Se van a cumplir 25 años. El 18 de noviembre de 1992 salió por primera vez al aire en horario central de la televisión abierta estadounidense (por la cadena NBC) el capítulo de una serie que demostraría ser única en su género. Ya de pique, no se centraba en las idas y vueltas de una familia, como solía ser el estándar de una sitcom. Es decir, no era Casados con hijos ni El Show de Bill Cosby. Tampoco trataba sobre una familia que tenía a un simpático extraterrestre como mascota que siempre se quería comer al gato. Aquella serie se enfocaba en un tipo soltero, su amigo de casi toda la vida, su ex novia-amiga (otra rareza) y un vecino. Eran neoyorquinos, egocéntricos, neuróticos, obsesivos, inmaduros y paranoicos.
El capítulo de quiebre tenía como argumento central algo tan simple y mundano —pero a la vez jugado para aquellos tiempos— que a nadie se le había ocurrido antes. Los cuatro protagonistas hacían una apuesta: ¿quién aguantaba más tiempo sin masturbarse? Pero no sólo importaba el qué sino el cómo. En ningún momento hacían referencia explícita al onanismo. Los personajes utilizaban creativos eufemismos, como el apelativo “master of my domain” –que se podría traducir como “amo de mi reino”– para anunciar que seguían en carrera mientras eludían las tentaciones que el mundo les ponía enfrente, como una vecina nudista, una enfermera bañando a una paciente o John F Kennedy Jr haciendo gimnasia.
El guion se titulaba “The Contest” (“el concurso”) y estaba firmado por Larry David. Lo demás es historia y de la grande. La cuarta temporada de Seinfeld convirtió a la serie en la sitcom definitiva de la década del 90 y en un ineludible ícono de la cultura pop estadounidense. Las desventuras de Jerry Seinfeld, George Costanza, Elaine Benes y Cosmo Kramer se pueden seguir viendo no sólo en el cable y en diversos sistemas de streaming legales y de los otros, sino que además resuenan en cada serie que se produjo después, con amigos que se reúnen en cafeterías y livings de apartamentos y no se toman la molestia de cerrar la puerta con llave.
Pese a que no llevaba su nombre y más allá de que el mejor personaje de la serie (George) estaba inspirado en él, Larry David era el alma y el cerebro de Seinfeld. Además de crearla junto con Jerry, era el productor ejecutivo y la cabeza del equipo creativo. De su mente salieron ideas que en su momento fueron rupturistas para una comedia yanqui, no sólo por el contenido sino también por lo formal, como el capítulo “The Chinese Restaurant” (1991), una única escena en “tiempo real” que narra la espera por una mesa en un restaurante. Así la serie se ganó el mote de ser “sobre la nada”. Pero, se sabe, la nada es todo.
La frutilla de los aportes de Larry fue crear un arco narrativo a lo largo de un año. La cuarta temporada de Seinfeld se basa en que Jerry y George planean un episodio piloto de una sitcom “sobre la nada” para presentar a la cadena NBC. Fue el puntapié inicial del metarrelato —otra perla para el collar de rarezas en una comedia—. Larry abandonó Seinfeld luego de la séptima temporada (1996), dejando como regalo el capítulo en el que Susan, la prometida de George, muere gracias a la alta toxicidad de los sobres baratos que su novio había comprado para la boda. Fue la cumbre de la “regla de oro” para la comedia de Larry y Jerry: “No hugging, no learning” (“sin abrazos, sin aprendizaje”).
Solo bien se lame
Luego de volver a Seinfeld en 1998 sólo para escribir el doble capítulo final de la serie, Larry se fue para su casa. Se podría haber quedado allí, acostado sobre la montaña de dólares que nunca va a parar de crecer gracias a las regalías de las retransmisiones. Pero en 1999 enfiló para el canal de cable HBO, en donde había menos plata que en NBC pero mucha más libertad creativa —hasta para cosas simples como decir fuck— y parió Curb Your Enthusiasm, que ya desde el título le advertía a los viejos religiosos de Seinfeld que moderaran el entusiasmo por su nueva serie.
Pero el nuevo hijo televisivo de Larry tenía con qué entusiasmar. Lejos de seguir una misma línea o copiarse, hizo lo que parecía difícil: expandió el alma de Seinfeld hasta llegar a superarla. En lo formal era una comedia distinta, filmada con cámara al hombro y en locaciones reales, sin escenografías ni tribuna con público y sus risas. Además, no tenía guion, sino un par de páginas con el núcleo de la trama y algunas punch lines, que dejaban a los actores librados a la improvisación.
Larry no sólo se encargó de la parte creativa, sino que también, pequeño gran detalle, pasó al frente de la cámara como protagonista de su serie e hizo una especie de reboot de Seinfeld pero enfocado en él. Así como en aquella serie Jerry Seinfeld hacía de él mismo, un comediante de stand up soltero que vivía en Nueva York, Larry David encarnó también a su ser, el cocreador de Seinfeld retirado. Pero en este caso es protagonista absoluto en pantalla, sin que se desarrollen historias que no lo tengan a él como eje. Y por ahí anda, desplegando su cuerpo flaco y desgarbado a merced de su neurosis y misantropía. Junto a él orbitan tres satélites: su tranquila esposa, interpretada por la actriz Cheryl Hines —como no tienen hijos, a veces también parece oficiar de madre de Larry—, su mánager (Jeff Garlin), y la esposa de este, la comiquísima Susie Essman, enemiga de Larry.
“The Pants Tent” (“la carpa del pantalón”) se llamó el capítulo debut de Curb Your Enthusiasm, y lo primero que se vio fue, claro está, a Larry preocupado porque la excesiva tela sobrante de su vaquero de pana hacía parecer que tenía una erección constante. Eso podría traer problemas. Una amiga de su esposa piensa que Larry se entusiasmó demasiado luego de que lo apaciguara por un altercado en un cine, con una mujer que no lo dejaba pasar a su butaca y que, casualmente, era la nueva novia de su amigo, el comediante Richard Lewis (que también hace de él mismo). Al final del episodio, Larry no consigue mesa en un restaurante, entonces, Cheryl le dice a la recepcionista que su marido es uno de los creadores de Seinfeld, para ver si puede hacer algo.
Aquel primer capítulo es una biopsia de la que se extrae con precisión la esencia del tejido de las —hasta ahora— ocho temporadas (80 capítulos de media hora) de Curb Your Enthusiasm: malentendidos que crean situaciones vergonzosas, historias que se cruzan y sobredosis de metarrelato. Nada de abrazos ni de aprendizajes. Y además, una cortina musical del compositor Luciano Michelini titulada “Frolic”, original de la película La bellissima estate (1974), que es atípica para una serie estadounidense y envuelve los finales de cada episodio en un aura tano-griega que hace todo aun más gracioso.
A medida que pasan los capítulos y las temporadas esas características se explotan todavía más con una relación proporcional de efectividad: cuanto más incómodas se vuelven las situaciones, más graciosas son, y cuanto más metarrelato seinfeldiano hay, más entusiasmo genera a los fans de esa serie. En esto último hay un perverso juego bipolar: “Mirá que esto no es Seinfeld, pero es”. La referencia a su antigua serie llega al extremo en la séptima temporada (2009) de Curb, en la que el arco narrativo es una ficticia vuelta de Seinfeld, con el inherente regreso de los cuatro actores principales y hasta de Wayne Knight, o sea, Newman.
Es humor, negro
La libertad creativa que brinda HBO más la genial cabeza de Larry, de donde surgen las ideas más insólitas, dan como resultado situaciones políticamente incorrectísimas que ponen en jaque cualquier idea que se tenga sobre qué nos podemos reír. Los que creen que hay límites para hacer humor no se van a entusiasmar demasiado.
En “The Group”, el último capítulo de la primera temporada, una ex novia de Larry le pide que la acompañe a un grupo de “sobrevivientes del incesto”. Y ahí termina él, en medio de una ronda, escuchando experiencias traumáticas de mujeres con tíos y abuelos, y de repente se ve presionado por contar la historia que no vivió. No se le ocurre mejor idea que largar “mi nombre es Todd, tuve relaciones con mi tío cuando tenía 12”. Como no podía ser de otra manera, al final una mujer del grupo se cruza con el pobre tío de Larry, que no había hecho nada, y se arma cocoa.
“¿Qué carajo mirás, judío? Maldito maricón”, le espeta un skinhead a Larry en un consultorio médico, en “The Lefty Call” (sexta temporada). Luego le cuenta el incidente a su amigo Leon, uno de los personajes más graciosos de la serie — interpretado por el afroestadounidense JB Smoove—, que lo incentiva a pura hipérbole escatológica a que la próxima vez no deje pasar un comentario antisemita de tal magnitud. Entonces, Larry, otra vez en el consultorio, ve a un pelado de espaldas. Con el eco de la voz de Leon retumbando en su cabeza, se abalanza y lo reta a pelear. “Dale, skinhead, pedazo de mierda”. “No es un skinhead, acaba de salir de quimioterapia”, le advierte una apurada doctora.
En “The Doll”, de la segunda temporada, por una serie de infortunios Larry termina en el baño de mujeres de un cine escondiendo una botella de agua en su pantalón para poder ingresarla en la sala. Justo se cruza con una niña a la que le había cortado demasiado el pelo de su muñeca, pero luego lo arregló. La nena lo abraza y le agradece. Inmediatamente sale corriendo al grito de “mamá, el tipo está en el baño y hay algo duro en sus pantalones”. Larry intenta escapar por la ventana mientras suena la música tana.
La ebullición de incorrección política fluye en paralelo con una obsesión por poner en duda las reglas implícitas de relacionamiento social que llevan a discusiones que no se ven en otras series y que también parecen ser sobre la nada, como por qué hay que esperar a que les sirvan la comida a todos en una mesa de restaurante para empezar a comer. Larry es una especie de paladín contra lo establecido, siempre desde una visión egocéntrica. No en vano el trailer de la novena temporada de Curb, que se estrena mañana por HBO, es una parodia de Batman. “Y el mundo lo necesita ahora, más que nunca”, dice el adelanto.
La vara de lo incómodo e incorrecto quedó muy alta en el último capítulo de la serie antes de un impasse, en 2011, “Larry vs. Michael J Fox”. Ya divorciado, Larry se muda a un edificio en el que tiene como vecino al protagonista de Volver al futuro, que hace ruidos zapateando y lo empapa luego de pasarle una botella agitada. Larry duda si es por el Parkinson o porque Fox está de vivo y se escuda bajo su enfermedad. Para rematarla, en la historia paralela, Larry le regala una máquina de coser a un niño de siete años porque “puede que sea gay”. Por las dudas, como siempre, mañana conviene moderar nuestro entusiasmo.
Para no ser menos | Casualidad o no, Jerry Seinfeld también volvió al ruedo. Pero su regreso es un poco más humilde que el de Larry. Unos especiales de stand up en los que recorre su carrera con algunos refritos de observaciones cotidianas que suenan tan graciosas como siempre. Y desde 2012 sigue al firme con su serie de entrevistas Comedians in Cars Getting Coffee, en la que mezcla su fetichismo por los autos y los comediantes. No hace falta decir quién fue el primer invitado.
Top five de episodios
1) “Denise Handicap”. Larry tiene problemas para intimar con una mujer en silla de ruedas. 2) “Kamikaze bingo”. Larry pone en duda que un veterano de guerra japonés haya sido un verdadero kamikaze, ya que sobrevivió. 3) “Ben’s Birthday Party”. Larry hace de las suyas en el cumpleaños del actor Ben Stiller, como avisarle a un ciego que su novia no sólo no es modelo sino que es fea. 4) “The Ski Lift”. Larry se hace pasar por judío ortodoxo para caerle bien al que maneja la lista de espera de trasplantes renales, y así no donarle un riñón a su amigo Richard Lewis. 5) “Seinfeld”. Larry vuelve a hacer Seinfeld y se da el gusto de interpretar a George, es decir, a sí mismo.