Se disculpa por estar picando “unas criollitas con dulce de batata” mientras cuenta, al teléfono, cómo su serie Eléctrica, una parodia al ambiente de las productoras de televisión, tiene una segunda vida, ahora en teatro. Hace cinco años que no hay nuevos capítulos, pero el proyecto, primero junto al canal de la Universidad Tres de Febrero y después gracias al crowdfunding, todavía puede verse en Youtube, desde donde casi casi conquista el mundo audiovisual.

Dice el director, guionista y actor Esteban Menis –bien lejos del antipático Jonathan Meyer, su personaje martirizador de empleados– que la obra no deja mucho lugar para la improvisación porque “el texto está buenísimo y es un relojito”, y que disfruta compartiendo las decisiones artísticas con Iair Said, que hace de eterno pasante, y Paula Grinszpan, como la angustiada secretaria. En la versión escénica, la empresa es el refugio de un diluvio de dimensiones, que obliga a este trío a una convivencia delirante.

¿Partiste de una serie web muy exitosa y terminaste en la calle Corrientes con una posdata apocalíptica de esa historia?

Así es. La obra es una especie de final posible de la humanidad en clave de comedia, por supuesto. Es como El señor de las moscas, la novela en la que están los niños perdidos y casi no hay reglas. La idea era hacer un capítulo distinto, que lo pudiera ver gente que no vio la serie. El chiste era que se acaba el mundo y estos tres tipos, cada uno con su carácter, se quedan solos en el planeta frente a los otros. El que vio la serie quizás se divierte recordando algunas cosas, pero ha venido gente a ver la obra que no la tenía tan clara, que vio el tráiler y fue llevada por amigos y la pasó súper bien, porque los personajes están muy claros.

Pasaste de miles de seguidores a una sala de 600 butacas en Buenos Aires. Tampoco te asustaría demasiado, ya que habías hecho la segunda temporada con apoyo de los fans.

En internet, más allá de los comentarios y demás, no tenés el vivo, y el vivo es muy fuerte. El año pasado las funciones en el Metropolitan, en la calle Corrientes, eran tipo recitales de rock. Habrán venido no sé cuántas miles de personas, las funciones estaban llenas y bajaba un aliento, una brisa, una cosa muy particular. Gente que capaz que no conocía la serie; cuando salía yo decía: “¿Qué onda? Se ríen con todo”. A mí Eléctrica particularmente desde hace muchos años me sigue dando alegría. Hay gente que se sabe las frases de memoria. Aparte mis compañeros son muy buenos actores. Entonces, disfruto mucho hacerlo con ellos. Ellos son tan Eléctrica como yo. Fue un proyecto personal, después se fue abriendo y hoy las decisiones, en todo sentido, las tomamos entre los tres.

¿Es una serie que empezó con Liniers y que sigue este recorrido teatral sin él?

Sí, él estuvo en la primera, en la segunda hizo apenas una participación y ahora vive en Estados Unidos. A mí me encantaría que viniera, y si en algún momento se queda más días, porque ha venido a hacer shows, podríamos pensar algo. El germen de Eléctrica es la temporada uno, es lo mejor de la serie por lejos. Y a Ricardo lo amamos, obviamente.

Sos muy activo en redes. ¿Tenés una especie de compulsión por sacar nuevos productos? ¿Cómo llamás a esas intervenciones, esos gestos online?

Es lo espontáneo. Después, es cierto que hago muchos proyectos al mismo tiempo, porque un poco me gusta jugar en distintas superficies. Entonces, de repente el podcast hoy ocupa un lugar recontra importante en mi vida. Uno es Humanos: son conversaciones y está buenísimo, no es comedia en sí mismo, puede ser lo que quiera ser. Otro es por Spotify, más actuado, como un radioteatro. Después, sí, escribo películas, trabajé un poquito en la productora de Tinelli, trabajé para Disney hace poco, una cosa pequeña; trabajé para los que produjeron la serie Monzón acá en Argentina. Voy mezclando, entre la búsqueda de la guita, porque quiero vivir lo mejor posible; tengo un niño y necesito pagar el colegio, que cuesta un huevo porque Argentina está para el orto. Es indiscutible la presión que hay, y lamentablemente se nota todo el tiempo. Entonces, de repente trabajo para cosas que me gustan más, y en lo personal trato de tener dos o tres proyectos que me convoquen, que me atraigan. Aparte no me gusta actuar nada más. Me gusta probar formatos, me gusta entrevistar; a veces me llaman para dar charlas en empresas.

¿La publicidad sería la madre de todo esto?

No, la publicidad es una garcha. Lo que me gusta de la publicidad es ganar dinero, pero no es el lugar que a mí me estimula. Sí hay gente tremendamente profesional; me encanta cómo trabajan algunas personas –de hecho, mi mujer es directora de arte– y puedo hacer cosas de publicidad, pero prefiero siempre pensarlas que dirigir, porque esos procesos son siempre muy complejos, es mucho lobby y muchas horas presentando a ver si sale. Pero después me voy a hacer un casting y actúo y está buenísimo. Es trabajo, olvidate.

¿Notás cierta constante en vos de trabajar el antihéroe, el personaje al que, salga de donde salga, le termina yendo mal?

Bueno, Meyer piensa que es el dueño del mundo y es un pobre infeliz, psicópata, misógino, manipulador; lo que pasa es que es tan imbécil el chabón que te termina seduciendo un poco. Viste que cuando ves a un imbécil te lo quedás mirando fascinado, como diciendo “qué personaje demente”. Meyer tiene esa potencia de querer llevarse el mundo por delante, y es todo lo contrario.

¿Tiene algo del Ricky Gervais de The Office esa malignidad patética?

Sí, para mí es patético y puede tener esa cosa tipo The Office, de creerse más de lo que es, que es algo muy común. Eso en los medios. Después, de las cosas que hago, capaz que Instagram es algo mucho más cercano a mí, más real; si me va mal no invento que me va bien, no me interesa, no me gusta esa postura.

Contanos cómo hacés Mate, en Instagram, hablando con extraños.

Mate me encanta porque es salir al vértigo de la calle, que acá es una demencia. Y también tiene un gran desafío: tratar de no reírme de la persona. Me parece fabuloso poder hacer comedia en conjunto con alguien que no conocés. Ahí hay algo lindo para investigar, que tiene que ver con la adrenalina de la calle. No es una cámara oculta, no tiene una mecánica de reírse de la persona con la cual estás hablando. Lo que me gusta es hablar, como en un out of context, de algo absolutamente intrascendente, tipo: “Che, ¿viste que la instagramer Tini Stoessel llegó a los 400.000 seguidores?”. ¿Qué carajo me importa? Es el mundo estúpido en el que vivimos: un imbécil que sale a la calle a hablar cosas que no tienen importancia. Pero siempre nos quedamos hablando con la gente; hay mucha empatía y mucha locura, es otra manera de acercarse a las personas, con el mayor de los respetos.

Son intervenciones súper breves, como una cosa que queda en el aire.

A mí no me gusta el sketch, o esa cosa de Instagram de los cinco personajes que se van de viaje, las tres parejas que se besan... Todo lo que implica reutilización, réplica de modelos prefabricados no me divierte, pero entiendo que funciona mucho mejor que todo lo que yo hago.

En una charla, hace algún tiempo, decías que los que no son del palo subestiman los contenidos digitales. ¿Vos qué consumís?

A mí me gusta la deformidad, ¿comprendés? La serie Barry, que ganó un montón de premios, es una locura; vi Fleabag, me gusta la escuela de The Kids in the Hall, Cha cha cha, Todo por dos pesos y cosas más producidas todavía; las películas de Spike Jonze, algunas de Adam Sandler, como The Wedding Singer.

Eléctrica, con Esteban Menis, Iair Said y Paula Grinszpan, estará el miércoles 23 a las 20.00 en la sala Camacuá (Camacuá 575), y las entradas se venden por Tickantel a $ 600.