Arrancamos con nostalgia de nuevo, será que ya llegamos a los 40. Tardes televisivas de la infancia. Hay varias series que se me entremezclan en la memoria, supongo que de la programación de fin de semana, que en mi recuerdo seguramente sean mucho mejores de lo que realmente eran. Allí asoma Las aventuras de Frank Buck (¿o era Aventuras en Malasia?), con un pletórico Bruce Boxleitner afanando a dos manos a Indiana Jones, o la perturbadora Manimal, en la que Simon MacCorkindale cambiaba dolorosamente de forma para transformarse en el animal de turno que salvaría el día (nota curiosa: de la primera serie mencionada existen apenas 17 episodios, y de la segunda, apenas ocho. Esto indica lo mucho que repetían estas series en la TV abierta de aquella época, ya que yo las recuerdo extensas y longevas). Y también estaba, en esta infancia televisiva, Superhéroe por accidente.
William Katt era Ralph Hinkley, un profesor de secundaria que quedaba varado junto con sus alumnos durante una excursión al desierto. Mientras iba a buscar ayuda, aparecía un hombre del espacio y le entregaba un traje espacial con una completa gama de poderes –interminable según conviniera a los intereses de la trama–. Pero había un gran problema. Ralph perdía el manual de instrucciones en el desierto y no tenía la más pálida idea de cómo se utilizaba aquel traje del demonio, por lo que terminaba dándose de porrazos un capítulo sí y el otro también (insertemos otra nota curiosa: a diferencia de los ejemplos más arriba, a esta serie sí le fue bien; alcanzó las tres temporadas y los 44 episodios exhibidos. Fue cancelada luego de varios cruentos enfrentamientos en la corte con DC Comics, que los demandaba por plagio a Superman).
¿Y qué tiene que ver todo esto con El vecino, la nueva serie de Netflix, que titula esta nota y por eso mismo usted paró a leerla? Que es bastante evidente que no sólo en Latinoamérica se exhibía Superhéroe por accidente –en España se llamaba El gran héroe americano–, y que bien puede haber estado entre las matinés infantiles que Santiago García y Pepe Pérez veían en la más tierna infancia, como para inspirarlos muchos años más tarde. Ambos, guionista y dibujante, respectivamente, son los autores de la historieta El vecino, que sirve para dar base a la serie de TV editada por Astiberri desde 2004, que se reparte en varios tomos.
Cuenta la historia de Javier, un bueno para nada que un día se topa con un hombre del espacio; este le entrega un traje y una serie de pastillas que lo proveen de una amplia gama de poderes. Y aunque este traje no viene con un manual de instrucciones para perder, bien que le va a costar a Javier ponerse en movimiento y no darse una buena sarta de porrazos mientras ejerza de superhéroe. O ponga de cabeza la vida de todos sus amigos y vecinos simplemente por estar ahí.
Mucho me temo que no leí la historieta original, así que directamente pasemos a hablar de la adaptación televisiva, creación de Miguel Esteban y Raúl Navarro (y que cuenta con el experimentado Nacho Vigalondo –director de la excelente Los cronocrímenes– como responsable de varios episodios y del tono todo de la serie). En la serie, Javier le da vida al divertido Quim Gutiérrez. Javier no sirve para nada. Malvive vendiendo camisetas y fiolando a su amigo Adolfo en su bar; sostiene con pinzas la relación con su novia periodista Lola (Clara Lago), y no tiene ningún objetivo en la vida. Entonces aparece el traje y uno pensaría que con esto podría llegar a encaminarse... pero no. Javier seguirá siendo el mismo, sólo que el traje en cuestión y los poderes serán nuevas variables en la ecuación, y complicarán bastante más todo.
Porque El vecino es, antes que una comedia de superhéroes, una sitcom con todas las letras. Por eso, el uso del traje, o los poderes, será por completo secundario ante una trama romántica –¿podrá Javier volver con Lola?–, o de intriga y enredo –¿podrá Lola descubrir quién es Titán (así Javier se bautiza a sí mismo)?–, a lo largo de diez episodios de escasos 20 minutos.
El elenco es genial –hay que agregar a Adrián Pino como José Ramón (el amigo a la fuerza de Javier, único que conoce su secreto), a Catalina Sopelana como Julia (la vecina combativa y fiestera) y a Denis Gómez como el vecino drogón y traficante (el mejor personaje de la serie, cosechador de la mayor cantidad de carcajadas)– y los diálogos logran bastantes risas; sin embargo, la sensación final es algo agridulce. Esta primera temporada se siente al mismo tiempo corta –en definitiva, no pasa gran cosa– como larga –la situación se repite (hablan, suben y bajan de piso en el mismo edificio, hablan un poco más), al punto de sentirse estática–, y en varios de los episodios la impresión es que no hemos avanzado hacia ninguna parte. Sí, algún chiste salva siempre el episodio, pero no se justifica tanto relleno para tan poco contenido.
Hay una trama “general”, si se quiere –tanto las idas y vueltas de la relación de Javier con Lola como una serie de casas de apuestas que se va instalando en este barrio madrileño de manera inmisericorde están casi siempre presentes–, pero no reclama especial atención. El foco está en el humor, en algún chiste zafio, algún juego rápido de palabras, en la mucha química de su elenco y en la interacción de personajes más o menos peculiares que conviven en un mismo edificio.
Luego, el traje, el superhéroe y el tener que ser –o no– un héroe es meramente secundario (hay capítulos enteros en que ni pincha ni corta), por completo accesorio. Esto no está mal per se, claro que no, pero si dejamos de lado esta particularidad, que vuelve a la serie algo diferente a la comedia de situación promedio, la comedia de situación promedio tendría que ser más memorable que esta primera temporada de El vecino, que por muchos momentos puede perfectamente quedar de fondo en la tele mientras uno hace cualquier otra cosa.