That’s What I Heard, de Robert Cray (blues)
El blues swinguero de Robert Cray está de vuelta con un disco que recuerda a lo mejor del gran Nothin but Love (2012), uno de los últimos puntos altos de su carrera. Eso se demuestra desde el arranque, con “Anything You Want”, de llevada rítmica groovera, los solos a medio camino entre afilados y melódicos, y su voz, que sigue intacta a pesar de que ya anda por los 66 años. No faltan versiones, como “Burying Ground”, un gospel de pura cepa, y el soul bluseado “You’re the One”.
Pero el disco se lo roba “This Man”. Primero por la música: la batería despreocupada, con feeling, un riff de esos repetitivos e hipnóticos que nos suenan de algún lado pero no importa porque no pueden salir de nuestra cabeza, y el pulso funky que no es explícito pero está muy latente en muchas de las melodías que toca Cray. Sobre esa cosa swinguera a morir se posa una letra que habla de un personaje misterioso que al blusero no le cae muy bien.
No hace falta quemar muchas neuronas para saber de quién habla, paga un dólar que se trata de Donald Trump, el inefable ‒e infumable‒ presidente de Estados Unidos. “Who is this man / in our house? / Who is this man?, / better get him out, / we’ve got a problem / He’s gotta go, / he don’t leave. / Can’t live here no more, / If we wanna save our home / we need to get him out. / When I come home from work / there he is again, / talkin’ loud, talkin’ trash”. El estribillo repite y repite la frase “Get him out” (“sáquenlo de acá”) y paradójicamente es imposible sacarla de nuestra cabeza. A Trump le han dicho que se vaya de todas las formas posibles pero nunca con tanto swing.
Hotspot, de Pet Shop Boys (synth-pop y afines)
Hay voces que al entonar media nota te mandan derecho a una época, incluso si no la viviste. Eso pasa con la de Neil Tennant, que tiene 65 años pero todavía mantiene intacto su tan característico timbre ‒debe ser una de las voces pop con menos textura pop‒. Es así que Hotspot, lo nuevo de “los botijas de la tienda de mascotas”, es un viaje sin escalas a los mejores sonidos del segundo lustro de la década del 80, que los tuvo como protagonistas. “Will-O-The-Wisp”, la que abre el álbum, desprende todo como para ser un himno y comerse la pista. Pero claro, estamos en 2020 y ese tipo de canciones ya no explotan por todos lados; igual, ¿qué importa?, basta con que lo hagan en nuestros oídos.
Ese ritmo llevado por una maraña de sintetizadores que dejan una estela sonora ‒la quintaesencia del synth-pop‒, la voz, siempre con el efecto posatmosférico en la mezcla, que la hace sonar a un par de planetas de distancia, el pulso discotequero, bien bailable, que sin embargo lleva una melodía lastimera y alargada: “Happy people / living in a sad world, / happy people / living in a sad world” (dice el estribillo de “Happy People”). El combo estético de Pet Shop Boys sigue infalible e inalterable, y está bien que así sea, porque no hay nada más triste que unos sexagenarios haciéndose los modernosos. Tipos felices, haciendo lo que saben; tan felices que hasta les da para componer una oda al casamiento como “Wedding in Berlin”, la que cierra el álbum, que está tan buena que incluso dan ganas de casarse y todo.
Ordinary Man, de Ozzy Osbourne (heavy metal/hard rock)
Ozzy Osbourne se dejó de pavadas y armó un cuadro de cinco para embocarla en el ángulo con una power ballad: Elton John, para que toque un poco el piano y cante algo, Chad Smith (Red Hot Chili Peppers), para que aporree la batería, Slash, para que se mande algún solito, y Duff McKagan, para que se encargue del bajo (estos dos últimos, se sabe, integrantes de Guns & Roses). El resultado fue “Ordinary Man”, que le da nombre al nuevo disco de Ozzy. La canción es una de esas baladas pianeras y hard rockeras que están a medio centímetro de la épica sublime o de la terrajada radioactiva, según el ánimo que uno tenga.
Cada músico del quinteto ‒que lo completa Ozzy, obvio‒ elegido especialmente para esa canción saca chispas, pero el más despegado es Elton, sobre todo cuando le toca cantar, al punto de que la debería de haber encarado toda él, pero bueno, es el disco de Ozzy, y en “Ordinary Man” parece despedirse: “Yes, I’ve been a bad guy, / been higher than the blue sky / and the truth is / I don’t wanna die an ordinary man”.
Es el mismo que también canta “I’ll make you scream, / I’ll make you defecate” (“te haré gritar, / te haré cagar”), al abrir el álbum con la pesadísima “Straight to Hell”, cumpliendo con el protocolo infernal, porque tendrá 71 años pero sigue siendo el mismo que ponía su gola a disposición de Black Sabbath. Otras canciones del disco como “Under the Graveyard”, “Eat Me”, “Today is the End” y “Scary Little Green Men” seguro van a satisfacer a los metaleros más religiosos, ya desde sus títulos.
Violin Concerto N°2, “The American Four Seasons”, de Philip Glass (clásica contemporánea/minimalismo)
No todo es pop, rock y etcétera. Una nueva grabación de una exquisita obra de Philip Glass siempre es una buena excusa para escucharla otra vez y redescubrirla o para tener el gusto de toparse con ella por primera vez. En este caso, se trata del segundo concierto para violín de Glass, conocido como American Four Seasons ‒obvia referencia a Las cuatro estaciones de Vivaldi‒, que fue estrenado en 2009. A diferencia de la legendaria obra del tano, los cuatro movimientos del concierto de Glass no están titulados como cada estación, por lo tanto, percibir cuál es cuál queda librado a lectura auricular del oyente de turno.
Esta nueva interpretación está a cargo de la Orquesta de Cámara de Berna, bajo la dirección del suizo Philippe Bach. Si tomamos, por ejemplo, el segundo movimiento de la obra, el más lento y lacrimógeno de todos ‒que siempre tuvo la pinta de sonar a “invierno” ‒ y lo comparamos con la versión a cargo de la Filarmónica de Londres (dirigida por la estadounidense Marin Alsop), editada en 2010, es un poco más lento ‒de hecho, dura un minuto más‒. Eso lo vuelve aun más lacrimógeno e invernal. Además, la línea melódica obsesiva del violín solista se vuelve cada vez más majestuosa a medida que se entreteje con el resto de los instrumentos ‒pero eso pasa en casi todas las interpretaciones de la obra‒. De yapa, el disco termina con la Sonata para violín y piano (2008), como para empacharse de minimalismo.