En este carnaval se ha discutido acerca de la desaparición del cupletero tradicional y el cambio en las formas en que la murga hace reír. No importa en qué año leas esto. De todos modos, es cierto que en 2018 la discusión ha tomado un especial calor, de la mano de “El cupletero de antes”, omnipresente cuplé de los Saltimbanquis que intentaremos nombrar lo menos posible.
En las primeras horas de ayer, diez murgas clasificaron a la etapa final del Concurso 2018 gracias a sus coros despeinadores o sutiles, sus letras picantes, sus trajes brillantes, sus movimientos llenos de gracia y, claro, sus cuplés reideros. Algunos, impulsados por la resurrección de viejos estilos; otros, por las continuas metamorfosis de los cupleteros de ahora. Algunos recurriendo a un cuplé largo como buque insignia de su actuación, otros llenando la actuación de minicuplés, un formato en el que supieron innovar murgas como La Gran Siete. En todo caso, las diez presentaron formas de cupletear tan válidas como diversas. Repasar sus estrategias puede contribuir a la discusión, mientras esperamos que se reedite en febrero de 2019.
#Savethecupleter
Ya no se observan muchos cupleteros en su estado de pureza genética. Este espécimen, identificable por ser pícaro, gracioso, histriónico e invariablemente petiso, sólo sobrevive en el ecosistema del cuplé tradicional. Ese en el que la llegada del cupletero (a veces anunciada con un recitado, a veces interrumpiendo algo) es reprendida por la murga, que le pregunta qué hace allí, para que el cupletero replique contando las verdades que ha venido a decir y comience el ida y vuelta que todos entendemos como cuplé: un intercambio de estrofas en el que el coro de la murga le pide opinión al cupletero, le reclama mayores dosis de sensatez y recato ante el respetable, y termina con un mensaje.
El cupletero tradicional tiene una serie de tics, algunos exquisitos, otros inmirables salvo desde el consumo irónico. Para una descripción gráfica, imagine al Abrojo Cadenas azuzando a la murga, metiendo mechas sin parar y bailando adelante, como dice certeramente parte de la letra de “El cupletero de antes” de Los Saltimbanquis cuando no está ocupada en decirle a un enano que ojalá las mujeres se den cuenta de que es terrible pijud... eeeeeeeeeepa. En esta liguilla habrá cuplés así, como este que no queríamos mencionar tanto, o el gracioso Daniel Martínez de Curtidores de Hongos, encarnado por Gustavo Uboldi, en el que el intendente es interpelado por la murga. Momolandia también tiene su cupletero de antes, que hace chistes misóginos boludos mientras la murga se va poniendo progresivamente más seria hasta terminar cantando “El mundo está cambiando y no llego a tiempo”. Al menos se dan cuenta.
La herencia cupleteril
Pero ese tipo de cupletero no habita únicamente las murgas más clásicas. En Doña Bastarda, novedad y revelación del carnaval 2018, el mundo terrorífico de los monstruos se ve interrumpido por la llegada de un jovencísimo Imanol Sibes disfrazado de niño inquieto. Sibes se mueve arriba y debajo del escenario, dialoga con la murga y el público y hace todo lo que un cupletero de ley debe hacer, convirtiéndose en la figura revelación de la murga, es decir, la revelación de la revelación. Mientras, La Trasnochada te metadiscursea este asunto cuando los vecinos de un barrio deciden armar una murga y hay uno que hace meses viene prometiendo un personaje genial y graciosísimo pero no le llega la inspiración. Entonces el grupo insiste en que el tipo no se haga el coso y devele su personaje de este año, hasta que el cupletero (Maxi Orta) pide disculpas y se va triste porque no pudo hacernos reír, la prensa lo va a freír y todo lo malo que le pasa a un cupletero cuando no se mete al público en el bolsillo.
Todos somos cupleteros
Las formas de hacer un cuplé no son infinitas pero son muchas, incluidas los dúos de cupletero o incluso los tríos, como el que componen este año Christian Font, el Conejo Pintos y Mauro Puig para Patos Cabreros, en el rol de tres hermanos que se ponen al hombro el hilo conductor de la murga de Pepino y cupletean de lo lindo. Y está la posibilidad de hacer un cuplé sin cupletero. Es decir, un cuplé colectivo, en el que varios integrantes de la murga ocupan el rol alternadamente. Algo así como la Holanda del 74, con funciones a cumplir pero no puestos fijos; al menos eso nos contaron, porque no la vimos. Casi todo lo que hace La Mojigata es ejemplo de esto, haciendo honor al rol de las murgas jóvenes en el desarrollo de este tipo de cuplé.
En Cayó la Cabra no hay diferencia entre persona y personaje. Los miembros de la murga se llaman con sus nombres reales y hacen comentarios sobre sus vidas y vínculos. Es cierto que hay pequeños momentos en los que representan otros roles, pero enseguida vuelven a ser ellos. Si hubiera que decir quién está más cerca de ser el cupletero de esta murga, alguien con una forma de comportarse característica que genera carcajadas apenas dice “ah”, sin duda diríamos que es Maxi Tuala. Pero la participación colectiva en los cuplés es mucho más representativa del estilo de las Cabras, y además Maxi es demasiado alto. La Clave ni siquiera tiene muchos momentos individuales. Si bien hay dos murguistas que llevan adelante la actuación con el fin de unir temas y dejarnos descansar los oídos, la mayor parte del espectáculo se apoya en la fuerza del coro con momentos graciosos, emotivos o críticos cantados por un grupo de salvajes con pieles de animales en la cabeza.
Siempre hay quien lleva todo al límite. Si 13 cupleteros en acción parecía un exceso, imagínense 26. Los cuplés más recordados de los últimos años de La Gran Muñeca incluyen disfraces enormes, bicicletas, caballos, y este año 13 títeres de políticos. Los murguistas hablan y cantan impostando la voz para parecerse al títere que manipulan. Mientras, una mano mueve un brazo, la otra abre y cierra la boca, logrando que los muñecos bailen,señalen y giren la cabeza. La vida del cupletero multiplicado es agotadora.