Supongamos que usted es el gerente de un edificio que tiene unos 50 apartamentos. Una de sus tareas principales consiste en determinar dónde vivirá cada uno de los propietarios de los apartamentos. Tengamos en cuenta que todas las unidades son idénticas, en el sentido amplio, es decir, que nadie va a andar pidiendo uno con mejor orientación que otro. El problema es que el edificio está sobrevendido y, para no tener problemas, usted tiene que ubicar a más propietarios que apartamentos en el edificio.

Un problema similar al de este administrador ficticio es el que ha surgido en la red de redes hace ya un tiempo. Todo dispositivo conectado a internet tiene una dirección que lo representa. Esa dirección se denomina IP por sus siglas del inglés internet protocol. La utilidad de esta dirección es sencilla: todo dispositivo recibe y envía paquetes de información y, como en toda comunicación, se debe poder identificar el emisor y el receptor.

En los inicios de internet se desarrolló el primer protocolo de interconexiones entre dispositivos, que se denominó IPv4. Dicho protocolo, entre otras cuestiones definidas en la disposición RFC 791 (de 1981), determina que las direcciones para identificar los dispositivos serían números de 32 bits que para su representación se separan en octetos y se expresan en formato decimal (por ejemplo, 127.0.0.1). Por ende, permitiría generar algo menos de 4.300 millones de direcciones diferentes. Este número parecía suficiente para la realidad de principios de la década de 1980, pero todo evolucionó.

El crecimiento de la cantidad de dispositivos móviles, la alta penetración de la conexión a internet y un reparto ineficiente de las direcciones disponibles hizo que este número no contemplara las necesidades actuales. Esto se empezó a vislumbrar a fines de la década de 1990, por lo que se comenzó a trabajar en un nuevo protocolo, que desembocó en la definición de IPv6.

Además de plantear mejoras en el protocolo de comunicación, el IPv6 definía un nuevo tamaño de direcciones IP que, en consecuencia, le daba capacidades de asignar mayor número. En este caso las direcciones pasaron a ser de 128 bits, por lo que existen 2^128 direcciones disponibles en el mejor de los casos (cerca de 340 sextillones de direcciones, que permitiría que cada grano de arena del planeta tuviera una dirección IP).

LACNIC, la organización que se encarga de administrar y asignar los recursos de numeración IP en América Latina y el Caribe, anunció sobre fines de esta semana que acababa de asignar el último bloque disponible de direcciones IPv4. No obstante, anunciaba también que sigue en el proceso de recuperación de direcciones que permitirán tener nuevos bloques.

La pregunta es: ¿por qué no pasar directamente a IPv6 si esa es la solución? Decirlo es más fácil que hacerlo.

Problemas de reparto

La migración de IPv4 a IPv6 se ha comenzado a hacer a nivel mundial, pero a un ritmo muy lento. En nuestra región se ha visto que el problema de agotamiento de direcciones IPv4 se ha acrecentado desde 2017 a esta parte, y LACNIC ha intensificado el llamado a migrar a esta nueva tecnología cuanto antes.

Los procesos de transición se están llevando a cabo, pero probablemente sigan por varios años más, por lo que debemos acostumbrarnos a seguir escuchando y leyendo sobre este problema.