Antes de salir de su casa, en Sayago, y luego de mirar las fotos y los recortes de diario de su álbum personal, me pide que espere un momento para mostrarme una canción.
Por un buen rato el calor agobiante queda bastante lejos, detrás de un patio lleno de plantas y de una calle silenciosa con piso de pedregullo rodeada de árboles. Mientras escuchamos en cómodos sillones la melodía que sale de un archivo mp3 guardado con recelo en su teléfono, Nilda suspira detrás de sus anteojos de sol ahumados, y a mí, como desde el principio, me llaman la atención unas piedras de colores que hay sobre una fuente de vidrio en una mesa ratona, y las que decoran las cintas de sus sandalias, verde espuma de mar.
Con particular nitidez, una guitarra lenta y eléctrica interpreta “Un sabor a miel”, popularizada por The Beatles, en una versión playera y psicodélica del grupo Tao, en la que una voz femenina transforma la canción en la banda de sonido de una madrugada de excesos que ha llegado a su fin. “Me encanta escuchar esto, me hace sentir orgullosa de todo lo que hice”, dirá, serena, un rato antes de comenzar a preparar una nueva actuación de El Show de Nilda.
Un martes de febrero su agenda la lleva hacia el precioso tablado del Monte de la Francesa, en Lezica. Luego de algunos años sin salir en carnaval, y de 30 intensos años de carrera con el mítico dúo humorístico Los Paseanderos, la actriz, cantante y compositora Nilda Ciparelli regresa a los escenarios con renovadas energías.
En su impasse se operó de los ojos y la cadera, y dice que ahora se siente “bárbara”. Reconoce que no le ha sido fácil volver sin su compañero en las tablas, Roberto Green (que falleció en enero de 2015, tras un largo padecimiento), pero avisa que sigue reinventándose para divertirse y hacer lo que más le gusta.
A la noche, y vestida de capitana de un crucero, luego de reírse de sí misma y de mezclarse con sus compañeros de show en bromas pícaras y situaciones de enredo, una centena de espectadores, desperdigados en bancos largos de cemento, la aplaudirán de pie, como tantas veces o por vez primera, y algún carnavalero viejo y gordo le pedirá una foto y quedará pintado de brillantina como en su niñez.
Recuerdo una noche de 1988, en el tablado del club Goes. El lugar no tenía techo y estaba repleto. Esa vez, como faltó el conjunto que venía después de Los Paseanderos, ustedes siguieron de largo. La gente se moría de la risa y les pedía que se quedaran otro rato.
Claro, si habremos ido al Goes... En el club Albatros también lo hacíamos, y se usaba hacer eso. Cuando empecé con Los Paseanderos, en 1984, hicimos 184 escenarios en un mes. Cinco o seis por noche en promedio. Y empezábamos al mediodía. En la terminal de ómnibus del barrio Goes, por ejemplo, las actuaciones arrancaban de mañana y se llenaba. Era impresionante. Ahora todo eso cambió bastante, y muchos de esos tablados han desaparecido.
¿Y cómo es el show que estás haciendo ahora?
Después de que falleció Roberto yo salí al mes, en febrero, a hacerle un homenaje por todos los barrios. Despidiendo, como quien quiere la cosa, a Los Paseanderos. Fue muy emotivo, pero también muy bravo. Después de eso me reencontré con un compañero de carnaval, Sergio el Pampa Vega, un hombre joven muy talentoso. Baila, canta, hizo la escenografía, y además se dedica a hacer unos muñecos con los que interactuamos en los tablados. Así que junto con él empezamos a hacer El show de Nilda. También nos acompaña Marcelo Navia, que debuta este año conmigo. Con Sergio hacen los dos de marineros, y se suceden una serie de situaciones muy reideras. Eso siempre lo escribí yo, en vida de Roberto también; los 30 años con él fue así. Al principio el humor era un poco más suave y después, bueno, tuve que adaptarme al gusto de la gente, que es la que te va marcando lo que funciona. Pero volviendo a El show de Nilda, este espectáculo tiene humor, canciones, de todo un poco.
¿Cómo empezás a armar los espectáculos de cada carnaval?
Los conjuntos que concursan se empiezan a preparar a mitad de año. Con Roberto habíamos adquirido una experiencia increíble; nos mirábamos y ya sabíamos lo que íbamos a hacer. Por eso yo lo extraño tanto. A mí me costó mucho seguir sola. Pero la verdad es que en aquellos años nosotros empezábamos a preparar los espectáculos recién el 6 de enero. Trabajábamos todo el año sin parar, y además viajábamos mucho. Fuimos a Chile, Perú, Canadá, Estados Unidos, Brasil. Ahora con mis nuevos compañeros es un poco diferente. Yo hago una pauta para marcar los momentos del espectáculo y escribo los diálogos. Siempre tuve facilidad para eso.
¿Y vos cómo te hiciste artista?
En mi niñez me subía a cualquier lado, en la escuela hacía recitados, bailaba. Mi padre me incentivó mucho. Y todo arrancó un día que me escapé de casa con una amiga. Yo tendría 14, 15 años, y era muy admiradora de Lolita Torres. Con esta amiga, que tocaba el acordeón, ensayamos una canción y nos fuimos a la revista de Miguel Ángel Manzi, que en ese momento tenía una fonoplatea de Radio Carve, en el Centro, en la que había una especie de concurso de talentos. Resultó que actuamos, y quedé en el elenco. Ahí estaban Eduardo D’Angelo, Adolfo Latorre, que después se hizo locutor, y otra pila de figuras. Después formé el grupo Los Piccolinos, siempre con mi padre al lado como mánager. Éramos todos chiquilines, y ahí digamos que empecé mi carrera profesional. En 1961 hicimos el primer viaje importante, a Chile. Esa fue una época increíble. Luego comencé a escribir y cantar jingles. Escribí, por ejemplo, para el programa [argentino] Sábados circulares, de Pipo Mancera. Ese fue un trabajo divino que hice durante todo un año. Cuando me casé y tuve mis hijos hice un pausa en mi carrera, y sufrí mucho. Me terminé divorciando. Él era muy celoso y yo extrañaba mucho las tablas. La vida artística requiere cierta entrega, y a veces resulta difícil.
Y además hiciste televisión.
Claro, hice Con tutti y La revista estelar, con el Gallego Vidal, en Canal 10, Gente de humor y Sálvese quien pueda, en Canal 4, y en el 12 El show del mediodía. Me acuerdo de que cuando con el Gallego hacíamos una especie de boliche, que él le decía “la confitería”, recién se empezaban a usar los croma [técnica audiovisual]. Entonces nos ponían de fondo el Palacio Legislativo, y la gente pensaba que estábamos ahí.
Empezaste con la música, ¿cómo nació la veta humorística en vos?
Con Los Piccolinos era en serio, con muchos arreglos vocales. Al principio yo no hacía nada de humor. Pero hubo una época en que viajaba a Buenos Aires todos los fines de semana a hacer un programa que se llamaba Las nuevas del 9, y ahí hacíamos unos pequeños sketches para dar pie a las canciones. No era estrictamente humor, pero había una intención. Y después pasó algo medio de casualidad. Empecé a ir a carnaval con mi hijo chiquito en el cochecito. Yo tenía locura con Los Gaby’s [parodistas]. Cuando mis hijos se hicieron más grandes, empecé a dar clases de folclore y a ir al club Cervecerías, en la calle Asencio. Y un día cayó Roberto Capablanca y me dijo para salir en carnaval. Después lo conocí y lo quise, pero en aquel momento yo odiaba lo que hacía y le dije que no. No quería saber de nada con salir en carnaval. En esas vueltas una vez fui al club Fraternidad e hice un número medio divertido, picaresco, pero sano, y cuando me bajé del escenario subió Roberto, y me morí de risa. Quedé fascinada con lo que hizo, y a él también le había gustado lo que había hecho yo. Al rato fue a mi mesa y me preguntó: “¿No te gustaría salir en carnaval?”. Le dije que no, pero ese fue el comienzo de nuestra amistad. Pasó un año. Un día me llamó por teléfono. “¿Puedo pasar por tu casa?”. Y otra vez me propuso salir, y le dije que no de vuelta. A todo esto yo estaba sin trabajo, con mis hijos chicos, y, la verdad, mal económicamente; me cortaban la luz, complicaciones de todo tipo, y cayó Roberto de vuelta en casa, conmigo en medio de todo ese drama, y me dijo: “Mirá, Nilda, yo sé que a vos no te gusta el humor que yo hago...”. Porque era muy fuerte, hoy capaz que no sería nada. Entonces le dije: “Mirá, Roberto, a mí me gusta el humor pero sano, bla, bla, bla”. Y él me dijo: “Bueno, lo hacemos como vos quieras, y vas a ver que nos va a ir bárbaro”. Ta, arreglamos. En esa época estaba de moda el dúo Pimpinela, y tomamos esa dinámica de ellos, algunas canciones, y les cambiamos la letra. Hacíamos “A esa” y no sabés lo que fue: todo el ambiente del carnaval quedó fascinado; lo vieron a Roberto diferente, además. Yo creo que le cambié el perfil al humor de Los Paseanderos. Y ahí mismo me vinieron a buscar de Canal 10 para el programa Con tutti, que era una selección de carnavaleros. Estaban los Tuala, Aldo Martínez, Luis Guarnerio, Daniel Lobo, por nombrarte a algunos.
¿Sabés que yo pensé que con Roberto habían sido pareja?
Mirá, no. Pero éramos más que una pareja. Así como te cuento todo lo lindo, también tuvimos momentos difíciles, pero jamás me voy a arrepentir de lo que vivimos. Si hubiéramos sido pareja no habríamos llegado a estar 30 años juntos. Nosotros éramos agua y aceite. Yo siempre en mi casa, mi independencia siempre la conservé. Él hacía otra vida.
Era más bohemio.
Por supuesto. El gran enemigo que tuvieron él y Los Paseanderos fue el alcohol, y además fumaba mucho, y no se cuidaba. Las discusiones que teníamos eran siempre por eso.
¿Se puede explicar esa química que decís que tenían con Roberto arriba del escenario?
Es como un tesoro que uno tiene. Pasa que nos fuimos conociendo de a poco, y era todos los días que trabajábamos juntos. El carnaval, además, es una experiencia muy intensa. Es algo mágico, no se puede explicar. Te vas acostumbrando al otro, a sus gestos, a sus estados de ánimo. Y en los momentos lindos era facilísimo, pero había de los otros, y te tenías que entender igual. ¡Ese es el conocimiento! Roberto tenía broncas y muchas veces se subía al escenario enojado. Yo también; podía tener un problema pero lo dejaba abajo del escenario, y arriba era todo ji, ji, ja, ja. Pero Roberto no, subía enojado, y yo ya estaba preparada para que no se notara con cosas que inventaba en el momento y transformando sus berrinches en parte del show. La gente, a veces, ni se daba cuenta. Una vez estábamos actuando en la parrillada del club Sudamérica. Lleno. Resulta que al mismo tiempo había un partido de fútbol importante de Uruguay, y Roberto se enojó con una señora que tenía auriculares puestos, detuvo el show y le pidió que se fuera. Discutieron, dejó el micrófono, se bajó del escenario y se fue. Y yo: “Bueno, vamos a esperar a que a Roberto se le pase, vamos a cantar unas canciones...”. Así, bien festivas, ¿viste? Terminé el show. “¿Dónde está Roberto?”. Salí a la calle y estaba ahí, fumando. Discutimos. Me di vuelta, aguantando el llanto, y ta, al otro día teníamos que seguir laburando. De esas, muchísimas. Se iba para un costado, no me daba el pie, y me acuerdo de que me decía: “Yo te admiro, no sé cómo hacés. Yo no puedo: subo con bronca y sigo con bronca”, y yo le hablaba y le hablaba, y le decía: “Mirá que es nuestro laburo, Roberto, y es de los dos”. En 30 años pasamos cosas preciosas, pero también cosas tremendas, pero tremendas. Una vez tuvo un problema económico y se escapó a Buenos Aires dos meses. Yo pensé: “¿Y ahora qué hago”. Teníamos muchos compromisos, y él tenía terror de volver, hasta que al final tuve que ir yo hasta Buenos Aires a buscarlo.
Salvaste la petisa.
Siempre. Le decía: “Yo soy más paseandera que vos”. A pesar de que en principio el título era de él, después lo compartimos. Los títulos se registran en la intendencia, y estamos los dos como dueños del nombre Los Paseanderos. Al morir Roberto, quedó su familia directa como heredera; en este caso, sus hijas. Y hace dos años yo quise salir con el título Los Paseanderos, pero una de ellas no quiso. Vos fijate, qué lástima. Mi intención era perpetuarlo para que la gente siguiera recordando a Los Paseanderos, y a Roberto. No lo entendieron, y tampoco ellas pueden usar el nombre. Yo tengo el otro 50%. Por suerte la gente de DAECPU [Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay] se portó muy bien conmigo y me dejaron salir con El show de Nilda.
Además de tu trabajo como artista, ¿qué otras cosas disfrutás hacer?
Me gusta mucho el cine, viajar, pero también soy de estar en casa. Viven conmigo mi hija y un nieto adolescente. Siempre estoy deseando llegar a mi casa.
¿Y hoy qué te motiva a seguir en los escenarios? El otro día cuando te llamé y me contaste de los tablados que tenías te noté muy contenta.
Hoy de noche vas a ver cómo me produzco. La gente me aplaude mucho cuando me anuncian, es un momento que me encanta. Es precioso lo que pasa cada vez que visito un tablado. Es mi mejor terapia. Soy otra persona arriba del escenario, revivo.