realizados, que la “decadencia” de 18 de Julio está determinada por esa pérdida de población residente en la avenida, pero en especial por la pérdida en todas las áreas adyacentes. Siendo esto así, ¿es el camino seguir invirtiendo en mejoras que si bien efectivamente mejoran, no responden al problema de fondo, que es el despoblamiento de las áreas centrales de Montevideo? ¿No sería más apropiado tomar parte de esa inversión prevista y afectarla a una oferta residencial consistente y accesible?
El entorno determinante
Los marcos normativos del ordenamiento territorial vigentes prevén diversas herramientas que permiten una activa intervención en el territorio para paliar los efectos negativos de la lógica inmobiliaria. Un ejemplo contundente es la ley de promoción a la inversión privada en vivienda de interés social. A través de este instrumento, se define una serie de estímulos fiscales para la construcción de vivienda de interés social acotada a un área de la ciudad que es precisamente donde durante las últimas décadas no se construyó nada, no obstante los excelentes servicios e infraestructuras disponibles. Nada más en el Centro, desde la sanción de la ley hasta la fecha, hay 12 proyectos que implican 341 viviendas. En los barrios adyacentes, como Ciudad Vieja, Barrio Sur, Palermo, Parque Rodó, Cordón y Aguada, están construidas o en proceso de construcción varios cientos de viviendas, que generan un dinamismo desconocido desde hace muchos años en esos barrios.
Esta herramienta ha sido justamente criticada, porque la vivienda de interés social que ofrece sale ofertada a precios que los sectores más necesitados no pueden alcanzar. Aunque esto es cierto, también ocurre que se satisface una demanda que sin esta ley quedaba fuera del mercado; adicionalmente esta vivienda sale al mercado como oferta de alquiler en un momento en que la demanda de alquileres es ampliamente insatisfecha.
Además de instrumentos como esta ley, es posible concebir otras intervenciones territorialmente acotadas a determinadas áreas centrales sobre las que ejercer una fuerte intervención, como estímulos fiscales a la construcción de vivienda nueva (y al mejoramiento de la existente o su ampliación), compra de tierra para vivienda a cargo de las carteras de tierras de la Intendencia o del gobierno nacional, expropiación a deudores morosos, ejercicio del derecho de preferencia en el ámbito de actuación delimitado, y fuerte imposición a los inmuebles en desuso, a los lotes baldíos o a determinados usos del suelo inconvenientes.
Son solamente algunas herramientas de intervención que es posible echar a andar. Lo importante es tomar la decisión política de estimular con mucho énfasis el fomento a la función residencial mediante acciones bien concretas. Revitalizar las áreas centrales y el Centro en particular es devolverle vecinos arraigados a esta zona de la ciudad.
Revitalizar es recrear la vida, es decir, volver a llevar personas al lugar de donde fueron desplazadas por la lógica inmobiliaria. El rediseño urbano, el “embellecimiento” de la ciudad, las alternativas de movilidad, son siempre bienvenidas, pero ese no es el camino para recrear una avenida 18 de Julio fulgurante y con gente a permanencia, que pueda regresar de donde fue expulsada o directamente iniciar una nueva experiencia de habitar lo más tradicional de la ciudad.