No hay una versión única, y mucho menos una versión constatable, de cómo fue que se descubrieron las propiedades del fruto del cafeto. Algunas tradiciones orales cuentan que habría sido un pastor de cabras en la zona de Abisinia, Etiopía, que habría notado que su ganado, al comer los frutos de esta planta, permanecía despierto durante la noche y mostraba más vigor y energía. Tampoco hay una única versión para el origen de la palabra café: hay quienes la asocian al vocablo árabe qahwah, que podría traducirse como “vigorizante”, y quienes prefieren vincularla al Reino de Kaffa, en la antigua Abisinia, de donde se supone es originaria la planta del cafeto.
Lo cierto es que los primeros relatos escritos aparecen a partir del siglo XV y están ubicados en Arabia, particularmente en Yemen, donde los monjes sufíes se hicieron adeptos a esta planta y desarrollaron las primeras técnicas de cultivo y de procesamiento de los granos. A partir de ahí su historia se va a concentrar y difundir por todo el mundo árabe, en donde llegó a ser prohibido por los imanes ortodoxos de la Meca y El Cairo, que consideraban que su efecto energizante contravenía los mandatos del Corán.
No fue sencillo para los occidentales llegar a la planta del cafeto; los árabes se cuidaban de vender los granos únicamente hervidos o tostados, para evitar que se cultivara fuera de Arabia, y si bien los comerciantes venecianos fueron pioneros en el comercio de los granos de café en Occidente, no fue sino hasta el siglo XVII que los holandeses pudieron embarcar las primeras plantas de cafeto que, con una estadía previa en Indonesia, terminaron rumbo a Java y Sumatra, donde se establecerían las primeras plantaciones fuera del mundo árabe. Al poco tiempo, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales sería la principal proveedora de Occidente, y Ámsterdan, la capital del mundo cafetero.
Al día de hoy, el café pronto para preparar se puede conseguir en cualquier supermercado de cualquier barrio del mundo. En grano, molido, instantáneo, glaseado, descafeinado, orgánico, las variantes de marketing son infinitas y el exceso de oferta es proporcional a la demanda: todo el mundo toma café. Tal es así que la cifra de 70.000 millones de dólares al año que resulta del total de las exportaciones de café sólo es superada a nivel mundial por las exportaciones de petróleo. Y es que más de 25 millones de fincas familiares en aproximadamente 80 países se dedican al cultivo de más de 15.000 millones de cafetos, que abastecen un consumo de cerca de 2.250 millones tazas de café diarias a lo largo y ancho del globo.
De cara a estas cifras, lo que se vuelve cada vez más complejo es seleccionar el café apropiado para el momento oportuno. Es decir, la cantidad de producción va en desmedro de la calidad del producto, y lo que finalmente llega a nuestras manos para el consumo diario no es más que una versión miserable de aquella bebida poderosa que cautivó a reyes y viajeros durante siglos y que valió las aventuras y esfuerzos de incontables anónimos para poder compartir su sabor y sus propiedades en distintas ciudades y pueblos.
Y como una historia que parece condenada a repetirse, ahí donde el mercado gana, los consumidores pierden.